LA CONSTANTE TOTALITARISTA
Darío Ruiz Gómez
“La violencia y la crueldad
son inseparables compañeras de la ignorancia”, recuerda Emilio Lledó el más
importante pensador español actual. Y quiero
recordar aquella certera diferencia entre el llamado(a) alfabeta analfabeto y el analfabeto(a) ya que este último si bien ni lee ni escribe
pertenece a esas profundas culturas de la memoria común gracias a las cuales
existió la agricultura, la arquitectura y se pasó de lo crudo a lo cocido y un
saber ancestral se transmite de los ancianos a las niñas y niños y se da en los campesinos, en las sociedades pobres la
ética del ascetismo. El alfabeto(a) analfabeta
lee y escribe de corrido, cuenta con títulos universitarios, firma cheques, dirige
negocios, escribe novelas, poemas incluso pero es el resultado de una información instrumentalizada que no
se llega a implicar como conocimiento responsable, ya que desconoce el libre
albedrío y bajo esta inercia está predispuesto
a acogerse a que otros piensen por él ya
que como sabemos pensar es siempre algo muy peligroso. Pero es más y Magris lo aclara:
salvaje es quien vive en una cultura distinta a la cultura racional de Occidente y vive, como lo ha demostrado Lévy Strauss con
códigos admirables de conocimiento y
normas profundas de convivencia que deben ser estrictamente respetadas.
Bárbaros en cambio son aquellos que con
apariencia de civilizados justifican
cualquier forma de violencia que beneficie sus intereses. ¿Cuál puede ser
entonces la política que un bárbaro como estos puede proponer? ¿Cuál la paz que
trata de imponer? Es aquí donde irrumpe la crueldad
que conlleva esta ignorancia
que se impone no con la razón sino manteniéndose, como hoy en Colombia, en una conspiración permanente que
imposibilita el diálogo, la
posibilidad de un nuevo pacto social. Por eso, dice Hannah Arendt: “el sujeto ideal
para un gobierno totalitario no es el nazi convencido ni el comunista
convencido, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción,
entre lo verdadero y lo falso han dejado de existir”.
La finalidad obsesiva de esta falsificación de la verdad es, como lo
vemos, tratar de convencernos jurídicamente
de que el narcoterrorismo no existió y por lo tanto
la extradición no tiene justificación. Pero
lo peor es que existan bárbaros alfabetos
que se crean esto, ya que su fundamentalismo político
los ciega a la hora de
enfrentar la complejidad del postconflicto, el cual reducen a lo
más fácil: propugnar el relativismo moral y no la investigación, el testimonio,
inventando sofismas de distracción ante la tragedia de las
secuelas de la violencia. En las
elecciones de Europa acaban de triunfar la juventud y el Liberalismo, o sea el humanismo y la democracia, el derecho
a la pluralidad; en España políticamente
ha desaparecido el populismo de “Podemos” de Pablo Iglesias, o sea la versión de nuestro
petrismo, lo cual constituye el triunfo de la voluntad de cultura y de civilización
contra la amenaza de los fundamentalismos. Supuestamente
aquí ni llegamos a enteramos de lo que ha acontecido porque
mantenernos aislados,
confundiendo ignorancia deliberada con inocencia, ha sido precisamente una de las estrategias utilizadas para
crear indiferentes ante la barbarie que el narcotráfico y la política
anuncian de nuevo.
P.D En “Marea” la
publicación gallega, Enrique Santiago, tal como lo denuncié entonces, puso el
ejemplo de Colombia amnistiando a las FARC para solicitar que España
amnistiara a ETA. Y todavía no se había firmado
el “Acuerdo de Paz” en Colombia.
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