miércoles, 4 de mayo de 2022

La Estola púrpura de Rubén López Rodrigué por Antonio Arenas

 


LA BUSCA DE UN RECUERDO

(A propósito del libro “La Estola púrpura”, del escritor Rubén López Rodrigué)


Antonio Arenas


Desde las horas de mi infancia,

Yo nunca fui como los otros;

No vi jamás como los otros vieron,

No adoré ni odié como todos.

En la fuente común, yo nunca

Bebí mis penas ni mis gozos,

Y soñé siempre sueños míos,

Y cuanto amé, lo amé yo solo.

E. A. Poe

 

 Una imagen o un pensamiento

reprimido puede abrirse paso

en la conciencia a condición de que se niegue.

Freud. “La negación”

La imitación impone modelos;

La influencia da pautas.

Nicolás Gómez Dávila

 

  “La Estola purpura” es un compendio de textos, voces y recuerdos enigmáticos, donde las narraciones se conectan con los deseos más profundos de su autor. Nos permiten imaginar un mundo aldeano y lo trascendental consiste en viajar por un lugar llamado “la Felicia”. El pueblo y los personajes se funden en un solo elemento, son el centro y las claves de los relatos. Este libro de ficciones nos enseña cómo los hechos son una vía privilegiada para acceder al recuerdo. Conocer el pasado y compenetrarse con una vida provinciana, deleitarse y fenecer en el olvido. Se anhela profundizar en la existencia de los habitantes de la Felicia. Ofrezcamos algunos ejemplos: El general Adán Morales y su hijo se levantan contra el gobierno en la guerra de los Mil Días; tienen una relación fundante con el pueblo. Rosarito Morales, hermana del general, flaca, pequeña, mezquina y consumida por su conciencia interior, muere varias veces, burlándose de todos. Es una alegoría de las muertes del pueblo. El padre Juan Ramón Cazares, funcionario del gobierno y legítima autoridad moral. Apóstol de Dios, hombre anómalo y poseído por el demonio. Moralizador desterrado por cuatro insólitos años. La descripción de la Felicia, su calle Real, el parque, el demonio, la sombra y el conjuro de cara al demonio del Padre Ángel Custodio. La señora Rosa la Gabarosa, de figura torva, mujer pequeña y escuálida; quien construyó un pesebre de caramelo, en el cual las figuras cobraban vida de un momento a otro y con una devoción a Dios y un apetito voraz por el dinero. Es nieta del viejo Asepio, el pobre millonario. El viejo Asepio, de estampa andrajosa, mendigo, pobre y millonario, un limosnero, un miserable, un rufián y de antiguo oficio albañil. Don Ernesto Morales, anciano, hijo de Adán Morales, viaja a una cita con el tiempo y el recuerdo. La Abuela (Celestina), mujer tiesa y seca, consejera de parejas, alcahueta de estudiantes, especie de encubridora provinciana, en cuya casa se hace y se deshace, se ligan novios. Elvira y Rita, las profesoras, de lengua soez la primera, solterona, muere virgen y es engañada por su hermana y su novio. Nelson Morales, esposo de Rita, un borracho empedernido que no logra ser distinto, muere antes de cualquier cambio. El alcalde, Andrés Morales, quien trata de salvaguardar al pueblo de la plaga de las langostas. El gordo Mirus, la calle de los huevos. El loco Libar, el bobo Alipio, con sus defectos y el enigma de su asesinato. El gringo Gerald Kramer, sus engaños y la mata de tabaco agradecida, un remedo del cultivo de marihuana. Tulito el Curioso quien desaparece sin dejar rastro. La calle de los Gallinazos, los asesinatos. Silvio Montes y sus recuerdos de la violencia que llega a ensombrecer el pueblo (esta violencia no es en el pueblo sino en Chinchiná, de ahí que Silvio Montes huye hacia La Felicia para salvar su vida). Un matrimonio por ventaja, los delirios de Barbarita y sus imaginarios con un gringo. El pueblo es el gran personaje donde ocurre la segunda plaga, el comején, que lo devora todo. “En el pueblo se comenta que el comején apareció a partir de la erupción del volcán nevado del Ruiz. Usted tal vez recuerda que las cenizas llegaron hasta la Felicia, taparon las casas y trajeron una palomilla blanca que se convirtió en una plaga”. Asistimos a la creación, la vida y la destrucción de un pueblo y la saga familiar de los Morales. Un mundo que pasa. Las narraciones dicen cosas que no pueden decirse de otro modo. Lo ficticio proviene de la liberación de un recuerdo imperecedero. Crear o recrear un poblado, la monotonía de lo que pasó y las vivencias de sus habitantes. El pueblo y sus personajes son un superlativo de unidad y coherencia. Un espacio de sensatez de la sustancia narrativa. ¿Dónde está lo real de la Felicia?, ¿adónde lo Imaginario? Para ilustrar indiquemos que: William Faulkner creo Yoknapatawpha, Onetti, Santa María, Rulfo Comala, García Márquez Macondo y Manuel Mejía Vallejo Balandú. Rubén López Rodrigué sueña con convertir a Santa Rosa de Cabal en la representada Felicia. La aldea, es la imagen de un pensamiento que trata de abrirse. Negando a Santa Rosa de Cabal se afirma la Felicia. Ahora bien, en los dieciocho cuentos que componen “La Estola Púrpura”, hay una imaginación generosa y desprendida del recuerdo adolescente, las palabras se calculan y se aferran a lo que sea con el afán de narrar, siempre narrar. Rodrigué dice: “la Felicia siguió siendo considerada una aldea a pesar de reunir las condiciones para ser nombrada Distrito”. Esto suena y repica muy Macondiano. En todo el texto no hay una descripción precisa del poblado. Sabemos que la Felicia, estaba cerca de un río, sufría los efectos del volcán del Ruiz, tenía una calle Real y la calle de la Huevería, la calle Los Algarrobos, la calle del Madroño. Las casas estaban hechas de madera en su integridad y se las engulló el comején. Hay una odisea familiar que va desde el general al alcalde. Hay putas, faltan los policías, sólo unas saloneras. Las putas y la autoridad complementan el mosaico de las gentes del pueblo. Rubén López Rodrigué, es un escritor influenciado por las leyes del relato Macondiano En su fuero interno están los puntos de vista de ciertos aspectos de enaltecimiento del realismo mágico que dan forma a los relatos. Observemos: “Los insectos se posaban en las ventanas, en las paredes, en las vigas de los techos, en el tablero, en los pupitres, en las cabezas de los escolares y paraban las antenas cuando la maestra Judith Castrillón dictaba clases”. No basta con escribir lisa y llanamente reproduciendo un estilo y los temas que de un momento a otro han conmovido a un escritor; los temas deberán asombrar a un nuevo lector. Tramas como la muerte, la embriaguez, el crimen, la disipación, la posesión, los prodigios, la aniquilación, la guerra, la pobreza, la senectud, los aprietos íntimos, la riqueza, un pueblo y sus habitantes, aparecen arremolinados en los relatos captando un contexto ficticio. Rubén, inspirado en los relatos de Gabo, intenta encontrar las sombras y la verdadera creación literaria. No obstante, en todo escritor hay un primer libro difícil donde se redunda a otro escritor y si las influencias son demasiado fuertes se imita su estilo, la técnica y sus trucos. Se le admira, se le reverencia, esperando encontrar la combinación perfecta para escribir bien. Pero llega el momento en el cual se deberá oír “la propia voz”. Una voz insuperable, disímil, cifrada, recogida, distinta que defienda al escritor. El escritor dirá soy “yo”, no necesito de nadie. Se precisa el oficio de escritor para lograr una grandiosidad propia en cada ficción. Todo estilo incluiría la tensión y no el ambiente en el cual los mecanismos abstraídos y explícitos, concuerden con la claridad del tema. Gabriel García Márquez dice: “El pueblo flotaba en el calor”. Sería inadmisible expresarlo de otra manera, ese es su estilo.

Los expertos en literatura señalan que: “El estilo es el hombre”. La frase tendríamos que interpretarla al revés: “El hombre es el estilo”. Se preexiste escritor cuando se posee un estilo. Nuestro Nobel colombiano (Gabo) atestigua que: “La literatura es un tablero de ajedrez que uno le explica al lector, desde el comienzo, cómo va a mover las fichas. Una vez empieza el juego, lo fundamental es cómo se cuenta y los temas que contenga. En eso radica el encanto de narrar. No basta con sostener una historia, un cuento llevado hasta sus últimas consecuencias saca a relucir la profundidad de los temas. Gracias al encanto de narrar”. Si hay un hombre que ha buscado un estilo para narrar, ese es, Rubén López Rodrigué. Aunque paradójicamente en sus inicios deambuló por los caminos del psicoanálisis y sus primeros libros así lo manifiestan. Esperemos que en su novela inédita no soplen los vientos del realismo mágico y estemos fuera de Macondo. Rodrigué nace como cuentista en el año de 1993 con su primer relato: “Las Muertes de Rosarito”, publicado en el suplemento dominical de El Colombiano. “La Cita” será otro de sus cuentos y en él se detecta la pretensión del narrador de evocar los recuerdos de la infancia. Veamos: “Ni siquiera puedo ir en busca del tiempo perdido ya que nunca se recupera; el tiempo es implacable, no espera a nadie, en el fondo es todo lo que tenemos, el tesoro más valioso. La vida se compone de estaciones y ninguna es para siempre”. López Rodrigué se aleja de la subjetividad y lo intimista del mensaje del tiempo para detenerse en la objetividad del recuerdo. La ficción aquí es una creación que brota de los recuerdos, de la escucha activa de sus progenitores y de sus amigos, de expresar literariamente sus deseos y del sentimiento de haber encontrado un pasado perdido. Hay que pensar realmente si el recuerdo de la infancia dejó una impronta indiscutible en el escritor y su forma de narrar, en las descripciones de los personajes y del poblado. La Felicia está allí quieta, inmóvil, donde la naturaleza y las supersticiones arrojan la ancha sombra del acontecer cotidiano. La vida tiene más de una cara, la invariabilidad pueblerina es el espíritu y el espectro de los relatos. El pueblo se convierte en un personaje espectral, postrado por las plagas. En la Felicia no hay destino, ni esperanza, ni una dicha realizada. Todo acaece y la monotonía es parte de la misma realidad. El demonio es el aburrimiento, el tedio, la borrachera, la fábula familiar que se hunde en una ilusión. Cuando más abstracto es un pueblo, mejor convergen sus habitantes. La angustia y la sordidez son parte de la raíz de su existencia.

Leer hoy “La Estola púrpura” es entrar en los avatares de la insistencia y la penuria. El goce del recuerdo y la búsqueda de una memoria de la infancia que alguna vez fue negada.

 

 

antonioarebe1@hotmail.com

 

 

 

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