Horas sin tiempo de Raúl González
Víctor Bustamante
Cada que me
encuentro con Raúl González es algo inesperado, ya que habitamos casi los
mismos lugares de la ciudad. Una caminada por Junín, Versalles, a veces, el
Parque del Periodista, otras, Katrú. Pero cada que lo encuentro debo ir a
saludarlo para intercambiar algunas palabras, por una razón de peso, hay amigos
con los cuales, después de unas copas o de alguna discusión de
cine o de algún libro, es necesario reiniciar ese diálogo interminable, presente. Uno de sus espacios creativos, plenos, es la ciudad; esa ciudad
que él ha fotografiado, que ha caminado, que ha buscado, vivido y bebido, con
un tamiz esencial, la noche, y que ahora poetiza, atrapa con sus palabras. Lo
atestiguan La Arteria, El Jurídico, La Huerta, El Oro de Múnich, La Bahía, El
Panamá, El Tibiri Tabara y, sobre todo, La Boa. Postas para la noche con la
lucidez de la conversación con los licores que alegran y persiguen el límite de
la madrugada. El cine, la fotografía, la factura gastronómica, viajar y la
caligrafía lo mantienen activo como temas sustanciales. La pasión por los haikús tal vez lo
asemejan a otro vagabundo, Matsuo Basho, que poesía su cabaña alejada del
mundanal ruido para poder concentrarse en esas pocas líneas, y escribir: Este
camino nadie lo recorre salvo el crepúsculo. No sé si la afición de Raúl por el
haikú se deba a esa probidad y silencio del escritor japonés. Lo cierto es que
comparte con él su aserto por los haikús sin ser un devoto malgeniado, que se
asusta cuando le realizamos bromas, ya que Raúl es un poeta de verdad. Su
alejada cabaña en San Jerónimo, su continuo caminar por las montañas y caminos,
sus extravíos en los bosques dan la cercanía con Basho. Allí, en su refugio del
Llano de San Juan, ha adquirido la mesura cuando se aleja solo un poco de la
bohemia citadina, ya que Raúl González posee la ciudad no solo con sus pasos nocturnos,
sino con sus largas marchas protegidas con esa paz y esos
silencios que el poeta necesita para suspenderse en el éxtasis preciso de la
creación y de sus silencios.
Todo lo anterior
para establecer ese diálogo entre lector y escritor. En estos instantes me
detengo en su libro de poemas, Horas sin
tiempo (2010, Los Octámbulos Ediciones), para iniciar una conversación con sus
poemas, como diría Quevedo, En la paz de estos desiertos y con tantos doctos libros
juntos. El libro media entre el lector y quien ha escrito. En el texto perduran
sus palabras que lo expresan y que seguro él ha buscado y vivido; esas palabras
que permiten que él aprese y exprese los días, su experiencia cotidiana, así
como esa experiencia interior que lo conduce a la necesidad de escribir, ya que
él debe formular lo que ve y siente. En estos poemas Raúl posee una escritura
definitiva, ya que posee su propia expresión sin titubeos para percibir su
sensibilidad ante el refugio del campo como experiencia continua, la noche como
impulso de sus encuentros, así como de la soledad que lo lleva a interrogarse
sobre la escritura como un posible terreno no baldío, sino lleno de presencias
que lo conducen a la reiteración del ser; en ellos se afirma. Un libro es una carta
arrojada, enviada, entregada al mar del tiempo y de la noche, y que el lector recobra
en la playa de este día de abril para encontrar sus palabras, ese diálogo que persiste
de otra manera al pasar y leer y releer cada página para encontrar el sello de
quien escribe.
Pero, ¿de qué trata
y qué significa Horas sin tiempo? La
pregunta surge porque un título expresa a quien lo escribe, un título es el
portal a su morada, a su morada interior, repito, ya que los títulos son pensados, son escritos, reescritos hasta que se convierte en ese aviso necesario en la vera
del camino, de las noches o de los días, y en la inmensidad de los libros alineados
en un cuarto.
Horas
sin tiempo según el poema del mismo autor, responde a esa
pregunta, enseña en la sumisión del alba la mirada absorta, llena de perplejidad
de quien escribe y describe a partir de las gotas de agua que caen a los frutos
y a las hojas. A esta hora es el inicio de la creación de cada día y, de repente, se agolpan en el poeta los parajes que salpican el alma, los pensamientos del
hado, los ensueños, los dioses desperdigados, las grafías de la muerte que,
“penetran como hiel en lo profundo del ser”, mientras el agua se desliza lenta
y continua sobre las rocas. El poeta se descubre asombrado en la irrupción del
alba misma y en la contemplación del día que abre el mundo, pero que lo arredra,
lo sobrecoge, en ese éxtasis que lo llevan a interiorizar lo antes dicho. De
ahí que el primer capítulo, Diario del campo, el poeta asume su comunión y
conjunción con la naturaleza de una manera total donde él se haya a gusto:
placidez y silencio, tranquilidad y meditación, lo llevan a detallar esas
hojas, esos árboles, los pájaros, el ámbito, el paisaje que lo sobrecoge. Estos
poemas demarcan su alejamiento con la urbe. De ahí que en ellos notemos mucha
prolijidad, mucha comunicación, mucho apartamiento para detallar cada momento,
cada experiencia, cada hoja, cada árbol, cada fruto. Incluso sentimos el agua que
gotea bajo la luminosidad, de la misma luz que la define, y él debe contarla.
Ya en Diario de la
noche, el poeta, aun inmerso en el campo con esos paisajes que ya son su
huella, se abre a la escucha de los sonidos de los grillos, murciélagos y de
otras presencias que en la noche pueblan, ese pasaje hacia el interior, pero
que no lo horrorizan, sino que parten el silencio alumbrado, a veces, por la Coleman
donde el poeta se haya solo en compañía del paisaje que él disfruta; paisaje que es suyo y, además, en ese paraje construido
con sus manos, la casita, la cual describe con ternura, como la morada, su
morada, extensión de su refugio.
En Diario de viajes el poeta busca otros lugares y ligares, hay un hotel con ruidos y ritmos nuevos en
la mañana. Irrumpen ancestros, deidades, sendero de piedras, la ciudad costera donde
escucha vallenatos que describe, pero no nombra. Así como navega el río
Guayuriba, donde ha practicado rafting sobre el lomo de ese río que es manso, a
veces, y otras es torrentoso, desafiante. También hay un poema, el más sentido
de todos, “Signos de memoria”, dedicado a la abuela como la expresión de ese
viaje sin retorno: la muerte.
En Diario de ciudad,
ya aparece el otro destino de Raúl ser un caminante citadino. Él nos dice con
sus palabras: “…ciudad de sueños detenida / en el silencio y en el ardiente
goce / ciudad fluyente de ti”. El poeta ha dicho, ardiente goce. Cierto. La
ciudad le trae otros caminos, que son las calles pobladas del ideal posible, la
fiesta, las mujeres, el licor que desborda, así como esa colcha de la noche que
cubre los lugares para que el poeta se asile, y vuelve a salir; allí esperan sus amigos. Hay otros lugares donde habita la vida en todo su fragor, y el recuerdo de la mujer como en Desolación, con el rasgo de los años que la sacuden
y cortan la piel mientras el poeta huye a la noche; se asila en ella. El poeta se
haya sacudido por esas calles, que alguna vez marchó con las lecturas de
carteles que vociferan reclamos y con la factura de esas voces buscando un mundo mejor que
nunca llegó, pero no lo hace como un fracaso sino como la pregunta ante el paso
del tiempo que lo arredra en esas horas sin tiempo en que la ciudad lo obliga a
asilarse en sí mismo. En estos poemas, él se hace más preguntas por su ser. Llegan los recuerdos,
las temibles nostalgias que asoman sus hoscos atisbos y pesares. Pero el poeta
no sucumbe a la nostalgia, mejor dice: "Somos tan frágiles / cuando
caminamos / por oscuros callejones /confiados /en el silencio de la noche / en
la lumbre /de estrellas/ tenues rayos de luz / la ciudad".
Hay un poema, En la
sombra del tiempo, el perseguidor anónimo prefiere seguir y mirar y admirar la
chica que va tranquila sin saber que alguien la ha mirado, que alguien la ha
admirado y la ha detectado, y por eso ha olvidado para donde va y él decide
darse vuelta movido por la curiosidad que espolea esa desconocida que no merece
una fotografía.
Ya en Breviario nos
confiesa: “Bajo la resaca / estupor del alma”, y en Resquicios de tiempo, el
poeta refiere y recrea en los haikús su poetizar y por esa razón escribe de esa
manera pequeños pensamientos donde no olvida sus temas, el campo, la ciudad, el
ser mismo que lo habita y escribe, y ante el cual las calles y el devenir del
mundo lo mantienen alerta de lo que observa.
Para el poeta el
paisaje del campo con su exuberancia y detalle, así como los viajes, la noche y
la ciudad pertenecen a esos caminos que él ha transitado. De ahí que persevere en
ellos, son sus realidades. Además, la noche en la que mantiene su pulso, la noche
altanera y eterna, le abre el filo de la ciudad y lo sitúa en su calidad de
poeta y de transeúnte.
Esta tarde de
sábado, 25 de abri,l he conversado con Raúl González a través de su libro, Horas sin tiempo, siguiendo de nuevo las páginas de su escritura; páginas
donde ha dejado su ser, y esas palabras que son su tiempo, el devenir, la síntesis
de sí mismo. Cae la tarde sobre la ciudad sitiada, solitaria, y entonces, la fiesta del
silencio, kermesse inmutable, trae la celebración del primer libro de Raúl con sus
poemas, y con sus poemas ese diálogo aún persiste.
7 comentarios:
Qué bonito eso volver a recordar poeta... felicidades ....
Muy buena reseña. Muchas gracias Víctor Bustamante por divulgar lo bello. Y por su gracias a Ragohe que con su mirada sin afán, nos recrea momentos de verdadera poesía.
* corrección: ...Y por supuesto muchas gracias a Ragohe que con su mirada sin afán nos recrea momentos de verdadera poesía.
Semejante vagabundo trashumante, risueño, amable y grandilocuente de voz regulada y suave...debe inspirar a muchos acerca de los beneficios de ser constante en las causas nobles de las letras y la amistad...gracias Víctor..jcsp
Por supuesto que me refiero al hijo del odontólogo..Raúl González Hernández
Cordial saludo, me gustaría saber si Raúl tiene una página en internet de sus fotografías o podría montar las fotos de su exposición fotográfica que hizo en Katru de los habitantes de la noche en internet : podría ser en una página web o en instagram o en flickr que es una página para fotógrafos, gracias...
Raúl González es el mejor poeta del grupo los Octambulos. Se le nota en su filigrana escritural..
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