Oscar Botero G. (Babel, 2020) |
Intermedio de Óscar
Botero G.
Víctor Bustamante
No sé la razón por
la cual Óscar Botero mantuvo guardado uno de sus trabajos cinematográficos, si
desde hace años las personas que hemos estado cerca de él, hemos tratado de
abordar la cuestión del cine, desde la época de los cineclubes, del Ukamau, digo. Así como de los
diversos seminarios en o a las proyecciones de cine en los 80 empezaron a cautivar
y a advertir otra manera de acercase al cine, como filmar diversas propuestas
de guiones, cuando el ambiente de cine surgía con una fuerza inusitada y un puñado
de personas queríamos aprender la parte práctica de cine ya que no había donde
llevarlo a cabo, o a escribir de cine como una manera de acercamiento. Sí, era
imperioso pasar de las pantallas de los teatros a lo práctico: hacer cine. Eso
sí unos pocos lograron filmar sus guiones, unos pocos fueron los elegidos por
ese dios caprichoso de la creación que ha permitido que ahora sepamos de este
corto metraje donde Óscar Botero enseña su capacidad creadora, su único filme
hasta ahora visto apenas en estos días del corona virus que no olvidaremos y
persistirá como una fijación, una pésima fijación de estos años de aislamiento.
Óscar Botero,
siempre ha sido un adelantando en el aspecto técnico de la fotografía. A él se le
debe aún la presencia de una exposición, Estripados,
donde es notoria la diversidad de colores con sus formas caprichosas y es que
al fijarnos bien se trata de un experimento, acaso, en un laboratorio de
biología, donde el fotógrafo nunca preguntón decide ampliar estos insectos y de
ahí obtener nada menos lo que podría llamar una serie de representaciones
conceptuales que apartan de la fotografía realista que se estila con tanto
denuedo en Medellín. Además, estas imágenes fueron fijadas en un plástico de un
tamaño apreciable, por lo cual recordamos estos momentos. Daba la impresión de
que Óscar no quería realizar más fotografías realistas, ya que él quería buscar
otros caminos y experimentar otro lenguaje, diferentes temas, y lo otro que
Óscar ha estado muy cercano a al movimiento teatral de la ciudad. Hay
fotografías de él que son ya iconos de algunos carteles de teatro, como es el
de Oh, Marineiro, que siempre identifica
esa obra. Allí una mujer, ¿la parca?, con un turbante negro sobre la frente y
un manto que la cubre, así como su rostro blanco, las cuencas de sus ojos sombreadas
por círculos negros, así como sus labios también negros. Su rostro sin expresión,
solo las huellas casi a punto de una sonrisa al cerrar los labios, que la cámara
fotográfica detiene en ese instante, contrastando con el azul intenso de una
noche, como si ella, a esa hora, saliera de su mundo, donde las ramas secas de
los arboles arañan y cuartean ese cielo con sus presagios.
Oh, Marinheiro, (Oscar Botero) |
Ahora voy a
referirme a la sorpresa de un cortometraje suyo, Intermedio, 1992, bajo su dirección, y como asistente a Juan
Guillermo Betancur, la música Gustav Holst y de Oliver Messiaen con variaciones
sí diabólicas de Diego Sánchez, obrando como contrapunto indispensable para
crear esa atmósfera de lo lúgubre como al interior e interior, en el cuarto. Para
mayor asombro el actor, es Gustavo Montoya que no sabíamos de sus incursiones
en el cine. En Estripados y en Intermedio que está Oscar en sus preferencias
creativas, notamos lo siguiente, a Oscar le gusta buscar las experiencias límites.
De una los insectos incomodos, sino ampliados para mirar los colores de la
muerte que en esas fotografías adquieren una plasticidad, eso sí alejada de la extravagancia.
Y aquí en Intermedio, es el mundo de alguien
que vive en las entrañas de la tierra, mejor de un cementerio, y ese personaje
es nada menos que Gustavo. Entre Estripados
e Intermedio, hay dos fronteras que
amparan su creatividad, la indulgencia hacia los insectos rescatados en la
magnificencia de su muerte, en la especulación de sus colores y en el mimo que
en el subsuelo que se regodea con su propia soledad sin caer en cuenta que ya
está muerto.
Esta cercanía con el
teatro, como fotógrafo, ha llevado a que, en Intermedio, Oscar asuma la
presencia del acto creativo, teatral en su obra. ¿Por qué escogió un mimo y no
ha dejado que el actor hable, sino que grite de una manera desgarrada solo una
vez? ¿Le ha bastado solo ese grito para sacudir al espectador, para que Gustavo
no utilice su voz portentosa? Y es que básicamente un mimo es un actor poblado
de silencios y de pausas, aunque aquí Gustavo no se haya preso como Marceau en
una jaula invisible ideada por él mismo, aquí es el actor que se haya preso en
el silencio y en la oscuridad, y en esa tierra de nadie de una rutina y de un
aislamiento total que el mimo asume con un gesto de desdén a veces, pero que lo
asume en una aparente serenidad hasta el grito, su grito, destila toda su
tragedia.
Estripados de Oscar Botero G. (1992) |
Gustavo aquí no
habla, es un mimo mimado, que al despertar no ve escarabajos ni insectos de
ninguna clase, sino que muy elegante, siempre se levanta y acuesta impecable,
de cachaco. Su preocupación mayor es la disposición para persistir en su rutina
y su preocupación fundamental: ordenar sus palillos cuando cena porque es el
único rito que parece que le preocupa, junto a tender su cama y a limpiarse su
saco. El mimo solo posee un ámbito, el de la oscuridad, lo obsede desde el
despertar a la noche y así la luna esquiva pasa como una saeta, y toda esa
vida, hombre del subsuelo con un único gesto de desdén, y de asombro, cuando se
mira al espejo, y en el grito que da que lo desgarra parece El Grito de Munch que sale del cuadro. Precisamente
al recordarse, al mirarse, al saber que es él mismo en ese diálogo visual de un
solo lado, que no olvida esa costumbre muy humana de mirarse al espejo para no poblarse
de silencios, sino de preguntas que nunca dirá pero que sí lo ahogarán. Él
saber que está muerto, y un muerto no se mira al espejo, ya que se distinguirá
en toda su carnadura, pero este hombre muerto, no envejece, su tiempo se ha
detenido acaso en una suerte de limbo que lo mantiene intacto en esa atmósfera
donde el doble lo repite en sus gestos y señales, en la presciencia de su
rostro, en los ojos que todo lo ven y lo definen en medio de las paredes de la
noche y su pérdida de paisajes; solo el interior lo posee, no lo acosa, y es
que los palillos y el espejo y la rutina continua de comer y dormir es la vida
de este mimo en el subsuelo, al requisarse visualmente que se espanta ante su mismo doble.
Cuando sube la escalera
caemos en cuenta que el mimo, sale nada menos que de un cementerio y precisamente
es el de El Peñol, que ha perdido su significado sagrado, ya que los muertos
fueron trasladados, y al cual se le derrotó de una manera total al usurpar la
historia de este pueblo de tantos años y sepultarlo bajo el agua, ya que el progreso
avanza con su poder destructor como ese ángel de Benjamín que no debería mirar
hacia atrás, salvo que en la sequía del 92, bajo el mandato de ese presidente
Gaviria, mediocre y con buena estrella, lanzado a ese solio desde un
cementerio, con ese slogan trapero que fue una estafa: Bienvenidos al futuro, y
es cierto, ocurrió el apagón que nadie preveía y menos a Gaviria embelesado con la Apertura económica, pero ahora hay que recordado
por esas horas de tinieblas, en los apagones que llegaron y sellaron su periodo
presidencial. Pero dejemos a los políticos en sus veleidades y sus discursos de
risa y sigamos con el cine.
Gustavo Montoya en Intermedio (1992) |
Luego de que el hombre
del subsuelo, sin nombre, anónimo, pero elegante camina por sus pagos, el cementerio
de El Peñol, donde vemos surgir sus ruinas después de la sequía, ante la inutilidad
de esa atmósfera de progreso y de su otro rostro, el fracaso de esa política energética.
Este hombre pesca, pero sabe que todo en la atmósfera está más que muerto. De
ahí que solo lleve a su casa que es su caverna nunca la de Platón sino la de
otro dios menor a veces siniestro Hipnos, su logro, las espinas de pescado que
lo a acompañan dentro de la oscuridad, Nix misma, en la cual se sume luego, al
regresar.
Hay una constante en
Intermedio, en este hombre del
subsuelo, y es su concentración, su persistencia en escoger los palillos, con
ese rigor de quien vuelve una y otra vez. Solo lo saca de su tiempo la decisión
de arrojar los palillos y luego irlos cogiendo uno a uno, como si poseyera la paciencia
de un monje budista, debido a su circunspección y persistencia. A veces uno cree
que este es el Mikado, juego de palillos de colores que se juegan de la misma manera,
salvo que aquí solo hay un solo color, el tono de un amarillo desbordado de la
madera. Cada palillo, en este monólogo, se debe tomar sin mover los otros. Lo
cual exige pericia y aun más concentración. Si fallas sales del juego, de ese
juego, de esos juegos chinos que a veces cautivan, pero solo un momento. Pero
que, a veces, cuando llegan remotos quizá del desborde de un laboratorio o de qué
extraña combinación.
Si bien muchas veces
una obra es producto de un momento determinado, Intermedio, con sus imágenes y símbolos expresionistas pervive y
nos enseña una mirada sobre la muerte como algo sin tristeza pero sí con mucho
estoicismo donde un gran actor, Gustavo Momtoya, no habla pero con sus gestos aún
continúa pendiente de ese juego solitario donde él puede manipular su destino,
la esencia de su vida, preso en las paredes de esa eterna noche, la muerte, que
habita y el juego que lo ocupa y lo aparta de esa realidad que no le interesa.
Oscar Botero, ha expresado
la parábola kafkiana a su manera les ha otorgado todos los colores y sus galas a
los insectos, para ello los ha situado frente al lente del microscopio y los
aumenta con la cámara fotográfica, en cambio al mimo, Gustavo Montoya, en este
caso un Gregorio Samsa que despierta y duerme en este círculo virtuoso de su no
tiempo, lo ha dejado deambulando en la cámara
oscura de la cámara de cine, que es su cuarto, donde lo ha condenado a jugar en
un eterno retorno con los palillos como alegoría misma de la crudeza humana.
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