Félix Ángel |
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TANTAS VIDAS, MIGUEL
Félix Ángel
Tragaluz Editores, 2021
Víctor Bustamante
Félix Ángel escribió hace unos años, 1975, un libro provocador, Te quiero mucho, poquito nada. El escándalo
llevó a que este libro fuera devuelto a su dueño desde las librerías y, además,
un testigo, que no lo leyó, añade que el padre del autor compraba los remantes en
las librerías que lo admitieron. Ángel, convertido en un demonio por la opinión
pública, debía mantenerse medio escondido ante el insulto presente de algunas
personas. Pero si la temática gay es la que se perfila y franquea la ciudad, Medellín,
el libro es mucho más, matizado con cierta ironía y desparpajo ya que la
creatividad de Ángel, va más allá de lo establecido por esas interpretaciones
parciales. Pipe Vallejo, un desobediente total, indaga otra manera de
escritura, otra manera de ver el interior de la ciudad, y a su autor de
escribir un texto donde inserta diversas formas narrativas, así como pinturas
de su creación, y diversas gráficas, además reminiscencias con portadas de
revistas, una de ellas, El Gráfico, lo
cual abre la discusión a esa forma de pensar que cohabita el Medellín de los
años 70. Todo un acto de valor y de ética ya que Ángel al abordar ese tópico e
ir de frente a esa sociedad ultramontana y llena de pudor donde se obvian los sitios secretos visitados por los
gay alrededor del Parque de Bolívar, lugares de acopio y de citas que en ese
tiempo se referían como a los maricas y a los cacorros como una manera de
vilipendiar otros gustos, otros territorios, otros cuerpos, en el colmo de una
sociedad que controlaba y auditaba el amor, el sexo; la cultura transgresora
llevada a una zona de exclusión que subyace ahí paralela, pero que no se
menciona, y al no mencionarla, no existía. Para mayor ofensa cohabitaban en esa
Medellín poderosa tras el fordismo en las industrias textiles y aún definido el
cauce moral por las procesiones religiosas con un Cristo lacerado y de rodillas,
sangriento, para conmover, y en otros recintos, junto a otros oradores con
discursos bipartidistas de concordia nacional, que se robaban los presupuestos
para su beneficio. En ese ámbito de congojas y mentiras Félix Ángel fue feliz
al sacar en la portada del libro su rostro para que no quedara duda de que él
era el autor. No permanecería así, sepultado por sus palabras, sino que daría
la cara, desafiante y perturbador.
Decía que el libro va más allá, ya que el escritor ubica la topografía
citadina con sus nombres, lo cual permite situar determinados sitios caros a él,
así como saber que con el tiempo esos lugares quedan como punto de referencia
de sus pasos y de su aliento: el teatro Ópera, La Playa, El Gritón, la rotonda serena del Pablo Tobón,
y por supuesto Junín siempre ávida de transeúntes,
Asimismo aunado a sus juegos de palabras, la perseverancia del narrador que
rompe y vuelve a provocar. Algunas veces pensé que Ángel hubiera podido ser nadaísta,
pero hay algo cierto, sí estuvo cerca por Junín, la calle mayor tomada. La edad
de ellos, unos años mayor, parecía no admitir otro tipo de personas.
Ángel, además, sigue esa tradición de pintores que han deslizado su talento
hacia la escritura. Dalí es uno de ellos. En uno de sus libros, Diario de un genio, escribe que existe y
además, se auto abraza y se felicita, ni que fuera Stendhal, muy gozoso porque se
ha dado cuenta que él es Dalí y así más rumia sus pensamientos en su cama desde
las mañanas. Eleonora Carrington con ese mundo surreal, tan propio, con esa
creatividad a flor de piel también ha escrito cuentos, uno de ellos,
Conejos Blancos, valorado por
Cortázar. William Blake con sus inspiraciones místicas le decía a su mujer,
mientras lo acompañaba de noche en su cita con la pintura, que podría tener un amante.
Gunter Grass vivió en diversas ciudades de Europa vendiendo sus dibujos. También
merodearon en sus lienzos Miller, Bukowski, Kerouac, hasta Sábato recorrió esos
terrenos como catarsis para no quedarse ciego. Si menciono esa posibilidad de
habitar dos formas de expresión artística es debido a que presiento que estos virtuosos
necesitan rebasar el límite de las palabras, de las hojas escritas, para
proseguir su actividad en el lienzo con los colores y, asimismo, seguir creando
otras esferas, otros laberintos, otros temas dentro de su mundo personal. Así
como explorando a través de estos dos procesos para expresarse. Eso sí ambas se
complementan, aunque muchas veces, domina una de ellas. También Félix Ángel mediado
entre estas dos formas creativas combina sus grabados con la escritura, como si
pulsaran su agudeza y así producir un libro total.
El alboroto que produjera en Francia un libro de Jean Genet, Querelle de Brest, con dibujos de Jean
Cocteau, también escritor, incrustó veintinueve dibujos, repito, escandalosos,
y que ya pasado el tiempo dejan de serlo, pero sí mantienen algo
real, Genet condenado a prisión ocho meses con multa de miles de francos a
bordo. Escampándose de prisión perpetua por ser considerado por Cocteau frente
a los jueces, “el más grande novelista de la era moderna”.
Ya pasados esos momentos aciagos y muchos años de reivindicaciones en que la sociedad se vuelve más liberal, Félix Ángel escribe, Tantas vidas, Miguel (Tragaluz Editores, 2021), que narra la vida de Miguel O’Brien, economista que ha llegado a las más altas esferas del éxito profesional y social debido a su disciplina en el estudio, capacidad en su trabajo, y además vive en una zona de prestigio en Washington. En él es notorio su acento por el buen gusto, su buena vida, su regusto por la ópera, el cine y la música, sus viajes al exterior, su disciplina gimnastica, su aplomada existencia, su rigor cotidiano con una vida plasmada por la severidad de la agenda en su oficina. La llama la jaula y se le asemeja al paisaje que ve desde su ventana, “la jaula de cristal del Botanic Garden, con sus especies exóticas viviendo todas bajo el mismo techo, sin relación con el mundo exterior, algo así como a veces sentía que sucedía en el suyo”.
En síntesis, es un triunfador que tiene su panorama social definido, sus
metas precisas, que ha trasegado bajo este eslogan, El tiempo es oro,
con el trascurso de sus días aprovechados al máximo. Todo un ejemplo de
rectitud, de ética, de responsabilidad. A veces parece un personaje de una
telenovela perfecta, sin macula, que urde en su oficina junto a su computador pinceladas
precisas de algoritmos que le entregan fractales de triunfo y buenos resultados
en una existencia tan llena de prestigio y de decisiones y compromisos donde el
caos y la penuria del fracaso han sido expulsados ya que su territorio es el de
una oficina plena de comunicaciones y pantallas blancas de ordenadores precisos
para que Miguel aproveche su idoneidad.
A esa vida apacible y desbordada de trabajo y de éxitos con una secretaria
que maneja su agenda, es decir, su tiempo y posibles citas de trabajo, se
contrapone el otro, aquel que desciende en las noches la escala del profeta
para vivir el otro mundo que lo toca, los restaurantes, los bares, y estos asociados a la noche, esa
noche que libera del mundo reglamentado del trabajo y de lo cotidiano y que
entrega las fauces de ese otro territorio sorprendente que desembolsa asombros
y certezas, encuentros y palabras, redenciones y suplicios, y sobre todo
enigmas y placeres en lugares de lujo para Miguel que ahora es un sibarita
entregado a los secretos de la carne tierna para sus fantasmas, es decir,
siempre otros cuerpos que serán secretos. De ahí la curiosidad, la
perseverancia y el rito de buscarlos. En la noche a Miguel se le abre la otra
ciudad, lejos de la ciudad blanca, perfecta; aquella definida por el mapa y la
marca de los lugares, recintos de citas gay donde Miguel bebe licores costosos
y da altas propinas a los meseros mesurados, sus cómplices. Allí, en cada bar,
Miguel se sitúa en la barra, suerte de panóptico donde se da cuenta de la
llegada de los diversos habitúes y de un posible ligue ligero. Miguel que ya es
Michael, Mike, Mikhail o Micha, sale de su burbuja y entra a esa ciudad a
Washington desde una perspectiva muy personal, se ha apropiado de ella. Sus
bares nocturnos le dan ese toque de distinción porque aún en la noche conserva
su elegancia, su espíritu refinado merodea en The Jazz Menagerie donde conoció a Prescott, en Metrópolis
la discoteca de moda, Annie’s, en The Fire Trap, o El Granero donde conoció a
Emmet que, a pesar de ser un antro siniestro, lo proveía de sus
aventuras eróticas con hustlers, muchachos dedicados a la prostitución.
Total, Félix Ángel ya es un habitúe de Washington, conoce sus secretos,
camina por sus calles, habita sus zonas culturales, pero ante todo lo deja
percibir en su prosa:
“Camino a su apartamento tomó una ruta larga e innecesaria. Se desvió por Connecticut Avenue, hasta llegar a Dupont Circle a la altura de Massachusetts Avenue. Estacionó el auto y se sentó en una banca del parque Dupont a esperar la puesta del sol, su forma personal de decirle adiós al verano con la mente en blanco.
“Sumaba dos días confinado en casa. Desde la terraza veía Pennsylvania Avenue relativamente limpia, no por cortesía sino por prioridad de la ciudad en despejar la que se considera la avenida más importante en el Centro de Washington y el Centro del Gobierno Federal, rematando el North West con El Capitolio, que a su vez es el hito de los cuatro cuadrantes en que se divide la ciudad”.
Ángel seguro que la mañana la dedicará a visitar la nueva instalación
de escultura en la colección de la National Gallery. “Encontró arrolladora la
fuerza expresionista de Auguste Rodin y la fineza de Paul Manship, a cuyas
obras dedicó especial atención”.
“Aprovechó para almorzar en el restaurante de la galería, y de allí fue a
tomar café a The Willard Hotel, sobre Pennsylvania Avenue, haciendo tiempo para
la función de vespertina en el Kennedy Center, una pieza de teatro de un
conocido autor norteamericano. Remató la noche cenando en un pequeño
restaurante griego en Dupont Circle”.
Debe considerarse, Tantas vidas,
Miguel, ¿debido a la aprehensión de Washington una novela americana o una
novela escrita por un colombiano en Estados Unidos? Lo digo porque fue escrita
allá, y el nivel de apropiación de esa ciudad y de sus lugares ha sido ajustado
y enseñado por Ángel, no como un turista de paso, sino como un escritor que la
recorre palmo a palmo, que conoce la capital del imperio en todos sus rincones,
sin referencias de ocasión sino como una experiencia personal. Me dirán que el
escritor no tiene patria, pero esa es una alusión banal ya que el escritor sí
tiene patria, sus palabras, en este caso el idioma en que fue escrita. Como es
de esperar los lugares, la topografía citadina la señala Ángel en inglés, así
como la música, así como las diversas películas y los dos libros que menciona,
además hay diálogos en inglés que permiten que el lector sepa que, en esas palabras
escritas en ese idioma, a lo mejor Ángel quiera enfatizar más en determinadas
actitudes, nunca para obviar certezas. De tal manera esta novela se puede
insertar en la tradición de Whitman, de Kerouac de Burroughs, de Ginsberg.
Además complementa la tradición colombiana de Arias Trujillo, y desde 1975 con Te quiero mucho poquito nada, con escritores
de peso como Harold Alvarado Tenorio, Fernando Vallejo, Rubén Vélez, Fernando
Molano y Óscar Castro, cada uno de ellos dando un punto de vista muy singular.
Eso sí a Ángel, ya ciudadano americano, que aún mantiene lazos fuertes con
Medellín, se le cuelan algunas expresiones antioqueñas: burrada, parrandero, despelote,
encoñado, no lo devuelve el putas, machacada, metida de pata, sandunguera,
sopapo, bregar contigo, gorrearme, embarrarla, levante, malagradecido,
sacarse
las piedras. “¿Que si qué? Expresiones
que indican una época en la cual él vivió pleno en la ciudad, y que denotan que
sus raíces aun perduran así sean remotas, pero visibles en esas mismas palabras
que merodean, mejor decirlo de una vez que le son presentes.
“Hay muchas personas que conozco
pero que no conozco”, decía Samuel Beckett. Estas palabras para referirme a la
relación que es la médula de la novela, la de Miguel con Nathan, ya que después
de cuatro años se desvanece esa convivencia como una pompa al aire de cualquier
tarde. El último en darse cuenta es Miguel que, a pesar de estar atento, no se
da cuenta del universo nebuloso de Nathan quien se guardó todo el resentimiento
para luego romper la relación, que no es más que un estado de conciencia, lejano
oscuro, y terrible para Miquel que ha quedado golpeado y debe buscar consejos
en sus amigos, pero, sobre todo, en su médico y luego donde un siquiatra
estéril en conceptos. Y así Miguel debe tomar ansiolíticos para poco a poco regresar
a la vida normal de la cual no se debe haber salido, después de vivir un relegamiento,
una ruptura que ubica a Miguel en su verdadero estado: la fragilidad humana.
Miguel O’Brien mantiene cada acto de su vida mediado con el pulso de la
legalidad, previsible en los abogados que custodian sus decisiones financieras,
y de negocios, en su constante por el orden y el aseo, la limpieza casi una
catarsis, lo cual lleva a que cada relación que viva sea enfocada desde su
punto de vista, la perfección, como sinónimo de afecto y responsabilidad.
Miguel no ejerce su relación de poder, le basta su ejemplo de vida para que el
compañero de turno actúe como él. De esa manera asume un carácter peculiar,
casi patriarcal del amor gay. A cada uno de sus amantes le ayuda en lo
económico. A Emmet le regala un reloj costoso y le crea una agencia para cuidar
sus intereses boxísticos; a Cooper, díscolo musico y bebedor, le presta dinero
y le colabora para sacarlo de la bancarrota, también muere en un hospital como Ashton.
A Ashton le colaboraría con dinero mensual. Arman mentiroso presente lo disloca,
pero Prescott estudiante de leyes será uno de los elegidos. Nathan perdura en
la novela como su gran amor, ante un ejecutivo eficiente que asume la cuestión
afectiva muy lejos de la sobriedad de ser un economista entre balances y altas
decisiones financieras y eso sí con los agüeros como el del cisne negro.
Es notorio en la novela lo que llamo la razón de vida de Miguel, ser un
personaje sin tacha, indomable con el éxito personal como idea fija. Veamos: “El
nuevo apartamento de Miguel es el penthouse de uno de los pocos nuevos
edificios construidos en el centro de la ciudad. Posee amplios ventanales y una
terraza desde donde divisa gran parte de Pennsylvania Avenue, The Capitol
Building sobre el cerro al fondo de la avenida, y lejos, al otro lado del
parque, la jaula de cristal del Botanic Garden”
O también desde este punto de vista ver como su disciplina lo ha llevado a
conseguir un alto nivel de vida muy temprano: “Miguel tenía treinta años,
convertido en un adulto intelectualmente diverso, económicamente boyante,
físicamente irresistible, un profesional brillante para quien la vida parecía
sonreírle por todos lados”
Dos vidas posee Miguel, en ese énfasis de la existencia cotidiana, el
hombre culto elegante y gimnasta que quiere verse bien, y aquel que en las
noches sale a los bares, que da propinas a los meseros, que es conocido en
aquellos sitios donde se sitúa a tomar Sello Negro doble en las rocas para afilar la mirada y situarse en la barra
de esos bares como en una suerte de panóptico para buscar sus ligues lisonjeros,
eso sí como una manera de pasar el tiempo. Miguel es un cazador solitario que
vive enamorado del amor. Disfruta con la elegancia, con el instante efímero,
eso sí silencioso, al punto de bordear lo frívolo, pero a la hora final esas
visitas, esos ligues poseen esa solidaridad que denota ese ser humano,
desprendido y generoso.
Ese carácter afectivo de Miguel, así como su bon vivant es notorio en
algo: termina creando una suerte de ménage
à trois gay. Así en ese estado de
catarsis personal deja un final abierto, no sabremos si regresará a su coto de
caza que son los bares con su música suave, sugerente, y con su escasa luz que
pinta la atmósfera de un tácito tono de complicidad. Ya sabemos que los bares
son postas en medio de la noche donde llegan desconocidos de todo calado a un
encuentro fortuito, donde lo ocasional no permite que haya repetición de un
encuentro a no ser por la casualidad o por la reiteración. En los bares y sus
citas clandestinas, en los bares y sus citas sin reclamos, sin historias previas,
hay una brújula definida por un norte, el placer, la fiesta, sin reclamo, así
como el carácter sin alardes, sin aspavientos, sin exageraciones como es
narrada esta novela, que indica la madurez de Félix Ángel para
abordar un tema que con los días se integra a la sociedad.
Investigadores, teóricos, pensadores deleuzianos e, incluso, estetas posmodernos, han explicado desde hace tiempos que debíamos haber reconocido otra
sensibilidad en este umbral de liberalidad y apertura en la que hemos entrado
después de siglos de silencios y señalamientos. En Cuba, “Territorio libre de
América”, se crearon las UMAP, campos de concentración para homosexuales y aún
se recuerda como el Che en la embajada del Congo al ver los libros de Virgilio
Piñera ordenó que los echaran a la basura por maricón, así dijo ese despreciable
esteta de la muerte.
Hemos entrado en un período de aceptación a otras clases de amor en que hay
una dilatación de una moral imperante coercitiva y señaladora que enturbia otros
campos como son lo personal, lo financiero, lo científico, lo competitivo, así como lo artístico y lo psíquico que arrastraba
la sensibilidad al centro de las tinieblas con un vórtice arbitrario sobre la
misma civilidad. De tal manera es indispensable integrarse a ese todo pues, incumbe para reconocerse y apropiarse de todo. Las palabras de señalamiento
quedan a la deriva, pasan de ser un insulto y una burla para llegar a ser desechadas
en un medio como el colombiano y, aún más, en el americano donde se expresan o
se resignifican en el ámbito cotidiano, ya sin ningún atisbo de exclusión.
En esta novela cada uno de sus personajes se siente dueño del espacio
emocional que habita, así como de sus decisiones. No existe doblegamiento ni
una manera de denegarlos y aprisionarlos, menos de chantajearlos. Miguel, sobre
quien gira la novela, es una persona tranquila que domina la escena donde se
encuentre, su solidaridad y su dinero emerge en forma correcta en el lugar
donde se halla. Eso sí su infidelidad es previsible en los bares con aventuras donde
la noche lo conduce a redefinir y a asumir dos amantes con los cuales convive.
Así la novela queda abierta porque ya sabemos de la vida con sus exparejas,
pero no con dos a la vez con los cuales se compromete y con los cuales es
infiel a medias en su misma presencia. Así no tomará más ansiolíticos.
Paralelo a las palabras que conjugan una historia en esta novela, es
necesario tener presente los grabados que la acompañan. Así observamos como se
desdobla el artista, lo digo por la claridad de su escritura, sin zonas
muertas, sino que fluye. Ángel ha cohabitado con estas dos formas de expresión.
Ninguna le es ajena. En su narrativa cuenta las diversas vidas de Miguel a
través de su acercamiento a los otros. El lector le da su color, la ambienta. También
asume a sus personajes. Cada lector imagina una manera diferente de acercarse
a la obra, y hace hincapié, y particulariza en los diversos mundos que se
cuentan. En cambio, en el grabado, es notorio el contraste y en la textura entre
blancos y negros. Dos colores que son polos opuestos donde se dibujan los rostros
angulosos, a veces distantes. Se crea, de tal manera, esa dicotomía en leer y observar,
pero también al ver los dibujos se notan diversas escenas que ilustran estados
de ánimo. Ambas expresiones se conjugan mediante el pensamiento. En una las
palabras, en otras permanece la imagen, pero estas hay que decodificarlas con
las palabras. Solo en pocos grabados hay palabras en la K, la hoz y el martillo
y AD (pág. 50). En Wild safari (pág. 81) y en las págs. 169 y 456 el león con
el libro abierto. ¿Un recuerdo del león alado con el libro de la catedral de
san Marcos? Y luego cuando Miguel es homenajeado en su cumpleaños, Man on the
moment happy birthay. En la novela también hay un pequeño n tributo a los
libros cuando Miguel lee, Tender is the
night, de Scott Fitzgerald, y una persona mayor que lee en un hospital con
voz pausada The Flame Trees of Thika
de Elspeth Huxley.
En estos grabados Miguel se distingue en su aquiescencia con el celular y
en su seriedad al utilizarlo, así como frente a la pantalla del computador en algunos
grabados, pero también la parte erótica se ve mencionada por los personajes musculosos,
rodinianos, y por el beso como expresión máxima de encuentros y de afectos.
¿Por qué esa facilidad en Ángel de franquear su labor artística simultáneamente
como pintor y escritor sin que ninguna de estas se contradiga, colapsen o
choquen, hasta llegar al punto cero de contradecirlo? Ambas se solidifican en
el carácter mismo de quien las propone, en este caso no se distancia de ellas,
sino que las presenta y aún más las vuelve muy efectivas. Aquí, además de las razones mal entendidas
sobre la posibilidad de expresarse, denota, aleándolas, dos artes casi como un
intento de desalojo. Habría que tener presente la determinación, mejor su
determinación, en indagar otras posibilidades que se complementan al convertirse
en una unidad, precisamente en una época en que los diversos géneros narrativos, en que las
diversas artes confluyen, sin recetas, desde la centralidad de un artista que las
necesita para decir lo que tiene que decir. De ahí que en él ninguna de ellas,
la escritura o la misma pintura, desautoricen que una es auxiliar de la otra,
sino que ambas poseen caminos diferentes, así como hallazgos, solo que en Ángel
son necesarias para solidificar su presencia. Ninguna desautoriza a la otra,
ninguna es auxiliar de la contraria. Ninguna se duplica en el espejo; son
autónomas con esa autonomía que permite que cada una exprese su universo. Cada
una posee una expresión diferente, más variable en la pintura, en las de trazo borroso
o hasta la serie de los caballos, de los beisbolistas, hasta estos grabados que
siguen una constante de Ángel en indagar otras posibilidades. Pero esas faces
de la pintura no corresponde ahora mirarlas en su conjunto.
Ángel se trasvasa, con precisión y con rigor, de la escritura a la pintura,
o, al contrario. Cuando él habla, es decir, se expresa a través de diversos formatos
donde confluyen las dos artes más antiguas, inquieta. De ahí que cuando leemos sus
libros o miremos sus grabados, concluimos que algo tiene que decir, que ese
algo lo ha trasmutado al darle la expresión que se merece con su toque tan
personal. Así Ángel se encuentra sosegado, respetuoso del tema sin ninguna
jactancia o camino hacia el escándalo, porque sospechamos que algo dirá, que
ese algo establece un punto de continuidad y contigüidad de una obra que hace
años busca caminos, indaga y concluye, que él siempre ajusta y, pulsa para que
no escape de sus manos. De ahí que no desconcierta, sino que nos hace reflexionar
sobre sus contradicciones, pero, sobre todo, en su autenticidad, esa que es tan
difícil conseguir en estos tiempos donde su pulso indaga para decir que, quien escribe, causa un destello en el domo del cielo esta noche.
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4 comentarios:
Felix, todo un intelectual, escritor, artista, se queda corta esta descripción, agregaría: generoso dando apoyo a los artistas gráficos de Medellin
Los libros, a veces, se enaltecen o derrumban sobre el papel como sombras o fragmentos del yo que no vimos antes, que deja de lado o se ha extraviado. Pero lo valioso de este ensayo no es mera información, sino que es la constitución de la patria interna, una patria inmortal y lejana de la escritura que sé que reposa y aplaude en esta novela que leeré. Gracias poeta
Interesante nota que hace sentir deseos de conocer al personaje.
Hola excelente artista me podrían regalar su correo
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