Foto: Luisa Vergara |
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El Palacio Egipcio /
Medellín: Destrucción y abandono de su Patrimonio Histórico 82
Víctor Bustamante
Desde lejos llama la
atención la torre lotiforme que le da una arquitectura tan diferente a toda la imperante en la ciudad. Allí en lo alto Fernando Estrada había determinado su centro de
operaciones visuales, el primer observatorio astronómico de Medellín, con un
telescopio para mirar los astros, y, a lo mejor, hacia el valle mismo y por qué
no a las otras estrellas que superan a los astros, las vecinas acercadas por la
lente.
Luego de viajar por
segunda vez a Egipto en 1912, Fernando Estrada compra un lote de 962 varas
cuadradas a Carlos E. Rodríguez en 1928 y, después de algunos años, se terminó
el Palacio Egipcio. Luego de sus viajes, ya venía con la decisión de que su casa
fuera algo exótico. Además, luego de sus estudios de optometría en Alemania y
en Estados Unidos, Fernando Estrada Estrada fundaría en Medellín la Óptica
Santa Lucia, que aún pervive desde 1917. Su residencia, a la cual le daría un
nombre esencial, Inemi, princesa hereditaria de noble familia aún existe casi
intacta, con esa inscripción grabada en lo alto de la torre donde Estrada se
subía a mirar a las estrellas.
Cartografía: Luisa Vergara |
Foto: Babel |
En una fotografía se
ve a Fernando Estrada acompañado por otro viajero, ambos en camello, mientras
un guía toma las riendas del que corresponde a Estrada. Además, hay otro egipcio, a lo mejor
servidumbre del guía, montado en burro que los acompaña. Detrás de ellos se ve
la mítica Esfinge y las pirámides. En otra fotografía el mismo
Estrada, marca y establece, su afición hacia lo llamado exótico, se ve como un
beduino. A lo mejor provenía de un carnaval ya disfrazado no solo para alguna
comparsa sino para la fotografía con el atuendo, túnica a rayas, turbante de
color oscuro, ni que fuera un tuareg. Sobre su pecho exhibe un estuche con las
cachas de dos pistolas, y prosigue con sus manos aferradas a una espada, para
expresar su valor, al menos visualmente. Pero al mirarla bien, la foto es de
estudio y él se ve tan sereno y tranquilo en esa actitud, que contrasta con lo
que aparenta ser, un guerrero. A lo mejor, como estaba cercano el
descubrimiento por Howard Carter, patrocinado por Lord Carnarvon, del tesoro de
Tutankamón, Estrada se había aficionado a esa civilización, ya que a nivel
mundial ofrecía todo tipo de conjeturas. Y además la egiptología se encontraba
en esas primeras décadas del siglo XIX en su punto máximo.
Tal vez ahora, desde la acera de enfrente, donde fotografiamos el Palacio Egipcio, se situó en 1932 Nel Rodríguez para mirar la obra acabada, perfecta, a pesar de las intromisiones de Estrada, ya que en la revista Progreso # 44 de mayo 23 del 1929, se observa un diseño diferente con una deidad egipcia en ébano con forma de perro, nada menos que Anubis, que da la bienvenida, y un saliente de cinco columnas con diseños papiriforme con remate cerrado a las que luego se cambiaría sus remates, en el capitel, y ya serían siete, campaniformes, es decir, la flor de papiro abierta. También, a lo mejor, lo ha acompañado Horacio Franco ingeniero y los dos decoradores: Bernardo Vieco encargado de los símbolos, pictogramas y jeroglíficos, y Ramón Elías Betancur que le colaboraba. Fernando Estrada, por haber tenido la idea y el conocimiento de los egipcios, pudo haber intervenido en su construcción, porque los clientes deben de tener la razón aun sea en parte. En la revista Progreso, figuran: Nel Rodríguez como encargado de la perspectiva, arquitecto Fernando Estrada Estrada y como constructor HM Rodríguez. Puede ser que algo soberbio, con la soberbia del millonario, Estrada haya deseado que como había viajado a Egipto, él poseía la visión de esos lugares de faraones y desiertos, y él se haya autoproclamado como el arquitecto y, por esa razón, a partir de fotografías o grabados traídos del exterior, Nel haya dibujado la perspectiva, pero con los años desaparece el arquitecto Estrada y Nel figura como su diseñador.
Tal vez ahora, desde la acera de enfrente, donde fotografiamos el Palacio Egipcio, se situó en 1932 Nel Rodríguez para mirar la obra acabada, perfecta, a pesar de las intromisiones de Estrada, ya que en la revista Progreso # 44 de mayo 23 del 1929, se observa un diseño diferente con una deidad egipcia en ébano con forma de perro, nada menos que Anubis, que da la bienvenida, y un saliente de cinco columnas con diseños papiriforme con remate cerrado a las que luego se cambiaría sus remates, en el capitel, y ya serían siete, campaniformes, es decir, la flor de papiro abierta. También, a lo mejor, lo ha acompañado Horacio Franco ingeniero y los dos decoradores: Bernardo Vieco encargado de los símbolos, pictogramas y jeroglíficos, y Ramón Elías Betancur que le colaboraba. Fernando Estrada, por haber tenido la idea y el conocimiento de los egipcios, pudo haber intervenido en su construcción, porque los clientes deben de tener la razón aun sea en parte. En la revista Progreso, figuran: Nel Rodríguez como encargado de la perspectiva, arquitecto Fernando Estrada Estrada y como constructor HM Rodríguez. Puede ser que algo soberbio, con la soberbia del millonario, Estrada haya deseado que como había viajado a Egipto, él poseía la visión de esos lugares de faraones y desiertos, y él se haya autoproclamado como el arquitecto y, por esa razón, a partir de fotografías o grabados traídos del exterior, Nel haya dibujado la perspectiva, pero con los años desaparece el arquitecto Estrada y Nel figura como su diseñador.
Fernando Estrada Estrada |
En la revista Progreso aparece en la carátula, en
color rosado, con su nombre original, Ineni, residencia particular, más tarde
la denominarían la Casa de la Torre y más adelante, hasta hoy, el Palacio
Egipcio. En la revista hay un artículo de HM Rodríguez, “Cuna de la
arquitectura, el Arte Egipcio”, dedicado al Dr. Fernando Estrada Estrada.
Horacio Marino que había colaborado en otras revistas literarias, da su
versión, claro que una versión tomada de los libros, donde dilucida sobre el
arte egipcio y da ejemplos de cómo construirlo, a partir de lo encontrado en
Tebas y en particular en Karnak, Luxor, Medinet Habón y Edfou. El templo de
Armón en Karnak, añade, es el más conservado debido a la disposición de sus
columnas, y salas hipóstilas y patios rodeados de columnas. En este texto
teórico y escarchado de historia y de arquitectura. Lo que describía Horacio
Marino era nada menos que explicar lo que sería la construcción de la casa y,
además, basado en el templo de Amón. Aquí, en este texto Horacio Marino da el
motivo y la importancia de la solidez de las columnas egipcias como soporte a
esas construcciones que necesitaban muchos conocimientos matemáticos.
Nel Rodríguez, arquitecto. |
Ahora, aun desde la
acera de enfrente, se destaca la torre mayor acanalada de cuatro caras con
cuatro pilares que remata en lo alto con una despampanante flor de loto cerrada,
donde ya no se distingue el observatorio astronómico con su domo de lata oxidado. Ya, antes, en su acera, junto a la reja de hierro a la entrada elaborada
con siluetas abierta de flores de papiros, una burda cadena con candado
desmiente la elegancia de la casa. Sobrecoge el mal estado del piso como
bienvenida, junto a las escalas que empiezan a cariarse, así como la altivez de
las siete columnas campaniformes, donde se ha deteriorado y perdido desde su
fuste en forma de bulbo, en algunas de ellas, la capa de cemento que cubría con
un jeroglífico las bases. Estas siete columnas sostienen un el arquitrabe donde
en sus caras exteriores e interiores lucen jeroglíficos. Hay una palmera
sembrada en una base. La balaustrada donde alguna vez se sentaron sus dueños a
mirar hacia las calles, enseña el deterioro de muchos de sus balaustres, como
si nadie se hubiera percatado de ellos o acatáramos el consejo de Ruskin, a los
edificios hay que dejarlos envejecer sin intervenirlos.
H.M. Rodríguez, constructor. |
Al entrar, en el dintel,
de cada una de las cuatro puertas de entrada enseñan entre, un bosque de flores
de papiros y bulbos de lotos, la figura de un halcón con las alas abiertas y
sobre su pecho un sol rojo que simboliza la protección a lugares y templos. Ya
en el interior impresionan las columnas con bases de color café y, en sus
bordes, inscripciones de jeroglíficos, así como las hojas de diferente
gradación del verde y una línea café que dan la apariencia que desde sus bulbos
salen las columnas con un fuste fasciculado que luego terminarán en forma
papiriforme, sosteniendo en esa suerte de capitel los mismos colores distribuidos,
que sostienen ábacos con jeroglíficos y estos a su vez un arquitrabe también
con inscripciones egipcias que sostienen el celo azul del techo. De tal manera la distribución de estas columnas
interiores da la presencia de vivir, de morar en un bosque exótico, debido a
esa profusión de columnas que forman salas hipóstilas y patio, paisaje único en
la ciudad, como si después de tanto tiempo aun fuera posible respirar, mirar,
caminar, deambular por el mismo paisaje inicial que vieron y disfrutaron sus
dueños. Eso sí al mirar arriba del patio vemos lo desusado, unas tejas
plásticas, tan vulgares que de inmediato nos sacan de nuestra ensoñación.
Bernardo Vieco, escultor |
Aquí en esa salvedad
del tráfago citadino, del paso inexorable, burlesco del tiempo que derrota la
creatividad humana, aún es posible decantar que este sitio fue magnifico, a
pesar de la bienvenida tan anormal, digo, por el edificio que se deteriora,
pero en su interior, aun advertimos su pasado esplendor cuando se reunían de
una manera secreta, atendidos por Fernando Estrada sus amigos masónicos, que
seguro también observaron los otros jeroglíficos en las paredes, intentando
abordar su significación.
En algunos cuartos
donde no sé ni de qué manera vivieron catorce hijos del matrimonio Estrada,
existen varios dibujos y pinturas que por el tono, a veces erótico, da la
impresión de que el doctor Estrada fuera una persona muy libre y, a lo mejor,
por ese erotismo tan palpable dio motivo para que el cura de la Metropolitana,
mientras su mujer, Soledad de manto, muy sola, asistía a misa y él predicara el Evangelio y hablara mal del Palacio Egipcio
no solo por ser masónico su dueño sino por estos dibujos eróticos, como si fuera poco recomendaba a su feligresía que pasara por la acera de enfrente sin mirar hacia esa casa. Para colmo de mi mala interpretación más tarde supe que eran dibujos y pinturas de
Camilo Isaza, pintor antioqueño, elaborados en los años 80 cuando existió allí
una taberna con salas cubiertas de salacidad para los visitantes; lo cual los
sacaba de la arquitectura egipcia para llevarlos al erotismo local atribuido a
Cleopatra.
Ramón Elías Betancur, escultor. |
Sigo y completo
algunos personajes descritos en la investigación de Mario Arango sobre la
masonería: “La logia Iris de Aburrá, fue instalada el 6 de septiembre de 1941 y
su personería jurídica fue reconocida por la Gobernación de Antioquia el 15 de
noviembre de 1943, tuvo inicialmente las siguientes dignidades: Venerable
Maestro Pedro A. Gallego T., Abogado; Primer Vigilante Oscar Sadder,
comerciante; Segundo Vigilante Miguel Villa Uribe, periodista y dramaturgo
autor de Clínica Mater Escritor y dramaturgo. Autor de los dramas:
La honda de David, Clínica master, y Clase media. Y El libro de la Industria
Colombiana. Orador, Benedicto Uribe Upegui, abogado, autor de: Reglamentación de la abogacía en Colombia,
1929. Ritmos perdidos, Laurel y armiño, poesía. Autor de la
letra de las canciones: Alma de una flor
y Tálamo de rosas. Después del otoño, novela.; Secretario,
Mauricio Daza Ovalle, abogado; Tesorero, Aureliano Restrepo, médico, político y
decano de la Universidad de Antioquia; además, hicieron parte de ella: Dionisio
Echeverri Ferrer, ingeniero de minas nacido en Quibdó e Intendente del Chocó;
Eduardo Uribe Vargas, comerciante; Jorge Morales Isaza, comerciante; Emilio Cárdenas,
comerciante de materiales de construcción y minerales; Jorge Restrepo; Roberto
Uribe Muñoz ingeniero civil; Rafael Plata Z; Fernando Estrada Estrada,
optómetra, grado 33”.
A esta Logia, Iris
del Aburrá, a pertenecía el barítono italiano Roberto Ughetti, Jorge Isaza de Cine
Colombia, y desde el comienzo Fernando Morales. Y vuelvo a ella por una razón de
peso ya que ese día el 24 de junio cuando celebraban el Día de San Juan Bautista,
su patrono, fecha esencial de la masonería, se mató Gardel. Roberto Ughetti le
relataría al periodista argentino Jorge Sturla en 1971, como las autoridades
eclesiásticas no querían darle sepultura, ya que Gardel era masón. De tal manera el
párroco de la Metropolitana, Enrique Uribe, proporcionó su casa de La Playa,
entre Junín y el Puente Baltazar Ochoa, para la velación. El padre Enrique
Uribe había estudiado en Roma y llegaría a ser profesor de latín e historia en
la Universidad de Antioquia, escribiría una biografía sobre el general Braulio
Henao. El sepelio empezó alrededor de las 10 de la mañana del martes 25 de
junio. Antes de salir de la casa, los masones realizaron una vehemente
actividad sobre el ataúd de Gardel, lo rodearon formando una cadena humana y
procedieron a dar unos golpes sobre la tapa, luego se inició la marcha hacia la
iglesia de la Candelaria.
Foto: Babel |
Subí, subimos las
escalas hacia el segundo piso de lo que fue una suntuosa mansión, ahora en el
ámbito de la pérdida de significado. El segundo piso es una terraza que asemeja
un desierto por la probidad, solo hay una construcción que parece un monumento
visto en Karnak. Hace unos años operaba aquí un grupo de teatro y de moda que
combinaba fiestas y todo tipo de reuniones sociales, pero al subir uno de los
teatreros y ver numerosos huesos diseminados en su interior se decidió a contar
a alguien, como creía que eran asesinatos rituales en la época de la masonería,
y al llegar casi una investigación judicial, el lugar, el palacio fue reclamado
por sus dueños. La realidad era otra, Fernando Estrada poseía sus palomares ese
recinto oscuro, la única pieza. Y después de muerto su dueño, cuando su familia
decidió abandonar y vender el lugar, las palomas siguieron yendo a su palomar,
pero ya bajo otras condiciones, el abandono. Nadie se había percatado de que
las palomas blancas indican el renacimiento del ser, según el simbolismo de los
masones.
A Estrada Estrada, desde el Palacio Egipcio,
le encantaba ostentar a la caída de la tarde, sobre las solariegas calles de
Prado la música para que flotara una de sus composiciones preferidas, la ópera Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, en la
voz de Enrico Caruso. La cual trata de la llegada de una troupe de actores en
sus carromatos a un poblado y de la posterior tristeza del payaso, Canio, que
ha sido traicionado por su mujer Nedda. La poderosa voz de Caruso no conmovía a
los habitantes de Prado. Sus oídos querían una música más suave, no esa voz
poderosa que partía las tardes apacibles de Medellín de la cual no entendían la
tormenta de esos amores lejanos.
Foto: Babel |
En alguna ocasión llegó
a Medellín una comisión de egiptólogos a dar sus conferencias y terminaron
visitando el Palacio Egipcio, nombre extravagante en el interior del trópico
montañero. Poco entendieron las inscripciones egipcias, por una razón, Fernando
Estrada como se creía un faraón en su palacio, en Inemi, también había ideado
algunos jeroglíficos que estos expertos no entendieron ni con la ayuda de un
manual de Champollion. O sea, el mismo Fernando Estrada se llevó sus secretos
no a la tumba de Tutankamón sino a la propia.
Pero hay algo
cierto, el polvo del tiempo pasa y arrastra todo, memorias, vidas, libros,
búsquedas, utopías y aquí al frente del Palacio Egipcio que aún continúa siendo
un enigma, uno de los enigmas escondidos de la ciudad y que todos ven desde
lejos o lo han oído mencionar como una de las casas que más ha sido fotografiada,
sigue ahí en nuestra exaltación camino al aniquilamiento, ya que a pesar de ser
patrimonio nacional no ha podido ocurrir una manera de que se le recobre. Carpinterías,
salones de moda, restaurantes árabes, lugar para conciertos de rock, sala para teatro y otras más,
pero nada que el palacio recobra su unidad y su presencia. Y, sobre todo, su
esplendor.
No sobra decir que
el Palacio Egipcio figura como patrimonio de la ciudad, situado en la Carrera
47 59-54, con Resolución 123 de 1991, de la Dirección de Planeación.
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