3. “Antioquia acrisolada,
amalgama de razas”- ORLANDO RAMÍREZ-CASAS
Hola, jóvenes:
Hay
una discusión histórica sobre si la fundación de Medellín fue en 1675, según
las cédulas reales de doña Mariana de Austria; o se dio en 1616 con un resguardo
indígena con curato incluido que estableció el visitador Herrera Campuzano. A
los que se acogen a la fecha de 1675, poco les importarán los caseríos que la
antecedieron; pero a los que sí les importa no han podido ponerse de acuerdo
sobre si el caserío estuvo ubicado en el sector de la Aguacatala en la ruta de
Envigado, o en el sector de El Guayabal en Belén de Otrabanda. Como para
alquilar balcón. Desde que estaba en etapa de prepublicación mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín”, me
acogí a la tesis del Dr. Alberto Bernal Nicholls a favor de Otrabanda, con
argumentaciones que por lo menos yo encuentro juiciosas, y que no son suyas
sino que vienen de análisis de escritos que se remiten a don Marco Fidel
Suárez, al Dr. Manuel Uribe Ángel, y el cronista de indias Juan Bautista
Sardella; de donde se deduce que el primer lugar del Valle de Aburrá donde
acamparon los conquistadores por más de quince días fue en la Vuelta de
Guayabal al pie de la quebrada Santa Elena, y si de antecedentes se trata y no
de cédulas reales, pues Medellín nació en ese lugar.
En
el año 2001 se empezó a hablar del bicentenario de fundación de la Universidad
de Antioquia, Alma Mater de la raza. Este es un decir, puesto que la denominada
“raza antioqueña no es una raza” y la
expresión se sirve de la metáfora para denominar a un conglomerado humano que
nace y vive en un lugar y se nutre de una cultura común, que en nuestro caso es
la de Antioquia. Tal podría decirse, entonces, de la raza llanera, o de la raza
vallenata, o de la raza costeña. Una metáfora. Razas, como tales, solamente
existen la raza blanca caucásica, la raza negra africana, y la raza amarilla
asiática; con sus variaciones y mestizajes regados por el resto del mundo. No
se ha probado la existencia de una raza marciana, con mujeres de un solo ojo,
que es un invento cinematográfico mientras no se demuestre lo contrario. No
hay, pues, tal “raza antioqueña”.
Cuando
el equipo de fútbol Atlético Nacional celebró los 60 años de existencia en el
año de 2008, aún vivía el locutor Guillermo Hinestroza Isaza y protestó
vehemente por tal celebración. “Lo que
están celebrando”, me dijo, “son los
60 años de constituida la sociedad en notaría, pero para ese momento el equipo
llevaba ya muchos años de fundado”. Me contó, entonces, de los muchachos
que se reunían a jugar fútbol en la Manga de don Pepe (o de los Puerta) frente
a la Plaza de Flórez en el año de 1935. De su intención de conformar un equipo
organizado para participar en un campeonato de fútbol, de sus discusiones para
dar nombre al equipo hasta que se llegó al consenso de denominarlo “Atlético Unión”, de su evolución a “Atlético Indulana” para dar cabida al
patrocinador y, en fin, de los pasos dados antes de convertirse en el equipo “Atlético Nacional” por notaría. “Ellos lo están celebrando ahora, pero yo lo
celebré hace 13 años porque fui su fundador”.
Hace
poco compartí con ustedes la tesis de Bernardo “Begow” González White de que la Universidad de Antioquia no debió
celebrar su bicentenario en el año de 2003 sino en el año de 2022. Recoge él
los argumentos de Alberto Aguirre Ceballos expuestos en el año 2001 en los
periódicos El Colombiano y El Mundo de Medellín, apoyados en un derecho de
petición contra la Gobernación de Antioquia presentado por el abogado Luis
Javier Caicedo Pérez. Los directivos de la U. de A. siguieron con su propósito
de celebrar en el 2003 y solicitaron al gobierno nacional una estampilla
conmemorativa. El gobierno nacional pidió concepto a sus asesores de la
Academia Colombiana de Historia, presidida por el historiador Santiago Díaz
Piedrahíta, y ésta encomendó al académico Luis Horacio López Domínguez su
estudio del que se derivó un concepto: “La
fundación de la universidad, con el nombre de Colegio de Antioquia, fue
decretada por el general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la
República, en el año de 1822”. En consecuencia, la universidad celebró su
bicentenario diecinueve años antes de la fecha indicada por la Academia y se
quedó sin estampilla, sin saberse si tengan ánimos de volver a pedirla cuando
lleguemos al año de 2022.
Los
argumentos bicentenaristas de la primera fecha consideran antecesor del
establecimiento al colegio de los padres franciscanos que funcionó en el mismo
lugar, pero los argumentos en contrario consideran que esta ubicación
geográfica y el uso del local para albergar dos establecimientos de educación “distintos” (y hasta un cuartel militar)
es circunstancial y no tiene que ver lo uno con lo otro.
Queda
abierta, pues, la discusión y durante el foro de celebración fue repartido un
folleto escrito por la socióloga historiadora María Teresa Uribe de Hincapié,
texto que hace parte del libro “Memoria
de una efeméride” publicado por la universidad en el año de 2003. En él
rebate, punto por punto, las argumentaciones de la Academia y aporta datos
históricos documentados que no voy a repetir para no cansarlos pero que
encuentro de validez, y tengo la esperanza de que tal texto sea colgado en la
red y puesto a disposición de quien quiera consultarlo. Por el momento, habrá que
ir a la Biblioteca de la U. de A. para buscar el libro citado o, en su defecto,
el folleto que fue repartido durante el foro.
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