SOBRE LA IMPUNIDAD MORAL
Darío Ruiz Gómez
Si algo define el rechazo
que se está dando hacia la clase política hoy en muchos países y por supuesto
en Colombia es el cuestionamiento que la ciudadanía hace al concepto de representatividad; reacción que puede comprobarse en la altísima abstención electoral en Estados
Unidos donde ha alcanzado el 55% y en Colombia donde estas cifras han
sido más altas. Un ejemplo: el debate sobre la representatividad de las llamadas
minorías étnicas, sexuales, religiosas que
en lugar de debatirse con la
necesaria participación de la opinión
pública por el contrario y mediante
componendas fue impuesta de manera
unilateral, buscando objetivos
claramente electorales, esto, cuando los
llamados Partidos tradicionales han demostrado ser estructuras de poder burocratizadas, sin contenido alguno democrático, con dirigentes inamovibles que solamente están interesados en
ganar unas elecciones y no en resolver los
graves problemas de salud, educación, seguridad, de impedir que la
Justicia se desnaturalice al enfrentar a los verdaderos autores de la
violencia, y , sobre todo de proponerle a los colombianos un proyecto necesario de país: ¿Qué es hoy Colombia y qué somos los
colombianos? Pregunta que en medio del descrédito de la política se formularon los grandes pensadores en 1898 respecto a una España
invertebrada, España como problema, tal como lo propone Ortega y Gasset, y que de salida los lleva a la tarea primera de adentrarse en el hondo tesoro de los
pueblos ignorados, de las culturas vejadas, de culturas orales que resistieron
la mediocridad impuesta por la politiquería, por el caciquismo, Unamuno, Ortega, Manuel de Falla, Antonio
Machado, Azaña recuperaron el rostro
fresco de una tradición popular que se necesitaba para emprender una renovación
de la cultura política en España. Un país es un destino, pero para otros, tal
como lo seguimos viendo a través de las bancadas de la “Oposición”, parece ser la tarea permanente de desintegrar nuestra sociedad para
imponer una sociedad de esclavos
políticos y para que reine la impunidad. La voluntad de llegar a reconocerse en
un país real a partir de la diversidad
de sus regiones, de sus etnias, fue igualmente la
vocación de nuestro Humanismo del
siglo XIX y está presente en los fundamentos jurídicos de nuestra República al cual debemos la existencia de una vigorosa
tradición civilista negada
empecinadamente por los defensores de la “cultura científica y de masas” La Pandemia al
recluirnos, repito, nos ha permitido ver
bajo una nueva perspectiva, el abismo
profundo que continúa separando al llamado país político del país nacional. La
diferencia que se ha establecido entre el llamado “país nacional bogotano” y el
país real, ya que desde Santos ese país
nacional bogotano nunca había sido tan
absorbente, nunca llegó tan lejos en volver
espectral al país de las regiones, del pluralismo cultural. ¿A quién
representa entonces esa suma desconsiderada de falsos representantes ante las Cámaras
y el Congreso; al Centro o a las
periferias? ¿A quién pueden representar los Verdes o los Comunes, el Polo?
Colombia como problema que
exige respuestas ha sido a lo largo de nuestra historia un reto moral que desde
los grandes pensadores liberales y conservadores
ha permanecido abierto para quienes lo han sentido personalmente como un dolor
que no cesa en su búsqueda de contar con
una nación y una patria: Caro, Uribe Uribe, Súarez hasta la Generación de 1939,
los Zalamea, Silvio Villegas, Alzate Avendaño, Gabriel Turbay, Lleras Camargo, Armando
Solano, Silvio Villegas, López de Mesa, Fernando González, Baldomero Sanín, Germán
Arciniegas, Caballero Calderón y después
Hernando Téllez, Morales Benítez, y un
pensador universal, Gómez Dávila, etc. Proyectar, como recuerda Goethe, desde
la perspectiva de lo universal la
importancia de la aldea planetaria. Este
es el reto de quiénes creen y aspiran a la democracia para convertir la nación en un diario plebiscito
tal como lo pedía Renan.
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