lunes, 17 de junio de 2019

Vc4 en los 25 años del Ateneo Porfirio Barba-Jacob / Víctor Bustamante

  Vc4 
Fredy Navarro, Daniel Mejía, Sergio Rivera, Sergio González) 






Vc4 en los 25 años del Ateneo Porfirio Barba-Jacob

Víctor Bustamante


El chelo se sumerge en la historia, y forma parte fundamental en las orquestas fastuosas para los conciertos de música clásica, también en algunas piezas de Schubert sus ejecutantes le arrancan momentos sublimes y profundos, o, a veces, cuando algún virtuoso lo aleja de ese estadio memorable y lo utiliza en alguna balada. En una de ellas, Eleanor Rigby, The Beatles lo incorporan, junto a un cuarteto de cuerdas, añadiéndole a su sonido esa profundidad de las personas que caminan solitarias por las calles. También Paco Ibáñez acompañado por el Cuarteto Cedrón, donde los chelos le otorgan a su música un orden algo melancólico, que no es más que el sinónimo de su presencia, del chelo digo. Cuando el rock fue aceptado y dejado de llamarse, por algunos eruditos algo díscolos como un ruido, así de simple, muchas bandas fueron acompañadas por grandes orquestas. Una de ellas, The Royal Philharmonic Orchestra, y ahí un pequeño desaire de un guitarrista, maestro profesional, que en los preparativos para incorporar la música de The Beatles, quería persuadir a Lennon de que Nowhere man no se ejecutaba como él decía sino a su manera y con partitura donde había ordenado una manera determinada de como ejecutar la guitarra. Lo cual llevó a Lennon a decirle que él ideaba maneras de tocar, improvisaba, porque él no sabía tocar con partitura. Pero el caso de esta anécdota es lo siguiente, ya cuando el rock fue aceptado, muchas bandas se han integrado a orquestas sinfónicas de prestigio para darle cierto toque de reverencia a su música. O sea, el pop, la música popular entra en los terrenos de la música de cámara y juntas nos acompañan como en este caso. Lo que podríamos decir le dona cierto equiparamiento pero ya sabemos que la tensión que entrega ambas formas de ejecutar música es muy diferente. Eso sí no podemos dejar de lado algo, ambas músicas, clásica y rock, son las músicas imperiales. La primera que llega desde la historia de ella misma en sus salones exquisitos y reverenciados, y la otra, la actual, la contemporánea, que aparece en los conciertos al aire libre y se asume casi como una religión, eso sí con dioses tutelares, las grandes bandas, para convertirse en la música clásica del momento, de esta época de grandes circunstancias.

Las fronteras entre ambas maneras de ver y de ejecutar la música ya ha perdido sus desequilibrios en momentos muy esenciales, ya que cada una posee su territorio. A veces escuchamos versiones de Mozart por bandas roqueras, otras lo sinfónico dándole otro cariz a ciertas baladas de rock, pero entre ellas hay un solo lenguaje que las define: la música, aquel elemento que apacigua, a veces como a Saúl con su rustica arpa en los testamentos heredados.

Todo lo anterior para hacer una referencia y una reverencia a Vc4, ya que Medellín guarda, de alguna manera, la sorpresa de esta banda de músicos de formación clásica que este sábado en el Ateneo entregaron lo más preciado de su talento, música para la noche, música para el alma; ya que el chelo con las sonoridades causadas por ellos, llevan desde la reciedumbre de buscar los confines del rock o del heavy metal, hasta la dulzura de esa música que apacigua la melancolía, ya que el sonido del chelo a veces parece una queja, un lamento, un reclamo donde la tristessa de Jack Keroak, sacude la mansión del animula vaga blándula, no con la nostalgia, sino con el imperativo de la realidad que  envuelve y destroza en plena noche de junio. Y es entonces que presenciamos un descubrimiento de esos que Medellín y sus lejanías, que otra vez Medellín, con su caja de caudales, guarda, y nos entrega a Vc4 en toda su dimensión, la dimensión de su música, de sus ejecuciones, del trasiego de los tres chelistas: Sergio Rivera, Sergio González y Fredy Navarro que pasean sus dedos por los mástiles de sus instrumentos con una concordancia vital como si galoparan, cuando deambulando por los caminos del rock o cuando pausados,  sus dedos ávidos de música, se deslizan por sus cuerdas para producir las armonías más sublimes en esa combinación entre el rock y la música clásica. A veces podría decir la dulzura de Vivaldi y la cabalgata de, y la furia de sus arcos blandiendo, rasgando, buscando a Black Sabbath en Paranoia cuando, Tony Iommi y Geezer Butler, le dan otras sonoridades a sus guitarras, estableciendo los caminos para que el rock abra otras sendas nunca pérdidas para el inicio del heavy metal, junto al tacaño, y místico insólito, fan tardío de Alesteir Crowley,  de Jimmy Page, cuando en La canción no es la misma quiere convertir su guitarra en chelo y asume el arco para buscar otras sonoridades, destrozando las cuerdas de su guitarra, junto a su arco que nunca lanzará venablos. Atrevo lo siguiente, los arcos rasgan el sonido del chelo cuando se deslizan por las cuatro cuerdas del chelo es como si fuera un látigo que quiere sacarle sonoridades. Por supuesto que Daniel Mejía contra ataca con su caja, con los platillos, eso sí sin baquetas ni escobillas, sino con las manos y a palmadas, olvidamos por un momento la batería como la parte de la música, del rock, del metal, que acompaña las sonoridades de las cuerdas.  Así Vc4.

Vc4 prescinden de las voces que nos entregarían las letras de la música rock. En ese sentido saben que sus propios instrumentos poseen la fuerza suficiente para entregar la propia voz de sus ejecuciones, cuando al unísono marchan, a veces pausados y lentos, otras fustigando las cuerdas, y recios gravitan hacia el camino ineluctable de los hallazgos como si fuera un Jam sesión.

Esta noche del 8 de junio en el Ateneo, en sus 25 años, escuchamos una suerte de serenata para Jaqueline Salazar y por supuesto, para los 25 años del Ateneo, eso sí ahí nos acompañaba, aun nos acompaña mejor, Porfirio Barba-Jacob, en la clásica fotografía, logo del Ateneo, dejada en 1927 por el poeta que no poseía sino poesía, nunca dinero para pagar en el Hotelito de doña Diva Echeverri en Bogotá, que hecha una diabla, entró al cuarto del poeta y abrió su maleta donde no halló dinero para pagarse sino una corbata ajada y ropa sucia y la sorpresa de un folder azul oscuro con el archivo ambulante, como él, de Barba-Jacob, digo, con esta fotografía y otra que no se conocía, y, además, con diversos y valiosos poemas, muchos años después valorados y publicados por Eduardo Santa que, todo un santo, reuniría y ubicaría estas fotos en Antorchas contra el viento. 

La cercanía de Porfirio con la música es notoria en Angostura, en Tenche, disfrutaba las veladas con guitarra, tiple y lira, y ya en México acompañaba a Pelón Santamarta y a Cabecitas por esas tierras lejanas para que cantaran bambucos. Pero él ahora, el poeta con mayúsculas, en pleno concierto de Vc4 nos dice:

¡Oh juventud, y el corazón, y Ella...!
¡Música en el silencio del palmar!
Brilla en mi cielo temblorosa estrella,
y el corazón, la juventud y Ella
me infunden vago anhelo de cantar

Cierto, Vc4 con su música para quienes ya los habían escuchado y para quienes apenas habíamos llegado a acompañarlos ha sido la sorpresa mayor: todo un concierto, su concierto, desde la música profunda venida de los siglos anteriores hasta la actual con las pavesas que arden después de escucharlos, en la forma como acentúan los diversos sonidos de sus chelos, en la forma como el cajón a manera de batería es preciso para acompañarlos. Su patria musical son los chelos, su norte, Apocalíptica, matizada con las oscuridades y reclamos del rock y de la confrontación de sus ser creadores. 

Vc4 es el otro rostro musical de Medellín.

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