lunes, 31 de diciembre de 2018

John Harold Dávila en El Ateneo Porfirio Barba Jacob / 2018



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John Harold Dávila en El Ateneo Porfirio Barba Jacob / 2018

Víctor Bustamante

La diferencia entre la mayoría de los cantantes de la ciudad y del país con Harold Dávila es muchísima, años luz. Mientras los que están al frente de la tribuna repiten las mismas cancioncitas tópicas de amor con diferente empaque a la tribu, a la manada, al rebaño, y son considerados stars, eso sí sin fuste, pura risa y melocotón, con unas letras pueriles de canciones que parecen escritas para adolescentes adocenados con la profundidad del mismo chicle que mastican hace años, con una falta de rectitud crasa, prevista en las páginas de farándula de los medios, que piensan que ahí exhiben lo que resume a y resuma la canción en el país de las contradicciones, cuando en realidad solo exhiben ese circo pobre y mediático que es lo que le tiran a esa multitud bañada e impregnada con el sonsonete de un erotismo de risa que lo iguala en el otro extremo a la música campesina, guasca pero con otro empaque. Pero olvidaba que estamos en la Medellín del entreteniendo, en el país del entretenimiento, en el país donde el presidente parece que toca guitarra y piensa que canta. Es decir, el país donde el concepto de democracia y de respeto a las personas puede considerar otra “instalación” más, así como el llamado post conflicto ya que la ciudad y el país continúa igual que antes, así se maquilen las primeras páginas de los diarios. Por eso ese ambiente de la canción en el país con el éxito intelectual  del tamaño de un bonzai, mucha peluquería barata y poco contenido.

Por esa razón a una ciudad como Medellín. Me refiero a la Medellín de la autoestima comprada con los eslóganes y el reconocimiento exterior y de la invasión de turista y de la mala fama, posee en su interior a una persona, a un compositor y a un cantante que dice lo que en realidad somos: una ciudad enferma, un país enfermo al que se sucede en los titulares más graves y  a otro titular que borra una pésima noticia, lo sigue otra aun peor en este espiral de iniquidades, por esa razón cantar en el circo de los likes y con las letras para niños que es casi toda la música en el país, es grato saber que Harold Dávila está ahí al frente, por eso lo considero un compañero de viaje, pero no de turismo sino como el cantante de mas relevancia y pero en el país de quien sabemos que posee la inteligencia y el lomo duro para contarnos y cantarnos lo que somos: el país de las mentiras que comienzan desde arriba y ha permeado todo el cuerpo social, enfermo, nauseabundo y cubierto con los falsos prestigios y las compradas aureolas mientras el país se desangra.

La música de Harold es un oasis en medio de la nada, en ese desierto de una esterilidad terrible donde muchos artistas y poetas de medio pelo van en pos de lo que ellos llaman la consagración, como un espejismo de color negro que cuando sabemos que eso se  consigue algo, no deja de ser un tarareo intrascendente y pegajoso, para dormir tranquilos. De ahí que las canciones de Harold nos inquietan nos llenen de rabia, nos llamen la atención porque el sabemos que cuando dice algo es porque es necesario decirlo, no merodear por ahí con metáforas de soslayo o anestesias de momento; no, sus canciones son contundentes expresan el momento de lo que somos.

Harold no está solo, de ninguna manera en su evento del 10 de diciembre en memoria de los desaparecidos, donde han participado personas valiosas de la comuna 13, él les dice que no están solo, que los acompaña pero no en la distancia sino con su ineludible presencia de su ser, impreso en sus canciones. Cada una de sus canciones que es un reclamo, que es nunca un giro para disimular sino una presencia, una estación de donde miramos como es necesario mantener ese carácter solidario como el lo hace, como el persiste para soñar al menos una ciudad mejor, un país más certero y más cercano en su tolerancia y en su solidaridad.

Harold, este día, nos ha recordado que las canciones no pueden convertirse en lo que muchos consideran una necesaria y pegajosa con la banalidad posible; no, él es de otra piel, de una cerviz dura, latente, crítica, pero llena de la poesía del reclamo, de la poesía de ese país desolado, de esa ciudad sin norte que se refugia en las montañas, en las cañadas en las calles, esa ciudad que sueña desde otras opciones, por esa razón Harold la recobra y la canta nos dice ahí estamos en su valentía, en su poesía.

Este 31 de diciembre huyendo a las lágrimas del final de año y a los escribas de los calendarios y del ajetreo de las consolaciones debido al cúmulo personal, escucho “Humeante el café”, su voz, la de Harold Dávila, entrega esta letra memorable debido a la cotidianidad en la que es buscada en su efímero incumplimiento. William le da toda su persistencia a la batería. Pausado, David deletrea las teclas del piano.  El bajista, Usuga, lento y preciso marca el ritmo de esta balada, mientras Carlos con sus dedos le arranca a la guitarra diversas sonoridades para que sus cuerdas se arrimen al blues.

Cierto, Harold Dávila le canta a lo relegado a lo que pocos miran, descubre en los sótanos de la intolerancia y de la poca solidaridad, ese país escondido allí en esos lugares sombríos, por esa razón su voz, sus canciones, nos sobresaltan. Además es un músico libre que no tiene que lidiar con la presión de las disqueras y sus motivaciones recreacionales. Así Harold Dávila.





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