José Horacio Betancur |
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El Cristo de los Andes de José Horacio Betancur necesita protección.
Víctor Bustamante
La fotografía enseña a José Horacio Betancur en el interior de su casa en
Buenos Aires en la calle Uribe Ángel, donde también funcionaba su marquetería y
su taller, junto al Cristo que talla en cedro. La escultura apenas está bosquejada
pero ya se nota su factura; él sabe cómo va salir la obra final, sabe con certeza
que cada que da un golpe con su mazo de madera al formón o escoplo, este se deslizará
atenuado para ir sacando poco a poco esa figura, ese cuerpo de Cristo, que precisamente
el escultor sabe de qué manera debe irlo buscando. En esta fotografía de 1956,
es notorio el cuerpo, la cabeza inclinada, aún los lazos gruesos no se definen,
aún falta el detalle de los músculos crispados, aún la cara no se ha definido, así como el cóndor posado sobre el hombro ded este Cristo que ha sido golpeado
con saña. El escultor de boina y con traje de trabajo, un mono, recuesta su
codo derecho sobre el costado de su escultura, en su mano el mazo cilíndrico para
aminorar el deslizamiento del escoplo que mantiene firme en su otra mano. José Horacio
no mira hacia el fotógrafo, ya que está concentrado en su talla. A lo mejor
este momento de relax lo condujo a un pequeño intervalo donde es interrumpido para
la foto. En el piso la viruta que se ha desprendido es señal inequívoca de que ha
trabajado con ahínco alrededor de la madera, arrancándole su gran secreto, esta
imagen, este Cristo al cual él da su versión del momento en que los azotes
inician el camino al sufrimiento.
La beata Ana Catalina Emmerick vio en revelaciones que al ser aprehendido en Getsemaní “los esbirros ataron a Jesús con la brutalidad de un verdugo” y que le ataron “las manos sobre el pecho con cuerdas nuevas y muy duras".
“Le ataron el puño derecho debajo del codo izquierdo, y el puño izquierdo debajo del codo derecho. Alrededor de la cintura le pusieron una especie de cinturón con puntas de hierro, al cual le fijaron las manos con ramas de sauce; al cuello le pusieron una especie de collar de puntas, del cual salían dos correas que se cruzaban sobre el pecho como una estola, e iban sujetas al cinturón”. (1)
Cristo de los Andes (Miguel Angel Betancur). 2019 |
José Horacio da su versión sin haber tenido revelaciones. Ya terminada la
obra acaso es el reflejo del mismo artista, su concepción, donde lo sagrado se pierde
y ese Cristo atado de pies y manos, es un Cristo real. Un Cristo donde se
contraen los músculos de su cuerpo, no solo por ser atado de pies y manos sino
por los azotes. No vemos sangre ni llagas, pero en su rostro es preciso saber que
el sufrimiento ha sido temerario y lo ha apresado en su territorio. En este instante
él no puede zafarse, está solo en lo absoluto de sí mismo.
Está solo y sufre aún más, debido a que al secarse las cuerdas de bramante que
lo atan apretarán más. Betancur lo concibe atado de pies y con las manos atrás con
un lazo que le ata la cintura y le sirve de protección a su desnudez total. No
solo se le causa una inmovilidad total sino que se le humilla. Él ha sido admitido de rodillas en el
gesto más cruel para un ser humano donde se le piden cuentas, pero él no tiene
que rendirle nada a nadie. Betancur en esta escena le otorga a su rostro no
solo el dolor total sino ese instante en que la muerte augura sus premisas. Sobre su hombro derecho, inclinado, un cóndor.
Un amigo suyo, Rodolfo Pérez González, no dejó pasar esos días en que el escultor
se hallaba imbuido en este proceso: “José Horacio era de mediana estatura, con
una constitución leonina, maciza. Era recio y fornido. Cuando empezaba a tallar
el Cristo de los Andes, nunca pensaba
en un Cristo que pudiera servir a las devotas beatas de Buenos Aires para
alcanzar algún favor del cielo. Cristo era para él un rebelde, un
revolucionario de la estirpe de Jorge Eliécer Gaitán. Sin mucho fervor místico,
pero sí seducido por su escalofriante imagen de dolor, copió la cabeza del
Bautista, de Alonso Cano, en un tronco de cedro. Los sábados, después de
concluir la jornada, anunciaba el descanso, invitando a varios de sus
trabajadores para tomarse unas cervezas y comer sabaletas donde el pícaro Benedo.
En sus etílicas euforias se destapaba con algún grito de ¡viva! al partido
contrario al de la policía, lo que desencadenaba una trifulca que siempre
terminaba con dos o tres policías maltrechos y él con las costillas molidas a
bolillazos y el ojo derecho (siempre el mismo) tumefacto y amoratado. Después
de la batalla, regreso a casa, con la insistente recomendación de que no le
contáramos a Rica (su esposa Enriqueta) la verdadera causa de su deterioro”.
Hasta Alberto Aguirre, que conoció a José Horacio Betancur se conmovió: “Arte
popular, arte entero. La expresión del Cristo
de los Andes, en esa maravillosa proporción del cuerpo, en ese espasmo
agónico de cada músculo, refleja la violencia que sufre el hombre americano. Aquí,
en su esencia, el grano popular, en estas obras, a más de la ira, de la
angustia y el dolor, también la alegría prístina de mitos y leyendas, el vigor
en los animales, en el entorno primitivo. ¡Cómo padecía José Horado Betancur!“.
Pero ya en septiembre del 2021, un correo electrónico de José Raúl Jaramillo R.,
indignado, reclama por el abandono de esta talla situada bajo una suerte de templete
en Jardines Cementerio Montesacro. Allá vamos a ver una obra maestra, entre tantas que esculpió
José Horacio. El lugar con césped y al sol de domingo se nota sereno con los
deudos disponiendo flores en las tumbas de sus seres amados. En un cementerio
en la forma que sea, así en este campus, la serenidad es aparente porque el
dolor es mutuo. Alguien, al frente de una tumba, reza a sus allegados, otros pasean
advirtiendo de la pena de las ausencias; otros buscan en el césped una lápida,
pero a pesar de esa apariencia hay un dolor subterráneo, la presencia de la
señora muerte que corta de tajo una presencia.
El templete se nota desde lejos como una obra precisa para resguardar la
escultura, nada menos que el Cristo de
los Andes, de José Horacio Betancur, con una placa sobre el pedestal con su nombre y
la fecha de elaboración. Pero, y este, pero, es un reclamo, al mirar la escultura
caemos en la cuenta de que José Raúl tenía razón, el abandono es total, las escoriaciones
sobre el pecho de la escultura, así como en sus rodillas, el polvo y las
suciedades que la cubren son sinónimo de indolencia y abandono. Si dejamos que
siga en este estado en unos pocos años se perderá. Bajo el techo que cubre la escultura
las telarañas ya ejercitan su legado, señal inequívoca de que, por aquí, quienes
deben de cuidar esta obra, nunca aparecen. O, a lo mejor, se hacen los locos. No
sabemos si la obra está en comodato o a quién pertenece porque si no se toman medidas
efectivas se destruiría, sería mejor que fuera llevada al Museo de Antioquia donde
sería resguardada de tantas alimañas, entre las cuales se encuentran los
insectos que la carcomen, los pájaros y murciélagos que la ensucian así como los encargados de protegerlas en este abandono.
Sabemos que el negocio de la muerte es rentable, y nada hay más atractivo que
estar aquí bajo el césped inimitable, pero en otra ocasión. ¿Será que andan mal
las finanzas de Jardines Montesacro o no quieren gastar en preservar la escultura
que es la más valiosa por estos pagos y por estos céspedes del sur? Sabemos que
la muerte para los contabilistas de la empresa es siempre anónima, ya que quienes
llegan no reclaman, pero dejar en este estado una gran obra, nos llena de
preguntas: ¿Hay administrador en este lugar? ¿Hay responsable de los bienes o
están a la espera de que los reales dueños de la escultura le hagan una suerte
de mantenimiento para preservarla?
Cristo de los Andes. (Babel) Sep 20 / 2021 |
Desidia y negligencia es la palabra que les toca a los dueños de Jardines Cementerio Montesacro, que de sacros no tienen nada, sino ver como fluye la prosperidad de su negocio, pero de ninguna manera preservan el emblema de este lugar, el cual debería ser llevado de allí si no lo cuidan de una vez para su protección a un lugar más seguro. Lacas y resinas y un experto dejarían esta escultura como les fue entregada bajo el brillo de su protección. Si Jardines Cementerio Montesacro no quiere rehabilitar y proteger la escultura podríamos iniciar una colecta con ponchera, o una rifa para buscar los fondos. Además, no sabemos si en la capilla de este lugar hay un cura doliente con sensibilidad a una escultura de Betancur, que no es cualquier escultura sino la obra de un gran maestro que le dio, además, presencia a los mitos de Antioquia.
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Dice eL PEMP:
Capilla y Conjunto Escultórico Jardines Montesacro (Bien Interés Cultural) Ficha Pemp 2012 BIC (Bien de Interés Cultural) Capilla y Conjunto Escultórico Jardines Montesacro –Ficha Pemp 2012-. Documento técnico PEMP –Plan Especial de Manejo y Protección del Patrimonio – recepcionado por la administración de #Itagüí en 2012… Aún en proceso de lleno de requisitos por la administración municipal para surtir trámite de visto bueno por el Consejo Departamental de Cultura y aprobación administrativa municipal.
360-032 Jardines Montesacro.pdf
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"El Cristo de Los Andes es una obra escultórica tallada en pino, de tres metros de altura, elaborada por el maestro José Horacio Betancur en 1956. La obra se recuperó de una casa de arte de la ciudad y la restauración estuvo a cargo del maestro Miguel Ángel Betancur, hijo del autor".
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(1)(RobertoO'Farril en:
https://www.capitalmexico.com.mx/opinioncapital/cuerdas-con-que-fue-atado-jesus/)
1 comentario:
ES HORA DE SALVAR ESTA JOYA ESCULTÓRICA...QUE ENALTECE A ANTIOQUIA. NO MÁS DILACIONES. ESPEREMOS QUE EL GOBERNSDOR LUIS FERNANDO SUAREZ VÉLEZ Y EL IDEA PONGAN MANOS A LA OBRA. NO PIDO LA INTERVENCIÓN DE LA ALCALDÍA DE MEDELLIN, YA QUE LA INEPTITUD QUE HOY LA ENSOMBRECE, NADA RARO LA UTILICE PARA HACER CON ELLA UN RITUAL AL DIABLO.
SEÑOR GOBERNADOR LUIS FERNANDO SUAREZ VELEZ...QUEDA EN SUS MANOS, POR FAVOR.
JUANFER pericles50@une.net.co
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