Poemas de Mircea
Cărtărescu
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amémonos, keramú
amémonos, keramú2
, amémonos por toujours
que mañana seremos presa de las inundaciones, de los
corrimientos de
tierra, de
terribles
borracheras,
que mañana un ayer con patas de araña se paseará por los
rizos de tu pelo
enloqueciéndote, molestándote…
seamos tiernos, farfulló el polígono căţelu pegando los
lirios
a las caderas voluptuosas de la estación de autobuses de
filaret
seamos tiernos, mi soledad, apuntó la señal de sentido
giratorio
seamos tiernos, dijo también una mosca.
la primavera nos lamía la cara y las manos como un
pequinés
nos hacía preguntarnos qué gusto le sacaríamos a la
lengua infinita de la
noche llena de
autocares y estrellas,
la primavera nos acariciaba y sobrepasaba a veces los
límites maternales o
de la amistad
inocente
enseñando los pechos fríos de manera provocativa bajo su cazadora
azul
turquesa desgastada
oh, quédate un poco más, le susurró la lámpara a una
pelusa de la
alfombra,
¿no quieres subir a mi casa? bebamos algo, escuchemos
música, te enseño
la biblioteca…
¿no quieres quedarte esta noche en mi casa?
cojámonos de la mano, le dijo un médico jefe del hospital
emilia irza
al conejo de hojalata del escaparate de los juguetes.
querámonos, amémonos, crezcamos y reproduzcámonos
cantaban el tergal y el terciopelo, el dril y la batista
en gabroveni
les respondían hasta quedarse sin voz los sargentos y las
controladoras
hagamos el amor, balbuceaban el polen y las nubecillas
hagámoslo, roncaban las barberías,
como unas bombillas eléctricas unidas en serie
los nervios reventaban en el antebrazo, las venas se
inflaban en el tórax,
en las fosas nasales los analizadores de olor guardaban
los abrigos en
armarios
y el índice de refracción se zampaba un sándwich de pollo
en la perversa apertura del ojo.
qué de guiños, cuántos accidentes por distracciones,
cuentas cerradas,
pólizas pagadas,
angelito, estornudó el pulmón mientras se miraba en el
espejo
y veía a su espalda una fábrica.
la primavera nos untaba en el pan una gruesa porción de
televisión
nuestra mente estaba atascada de proyectos de agresión,
ya veíamos el
microcos
mos
cubierto
de
trincheras,
ya soñábamos con el poder, con krakatit, con el olor de
piel de zorro del
hombre invisible,
con los ojos vivarachos del hombre que atraviesa las
paredes…
nuestro cerebro se acordaba de cuando estaba encogido
de cuando latía, palpitaba, se removía, marchaba, se
revolvía, serpenteaba
el antebrazo se liberó en el aire flojo de la sensación
de tener plumas,
la oreja –la sensación de haber oído el berrido de un
triceratops
y las burbujas de hidrógeno extendían la malaria por la
cara.
ten confianza en mí, gorjeó la flora intestinal
mientras se arrojaba voluptuosa a los brazos del miedo
que llevaba aquella noche un traje sencillo, arqueado,
juvenil,
dame un besito, le suplicó el anabolismo al catabolismo,
no seas cruel, no me obligues, le amenazaba un maxilar al
otro.
llegaba la tarde, la ciudad se animaba,
llegaba la noche, las calles silbaban como un sifón,
¡seamos tiernos, lotería que nunca toca, seamos tiernos,
batidor de
alfombras,
querámonos, grifos, hagamos excursiones, carpeta de
sobres!
con vestidos de escombros y varas verdes, de embutidos y
quesos,
cubiertas de vodka y gasolina las emociones se habían
marchado a
escondidas.
por callejones y pasajes cubiertos de vidrio de colores
algún gato arañaba el tronco de algún laurel
y en las cervecerías las camareras se dejaban hacer por
dinero.
querámonos, unamuno, una y uno, querámonos, keramú,
y luego equivoquémonos de cerilla, de alicates, de pasta
de dientes,
ignoremos la excesiva influencia que ejerce en nuestra
psique
el campus de grozaveşti.
la primavera observa amarilla desde la estratosfera,
acariciada por el ozono
y los iones,
conozcámonos mejor, caracola, dice,
abracémonos, hangar, papelito, cubo de basura…
pero nosotros en la fuente del final de la calle
alexandru nos mojábamos el
uno al otro
con agua
justo al lado de la policlínica, y hasta los árboles
olían a dentista
…
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..
era la época de las
flores
con el tiempo has alcanzado el estatus de gran potencia.
con el paso del tiempo, me has llenado las avenidas de
embajadas,
consulados y
representaciones
pero hoy, por la carretera de mis deseos
mandas tus ojos azules como dos mercedes recién lavados
cuyos parabrisas engullen hojarasca rosa de castaño.
te has convertido en una gran potencia extranjera.
desde el zodiaco, tus satélites me fotografían en miles
de posturas, espían
mi
secreción
de insulina
entrevistan hasta a mi estuche de afeitar
y declaran enemigos acérrimos a mi nombre de mi apellido,
a mi edad de
mi sexo, a la estación del trolebús, al
tiroides del steaua
y mientras suena un tema de pink floyd me tomo un café a
ciegas
de pronto, hasta a tu chófer le trato de excelencia
hasta a tu limpiabotas le dejo que me llame chaval
le digo que sí, bwana, a tu cuello de encaje
le diseño a tus pinzas del pelo vestidos de decenas de
metros cuadrados de
escaparate
vengo en un suspiro cuando suena la campana de tu pereza…
como si fueras un pavo real, con bucarest desplegado a
tus espaldas.
los hoteles guiñan, las damas chisporrotean, las piedras
del pavimento se
gradúan en cibernética
los ministerios, los institutos, los puestos ambulantes
respiran polvo dorado
de los cinematógrafos disueltos en el
aire
los ocasos más amarillos
los crepúsculos
más negros
la muerte más
estadística que impulsa sus bucles por
los cimientos y los
canales y el metro y la anemia y el estrés
azul de las
tiendas de radios, de televisores,
de camionetas,
radiocasetes, micrófonos, discos, cascos,
enchufes, tomas
mezcladas con la saliva de la nostalgia del
color de las
locomotoras de servicio paralizadas junto
a los andenes de
la estación obor
y hasta los pensionistas de las básculas de precisión
y todos los inválidos que venden ilustraciones en relieve
y lotería
se han cansado de mí por tu risa pija, inquieta,
enemiga.
deja tu mundo olvidado,
extiende una capa de polvo sobre tu imperio brotado como
un grano en el
rostro
bronceado de
nuestra
amistad,
declárame independiente,
que me las arregle yo con mis reservas de mandioca,
batata y tapioca,
conviérteme en algo menos doloroso,
envuélveme con una florească más cálida,
parpadea como una chispa eléctrica y dobla la rodilla
para que me pueda
poner por
fin en
marcha
mi negocio con dudas de colores
en aquellas noches que, según dicen, volverán
(era la época de las flores
era la estación del amor
era la década de la guerra nuclear
era el crimen perfecto de los diez bajitos del mañana
era alí-babá y los veinticuatro años
era tu pecho gris que pasaba con un decibelio pura sangre
en la correa
era una llama de magnesio que abrazaba un petardo.)
te has convertido, mujer, en una gran potencia
extranjera.
te has convertido en el gran amor de mis pulmones
mi lluvia te dobla los frutos, mi apartamento es tu caja
de zapatos
a ti mi odio te manda cada día rosas y una nota,
a ti mi muerte te ilumina
el imperio bancario y discreto,
zaraza de goma.
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juguete mecánico
este verano los árboles se habían vestido con hojas de
oro
que caían crujiendo sobre el asfalto hinchado
este otoño las mujeres habían llevado pequineses de oro
accionados por un mecanismo complicado
el propio viento parpadeaba como ruedas dentadas
transparentes
las mujeres tenían todas sentimientos
las casas eran de látex y tenían un balcón cuadrangular
todo era gangoso y hacía muecas estirando los pechos de
chicle
todo dependía de las pequinesas desobedientes
accionadas por un mecanismo complicado.
–¡quiéreme, quiéreme!
–¡abrázame, abrázame!
este otoño tengo el miocardio de oro y todos los doctores
llevan bata blanca
y el quirófano está hecho de un celofán que se arranca
–¡cuídame!
–¡estoy en el suelo!
mi vida fue dura, movida por una rueda dentada y una vara
paso a paso caminé por el asfalto curvado
–¡quiéreme, mujer!, y ella había gritado
accionada por un mecanismo complicado.
el propio viento limpió el cristal y la joya y la montura
del reloj
escuchaba cómo las hojas de oro se golpeaban crujiendo de
modo extraño
contra el asfalto
y cómo los pequineses con su poca vergüenza arañaban con
uñas de
circonio
en el asfalto
y hasta los trolebuses se espantaron…
–¿por qué ya no quieres? ¿por qué nunca quisiste? ¿a qué
viene tanta
tozudez?
¿por qué esta obstinación de decidir tú sola lo que
deberíamos decidir los
dos?
¿por qué no me escribes? ¿por qué no me mandas una cinta
grabada con tu
voz? ¿en qué
te has convertido? ¿qué les pasó a nuestros recuerdos
comunes? ¿por
dónde andan nuestros amigos?
¿sobre qué colcha
deshaces tu cuerpo verdadero?
–¡quiéreme!
¡abrázame!
aguanta a mi lado
tira del otoño como de un chicle
mira cómo se deshilachan los vestidos en los escaparates
mira cómo las láminas de oro se cuartean en tus mejillas,
en ti
mira: pasa un rayo por los bloques de ladrillos de rubíes
y pasa también el viento dentado
y caen también las hojas crujiendo sobre el asfalto
hinchado
accionadas por una llavecita de oro, por resortes de oro
por volantes de oro, por palancas de oro
dando vueltas, retorciéndose, haciendo ruido
complicado,
complicado,
complicado…
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poseías todo tipo de
objetos eléctricos
tú estás hecha de otra pasta. tú me repugnas,
tú eres un monstruo, te tengo miedo.
tienes cosas que yo no tengo, tienes pechos, por ejemplo,
tienes mucha cara.
tienes un montón de faldas, tienes parientes con título
universitario.
y ay dios, cómo te salpica el pelo hasta las corvas
como un camión de fructexport, fantasmal y blando
que pasara por dorobanţi.
y tienes caderas, y tienes ataques, tienes amantes…
tu inconsciente seguro que es tan enorme
que podría reducir él solo la diferencia entre el pueblo
y la ciudad
y ponerle fin a la ola de violencia y pornografía
con solo un gesto, o con un ungüento.
no, si tú fueras un documental sobre las valencias de los
elementos
químicos
y yo una tabla sobre el tejado de un silo
aun así no sería yo tan raro
en la realidad con ateneos, cabernets, coches
tiemblo cuando me tocas. se me hace raro escuchar tu voz
por teléfono.
¿por qué tiene que existir un ser como tú?
¿y por qué ahora ya no existe?
bestia, pecosa, mujerzuela,
velo sobre mandíbulas de hojalata,
¡gansa!
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amiga
por aquel entonces engordaste, amiga,
y solo a duras penas conseguías pasar por mi calle
por el cable del teléfono te deslizabas solo haciéndote
mucho daño
y ya no podías ni nadar por las exclusas de mi nervio
óptico
en otro tiempo eras ligera, amiga,
te deslizabas incluso por los agujeros de los botones de
mi camisa
tu cadera era delgada, era rosa
era seguramente digna de una causa mejor, amiga.
qué felicidad era siquiera rozarte la piel florecida de tu
pavimento
quitar siquiera el automático de la faldita plisada del
garaje
temblando como una brújula derretida en tu calle
qué suerte era arrancarte la lencería del cuerpo que
hasta incluso los
mosquitos borrachos
giraban por encima de un camión aparcado con las
ruedas de la izquierda en el atardecer
qué fortuna era penetrar por fin en el universo de ideas
del sargento de la
esquina
emborrachándome de lujo, de calma, de voluptuosidad…
pero,
oh, nikakdá, habla un pajarito sobre ruedas
con la tabla colmada de sensaciones dentadas,
oh, nikakdá,
nikakdá…
una vez tuve una amiga que se resbalaba imparable por una
vía
desde obor hasta sfântul gheorghe con un rizo delante de
la zapatería
clujeana
y hasta la punta de sus pestañas emanaba un aroma
grotesco de grasa de
motor y
lancôme
y cada cabello suyo llevaba detrás un espectro solar de
muchos metros
por aquel entonces eras más móvil, amiga,
estabas a la vez en la televisión, en mi regazo y en mi
pensamiento
por aquel entonces eras más pelirroja, amiga
tus caderas, todo cuanto se veía bajo tu camisa con ojos
de hombre
iluminaban la avenida circului como una delicada bombilla
y más suave y más cubierta de terciopelo
que tus pechos era tu vida
tu vida única e indivisible
de ramera, de venus, de madonna, de sibila.
–fémina, mujer, ¿por entre los raíles de hierro eres
todavía posible?
ah, nikakdá, habla un pajarito sobre ruedas
por encima de los edificios de papel de plata de colores
ah, nikakdá,
nikakdá…
y tu mirada era una ventana
por la cual se oía un silbido dorado: “sus mercedes… su
excelencia”
ay, tu pecho era un batiscafo cuyas hélices giraban en el
laberinto de tu
cama
y dentro los sabios sorprendidos observaban los dedos
como una
nueva especie de
monstruo marino
ay, y tus ideas se te escapaban de los pechos como un
torrente azul marino
llevándose por delante motores eléctricos, dispensarios,
maternidades, librerías, carreteras pavimentadas con
altavoces
shops que giran alrededor del sol…
querría infectar como un virus tu imaginación.
una vez, amiga, tenía una amiga que hablaba
y también tenía una amiga que callaba
una amiga me cepillaba la ropa
una amiga me programaba
y escuchaba mis discursos exasperados, confusos
me protegía de los meteoritos, de los fantasmas me
defendía
una vez mi amiga era mi amiga
a la que yo me…
pero
ah, nikakdá
ah, nikakdá, nikakdá, nikakdá, nikakdá…
..
..
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se fue el amor…
del 80 al 81, miserable invierno
un vertedero de cafés, mecheros, “dire straits”,
cenáculos, vasos
y por la noche un pantano de gominola dolorosa: caras,
muslos y palabrería
y a veces una mirada lanzada por la ventana, hacia el
tráfico que avanza
con
dificultad
por la
nieve.
pero ¡he aquí el sol! ¿nos ha comprendido por fin la
primavera?
brillan las ventanas de la plaza de bucur obor y el
bulevar colentina está
amarillo
el asfalto apesta más seductor que nunca a renacuajos,
hay arcoíris en la
gasolina,
hay sardinas en aceite albanesas, y mujeres y alumnas
miran con desprecio el escaparate de menaje del hogar.
más arriba los árboles han tenido brotes en los patios
las señales de tráfico parecen ahora periódicos
enrollados
como palomas de óxido. y el poderoso sol que ilumina
tanto las fábricas, como los castillos de agua, las
escuelas, el cementerio…
–¿y yo? participo también de la alegría general.
y mira tú cómo: me bajé de la línea 109 una estación
antes
y me fui andando sin rumbo sobre la hierba del borde de
la calzada.
los autobasculantes, los vehículos TIR, los camiones
zumbaban con sus
planchas
arriba y abajo, cargando tubos, sacos y hormigón
los tranvías se deslizaban como en sueños…
así que me senté en el bordillo y miré la hierba
reluciente.
y mira tú, una abeja tirada en el polvo
el envoltorio de un caramelo de leche
un escarabajo con el caparazón reventado, que huye por un
lado, cuánto
sucede
en la raíz de una brizna de hierba, trémulo
en la brisa de aire caliente que sopla por entre las
ventanas de la fábrica de
alambre.
un cielo azul, sol, sombras enredadas, ruidos de tubo de
escape
raíles dorados de tranvía, hierba verde, lombrices,
escarabajos…
¿habría deseado algo más Tao o Boddhisattva?
La colina sube bien con sus andamios, casa, limusinas, su
bulevar, ya no
quería a
nadie…
me levanté al final, porque unos querían aparcar su
camión
me puse de pie y los miré
–¡métele fuerte!
dale, dale, dale, dale
un poco más... más, más, más, más, más, más…
¡así está bien! un poco más a la izquierda… ¡ya!
dale que va… más, más, un poco más…
¡ya estááá!
¡para!
ya está bien.
y el sol flotaba en lo alto del cielo.