martes, 20 de octubre de 2015

Presentación Revista Unaula 35

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 Presentación 
Revista Unaula 35

Una revista es la expresión de un momento determinado. En ella, es posible leer lo que nunca saldrá en los periódicos, ahora sumidos en la farándula política o deportiva. En las revistas los artículos son largos porque merecen un análisis sesudo. En ellas se puede escribir sin afán, sin contravenciones, sin esperar que los artículos cortos de 500 palabras sean la aproximación a lo que los diarios añaden con simulación que las personas no leen; están equivocados, sí se lee, pero no fruslerías, acomodos, reacomodos, por eso las revistas son necesarias, allí existe un corte contemporáneo de algo que ha sucedido y avala la mente de sus directores. En este caso un dossier dedicado a Carlos Gaviria, esa persona que sin querer se convirtió en personaje y no se dejó arrebatar por las mieles siempre cambiantes de esa gloria efímera y enfermiza de lo político.


En ellas, en las revistas, la lectura se vuelve espacio vital, reflexivo. Una revista dignifica una institución, es su ventana al pensamiento, a la crítica, al homenaje, y anda menos a explicar un momento determinado.

lunes, 12 de octubre de 2015

Carlos Palau en Medellín




Carlos Palau en Medellín

                                            Para Ángela Marken, por su silenciosa devoción al cine.

Víctor Bustamante

Siempre me he preguntado la razón por la cual Carlos Palau nunca perteneció al grupo de Cali. Me refiero a esa fábrica nunca de celuloide sino de presencia generacional de aquellos que pretendían convertir a Cali en un facsímil tropical de Hollywood. Caliwood lo llamaban, pero de esa imposible factoría de cine,  quedaron los deseos de Andrés Caicedo de viajar a Los Ángeles a buscar a Roger Corman para que le dirigiera un guion suyo, su amor por el cine, la irrupción de los cineclubes, la mítica revista Ojo al Cine, su literatura; sobre todo el descubrimiento del mundo adolescente y citadino reflejado en Que viva la música, algún corto donde aparece vestido de militar, y, además su molestia con todo lo paisa: la burla a su música, ante la irrupción de la salsa y del rock. Incluso del nadaísmo nuestra más cercana utopía. Por supuesto Caicedo se suicidaría no por una suerte de élan existencial sino por lo más anodino, según Cioran, por una mujer.

Pero también en el suplemento de El Pueblo leí, leíamos, la columna de Luis Ospina; Sunset bulevar de la mano de Norma Desmont, y, sobre todo, ya en cine vi algunos largometrajes: Sangre de tu sangre, Carne de tu carne, La mansión de Araucaima, solo para referirme a esa época en que una generación de colombianos en sus ciudades quedó infectado de cine y del virus caleño hacia ese arte que en el país no se ha podido consolidar. Por supuesto, que no debo dejar de lado Agarrando pueblo, de Ospina y Mayolo, ya que en ese corto, se plantea una manera de hacer cine en el país. Pero sobre todo se critica debido a una razón: hay una constante en el país, filmar la escoria social, en un tercer mundismo deprimente para enviar a Europa donde seguro son ganadores. La filantropía europea disfrazada de arrepentimiento, ama premiar ese tipo de problemática social, que es la marca del tercer mundo una película donde se exprese el ser colombiano, nunca será premiada. Ellos quieren ver la problemática social, el despelote en estos países para después de los festivales apagar las luces de su solidaridad y entre comillas, preocupaciones sociales. Por esa razón es previsible en el cine colombiano, ese cine de putillas, de gamines, de sicarios, que expresan apenas una parte de lo que es el ser colombiano, pero que por la truculencia de ese carácter que imprime la violencia da como resultado un camino que ha elegido el cine. Agarrando pueblo por esa razón no solo es un valioso el testamento de los caleños sino la critica a una propuesta nunca estética sino de naufragio del cine colombiano al continuar expresando el caso social que conmueve, eso sí a Europa. En este caso la estética del mal, mejor la estética del mal causa curiosidad en las salas de cine, mas como denuncia que como cine mismo.

Pero de ese verano también quedaron algunas fotografías, con cámara en mano por las calles de Cali, de Ospina y Mayolo ah, y algunas chicas, y era que la foto y el evento se lo merecía, una cámara de cine era en ese tiempo de baja tecnología un tesoro.

Todo lo anterior para que continúe abierta esa pregunta sobre por qué Palau no fue compañero de generación de aquellos: Ospina, Mayolo, y Caicedo, en esa perspectiva de crear un cine colombiano. No sé, si se debería a diferencia de conceptos, o a caminos diversos en un cometido de hacer cine de una manera personal. O a que la cámara, como el balón, tenía su dueño.

Desde su primer filme Palau ha ido construyendo un cine con su sello personal, algo que es difícil por la tentación de hundirse en el pantanero de la llamada realidad social, de la violencia para conmover jurados y público. Palau va por otro camino, su camino es ese sendero del bosque que se abre y se cierra a su paso. Él indaga sobre el país desde otra óptica, cada una de sus películas nace y obedece a preguntas, cada una de sus películas es también una respuesta a esas preguntas. No como un acto solipsista sino como un ajuste de cuentas consigo mismo. Y, sobre todo, cada una de ellas, sus realizaciones, son un pedazo de la historia del país, de ese país encorsetado que niega sus historias, aquellas que dan lustre y presencia con su cine.

De ahí que A la salida nos vemos (1986) nos da la idea de un camino que Palau vivió y escoge, y así mismo se aparta de un cine que vendrá después: el cine como una expresión de sus creadores al decidirse por la denuncia social y dejar de lado su mundo personal que es al fin de cuentas ese cine que marca un concepto que le da ese toque valioso a quien lo filme: el cine de autor.

Y, ¿por qué digo cine de autor?, porque en sus películas cada una se enlaza con la anterior ya sea desde un aspecto anecdótico o formal o en alguna detalle. Palau nos muestra como el prepara y narra cada una de sus película y como las va situando en su filmografía personal.

En A la salida nos vemos esta todo el mundo de recuerdos de Palau, su ciudad, idílica, Tuluá, y en ese momento vital de la adolescencia cuando el bachillerato abre las puertas a otros mundos, a otras percepciones y además posee el fatum de saber que es un momento en la vida en que algo se va. Es el momento de las grandes despedidas. De ahí que esta película nos de ese peso específico de saber que el cine colombiano narra ese hecho, que no es solo un cumulo de anécdotas, sino que en ese fresco, con su música de bar, con la prostituta generosa, con la barra de amigos, y sus maldades desafiantes en el colegio que luego se convertirán en risas y recuerdos,  en ese momento preciso es al mismo tiempo la despedida, el adiós definitivo al mundo de la primera oración donde la lealtad es una presencia, no una mentira. Y no es un ajuste de cuentas, sino la narración de ese momento idílico al cual regresamos, con toda la ternura narrativa de su autor. Por eso esta película hace parte de un testamento generacional, cuando los estudiantes adolescentes aun poseían humor, clase, y narra una Colombia muy específica: la de la adolescencia con un fuerte constreñimiento de lo social, la educación religiosa, y así mismo los bailes en el patio solariego cuando aún las familias poseían su fuerza, su capacidad de unir bajo la férula de los padres. Con cierto toque de ingenuidad y de buen humor como correspondía a una época determinada los años 60 trascurren y ahí nos vemos reflejados en la memoria contemporánea de un pueblo Tuluá donde la música arde con esa poder de convocación, en esos momentos felices en el patio de los sueños perdidos donde aparecen los primeros flirteos amorosos y donde el bachillerato da ese estatus a los estudiantes, pero de antemano también es ese camino del ser adolecentes para llegar al terreno taciturno, calculador de la madurez.

Además esta película nos muestra y completa otro ámbito de Tuluá, la cotidianidad, lejos del mundanal y violento universo descrito por Álvarez Gardeazábal en Cóndores no entierran todos los días, luego filmado por Francisco Norden.

En 2003, Palau filma Hábitos sucios basado en una noticia de prensa, suceso real por supuesto, el asesinato de una monja en un convento de la Comunidad de las Adoratrices en Bogotá. Allí Leticia López es acusada de asesinar a una de sus compañeras, Luz Amparo Granada, y sobre ese leitmotiv gira la trama de la película. Además Sor Juana Inés de la Cruz es admirada por ellas, así como la presencia de Foucault ronda por estos pagos. Palau aquí se centra en el rostro de cada una de las monjas como si nos advirtiera que cada una de ellas guarda un secreto de sí misma, no solo tras las puertas del convento, tras las puertas de sus cuartos sino que dentro de ellas mismas algo deambula, algo sospecha el espectador que debe revertir a la realidad. Palau se detiene en los rostros, los ausculta, los analiza, merodea como si quisiera darnos a entender que en esos rostros que son la huella de cada persona algo se esconde desde la más violenta diatriba hasta el oasis personal pero también las pasiones de alto cuño.

De esa manera no miramos el paisaje de las calles de Bogotá, las prostitutas gastadas y su posible reeducación, las paredes y ventanas coloniales del claustro, los patios bordeados de árboles y matas con flores sino los rostros que definen a cada persona. Aquí la cámara busca la expresión aniquiladora y delatora de la cara de cada una de las monjas, quiere advertirnos que es más importante el paisaje, la mirada, la desazón de cada rostro que lo exterior. Sabemos que hay un crimen sin explicación, que hay un juez que indaga, que hay unas monjas que niegan, sabemos que hay una crítica al establecimiento religioso de una manera abierta como nunca se hizo en ninguna película en el país, pero también sabemos que en el transcurso de la película se desvanece la idea de encontrar a la culpable mientras se fortalece la visión de la vida cotidiana en un convento.

Esta película toca, como ninguna en el país, el drama que se vive no solo en los conventos, con su rigidez moral y estrictas normas sino que explora el otro lado, la culpabilidad, el señalamiento, el secreto, la vida en el claustro con la soberbia de pensar que hay un Dios presente y un cielo soñado, y esquivo. Pero también su autor explora no solo la apacibilidad del lugar, la vida monacal donde uno piensa que no existe la envidia ni el señalamiento, porque él nos lleva poco a poco a saber cómo en el convento los maitines son la música que acompaña, y las oraciones se convierten en el apaciguamiento del alma, sino que en las noches arde la carne con una manera violenta, pero dulce, para regresarnos a decir que lo divino a veces no es humano y que lo humano, esos cuerpos de las bellas monjas y novicias, son en realidad lo divino lo que brilla en lo que San Juan de la cruz diría la noche escura del alma.

En El sueño del Paraíso (2007), la ficción supera toda la ficción, la realidad supera su propia realidad. Un estudiante japonés, Juzo Takeshima, lee María y se enamora del paisaje del Valle del Cauca y desea viajar a ese extraño y lejano país, Colombia. Y a partir de ese evento inaudito, porque lo es, porque María le da ese poder de ensoñación, de convocatoria para viajar. Cómo una novela que es solo palabras y una trama y un destino y un paisaje conmueve tanto el alma de una persona lejana, al otro lado del mundo, un antípoda pertinaz, que emigra con su familia a un país desconocido.

Pero para sorpresa en esa calma de ese valle, que también es verde, donde se instalan, aparecen los hacendados del Valle con sus acusaciones, con su poderío y desacierto a verlos como rivales. Llegan las sospechas de ser colaboradores de los países derrotados en la II Guerra Mundial, las detenciones y confinamientos en Fusagasugá pero también parece el conflicto amoroso en la destinaria de cartas lejanas. Así, Isabel y Judi, quienes también viven su encuentro, luego sabrán de los presagos que los cerca.

Encuentro que como contrapunto es similar a la historia de María ya que esta historia, este romance inconcluso, llega a su fin cuando Isabel también muere, presagio mendaz. Ya que no solo es la misma novela, María, que ha motivado al japonés a viajar sino que el mismo vive drama de un amor inconcluso bajo una definición diferente, el azar en un mundo ya complejo. Pero también la película recupera algo que está casi perdido en nuestra historia, los apresamientos a los alemanes, italianos o japoneses debido a que los absorbe el deseo contrario de los Aliados y es así que nos damos cuenta y recordamos que en el país de los olvidos y de la negación, que es Colombia, también existieron centros de reclusión, pero también, una justicia banal y humana manejada por empresarios  para vilipendiar a los japoneses valiosos al llegar al Valle con una ética del trabajo y de la vida diferentes a las del colombiano raso.

Palau filmó un Corazón de mujer, con guion de Darío Ruiz Gómez, basado en un cuento de Efe Gómez, que no he visto, tampoco un largometraje suyo En India, basado en El sueño de las escalinatas de Zalamea Borda, cuando el Gran Burundun le daba madera a Gonzalo Arango y este le respondía aún más feroz. También Palau tenía, tiene una anterior relación con el tango, no en vano su corto Lunfardo, que nunca visto, y así mismo, él adelantaba una idea cercana: filmar un largometraje sobre la vida de otro poeta, tanquero él, Tartarín Moreira, y otro proyecto sobre Hernando Tejada, que no se realizaron. Pero Palau continúa con el tango y de ahí sí filma La caravana de Gardel (2015). Este hecho luctuoso que aconteció en Medellín y convirtió al Inoxidable en un mito según algunos, dejando al tango, valioso y elaborado musicalmente, apresado en un lento e inconcluso funeral, al morir uno de sus iconos más celebrados. Este hecho fatídico bastó no solo para que Medellín se apropiara del cantante sino para que lo celebrara cada año, olvidando escribirle un libro de su último viaje el cual escribió Cruz Kronfly, en el cual se basa la película, y además que en la tierra de cineastas olvidaran filmar este largo funeral. Por supuesto que ahí estaba Palau para devolver esa memoria e instalar al mayor cantante de tangos. 

Así es Medellín le gustan las celebraciones y los onomásticos, le encanta las especulaciones tangueras, le encantan los millonarios coleccionistas que viajan al sr del contente a buscar grabaciones costosas y únicas, le encantan lo ensayos sobre tango, le desvela los acontecimientos y el excesivo conocimiento sobre el tema, pero olvidaron, los cineastas locales, filmar su versión de Gardel lo que con donosura Palau nos devuelve. Hace poco cuando salió por fin la película La caravana de Gardel los especialistas se enojaron porque no era fidedigno, porque se saltaba algunos momentos, porque se ideaba otros instantes, porque los actores son muy jóvenes añade una fan del cantor. También hay silencios de los críticos cítricos, aquellos que no han filmado un fotograma en su vida y se la pasan urdiendo postales demacradas sobre otros directores lejanos. Pero lo único cierto es que La caravana de Gardel ya camina con tranquilidad y aun conduce los restos de Carlitos hacia esa eternidad de celuloide.

A esta ahora, en esta noche de octubre Palau en su palacio creativo, en su ánimo y vigor por dar a conocer el cine, su cine, a lo mejor se encuentra en alguno de los municipios de este bello país definido a la manera del historiador Samper, presentando su película sobre Gardel, y desde acá, desde este rincón de Medellín, desde la mansedumbre de una poco shakesperiana noche de invierno le enviamos nuestro saludo, por seguir presente en la cinematografía del país de realizadores sin cine, de salas sin cuota de pantallas, pero sabemos de su tesón, de su talento para narrar la historia, las historias de este país, que nadie ha narrado. De ahí su toque personal, su cine de autor como ninguno en el país, que no busca las grandes tragedias del momento para irse a Europa sino la vida de ese país violento, dulce, amargo que vivimos cada día.




                                                              Angela y Carlos

miércoles, 7 de octubre de 2015

En la esquina / Rodrigo Tamayo





En la esquina / Rodrigo Tamayo

/Editorial Palabra Viva/

Víctor Bustamante


Sí, Rodrigo Tamayo, siempre tan sencillo, siempre tan cerca, siempre ahí dispuesto a compartir lo que conocía, sobre todo en ese momento cuando el reinicio del cine era necesario para que la ciudad no quedara atrás de este arte tan necesario para la memoria y la discusión. Con él, en esta apología, porque se la haré, porque se la merece, por su calidad, por su amistad, todo era sencillo, y simple, y fácil de compartir. Lejos de aquellos que se escudarían en el cine como conocimiento y se quedarán en nada, solo en el presentimiento de ser profesores universitarios sin obra. Rodrigo sí participó en muchas de esas actividades: cortos y documentales y películas, y es hora de hacerle un necesario reconocimiento a su aporte y no dejar su memoria disuelta en lo que ocupa a los antioqueños la recalcitrante trama de la inexistencia, la pequeña fama de un día, o la fallida cultura de los premios ocasionales como medida a sus artistas. No, Rodrigo es más que eso, es una presencia total en nuestro cine.

Rodrigo Tamayo fue una de las personas esenciales del cine en la década del 80. Entonces para paliar la necesidad de no poder hacer cine solo quedaba la opción de asistir a los teatros y a los cineclubes donde era fácil encontrarlo, disfrutando de algún ciclo de cine, de un gran autor que hacía posible saber que el cine, visto de esa manera, ampliaba fronteras.

No en vano, más tarde, Rodrigo había sido el camarógrafo de Hulleras de Gonzalo Mejía (1980), El tren de los pioneros (1986) de Leonel Gallego y de una película que estuvo mucho tiempo sin presentar al público como fue Mariposas S.A., (1986), dirigida por Dunav Kusmanich, y Canturrón (1991) de Gonzalo Mejía. Además de diversos cortos en la facultad de artes de la Universidad de Antioquia.

Pero ahora no voy a refirme a esas películas que son la continuación del cine en Colombia, y específicamente en la ciudad, en Medellín, y, que por supuesto, es necesario valorar, sino a otra fase creativa de Rodrigo: la literatura.

Un amigo suyo, Iván Puerta, mantuvo guardadas unas carpetas, legajos con notas y ahora ha recobrado una pasión de la cual conocíamos poco de Rodrigo a no ser un cuento ya publicado en el año de su muerte, de una forma casi marginal, pero al fin de cuentas publicado por la Cámara de comercio.

Una de esas carpetas contenía una noveleta, En la esquina, que ahora ha sido editada por Editorial Palabra Viva. En esta el autor nos lleva a su infancia trascurrida en Bello, a la presencia de las barras, a los amigos de esquina con las miradas a lo que acontece en el barrio como lugar de su ternura y de su presencia.

A ese tono confesional, porque ahí está Rodrigo, se sucede la vida marginal de cuidar animales caseros, de atisbar y sentir el pulso de la vida de una familia, donde él, Ricardo, es la persona que camina por Bello, y al comienzo ese nuevo espacio citadino lleno de putas y ladrones, trasunto de esos nuevos habitantes citadinos, como son quienes deben emigrar de pueblos y veredas a una ciudad para evadir el asedio de la Violencia, y rondar en la vagancia, en la falta de empleo de sus padres, en la acosada vida doméstica, en la asedia de los sueños de bachillerato, en una vida llena de soledades, espuria y sin posibilidades, donde solo aparece como manera de socializarse, las barras en las esquinas, y luego  ellos comenzar a delinquir en casa de sus mismos vecinos, sus amigos, y después, mejor huir a Venezuela como un pequeño sueño dorado que no valió la pena. Otras de las utopías imposibles: huir para regresar interiormente masacrado.

Rodrigo Tamayo Herrera nació en bello en 1954 y murió en Medellín en 1994. Era Comunicador social de la U de A. y realizador de cine.


lunes, 5 de octubre de 2015

AUGUSTO GONZÁLEZ: EL POETA DE LA SENCILLEZ INMARCESIBLE / Carlos Alfonso Rodríguez



AUGUSTO GONZÁLEZ: 

EL POETA DE LA SENCILLEZ INMARCESIBLE

 Carlos Alfonso Rodríguez

AUGUSTO GONZÁLEZ, nació en Lima en el Distrito de Miraflores, por los fortuitos azares de la vida lo conocí en Medellín hace veinte años. Creo que es pertinente e insoslayable mencionar que el mediador de ese encuentro, como el de los sucesivos encuentros que hemos sostenido estuvo a cargo de Víctor Leopoldo González, que alguna vez entre conversación y conversación me mencionó un día que su padre era poeta, lo que él me dijera nunca pensé que se corrobora de la manera más evidente desde el primer momento en que sostuvimos diálogo con su padre, que no ha terminado y que dudo que termine por lo menos en esta vida. 

Augusto González, es un poeta en toda la extensión de la palabra, que por las más diversas estaciones de su vida tuvo que dedicar su tiempo a innumerables labores que lo fueron alejando del tiempo absoluto que debería dedicarle un creador a su obra. Prematuramente a los seis años perdió a su padre quedando al cuidado de su madre que a los once años también falleciera, por lo cual debió quedar en manos de sus tíos y abuelos que vivían en Guamanga, Ayacucho, región por lo cual tiene una afecto especial, en donde se encuentran sus más profundas raíces, querencias y afectos. De regreso a la ciudad en donde nació, o sea Lima se integró al mundo laboral y muy joven aún contrajo nupcias con una bella dama norteña que lo hizo padre de siete hijos, cuatro hombres y tres mujeres. La bella dama norteña nacida en la pequeña ciudad de Otuzco, tierra en donde nacieran la madre de José Santos Chocano y el notable periodista Manuel Jesús Orbegozo. 

El joven matrimonio se vio de súbito sorprendido por la muerte de la bella dama norteña que antes de los cuarenta años lo convertía a Augusto González en padre y madre de siete hijos que por ventura el destino les prodigó grandes satisfacciones laborales, técnicas e industriales. Muchos años de su vida el poeta Augusto González se entregó al universo de la tipografía, llegando a organizar una pequeña imprenta que lo vinculó laboralmente a varios personajes del mundo editorial limeño entre ellos a Sandro Mariátegui, hijo de José Carlos Mariátegui. Conoció a Manuel “El cachorro” Seoane, a Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Beláunde Terry y muchos más personajes de la política y de la intelectualidad peruana de los años cincuenta, sesenta y setenta.

Recuerdo una tibia noche en el Centro de la ciudad de Medellín, que luego de las innumerables platicas, tertulias y conversatorios, mi amigo Augusto González empezó a soltar bellas, hermosísimas canciones que eran de su propia autoría y cosecha personal. Así fue que yo escuché embelesado: “Hoy soy muy feliz” que es en verdad un bolero. Y otra canción para mí muy memorable: “El parque del amor” que es un tradicional valse peruano, son canciones sencillas, pero muy humanas, que contienen el arte de la vida del común de las gentes de todas las horas y de todos los días. Por eso es que me agradan y por eso es que me han emocionado oírlas siempre en su voz. Esos cantos han sido el primer lazo de una amistad que empezó hace largos veinte años y que espero que no acabe nunca; porque aparte de ser Augusto González una persona de grande sensibilidad, es también un ser humano que profesa un cristianismo convicto, confeso y testimonial en sus actos cotidianos. 

Los sucesivos encuentros de nuestra ahora dilatada amistad han ocurrido en Medellín, en Lima, nuevamente Medellín. Cuando Augusto González vivía en la Capital del Perú lo visité con regular frecuencia; mas como ahora radica en Los Ángeles, paraíso de la industria cinematográfica norteamericana, en donde vive en compañía de algunos hijos, nietos y familiares políticos. Pero lo que puedo contar de los recientes encuentros con el poeta Augusto González es que cada día está más entusiasmado por la construcción de sus cantos, poemas, cuentos y relatos, lo que ha animado en él a frecuentar autores, poetas, periodistas y músicos en todos estos días, incluso estuvo asistiendo de manera continua durante los primeros meses del presente año al taller de poesía de la Biblioteca Pública Piloto, lugar en donde también tuvo la oportunidad de exponer algunos de sus cantos y poemas, interactuando con algunos colegas en infinidad de tertulias y veladas artísticas. De esta manera alternó en varias oportunidades con el gran poeta Luis Flórez Berrío. Traté de lograr su presencia en el IV Festival alternativo de Poesía en Medellín que se desenvolvió con gran éxito este año, a pesar de algunos imponderables que se suscitaron en el camino; pero en estos momentos nadie duda en Medellín que el Festival alternativo va viento en popa para beneplácito de sus animadores, organizadores y colaboradores que año tras año se van asociando a esta gran cadena a favor de la resurrección de la poesía libre en la ciudad de Medellín. 

Augusto González, no pudo estar para esas fechas del IV Festival Alternativo en la ciudad, pero dejó el más entusiasta ánimo de que el evento se desarrollara de la mejor manera, lo cual se produjo día a y día con el concurso del público de Medellín, que una vez más demostró su predilección por la poesía.

Hay muchos lazos que por fortuna ligan a Augusto González con la ciudad de la eterna primavera: hijos, nietos, amigos, colegas, fraternales hermanos, que hacen crecer la esperanza que un día no lejano retorne a estos lares que lo esperan con los brazos abiertos y los oídos habidos de escuchar su voz de músico, cantor, poeta y de sabio patriarca. 

En un reciente viaje que hicimos al oriente antioqueño en compañía de dos de sus hijos Víctor y José, al municipio de Guatapé. Me lanzó el reto de escribirle un canto a tan bello y admirable municipio, pero debo confesar que resulté superado de manera holgada por la inspiración poética de mi amigo Augusto González y si alguien dudara de ello, bien puede leer y degustar estos bellos versos que son producto de su fervorosa inspiración y sabiduría, como también una prueba contundente de mi más reciente derrota poética, en una lid sin precedentes ni sucesores:


¡GUATAPÉ! UN PARAÍSO DE ENSUEÑO 
(Augusto González)

¡Qué inmenso encanto es,
Este mágico y poético paisaje natural
llamado Guatapé!

Islas, rodeado de lagunas, como remansos
bosques floridos que la engalanan,
y un precioso obsequio del universo:
Un meteorito que vino cruzando galaxias;
para que aquí se llame ¡El Peñol de Guatapé!

En esta naturaleza tan bella
hay poesía para los amantes,
música de los vientos para los bardos,
un inmenso telar de pergamino para los pintores
y un lugar de sosiego y paz para las familias.

¡Guatapé! Es un verdadero oasis de vida.

Hermosas casitas pintorescas, balcones coloniales,
Parques con fuente de agua, un hermoso templo de filigrana,
Un malecón inmenso con miradores y funiculares,
Restaurantes con típicas comidas, y los stands de artesanías,
Que le dan un toque de alegría y festividad a la ciudad.

Cuanto hubieran deseado estar aquí con su arte,
Los clásicos pintores del paisajismo: Van Ruisdael
            y Hobbema, holandeses;
Turner y Constable del imperio británico.

Sus obras maestras deleitarían
Al mundo entero, como nos deleita hoy,
El cuadro natural, bello, hermoso,
Que es el encanto de Guatapé.



A MI AMADA MADRE 
(Augusto González)

En un pedestal de mi casa
guardo un recuerdo hermoso,
es el retrato de mi madre:
mujer humilde y generosa.

Era un dechado de amores
siempre alegre, siempre lista.
A demostrarnos su afecto,
con cariños y con caricias.

¡Cuánto la amé! ¡Cuánto la extraño!
Ningún tesoro vale más que ella.
Su corazón era para todos:
Como un pan bendito de cada día.

Era el dulce aroma de la casa
y cuando jugaba a nuestro lado,
con esa gracia, con esa dicha,
nos llenaba de alegría.

El tiempo inexorable vuela,
en las alas del recuerdo.
Cómo verla ahora para decirle:
¡Oh madre mía cuánto te amo!
¡Cuánto te adoro! Por ser mi vida.

Que Dios te tenga en su regazo,
Con bendiciones, con vida eterna.


 ....
               
EL PARQUE DEL AMOR 
(Augusto González)

El parque del amor,
me hace recordar.
Lo mucho que te amé;
cuando te conocí.

Recuerdo aquella vez,
cuando te vi pasar:
al instante mis ojos
se prendaron de ti.

Tu imagen de mujer,
pletórica de amor.
De ensueño y corazón
jamás podré olvidar.

El parque del amor,
testigo de un querer,
que allí mi ser te dio
con dulce devoción.

¡Nunca te olvido!
Aunque ya no me quieras.
Aunque otro sea tu dueño,
yo siempre te amaré.


HOY SOY MUY FELIZ 
(Augusto González)

Hoy soy muy feliz,
porque te conocí.
Y encuentro que tu ser,
se parece a mí.

Todo lo que te gusta,
también me gusta a mí,
podemos compartir.

Hoy soy muy feliz,
cuando te veo reír.
Derramas la dulzura
que me hace a mí vivir.
Y juntos disfrutamos
la dicha del amor,
que nos hace feliz.

¡Amada mía, pedazo de cielo!
Nunca apagues, la luz que en ti brilla:
mantenlo siempre así,
como un radiante sol
que nos hace vivir.

2 Poemas de Salud Ochoa





2 Poemas de Salud Ochoa 


Enredadera

Le veo a los ojos y no le reconozco.
Su faz se desdibuja tras las llamas
Mi cuerpo ardiendo
se reflejan en sus pupilas
él no llora, no ríe, no dice nada.
¿Quién eres? le pregunto
Mientras la vida se me va
En trozos de piel en carne viva.
¿Quién eres? Insisto en el dolor
Él, desvía la mirada.
El fuego llega hasta mis huesos
Encadenando al miedo la esperanza.
En lágrimas calladas
el cuerpo suelta el alma
¡Vuelo ya lejos de las armas!
Miro al soldado abrazando la bandera
Despojos cubiertos de cenizas
olor a muerte con la luz primera
Y al poder oculto esbozando una sonrisa.

¡Ay de ti que no sabes quién te ordena!
¡Ay de mi que no sé quién me mata!
¡Ay de todos los que viven en esta enredadera!
En esta patria de mentiras
De flores secas
De tierra muerta
De agua envenenada.


...

Despertar

Desperté aquí
En esta tierra de contrastes amargos
Este México triste de las marginaciones y las balas
De dolores del alma y despedidas continuas.
Abrí los ojos
En este país de deudas y de sueños
De nidos rotos y de ilusiones desangradas
De discursos vanos
Y voces masacradas.
Vivo aquí
En este pedazo de tierra que me toca soñar
Y respirar
Recordando a unos héroes de mentira;
Reviviendo el grito de tierra y libertad en vano
Entonando un himno
Que muere de a poquito en el olvido.
La identidad se muere y la vergüenza crece,
Mirando cruces por doquier,
Cruces que lloran sus recuerdos
Que lastiman
Que calan hondo
Que gritan en silencio porque a nadie le importan.
Estoy muriendo aquí
En este sitio donde las voces de los niños y los desamparados
No se escuchan,
Donde el hambre se come los silencios
Y los niños ríen a pesar de todo.
Vivo aquí y no hay más que seguir viviendo

Antonio Machado: OPCIONES


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OPCIONES

Antonio Machado


Hoy, igual que siempre
usted podría hallar su gran amor
a la vuelta de la esquina.
Camine pues despacio cada calle
y mire esperanzado a  todos lados:
El amor puede ir de jeans,
de faldas o de sotana,
no descarte lunares o miradas,
en cada ser, debajo de la piel,
el viejo Dios anda tejiendo
esos lazos sutiles del afecto
que pueden inundarlo de alegría.

Y si están desoladas las esquinas,
los bellos parques o las avenidas,
abrase a nuevas posibilidades:
Ame los guayacanes vestidos de amarillo
o las viejas estatuas de los próceres
que, amables, comprensivas,
oyen las quejas y las esperanzas
de ebrios noctámbulos, putas cansadas
o trasnochadores.

Qué tal amar, por ejemplo,
el reflejo del sol o de la luna
o el olor del maíz azucarado
que consumes barato en el cinema,
cosas simples, seres elementales.
Yo amo, por ejemplo,
la vieja calle que llega hasta mi casa
al perro vagabundo que escarba la basura
y que probablemente
cambió confort por libertad
a cualquier costo.
al trapo viejo que da lustre a mis zapatos
y así, cada pequeño ser y cada cosa
Que permite, que pueda proseguir
en este viaje.
Yo puedo ser su amor, usted el mío.
levántese despacio cada día
sabiendo que el amor puede llegar
si porta usted la llave que abre
 y que  ilumina
la eterna puerta de las existencias;
la llave está en usted
se llama…ASOMBRO.


                                                 El viejo macha.

sábado, 19 de septiembre de 2015

34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: La Toma


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34 Medellín: Deterioro y abandono de su Patrimonio Histórico: La Toma


Gloria y caída del Barrio La Toma

Víctor Bustamante
Para Luis Fernando González Escobar

De suyo, el nombre de La Toma, es neutral, no refiere la adopción de un nombre extranjero como es el de Medellín mismo, que con el tiempo hicimos nuestro. Tampoco refiere a la fracción de Belén, ni a Robledo, ni a Aranjuez, ni a Buenos Aires, ni a Boston, ni a Prado, menos a Guayaquil; nombres extraños al ámbito local. No, no, La Toma es ese nombre local dado por el imperio del gusto popular, apocope de La Bocatoma, para referirse a la Quebrada Arriba, que aún persiste a pesar de los diversos cambios en la topografía citadina, y que ha permanecido intacto hasta ahora, hasta que el plan parcial con su eufemismo lo destroce.

En 1860 la avenida La Playa llegaba hasta Los Naranjitos, una cuadra arriba del Puente de Córdoba, desde ahí hasta la Quebrada Arriba, existían arboledas, solares llenos de rastrojos, casas humildes con techos de paja donde las familias convivían con anímales domésticos: perros, cerdos y gallinas. Entonces la quebrada Santa Elena era esplendorosa con sus charcos cristalinos; uno de ellos muy visitado, el de Las Perlas. De allí partía una canoa donde tomaban el agua para uso en los hogares.

Con el tiempo y la destrucción de su hábitat, la quebrada perdió una tercera parte de su caudal. Además, sus orillas y su cauce, fueron ahondándose debido a una razón de peso, empezaron extraer la arena y las piedras para otras construcciones.

También allí se situó la primera planta eléctrica de Medellín. Desde de 1895 la Compañía de Instalaciones Eléctricas del Distrito de Medellín, aprovechaba el caudal de la quebrada Santa Elena y sus afluentes, La Castro y la Santa Lucía, en el paraje Las Perlas. Fue toda una aventura traer las máquinas en barco desde Nueva York, luego recorrieron tramos en tren, carros de bestias y hasta presos enganchados de la cárcel.

En 1895 las bombillas brillaron por primera vez en Medellín, no como alumbrado público sino como servicio para algunas familias privilegiadas. Durante la crisis económica de comienzos del siglo XX, luego de la guerra de los mil días, la compañía fue controlada por la familia Echavarría, dueña de Coltejer en 1907, que consumía casi la mitad de la energía.

El alumbrado público, luego de protestas de la ciudadanía ante la injerencia de la textilera, se inauguró en 1898 a las siete de la noche, con las visitas de personas de varios municipios.  150 bombillas de arco en el parque de Berrio, ante una multitud de personas ampliaron la noche en la ciudad. Un ingeniero español José María Zapata era el responsable de este proyecto; traído desde Nueva York se convirtió en una eminencia.  

Pronto olvidamos que desde allí, desde La Toma, también se generaron los vatios suficientes para crear la primera base industrial de la ciudad. No solo Coltejer, el Molino Caldas de Coroliano Amador para triturar chocolate y después trillar café, en otra construcción aledaña, proveniente de su hacienda el Corcovado, sino que también se crearon otras fábricas, ya fuera de jabones y empresas menores, y más allá, por los lados de  Ayacucho, la cervecería Tamayo.

Aquí, junto al Puente de la Toma, el de madera y techo, el sector también se llamaba Campo Alegre por una cantina, punto de referencia. Allí la pasaba Abel Farina, inmerso en su poesía, y, por supuesto, también siguió yendo a La Gironda en el mismo paraje. Allí el poeta en el letargo de la ciudad, entre el agua de la Santa Elena y el verde de las montañas y el licor, a veces con Tartarín, pensaría que vivía en Francia, y no solo eso, crearía esa música interior de su poesía que tanto admiraría León de Greiff, su amigo, y también escribiría algunos poemas en francés, mientras soñaba con el simbolismo y abandonaba su carrera de abogado.

Coroliano Amador, lejos de algunos tramposos empresarios antiqueños, por el año de 1872, reconstruiría el camino hacia Rionegro y vendería a su alrededor, lotes para edificar casas, ofreciendo agua y materiales de sus haciendas aledañas.

Por esta calle, la 51, que era al camino Medellín Rionegro, caminó José María Córdoba para encontrarse con Francisco José de Caldas. Luego, mucho tiempo después, las hordas de trabajadores de Coltefábrica le daban vida como núcleo obrero, bullicioso y parrandero, para solo citar algunos eventos separados en el tiempo, mostrando así su prosapia y no la simple calle de ahora, ampliada para el señor de la posmodernidad que es el auto,  y, por supuesto, esquelética y sin prosapia como se pretende.

Por La Toma quedaba la última Calle de los Indios, los Paucares; estos habitaban una curiosa vivienda de dos piezas con tabiques, casi sobre la Santa Elena, construida con cañas de maíz y estacones de sauces. Indios que luego fueron educados y absorbidos por el medio, que no solo los entronizaría en la educación y en el medio social desde lo bajo, sino que les esquilmaría su dignidad.

Carrasquilla menciona algunos medellinenses de mundo que se iban por la Quebrada Arriba a divertirse en casas de mujeres alegres, madamas del sexo, y a tomar chicha; otros olvidaron que la idea inicial era proseguir con la Avenida La Playa hasta arriba casi hasta Bocaná. Otros historiadores y arquitectos se detenían a lamentar la pérdida de las mansiones de la Playa, cuando la élite local, arribista y sin corazón, decidió irse para Prado, luego merodearon por la ciudad hasta dejarla a su suerte. Pero La Toma, lugar humilde y de mala fama, casi permaneció intacta, y cuando en la ciudad decimos intacta, es decir que fue abandonada, hasta que hace pocos años una administración le dio por construir la Casa de la Memoria. Y como siempre ocurre en las taimadas administraciones una obra social, educativa; eso sí, con mucha publicidad, es la excusa preferida para cambiar de fisonomía al paisaje citadino, aquí no hay nada que valga como referencia al patrimonio, menos la certeza de saber que este era el Medellín inicial, la ciudad a preservar. No, no, de ninguna manera, una buena excusa, como la Casa de la Memoria, servía para menoscabar la credibilidad pública que a fin de cuentas, por así decirlo, no le interesa su ciudad. Pero, es cierto, no me dejo seducir por este tipo de proyectos, ¡que no!, este tipo de destrucciones con buenas intenciones, luego de los titulares traen como consecuencia que el paisaje ha sido alterado, que ese sitio, la primera ciudad en su entorno urbano, fue golpeado de frente, y a que, en este sitio colocado casi a la fuerza, sus casitas de más de cien años, humildes, fueran despreciadas por la traílla de urbanistas de la mano de políticos trashumantes en su ideología, y su nuevo concepto de ciudad, en apariencia porque las ganancias y la dulce morfina de sus utilidades es lo que interesa a ese dúo dinámico y perverso entre la administración publica y consorcios privados. De ahí que ni la historia industrial de la ciudad fuera respetada, de un tajo siniestro Coltefábrica fue convertida en apartamentos para vivienda, y un nombre que es un insulto, y una burla para nuestra historia, Villa telar.

De tal manera en este sector con una admirada historia y presencia de lo popular se borró también de golpe el papel de las mujeres como trabajadoras e iniciadoras de su liberación del hogar y de las cargas domésticas, para pasar a formar parte de la clase trabajadora, así se deja de lado la ciudad donde hubo un Patronato de Obreras, de ahí que para ellos, los que erigen túmulos cinerarios con sus fastos, olvidaron que por esos lados las mujeres comenzaron su lucha, su reivindicación. Es cierto bajo esa óptica, y la costosa y zanahoria de la modernidad sin sosiego, y la inserción demagógica de la ciudad a los cauces turísticos, Medellín se da el lujo de decir no, no aquí no ha pasado nada. Así, de tajo, se borró un parte de nuestro ser medellinense.

No me seduce la Casa de la Memoria, un ente municipal erigido por aquellos mismos que han dilapidado y callado ante la ignominia. El mismo Estado con la cara de municipio celebrando lo que nunca fue capaz de prevenir, el crimen. De esa manera con esta construcción en forma de ataúd, se lava las manos. ¿Por qué lo digo?, desde ahí, desde las oficinas de los encargados de prevenir este estado de cosas, se sabía lo de la Escombrera, lo de la Curva del Diablo, lo del río Medellín como botadero de cadáveres y se sabe, aun lo de las fronteras invisibles y las bandas en los barrios y del crimen organizado en la ciudad.

Pero algo es cierto, en La Toma habitaba, y aun habita a grandes destrozos lo popular, y caminándola, la conocemos. La historia de la Quebrada Arriba como la llaman sus exegetas, y La Toma como siempre la conocí, nunca fue escrita, es más, nunca se escribió una gran novela sobre ella, por una razón de peso, nuestros escritores en la primera mitad el siglo pasado andaban muy ocupados en hacer política, y ser gramáticos. Luego del gran golpe de mano Nadaísta, muchos pensaron que el llamado realismo mágico era el camino díscolo y empedrado a seguir, y como no lo lograron bajo la férula casposa de la universalidad, entonces llegaron a escribir toda la hojarasca literaria sobre la mafia local y sus adláteres. Por eso La Toma y Guayaquil desaparecieron ante nuestros ojos, su escritura, nunca urgente, se volvió historia, es decir, nada, hojarasca y por eso nunca se escribió un gran libro sobre esos dos grandes sectores donde lo popular dio mito a tantas creencias, a tantas ceremonias donde lo sagrado como mentira fue profanado por la música y los poetas.

De ahí que desde fin del siglo XVIII hayamos olvidado que La Toma fue habitada por músicos de renombre como Esmaragdo Díaz, que tocaba la bandola junto a Félix Cano y Heliodoro Arroyave. También vivió el guitarrista Alejandro Vélez, Rigoletto. Mucho más tarde por estas calles, sabemos que existieron bailaderos de porro, tango, y también bares, como La Copa de Oro, El Barcelona, El Deportivo, donde llegaron tantos futbolistas como el Charro Moreno, el Manco Gutiérrez, Pécora, Lanza, y otras cantinas visitadas por Larroca, Armando Moreno, y, antes, el mismísimo Gardel. Y más tarde viviría el tenor Jairo Villa. Luego la habitarían grandes bailarines y músicos de la Orquesta la Italian Jazz, del Combo di Lido y de la Sonora Dinamita de Edmundo Arias.

De tal manera La Toma no solo fue lugar de prostitución, de casas de mujeres alegres permitidas en baja voz, con la ferocidad de los bombillos llamando al placer con placé, sino que fue un enclave habitado por músicos.

Aquí por esta calle, la 51, caminó Alba del Castillo, nunca una virgen al sol, sino una cantante soñadora. Por aquí Matilde Díaz habitó el mismo sitio, una pensión casi intacta aun, pero luego de quince años y de vivir en varios sitios de la ciudad, Lucho Bermúdez al irse con ella le compondría un porro "Hasta luego Medellín". Donde lo festivo ocultaría el amor del compositor por la ciudad. Lucho vivía en Medellín desde el 1948 hasta 1962 y Matilde cantaría ese porro. También en esa misma pensión vivió Miguel Zapata Restrepo, godo a ultranza en el periódico La Defensa, luego fue director de Clarín. Miguel Lenguas le dirían, por el poder de su palabra, por la sintonía de Clarín el noticiero que paralizaba la ciudad que aseveraba, decir lo que otros callan, a las doce y media del día. Luego Miguel Zapata se dejó tentar por la política llegando a ser alcalde de Bello. Furibundo hincha de Cochise le escribiría un libro, así como al obispo timorato Miguel Ángel Builes, y también su propia historia como burgomaestre. Pero también perdería credibilidad, y sus amigos, los políticos, le recordarían dándole su nombre al puente de la Aguacatala.

En este video, en esta memoria que nos calcina, Fadduil Alzate, presidente de la Mesa de Patrimonio de Medellín, nos lleva de su mano por el barrio de su niñez, no en vano su padre tuvo una tienda en el barrio. Él conoce cada uno de sus rincones, de él sabe cada una de las personas que lo habitó y lo que ocurrió en este barrio nunca pendenciero como Guayaquil, sino de regusto popular, adherido a la historia misma de Medellín; es más, es el Medellín inicial. En este barrio de dura ley, en este barrio deicida por sus músicos y escritores que lo buscaron, tierno pedazo de Medellín, aún conserva su lejana historia que trasluce a flor de piel en las palabras de Fadduil. Aún perduran en su memoria el hecho de que por estas calles, y en una esquina de bohemia, se encontraran Fernando Botero y García Márquez, Así como un capítulo olvidado de García Márquez, quien vivió una temporada por estos pagos, antes de darle esa crisis de soberbia: creerse el colombiano más ilustre.

Aquí, donde la Casa de la Memoria exhibe su fachada gris de ataúd y concreto, Fadduil nos indica como quedaba un bar mítico, la Gran Parada, también bailadero,  con bellas mujeres, donde llegó Daniel Santos, Rogelio Martínez, Edmundo Arias, José Barros y el musicólogo Hernán Restrepo Duque que se quedó atrapado en esta música, que luego él mismo refirió en Radio Lente, su programa radial, con tanta donosura.

También doña Elizabeth Montes, Presidente de la Junta de Acción Comunal de La Toma, nos sirvió también de guía a través de las calles de este barrio, ahora tomado, donde descubrimos los pasajes dentro de las manzanas, y, así mismo, nos amplió su visión de un barrio que no es de tan baja estofa y de viciosos como se cree.

La quebrada Santa Elena, parte esencial de La Toma, corre por el barrio y nos enseña el abandono, la inercia pública con la quebrada matriz de Medellín, precisamente en el momento en que más burocracia oficial hay, ineficiente, por supuesto,  y más se habla de conservar y mantener el medio ambiente. La quebrada corre hacia el río Medellín antes de ser sepultada, antes de ser tapada desde el Pablo Tobón hasta el río mismo, convirtiéndose en uno de los principales crímenes ecológicos de la ciudad.

Como si no bastara, hace pocos años las mentes grises y chatas de Planeación Municipal, permitieron que al puente en mampostería, aun intacto, le fueran tumbadas sus pretiles para ampliar su calzada, y pasar por ella la ciudad más educada.

Sí, en esta mañana soleada de junio, donde los cerros en la parte alta de Buenos Aires lucen las volutas de humo de los incendios de verano, la Toma es revisitada por Fadduil, por Gilberto, por Elizabeth y Adriana. Y algo es cierto, cada que se tumba de esa manera un edificio patrimonial, el condumio burocracia municipal y urbanizadores, sin criterio, se asilan en nuevos proyectos para cambiar la faz de la ciudad sin estudios que lo justifiquen, y así nos damos cuenta que la ciudad parece que la fundara el egoísmo y la insensibilidad de cada una de las administraciones.