Este blog, en permanente construcción, hace parte de una revisión de los textos iniciáticos nadaístas con el propósito de mantener nuestra fe intacta en algunos de ellos. Podríamos decir que es una versión remasterizada, con inyecciones letales de cinismo y humor negro, de esta doctrina creada, simultáneamente, en Medellín y Cali.
Mantenemos la fe intacta en la creación libre. Somos icoñoclastas por naturaleza.
neonadaismo@gmail.com
Una revista es la expresión de un momento determinado. En ella, es posible leer lo que nunca saldrá en los periódicos, ahora sumidos en la farándula
política o deportiva. En las revistas los artículos son largos porque merecen
un análisis sesudo. En ellas se puede escribir sin afán, sin contravenciones,
sin esperar que los artículos cortos de 500 palabras sean la aproximación a lo que
los diarios añaden con simulación que las personas no leen; están equivocados,
sí se lee, pero no fruslerías, acomodos, reacomodos, por eso las revistas son
necesarias, allí existe un corte contemporáneo de algo que ha sucedido y avala la
mente de sus directores. En este caso un dossier dedicado a Carlos Gaviria, esa
persona que sin querer se convirtió en personaje y no se dejó arrebatar por las
mieles siempre cambiantes de esa gloria efímera y enfermiza de lo político.
En ellas, en las revistas, la lectura se vuelve espacio vital, reflexivo. Una
revista dignifica una institución, es su ventana al pensamiento, a la crítica,
al homenaje, y anda menos a explicar un momento determinado.
Para Ángela Marken, por su silenciosa devoción al cine.
Víctor Bustamante
Siempre me he preguntado
la razón por la cual Carlos Palau nunca perteneció al grupo de Cali. Me refiero
a esa fábrica nunca de celuloide sino de presencia generacional de aquellos que
pretendían convertir a Cali en un facsímil tropical de Hollywood. Caliwood lo
llamaban, pero de esa imposible factoría de cine, quedaron los deseos de Andrés Caicedo de
viajar a Los Ángeles a buscar a Roger Corman para que le dirigiera un guion
suyo, su amor por el cine, la irrupción de los cineclubes, la mítica revista Ojo al Cine, su literatura; sobre todo
el descubrimiento del mundo adolescente y citadino reflejado en Que viva la música, algún corto donde
aparece vestido de militar, y, además su molestia con todo lo paisa: la burla a
su música, ante la irrupción de la salsa y del rock. Incluso del nadaísmo nuestra
más cercana utopía. Por supuesto Caicedo se suicidaría no por una suerte de élan existencial sino por lo más anodino, según Cioran, por una mujer.
Pero también en el suplemento
de El Pueblo leí, leíamos, la columna
de Luis Ospina; Sunset bulevar de la mano de Norma Desmont, y, sobre todo, ya
en cine vi algunos largometrajes: Sangre de tu sangre, Carne de tu carne, La mansión
de Araucaima, solo para referirme a esa época en que una generación de
colombianos en sus ciudades quedó infectado de cine y del virus caleño hacia
ese arte que en el país no se ha podido consolidar. Por supuesto, que no debo
dejar de lado Agarrando pueblo, de Ospina y Mayolo, ya que en ese corto, se plantea
una manera de hacer cine en el país. Pero sobre todo se critica debido a una
razón: hay una constante en el país, filmar la escoria social, en un tercer mundismo
deprimente para enviar a Europa donde seguro son ganadores. La filantropía
europea disfrazada de arrepentimiento, ama premiar ese tipo de problemática social,
que es la marca del tercer mundo una película donde se exprese el ser
colombiano, nunca será premiada. Ellos quieren ver la problemática social, el despelote
en estos países para después de los festivales apagar las luces de su solidaridad
y entre comillas, preocupaciones sociales. Por esa razón es previsible en el cine
colombiano, ese cine de putillas, de gamines, de sicarios, que expresan apenas
una parte de lo que es el ser colombiano, pero que por la truculencia de ese
carácter que imprime la violencia da como resultado un camino que ha elegido el
cine. Agarrando pueblo por esa razón no solo es un valioso el testamento de los
caleños sino la critica a una propuesta nunca estética sino de naufragio del
cine colombiano al continuar expresando el caso social que conmueve, eso sí a
Europa. En este caso la estética del mal, mejor la estética del mal causa curiosidad
en las salas de cine, mas como denuncia que como cine mismo.
Pero de ese verano
también quedaron algunas fotografías, con cámara en mano por las calles de Cali,
de Ospina y Mayolo ah, y algunas chicas, y era que la foto y el evento se lo merecía,
una cámara de cine era en ese tiempo de baja tecnología un tesoro.
Todo lo anterior para
que continúe abierta esa pregunta sobre por qué Palau no fue compañero de generación
de aquellos: Ospina, Mayolo, y Caicedo, en esa perspectiva de crear un cine
colombiano. No sé, si se debería a diferencia de conceptos, o a caminos
diversos en un cometido de hacer cine de una manera personal. O a que la
cámara, como el balón, tenía su dueño.
Desde su primer filme
Palau ha ido construyendo un cine con su sello personal, algo que es difícil
por la tentación de hundirse en el pantanero de la llamada realidad social, de
la violencia para conmover jurados y público. Palau va por otro camino, su
camino es ese sendero del bosque que se abre y se cierra a su paso. Él indaga
sobre el país desde otra óptica, cada una de sus películas nace y obedece a
preguntas, cada una de sus películas es también una respuesta a esas preguntas.
No como un acto solipsista sino como un ajuste de cuentas consigo mismo. Y,
sobre todo, cada una de ellas, sus realizaciones, son un pedazo de la historia
del país, de ese país encorsetado que niega sus historias, aquellas que dan
lustre y presencia con su cine.
De ahí que A la salida nos vemos (1986) nos da la
idea de un camino que Palau vivió y escoge, y así mismo se aparta de un cine
que vendrá después: el cine como una expresión de sus creadores al decidirse
por la denuncia social y dejar de lado su mundo personal que es al fin de cuentas
ese cine que marca un concepto que le da ese toque valioso a quien lo filme: el
cine de autor.
Y, ¿por qué digo cine
de autor?, porque en sus películas cada una se enlaza con la anterior ya sea
desde un aspecto anecdótico o formal o en alguna detalle. Palau nos muestra
como el prepara y narra cada una de sus película y como las va situando en su filmografía
personal.
En A la salida nos vemos esta todo el mundo de recuerdos de Palau, su
ciudad, idílica, Tuluá, y en ese momento vital de la adolescencia cuando el
bachillerato abre las puertas a otros mundos, a otras percepciones y además
posee el fatum de saber que es un momento en la vida en que algo se va. Es el
momento de las grandes despedidas. De ahí que esta película nos de ese peso específico
de saber que el cine colombiano narra ese hecho, que no es solo un cumulo de anécdotas,
sino que en ese fresco, con su música de bar, con la prostituta generosa, con
la barra de amigos, y sus maldades desafiantes en el colegio que luego se convertirán
en risas y recuerdos, en ese momento
preciso es al mismo tiempo la despedida, el adiós definitivo al mundo de la primera
oración donde la lealtad es una presencia, no una mentira. Y no es un ajuste de
cuentas, sino la narración de ese momento idílico al cual regresamos, con toda
la ternura narrativa de su autor. Por eso esta película hace parte de un testamento
generacional, cuando los estudiantes adolescentes aun poseían humor, clase, y narra
una Colombia muy específica: la de la adolescencia con un fuerte
constreñimiento de lo social, la educación religiosa, y así mismo los bailes en
el patio solariego cuando aún las familias poseían su fuerza, su capacidad de
unir bajo la férula de los padres. Con cierto toque de ingenuidad y de buen
humor como correspondía a una época determinada los años 60 trascurren y ahí
nos vemos reflejados en la memoria contemporánea de un pueblo Tuluá donde la
música arde con esa poder de convocación, en esos momentos felices en el patio
de los sueños perdidos donde aparecen los primeros flirteos amorosos y donde el
bachillerato da ese estatus a los estudiantes, pero de antemano también es ese
camino del ser adolecentes para llegar al terreno taciturno, calculador de la
madurez.
Además esta película
nos muestra y completa otro ámbito de Tuluá, la cotidianidad, lejos del mundanal
y violento universo descrito por Álvarez Gardeazábal en Cóndores no entierran todos los días, luego filmado por Francisco
Norden.
En 2003, Palau filma Hábitos sucios basado en una noticia de
prensa, suceso real por supuesto, el asesinato de una monja en un convento de la
Comunidad de las Adoratrices en Bogotá. Allí Leticia López es acusada de asesinar
a una de sus compañeras, Luz Amparo Granada, y sobre ese leitmotiv gira la trama
de la película. Además Sor Juana Inés de la Cruz es admirada por ellas, así
como la presencia de Foucault ronda por estos pagos. Palau aquí se centra en el
rostro de cada una de las monjas como si nos advirtiera que cada una de ellas
guarda un secreto de sí misma, no solo tras las puertas del convento, tras las
puertas de sus cuartos sino que dentro de ellas mismas algo deambula, algo
sospecha el espectador que debe revertir a la realidad. Palau se detiene en los
rostros, los ausculta, los analiza, merodea como si quisiera darnos a entender
que en esos rostros que son la huella de cada persona algo se esconde desde la más
violenta diatriba hasta el oasis personal pero también las pasiones de alto
cuño.
De esa manera no miramos
el paisaje de las calles de Bogotá, las prostitutas gastadas y su posible reeducación,
las paredes y ventanas coloniales del claustro, los patios bordeados de árboles
y matas con flores sino los rostros que definen a cada persona. Aquí la cámara busca
la expresión aniquiladora y delatora de la cara de cada una de las monjas, quiere
advertirnos que es más importante el paisaje, la mirada, la desazón de cada rostro
que lo exterior. Sabemos que hay un crimen sin explicación, que hay un juez que
indaga, que hay unas monjas que niegan, sabemos que hay una crítica al
establecimiento religioso de una manera abierta como nunca se hizo en ninguna película
en el país, pero también sabemos que en el transcurso de la película se desvanece
la idea de encontrar a la culpable mientras se fortalece la visión de la vida
cotidiana en un convento.
Esta película toca,
como ninguna en el país, el drama que se vive no solo en los conventos, con su
rigidez moral y estrictas normas sino que explora el otro lado, la
culpabilidad, el señalamiento, el secreto, la vida en el claustro con la soberbia
de pensar que hay un Dios presente y un cielo soñado, y esquivo. Pero también
su autor explora no solo la apacibilidad del lugar, la vida monacal donde uno
piensa que no existe la envidia ni el señalamiento, porque él nos lleva poco a
poco a saber cómo en el convento los maitines son la música que acompaña, y las
oraciones se convierten en el apaciguamiento del alma, sino que en las noches
arde la carne con una manera violenta, pero dulce, para regresarnos a decir que
lo divino a veces no es humano y que lo humano, esos cuerpos de las bellas
monjas y novicias, son en realidad lo divino lo que brilla en lo que San Juan
de la cruz diría la noche escura del alma.
En El sueño del Paraíso (2007), la ficción supera toda la ficción, la
realidad supera su propia realidad. Un estudiante japonés,Juzo Takeshima, lee María y se enamora del paisaje del Valle
del Cauca y desea viajar a ese extraño y lejano país, Colombia. Y a partir de
ese evento inaudito, porque lo es, porque María
le da ese poder de ensoñación, de convocatoria para viajar. Cómo una novela que
es solo palabras y una trama y un destino y un paisaje conmueve tanto el alma
de una persona lejana, al otro lado del mundo, un antípoda pertinaz, que emigra
con su familia a un país desconocido.
Pero para sorpresa en esa
calma de ese valle, que también es verde, donde se instalan, aparecen los
hacendados del Valle con sus acusaciones, con su poderío y desacierto a verlos
como rivales. Llegan las sospechas de ser colaboradores de los países
derrotados en la II Guerra Mundial, las detenciones y confinamientos en Fusagasugá
pero también parece el conflicto amoroso en la destinaria de cartas lejanas. Así,
Isabel y Judi, quienes también viven su encuentro, luego sabrán de los presagos
que los cerca.
Encuentro que como contrapunto
es similar a la historia de María ya que esta historia, este romance inconcluso,
llega a su fin cuando Isabel también muere, presagio mendaz. Ya que no solo es
la misma novela, María, que ha
motivado al japonés a viajar sino que el mismo vive drama de un amor inconcluso
bajo una definición diferente, el azar en un mundo ya complejo. Pero también la
película recupera algo que está casi perdido en nuestra historia, los apresamientos
a los alemanes, italianos o japoneses debido a que los absorbe el deseo
contrario de los Aliados y es así que nos damos cuenta y recordamos que en el
país de los olvidos y de la negación, que es Colombia, también existieron
centros de reclusión, pero también, una justicia banal y humana manejada por empresarios
para vilipendiar a los japoneses
valiosos al llegar al Valle con una ética del trabajo y de la vida diferentes a
las del colombiano raso.
Palau filmó un Corazón de mujer, con guion de Darío
Ruiz Gómez, basado en un cuento de Efe Gómez, que no he visto, tampoco un
largometraje suyo En India, basado en
El sueño de las escalinatas de Zalamea Borda, cuando el Gran Burundun le daba
madera a Gonzalo Arango y este le respondía aún más feroz. También Palau tenía,
tiene una anterior relación con el tango, no en vano su corto Lunfardo, que nunca visto,yasí mismo, él adelantaba una idea cercana: filmar un largometraje sobre la
vida de otro poeta, tanquero él, Tartarín Moreira, y otro proyecto sobre Hernando
Tejada, que no se realizaron. Pero Palau continúa con el tango y de ahí sí filma
La caravana de Gardel (2015). Este
hecho luctuoso que aconteció en Medellín y convirtió al Inoxidable en un mito
según algunos, dejando al tango, valioso y elaborado musicalmente, apresado en
un lento e inconcluso funeral, al morir uno de sus iconos más celebrados. Este
hecho fatídico bastó no solo para que Medellín se apropiara del cantante sino
para que lo celebrara cada año, olvidando escribirle un libro de su último
viaje el cual escribió Cruz Kronfly, en el cual se basa la película, y además
que en la tierra de cineastas olvidaran filmar este largo funeral. Por supuesto
que ahí estaba Palau para devolver esa memoria e instalar al mayor cantante de
tangos.
Así es Medellín le gustan
las celebraciones y los onomásticos, le encanta las especulaciones tangueras, le
encantan los millonarios coleccionistas que viajan al sr del contente a buscar grabaciones
costosas y únicas, le encantan lo ensayos sobre tango, le desvela los acontecimientos
y el excesivo conocimiento sobre el tema, pero olvidaron, los cineastas locales,
filmar su versión de Gardel lo que con donosura Palau nos devuelve. Hace poco
cuando salió por fin la película La
caravana de Gardel los especialistas se enojaron porque no era fidedigno,
porque se saltaba algunos momentos, porque se ideaba otros instantes, porque
los actores son muy jóvenes añade una fan del cantor. También hay silencios de
los críticos cítricos, aquellos que no han filmado un fotograma en su vida y se
la pasan urdiendo postales demacradas sobre otros directores lejanos. Pero lo
único cierto es que La caravana de Gardel
ya camina con tranquilidad y aun conduce los restos de Carlitos hacia esa eternidad
de celuloide.
A esta ahora, en esta
noche de octubre Palau en su palacio creativo, en su ánimo y vigor por dar a
conocer el cine, su cine, a lo mejor se encuentra en alguno de los municipios
de este bello país definido a la manera del historiador Samper, presentando su película
sobre Gardel, y desde acá, desde este rincón de Medellín, desde la mansedumbre
de una poco shakesperiana noche de invierno le enviamos nuestro saludo, por
seguir presente en la cinematografía del país de realizadores sin cine, de
salas sin cuota de pantallas, pero sabemos de su tesón, de su talento para narrar
la historia, las historias de este país, que nadie ha narrado. De ahí su toque
personal, su cine de autor como ninguno en el país, que no busca las grandes tragedias
del momento para irse a Europa sino la vida de ese país violento, dulce, amargo
que vivimos cada día.
Sí, Rodrigo Tamayo,
siempre tan sencillo, siempre tan cerca, siempre ahí dispuesto a compartir lo
que conocía, sobre todo en ese momento cuando el reinicio del cine era
necesario para que la ciudad no quedara atrás de este arte tan necesario para
la memoria y la discusión. Con él, en esta apología, porque se la haré, porque
se la merece, por su calidad, por su amistad, todo era sencillo, y simple, y
fácil de compartir. Lejos de aquellos que se escudarían en el cine como conocimiento
y se quedarán en nada, solo en el presentimiento de ser profesores
universitarios sin obra. Rodrigo sí participó en muchas de esas actividades:
cortos y documentales y películas, y es hora de hacerle un necesario reconocimiento
a su aporte y no dejar su memoria disuelta en lo que ocupa a los antioqueños la
recalcitrante trama de la inexistencia, la pequeña fama de un día, o la fallida
cultura de los premios ocasionales como medida a sus artistas. No, Rodrigo es más
que eso, es una presencia total en nuestro cine.
Rodrigo Tamayo fue una
de las personas esenciales del cine en la década del 80. Entonces para paliar
la necesidad de no poder hacer cine solo quedaba la opción de asistir a los
teatros y a los cineclubes donde era fácil encontrarlo, disfrutando de algún
ciclo de cine, de un gran autor que hacía posible saber que el cine, visto de
esa manera, ampliaba fronteras.
No en vano, más tarde,
Rodrigo había sido el camarógrafo de Hulleras
de Gonzalo Mejía (1980), El tren de
los pioneros (1986) de Leonel Gallego y de una película que estuvo mucho
tiempo sin presentar al público como fue Mariposas
S.A., (1986), dirigida por Dunav Kusmanich, y Canturrón (1991) de Gonzalo Mejía. Además de diversos cortos en la facultad
de artes de la Universidad de Antioquia.
Pero ahora no voy a
refirme a esas películas que son la continuación del cine en Colombia, y
específicamente en la ciudad, en Medellín, y, que por supuesto, es necesario
valorar, sino a otra fase creativa de Rodrigo: la literatura.
Un amigo suyo, Iván
Puerta, mantuvo guardadas unas carpetas, legajos con notas y ahora ha recobrado
una pasión de la cual conocíamos poco de Rodrigo a no ser un cuento ya
publicado en el año de su muerte, de una forma casi marginal, pero al fin de cuentas
publicado por la Cámara de comercio.
Una de esas carpetas
contenía una noveleta, En la esquina,
que ahora ha sido editada por Editorial Palabra Viva. En esta el autor nos
lleva a su infancia trascurrida en Bello, a la presencia de las barras, a los amigos
de esquina con las miradas a lo que acontece en el barrio como lugar de su
ternura y de su presencia.
A ese tono confesional,
porque ahí está Rodrigo, se sucede la vida marginal de cuidar animales caseros,
de atisbar y sentir el pulso de la vida de una familia, donde él, Ricardo, es la
persona que camina por Bello, y al comienzo ese nuevo espacio citadino lleno de
putas y ladrones, trasunto de esos nuevos habitantes citadinos, como son quienes
deben emigrar de pueblos y veredas a una ciudad para evadir el asedio de la Violencia,
y rondar en la vagancia, en la falta de empleo de sus padres, en la acosada vida
doméstica, en la asedia de los sueños de bachillerato, en una vida llena de soledades, espuria y sin posibilidades, donde solo aparece como manera de socializarse,
las barras en las esquinas, y luego ellos
comenzar a delinquir en casa de sus mismos vecinos, sus amigos, y después, mejor
huir a Venezuela como un pequeño sueño dorado que no valió la pena. Otras de las
utopías imposibles: huir para regresar interiormente masacrado.
Rodrigo
Tamayo Herrera nació en bello en 1954 y murió en Medellín en 1994. Era Comunicador
social de la U de A. y realizador de cine.
AUGUSTO GONZÁLEZ: EL POETA DE LA SENCILLEZ INMARCESIBLE
Carlos Alfonso Rodríguez
AUGUSTO GONZÁLEZ, nació en Lima en el Distrito de Miraflores, por los fortuitos azares de la vida lo conocí en Medellín hace veinte años. Creo que es pertinente e insoslayable mencionar que el mediador de ese encuentro, como el de los sucesivos encuentros que hemos sostenido estuvo a cargo de Víctor Leopoldo González, que alguna vez entre conversación y conversación me mencionó un día que su padre era poeta, lo que él me dijera nunca pensé que se corrobora de la manera más evidente desde el primer momento en que sostuvimos diálogo con su padre, que no ha terminado y que dudo que termine por lo menos en esta vida.
Augusto González, es un poeta en toda la extensión de la palabra, que por las más diversas estaciones de su vida tuvo que dedicar su tiempo a innumerables labores que lo fueron alejando del tiempo absoluto que debería dedicarle un creador a su obra. Prematuramente a los seis años perdió a su padre quedando al cuidado de su madre que a los once años también falleciera, por lo cual debió quedar en manos de sus tíos y abuelos que vivían en Guamanga, Ayacucho, región por lo cual tiene una afecto especial, en donde se encuentran sus más profundas raíces, querencias y afectos. De regreso a la ciudad en donde nació, o sea Lima se integró al mundo laboral y muy joven aún contrajo nupcias con una bella dama norteña que lo hizo padre de siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres. La bella dama norteña nacida en la pequeña ciudad de Otuzco, tierra en donde nacieran la madre de José Santos Chocano y el notable periodista Manuel Jesús Orbegozo.
El joven matrimonio se vio de súbito sorprendido por la muerte de la bella dama norteña que antes de los cuarenta años lo convertía a Augusto González en padre y madre de siete hijos que por ventura el destino les prodigó grandes satisfacciones laborales, técnicas e industriales. Muchos años de su vida el poeta Augusto González se entregó al universo de la tipografía, llegando a organizar una pequeña imprenta que lo vinculó laboralmente a varios personajes del mundo editorial limeño entre ellos a Sandro Mariátegui, hijo de José Carlos Mariátegui. Conoció a Manuel “El cachorro” Seoane, a Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Beláunde Terry y muchos más personajes de la política y de la intelectualidad peruana de los años cincuenta, sesenta y setenta.
Recuerdo una tibia noche en el Centro de la ciudad de Medellín, que luego de las innumerables platicas, tertulias y conversatorios, mi amigo Augusto González empezó a soltar bellas, hermosísimas canciones que eran de su propia autoría y cosecha personal. Así fue que yo escuché embelesado: “Hoy soy muy feliz” que es en verdad un bolero. Y otra canción para mí muy memorable: “El parque del amor” que es un tradicional valse peruano, son canciones sencillas, pero muy humanas, que contienen el arte de la vida del común de las gentes de todas las horas y de todos los días. Por eso es que me agradan y por eso es que me han emocionado oírlas siempre en su voz. Esos cantos han sido el primer lazo de una amistad que empezó hace largos veinte años y que espero que no acabe nunca; porque aparte de ser Augusto González una persona de grande sensibilidad, es también un ser humano que profesa un cristianismo convicto, confeso y testimonial en sus actos cotidianos.
Los sucesivos encuentros de nuestra ahora dilatada amistad han ocurrido en Medellín, en Lima, nuevamente Medellín. Cuando Augusto González vivía en la Capital del Perú lo visité con regular frecuencia; mas como ahora radica en Los Ángeles, paraíso de la industria cinematográfica norteamericana, en donde vive en compañía de algunos hijos, nietos y familiares políticos. Pero lo que puedo contar de los recientes encuentros con el poeta Augusto González es que cada día está más entusiasmado por la construcción de sus cantos, poemas, cuentos y relatos, lo que ha animado en él a frecuentar autores, poetas, periodistas y músicos en todos estos días, incluso estuvo asistiendo de manera continua durante los primeros meses del presente año al taller de poesía de la Biblioteca Pública Piloto, lugar en donde también tuvo la oportunidad de exponer algunos de sus cantos y poemas, interactuando con algunos colegas en infinidad de tertulias y veladas artísticas. De esta manera alternó en varias oportunidades con el gran poeta Luis Flórez Berrío. Traté de lograr su presencia en el IV Festival alternativo de Poesía en Medellín que se desenvolvió con gran éxito este año, a pesar de algunos imponderables que se suscitaron en el camino; pero en estos momentos nadie duda en Medellín que el Festival alternativo va viento en popa para beneplácito de sus animadores, organizadores y colaboradores que año tras año se van asociando a esta gran cadena a favor de la resurrección de la poesía libre en la ciudad de Medellín.
Augusto González, no pudo estar para esas fechas del IV Festival Alternativo en la ciudad, pero dejó el más entusiasta ánimo de que el evento se desarrollara de la mejor manera, lo cual se produjo día a y día con el concurso del público de Medellín, que una vez más demostró su predilección por la poesía.
Hay muchos lazos que por fortuna ligan a Augusto González con la ciudad de la eterna primavera: hijos, nietos, amigos, colegas, fraternales hermanos, que hacen crecer la esperanza que un día no lejano retorne a estos lares que lo esperan con los brazos abiertos y los oídos habidos de escuchar su voz de músico, cantor, poeta y de sabio patriarca.
En un reciente viaje que hicimos al oriente antioqueño en compañía de dos de sus hijos Víctor y José, al municipio de Guatapé. Me lanzó el reto de escribirle un canto a tan bello y admirable municipio, pero debo confesar que resulté superado de manera holgada por la inspiración poética de mi amigo Augusto González y si alguien dudara de ello, bien puede leer y degustar estos bellos versos que son producto de su fervorosa inspiración y sabiduría, como también una prueba contundente de mi más reciente derrota poética, en una lid sin precedentes ni sucesores:
¡GUATAPÉ! UN PARAÍSO DE ENSUEÑO
(Augusto González)
¡Qué inmenso encanto es,
Este mágico y poético paisaje natural
llamado Guatapé!
Islas, rodeado de lagunas, como remansos
bosques floridos que la engalanan,
y un precioso obsequio del universo:
Un meteorito que vino cruzando galaxias;
para que aquí se llame ¡El Peñol de Guatapé!
En esta naturaleza tan bella
hay poesía para los amantes,
música de los vientos para los bardos,
un inmenso telar de pergamino para los pintores
y un lugar de sosiego y paz para las familias.
¡Guatapé! Es un verdadero oasis de vida.
Hermosas casitas pintorescas, balcones coloniales,
Parques con fuente de agua, un hermoso templo de filigrana,
Un malecón inmenso con miradores y funiculares,
Restaurantes con típicas comidas, y los stands de artesanías,
Que le dan un toque de alegría y festividad a la ciudad.
Cuanto hubieran deseado estar aquí con su arte,
Los clásicos pintores del paisajismo: Van Ruisdael
y Hobbema, holandeses;
Turner y Constable del imperio británico.
Sus obras maestras deleitarían
Al mundo entero, como nos deleita hoy,
El cuadro natural, bello, hermoso,
Que es el encanto de Guatapé.
A MI AMADA MADRE
(Augusto González)
En un pedestal de mi casa
guardo un recuerdo hermoso,
es el retrato de mi madre:
mujer humilde y generosa.
Era un dechado de amores
siempre alegre, siempre lista.
A demostrarnos su afecto,
con cariños y con caricias.
¡Cuánto la amé! ¡Cuánto la extraño!
Ningún tesoro vale más que ella.
Su corazón era para todos:
Como un pan bendito de cada día.
Era el dulce aroma de la casa
y cuando jugaba a nuestro lado,
con esa gracia, con esa dicha,
nos llenaba de alegría.
El tiempo inexorable vuela,
en las alas del recuerdo.
Cómo verla ahora para decirle:
¡Oh madre mía cuánto te amo!
¡Cuánto te adoro! Por ser mi vida.
Que Dios te tenga en su regazo,
Con bendiciones, con vida eterna.
....
EL PARQUE DEL AMOR
(Augusto González)
El parque del amor,
me hace recordar.
Lo mucho que te amé;
cuando te conocí.
Recuerdo aquella vez,
cuando te vi pasar:
al instante mis ojos
se prendaron de ti.
Tu imagen de mujer,
pletórica de amor.
De ensueño y corazón
jamás podré olvidar.
El parque del amor,
testigo de un querer,
que allí mi ser te dio
con dulce devoción.
¡Nunca te olvido!
Aunque ya no me quieras.
Aunque otro sea tu dueño,
yo siempre te amaré.
HOY SOY MUY FELIZ
(Augusto González)
Hoy soy muy feliz,
porque te conocí.
Y encuentro que tu ser,
se parece a mí.
Todo lo que te gusta,
también me gusta a mí,
podemos compartir.
Hoy soy muy feliz,
cuando te veo reír.
Derramas la dulzura
que me hace a mí vivir.
Y juntos disfrutamos
la dicha del amor,
que nos hace feliz.
¡Amada mía, pedazo de cielo!
Nunca apagues, la luz que en ti brilla:
mantenlo siempre así,
como un radiante sol
que nos hace vivir.
Le veo a los ojos y no le reconozco.
Su faz se desdibuja tras las llamas
Mi cuerpo ardiendo
se reflejan en sus pupilas
él no llora, no ríe, no dice nada.
¿Quién eres? le pregunto
Mientras la vida se me va
En trozos de piel en carne viva.
¿Quién eres? Insisto en el dolor
Él, desvía la mirada.
El fuego llega hasta mis huesos
Encadenando al miedo la esperanza.
En lágrimas calladas
el cuerpo suelta el alma
¡Vuelo ya lejos de las armas!
Miro al soldado abrazando la bandera
Despojos cubiertos de cenizas
olor a muerte con la luz primera
Y al poder oculto esbozando una sonrisa.
¡Ay de ti que no sabes quién te ordena!
¡Ay de mi que no sé quién me mata!
¡Ay de todos los que viven en esta enredadera!
En esta patria de mentiras
De flores secas
De tierra muerta
De agua envenenada.
...
Despertar
Desperté aquí
En esta tierra de contrastes amargos
Este México triste de las marginaciones y las balas
De dolores del alma y despedidas continuas.
Abrí los ojos
En este país de deudas y de sueños
De nidos rotos y de ilusiones desangradas
De discursos vanos
Y voces masacradas.
Vivo aquí
En este pedazo de tierra que me toca soñar
Y respirar
Recordando a unos héroes de mentira;
Reviviendo el grito de tierra y libertad en vano
Entonando un himno
Que muere de a poquito en el olvido.
La identidad se muere y la vergüenza crece,
Mirando cruces por doquier,
Cruces que lloran sus recuerdos
Que lastiman
Que calan hondo
Que gritan en silencio porque a nadie le importan.
Estoy muriendo aquí
En este sitio donde las voces de los niños y los desamparados
No se escuchan,
Donde el hambre se come los silencios
Y los niños ríen a pesar de todo.
Vivo aquí y no hay más que seguir viviendo
34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico:
La Toma
Gloria y caída del Barrio La Toma
Víctor Bustamante
Para Luis Fernando
González Escobar
De suyo, el nombre de La Toma, es neutral, no refiere la
adopción de un nombre extranjero como es el de Medellín mismo, que con el
tiempo hicimos nuestro. Tampoco refiere a la fracción de Belén, ni a Robledo,
ni a Aranjuez, ni a Buenos Aires, ni a Boston, ni a Prado, menos a Guayaquil;
nombres extraños al ámbito local. No, no, La Toma es ese nombre local dado por el
imperio del gusto popular, apocope de La Bocatoma, para referirse a la Quebrada Arriba, que aún persiste a pesar de
los diversos cambios en la topografía citadina, y que ha permanecido intacto hasta
ahora, hasta que el plan parcial con su eufemismo lo destroce.
En 1860 la avenida La Playa llegaba hasta Los Naranjitos, una
cuadra arriba del Puente de Córdoba, desde ahí hasta la Quebrada Arriba, existían arboledas,
solares llenos de rastrojos, casas humildes con techos de paja donde las
familias convivían con anímales domésticos: perros, cerdos y gallinas. Entonces
la quebrada Santa Elena era esplendorosa con sus charcos cristalinos; uno de
ellos muy visitado, el de Las Perlas. De allí partía una canoa donde tomaban el
agua para uso en los hogares.
Con el tiempo y la destrucción de su hábitat, la quebrada perdió
una tercera parte de su caudal. Además, sus orillas y su cauce, fueron ahondándose
debido a una razón de peso, empezaron extraer la arena y las piedras para otras
construcciones.
También allí se situó la primera planta eléctrica de Medellín.
Desde de 1895 la Compañía de Instalaciones Eléctricas del Distrito de Medellín,
aprovechaba el caudal de la quebrada Santa Elena y sus afluentes, La Castro y la
Santa Lucía, en el paraje Las Perlas. Fue toda una aventura traer las máquinas
en barco desde Nueva York, luego recorrieron tramos en tren, carros de bestias
y hasta presos enganchados de la cárcel.
En 1895 las bombillas brillaron por primera vez en Medellín,
no como alumbrado público sino como servicio para algunas familias privilegiadas.
Durante la crisis económica de comienzos del siglo XX, luego de la guerra de
los mil días, la compañía fue controlada por la familia Echavarría, dueña de
Coltejer en 1907, que consumía casi la mitad de la energía.
El alumbrado público, luego de protestas de la ciudadanía
ante la injerencia de la textilera, se inauguró en 1898 a las siete de la noche,
con las visitas de personas de varios municipios. 150 bombillas de arco en el parque de Berrio, ante
una multitud de personas ampliaron la noche en la ciudad. Un ingeniero español
José María Zapata era el responsable de este proyecto; traído desde Nueva York
se convirtió en una eminencia.
Pronto olvidamos que desde allí, desde La Toma, también se
generaron los vatios suficientes para crear la primera base industrial de la ciudad.
No solo Coltejer, el Molino Caldas de Coroliano Amador para triturar chocolate
y después trillar café, en otra construcción aledaña, proveniente de su
hacienda el Corcovado, sino que también se crearon otras fábricas, ya fuera de
jabones y empresas menores, y más allá, por los lados de Ayacucho, la cervecería Tamayo.
Aquí, junto al Puente de la Toma, el de madera y techo, el
sector también se llamaba Campo Alegre por una cantina, punto de referencia. Allí
la pasaba Abel Farina, inmerso en su poesía, y, por supuesto, también siguió
yendo a La Gironda en el mismo paraje. Allí el poeta en el letargo de la ciudad,
entre el agua de la Santa Elena y el verde de las montañas y el licor, a veces
con Tartarín, pensaría que vivía en Francia, y no solo eso, crearía esa música interior
de su poesía que tanto admiraría León de Greiff, su amigo, y también escribiría
algunos poemas en francés, mientras soñaba con el simbolismo y abandonaba su
carrera de abogado.
Coroliano Amador, lejos de algunos tramposos empresarios antiqueños,
por el año de 1872, reconstruiría el camino hacia Rionegro y vendería a su alrededor,
lotes para edificar casas, ofreciendo agua y materiales de sus haciendas
aledañas.
Por esta calle, la 51, que era al camino Medellín Rionegro, caminó José María Córdoba para encontrarse con Francisco José de Caldas. Luego,
mucho tiempo después, las hordas de trabajadores de Coltefábrica le daban vida
como núcleo obrero, bullicioso y parrandero, para solo citar algunos eventos
separados en el tiempo, mostrando así su prosapia y no la simple calle de ahora,
ampliada para el señor de la posmodernidad que es el auto, y, por supuesto, esquelética y sin prosapia
como se pretende.
Por La Toma quedaba la última Calle de los Indios, los Paucares; estos habitaban una curiosa vivienda de dos piezas con tabiques, casi sobre la
Santa Elena, construida con cañas de maíz y estacones de sauces. Indios que
luego fueron educados y absorbidos por el medio, que no solo los entronizaría
en la educación y en el medio social desde lo bajo, sino que les esquilmaría su
dignidad.
Carrasquilla menciona algunos medellinenses de mundo que se
iban por la Quebrada Arriba a divertirse en casas de mujeres alegres, madamas
del sexo, y a tomar chicha; otros olvidaron que la idea inicial era proseguir
con la Avenida La Playa hasta arriba casi hasta Bocaná. Otros historiadores y
arquitectos se detenían a lamentar la pérdida de las mansiones de la Playa,
cuando la élite local, arribista y sin corazón, decidió irse para Prado, luego merodearon
por la ciudad hasta dejarla a su suerte. Pero La Toma, lugar humilde y de mala fama,
casi permaneció intacta, y cuando en la ciudad decimos intacta, es decir que fue
abandonada, hasta que hace pocos años una administración le dio por construir
la Casa de la Memoria. Y como siempre ocurre en las taimadas administraciones
una obra social, educativa; eso sí, con mucha publicidad, es la excusa preferida
para cambiar de fisonomía al paisaje citadino, aquí no hay nada que valga como referencia
al patrimonio, menos la certeza de saber que este era el Medellín inicial, la
ciudad a preservar. No, no, de ninguna manera, una buena excusa, como la Casa
de la Memoria, servía para menoscabar la credibilidad pública que a fin de
cuentas, por así decirlo, no le interesa su ciudad. Pero, es cierto, no me dejo
seducir por este tipo de proyectos, ¡que no!, este tipo de destrucciones con
buenas intenciones, luego de los titulares traen como consecuencia que el paisaje
ha sido alterado, que ese sitio, la primera ciudad en su entorno urbano, fue
golpeado de frente, y a que, en este sitio colocado casi a la fuerza, sus casitas
de más de cien años, humildes, fueran despreciadas por la traílla de urbanistas
de la mano de políticos trashumantes en su ideología, y su nuevo concepto de ciudad,
en apariencia porque las ganancias y la dulce morfina de sus utilidades es lo
que interesa a ese dúo dinámico y perverso entre la administración publica y
consorcios privados. De ahí que ni la historia industrial de la ciudad fuera respetada,
de un tajo siniestro Coltefábrica fue convertida en apartamentos para vivienda,
y un nombre que es un insulto, y una burla para nuestra historia, Villa telar.
De tal manera en este sector con una admirada historia y
presencia de lo popular se borró también de golpe el papel de las mujeres como trabajadoras
e iniciadoras de su liberación del hogar y de las cargas domésticas, para pasar
a formar parte de la clase trabajadora, así se deja de lado la ciudad donde
hubo un Patronato de Obreras, de ahí que para ellos, los que erigen túmulos
cinerarios con sus fastos, olvidaron que por esos lados las mujeres comenzaron
su lucha, su reivindicación. Es cierto bajo esa óptica, y la costosa y zanahoria
de la modernidad sin sosiego, y la inserción demagógica de la ciudad a los cauces
turísticos, Medellín se da el lujo de decir no, no aquí no ha pasado nada. Así,
de tajo, se borró un parte de nuestro ser medellinense.
No me seduce la Casa de la Memoria, un ente municipal erigido
por aquellos mismos que han dilapidado y callado ante la ignominia. El mismo Estado
con la cara de municipio celebrando lo que nunca fue capaz de prevenir, el crimen.
De esa manera con esta construcción en forma de ataúd, se lava las manos. ¿Por
qué lo digo?, desde ahí, desde las oficinas de los encargados de prevenir este
estado de cosas, se sabía lo de la Escombrera, lo de la Curva del Diablo, lo del río
Medellín como botadero de cadáveres y se sabe, aun lo de las fronteras invisibles
y las bandas en los barrios y del crimen organizado en la ciudad.
Pero algo es cierto, en La Toma habitaba, y aun habita a
grandes destrozos lo popular, y caminándola, la conocemos. La historia de la Quebrada Arriba como la llaman sus exegetas, y La
Toma como siempre la conocí, nunca fue escrita, es más, nunca se escribió una gran novela sobre ella,
por una razón de peso, nuestros escritores en la primera mitad el siglo pasado andaban muy ocupados en hacer política, y ser gramáticos. Luego del gran golpe de mano
Nadaísta, muchos pensaron que el llamado realismo mágico era el camino díscolo
y empedrado a seguir, y como no lo lograron bajo la férula casposa de la universalidad,
entonces llegaron a escribir toda la hojarasca literaria sobre la mafia local y
sus adláteres. Por eso La Toma y Guayaquil desaparecieron ante nuestros ojos,
su escritura, nunca urgente, se volvió historia, es decir, nada, hojarasca y
por eso nunca se escribió un gran libro sobre esos dos grandes sectores donde
lo popular dio mito a tantas creencias, a tantas ceremonias donde lo sagrado
como mentira fue profanado por la música y los poetas.
De ahí que desde fin del siglo XVIII hayamos olvidado que La
Toma fue habitada por músicos de renombre como Esmaragdo Díaz, que tocaba la
bandola junto a Félix Cano y Heliodoro Arroyave. También vivió el guitarrista Alejandro
Vélez, Rigoletto. Mucho más tarde por estas calles, sabemos que existieron
bailaderos de porro, tango, y también bares, como La Copa de Oro, El Barcelona, El Deportivo, donde llegaron tantos
futbolistas como el Charro Moreno, el Manco Gutiérrez, Pécora, Lanza, y otras cantinas
visitadas por Larroca, Armando Moreno, y, antes, el mismísimo Gardel. Y más
tarde viviría el tenor Jairo Villa. Luego la habitarían grandes bailarines y músicos
de la Orquesta la Italian Jazz, del Combo di Lido y de la Sonora Dinamita de Edmundo
Arias.
De tal manera La Toma no solo fue lugar de prostitución, de
casas de mujeres alegres permitidas en baja voz, con la ferocidad de los
bombillos llamando al placer con placé, sino que fue un enclave habitado por músicos.
Aquí por esta calle, la 51, caminó Alba del Castillo, nunca
una virgen al sol, sino una cantante soñadora. Por aquí Matilde Díaz habitó el
mismo sitio, una pensión casi intacta aun, pero luego de quince años y de vivir
en varios sitios de la ciudad, Lucho Bermúdez al irse con ella le compondría un
porro "Hasta luego Medellín". Donde lo festivo ocultaría el amor del compositor
por la ciudad. Lucho vivía en Medellín desde el 1948 hasta 1962 y Matilde cantaría
ese porro. También en esa misma pensión vivió Miguel Zapata Restrepo, godo a
ultranza en el periódico La Defensa, luego fue director de Clarín. Miguel Lenguas le dirían, por el poder de su palabra, por la sintonía
de Clarín el noticiero que paralizaba la ciudad que aseveraba, decir lo que otros
callan, a las doce y media del día. Luego Miguel Zapata se dejó tentar por la
política llegando a ser alcalde de Bello. Furibundo hincha de Cochise le escribiría
un libro, así como al obispo timorato Miguel Ángel Builes, y también su propia
historia como burgomaestre. Pero también perdería credibilidad, y sus amigos, los políticos,
le recordarían dándole su nombre al puente de la Aguacatala.
En este video, en esta memoria que nos calcina, Fadduil
Alzate, presidente de la Mesa de Patrimonio de Medellín, nos lleva de su mano
por el barrio de su niñez, no en vano su padre tuvo una tienda en el barrio. Él
conoce cada uno de sus rincones, de él sabe cada una de las personas que lo
habitó y lo que ocurrió en este barrio nunca pendenciero como Guayaquil, sino
de regusto popular, adherido a la historia misma de Medellín; es más, es el
Medellín inicial. En este barrio de dura ley, en este barrio deicida por sus músicos
y escritores que lo buscaron, tierno pedazo de Medellín, aún conserva su lejana
historia que trasluce a flor de piel en las palabras de Fadduil. Aún perduran
en su memoria el hecho de que por estas calles, y en una esquina de bohemia, se
encontraran Fernando Botero y García Márquez, Así como un capítulo olvidado de
García Márquez, quien vivió una temporada por estos pagos, antes de darle esa crisis
de soberbia: creerse el colombiano más ilustre.
Aquí, donde la Casa de la Memoria exhibe su fachada gris de
ataúd y concreto, Fadduil nos indica como quedaba un bar mítico, la Gran
Parada, también bailadero, con bellas
mujeres, donde llegó Daniel Santos, Rogelio Martínez, Edmundo Arias, José Barros
y el musicólogo Hernán Restrepo Duque que se quedó atrapado en esta música, que
luego él mismo refirió en Radio Lente, su programa radial, con tanta donosura.
También doña Elizabeth Montes, Presidente de la Junta de Acción
Comunal de La Toma, nos sirvió también de guía a través de las calles de este
barrio, ahora tomado, donde descubrimos los pasajes dentro de las manzanas, y, así mismo, nos amplió su visión de un barrio que no es de tan baja estofa y
de viciosos como se cree.
La quebrada Santa Elena, parte esencial de La Toma, corre por
el barrio y nos enseña el abandono, la inercia pública con la quebrada matriz
de Medellín, precisamente en el momento en que más burocracia oficial hay,
ineficiente, por supuesto, y más se habla
de conservar y mantener el medio ambiente. La quebrada corre hacia el río
Medellín antes de ser sepultada, antes de ser tapada desde el Pablo Tobón hasta
el río mismo, convirtiéndose en uno de los principales crímenes ecológicos de
la ciudad.
Como si no bastara, hace pocos años las mentes grises y
chatas de Planeación Municipal, permitieron que al puente en mampostería, aun intacto, le fueran tumbadas sus pretiles para ampliar su calzada, y pasar por ella la ciudad más educada.
Sí, en esta mañana soleada de junio, donde los cerros en la parte
alta de Buenos Aires lucen las volutas de humo de los incendios de verano, la
Toma es revisitada por Fadduil, por Gilberto, por Elizabeth y Adriana. Y algo es
cierto, cada que se tumba de esa manera un edificio patrimonial, el condumio burocracia municipal
y urbanizadores, sin criterio, se asilan en nuevos proyectos para cambiar
la faz de la ciudad sin estudios que lo justifiquen, y así nos damos cuenta que la ciudad
parece que la fundara el egoísmo y la insensibilidad de cada una de las administraciones.