LA
KAKANIA DE SANTOS
Darío
Ruiz Gómez
Robert
Musil
es uno de los más grandes escritores del siglo XX y en “El hombre sin atributos” describe
al humano que llega por física ausencia de
motivaciones a transformarse en lo más anodino, aun cuando a veces crea que piensa, que, incluso tiene ideas cuando en realidad vegeta en la inmovilidad de una sociedad
mediatizada por la mediocridad más absoluta, el melodramático
escenario de un reino, el llamado Imperio Austro Húngaro donde políticos,
cortesanos, burócratas se dedican a
hacer la pantomima de lo que para cada uno de ellos, según su propio ingenio, tendría que ser el Estado propicio a sus
tontos anhelos de sentirse la imagen del guerrero y del aristócrata cuando en realidad no son otra cosa que una opereta
que transcurre dentro del más edulcorado sentimentalismo, el reinado de la polka y la
peluca del nuevo rico, la ordinariez del parvenu, del polítiquero con ínfulas de patricio, un Congreso , que se divierte, enajenado en su autismo, mientras afuera circula crudamente la borrasca de la guerra, de los galopantes
nacionalismos. ¿Cómo tener cualidades en
el reinado del medio pelo social donde ejercen sus dominios los Condes de
Cuchicute, los travestidos protagonistas del narcotráfico disfrazados de aristócratas ? Las imágenes
de la cena de negocios que la Reina Isabel de Inglaterra ofreció a
nuestro entonces Presidente Santos y su
cohorte de empingorotados personajes,
dándoles la ilusión de haber sido ungidos, gracias a un toque misterioso, de toda la
finess de la aristocracia
histórica, se despliega aún entre el
duermevela de cada ciudadano colombiano agobiado por la violencia y las desmesuras de la economía,
como una imagen de la grotesca Kakania con que Musil retrató con la ironía
propia de los espíritus superiores la
caricatura de Imperio donde la política
y las leyes en manos de ineptos se convirtieron en lánguidos
cuadros escénicos de una
astracanada. Creo que fue lo que sentimos luego de que el Presidente anunciara que había comprado un palacete cerca
a Buckingham Palace para estar más cerca de la Reina una vez terminara su mandato en un ignorado país tropical. La honda reflexión moral que Musil hace de una
sociedad cuando su gobierno pierde su
relación con la verdad y la justicia solamente podría hacerse, repito, como una farsa cuyo oscuro fondo golpea sin piedad alguna al ciudadano de a
pié, a la víctima de la Historia pero por fortuna produce la reacción de los
espíritus libres, de la inteligencia rectora. ¿Y la ofesiva esfinge, la Canciller que sólo habló con Maduro a cuya
policía secreta le entregó los dos dirigentes estudiantiles?
Para
darle forma literaria a la farsa de la vida política española, Valle Inclán
la calificó de esperpentos, ya que ¿Quién podría tomarse en serio esta
sustitución de la verdadera política por
la farsa, esta conversión de la justicia en una zarzuela pueblerina
en manos de jueces y juezas, de magistrados y magistradas cuya ignorancia
del espíritu de las leyes responde directamente a la administración de la
ignorancia y por lo tanto, tal como aconteció en Kakania al odio desenfrenado a la inteligencia? ¿Dónde podría objetivarse de manera más clara esta
mediocridad, este “pesimismo” propio de
almas vaciadas de cualquier ilusión sino en la prensa, en el periodista de
escándalos convertido en el supuesto testigo crítico de los azares de su época?
¿A qué país nos referimos entonces cuando hablamos de Colombia? Una cosa es la Kakania
de Santos y su cohorte de farsantes y
otra la Colombia real que nunca dejó de afirmar su verdad.
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