sábado, 16 de marzo de 2019

POLÍTICA Y TESTIMONIO PERSONAL / Darío Ruiz Gómez



POLÍTICA Y TESTIMONIO PERSONAL

Darío Ruiz Gómez

“Sin remedio” la novela de Antonio Caballero tuvo desde el momento de su aparición esa estólida aclamación que no concede  el verdadero lector sino los fans  políticos que la convirtieron en el ícono de la progresía bogotana, mezcla de nadaísmo tardío y de disfraz para sus rumbas. Recordemos que esos desmanes existenciales  fueron los que dejaron sin fuelle ideológico al talento de  Enrique Santos Calderón modelo de conducta que el protagonista de “Sin remedio” parece seguir inconscientemente. A este nivel de información la novela aún puede leerse enmarcándola claro está en ese contexto de aburridos hijos de papá que algunos novelistas latinoamericanos  llevaron a cabo con una mayor calidad literaria. Y que en “Últimas tardes con Teresa” Juan Marsé describió genialmente como la farsa de un grupo de “pijos progre” buscando un “proletario” para  acallar su mala conciencia. Con los ojos anegados de las lágrimas que brotan después de vomitar en el inodoro  los pijos-progre se preguntan  si están ante un dilema o ante un compromiso al cual no podrían  responder. Pero no responder a ese dilema es lo propio de un grupo generacional que envejecerá tirando coca y hastío y traicionándose a sí mismos. A través de una experiencia política llevada hasta sus últimas consecuencias como es el incorporarse a la guerrilla en “Soñamos que vendrían por el mar” el testimonio de Juan Diego Mejía sobre un grupo maoísta  se convierte en  incisivas reflexiones estéticas, políticas que hoy sirven para aclarar  lo que supuso esa aventura que tampoco terminó bien. En este sentido de reflexión y análisis crítico Víctor Bustamante escribió una excelente novela “Amábamos tanto la revolución” análisis del ambiente universitario  políticamente radicalizado, mezcla de  vicio y alcohol  en el bostezo de vidas abocadas  a hundirse  en la lumpenización. En “Luisa vuelve y baila” novela no ficción –recuérdese al respecto a Emmanuel Carrére- la habilidad narrativa de Rubén Vélez se une a su inteligencia para desmenuzar los hitos de vida de una mujer  burguesa destrozada por la polarizada violencia de los años 70, el amargo final de su familia  entre ese trasfondo de histérico  terrorismo de izquierda que gravita sobre una vida de mujer que no alcanza a escapar de este cerco de estúpidos mesianismos. Preguntas dolorosas y no afirmaciones que justifiquen a los criminales.

Una vez más la ficción demuestra ser más eficaz en la búsqueda de la verdad de los hechos que proyectan los políticos  y  que  afectan el corazón desolado de las gentes, que, las verdades posmodernas fabricadas por los grandes medios de comunicación y por supuesto por esa “literatura” que elogia al criminal  a nombre de la Historia  y olvida a las víctimas . Lean “La guerra y la paz” de Tolstoy, lean “Vida y destino” de Grossman para que dejen de repetir con cara de cretinos(as) a sueldo ese estribillo sin imaginación de “Sí a la Paz y no a la guerra” , una consigna inventada por Stalin, abstracciones a través de las cuales  se  pretende  desconocer  el alcance de la justicia como verdad y como reparación: lo que nunca, seguramente, debió  esperar Losada fue encontrarse  frente a frente con  la valiente mujer que le recordó, como directa testigo,  su aberrante  condición de violador de niños, acusación  frente  a la cual el infame  respondió que no había venido a escuchar acusaciones sino “planteamiento políticos”, lo cual equivaldría a que el Tribunal de  Nuremberg  que enjuició  al nazismo hubiera eludido la verdadera tarea de la justicia o sea el señalar  a los culpables de atrocidades  con nombre y apellido para que ni la memoria ni la Historia nunca jamás los olviden.

   

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