miércoles, 12 de noviembre de 2025


 

LA DECADENCIA DEL AMOR Y OTRAS FICCIONES SENTIMENTALES

The decline of love and other sentimental fictions   

 

A mí ADN Fernández Márquez, que corre por mis venas entre el día y la noche: Mi madre Rosa, Emma, Doris, Cande, Sockys, Soanny Andrea, Luna, Andy, Marlon, Alfredo, Ramiro, Fernando, Eduardo, Rodrigo, Carlos y Lucho, enamorados del infinito saber de la vida       

 

    Fredy Fernández Márquez[1]                                                                  

 

A lo largo de la historia, numerosos escritores han enriquecido el pensamiento filosófico y literario desde diversos géneros y enfoques. Entre éstos se encuentran teóricos, intelectuales, académicos, investigadores, filósofos, novelistas, cuentistas, poetas, mitólogos y mitógrafos. Estos autores, al narrar épicas y relatos significativos, han alcanzado un reconocimiento global y han contribuido de manera elocuente a divulgar tanto el pasado como el presente, incluso el futuro (Isaac Asimov). Son admirados, no sólo por el contenido de sus obras, sino por la forma en que han transmitido sus narrativas, ya fuese a través del drama, la comedia o la tragedia. Un ejemplo destacado es Homero, autor de uno de los poemas más significativos para la humanidad: La Ilíada (2021), que narra la guerra entre los aqueos (griegos), miembros de la ciudad-estado de la antigua Grecia, y los troyanos, habitantes de la ciudad de Troya, situada en Asia Menor.

     Gracias al arqueólogo y comerciante alemán Heinrich Schliemann, quien dedicó su fortuna y su vida a la búsqueda de Troya, en 1870 se demostró la existencia de esta ciudad, tan venerada por los griegos. En sus exploraciones de excavación, Schliemann descubrió el anhelado Tesoro de Príamo en 1873, lo que ratificó la existencia de la ciudad mencionada por Homero. Las investigaciones arqueológicas realizadas por Schliemann, han quedado documentadas en obras como: Ítaca, el Peloponeso, Troya: Investigaciones Arqueológicas (2012) y El Hombre de Troya (2010). Entre los griegos sobresalían dos lenguas, una el griego culto y la otra la lengua del común conocida como el Koiné (Del gr. koiv-común). Homero, escribió su epopeya en griego culto. Ello no permitió que todos los helenos leyeran esta obra. Además, las variedades del lenguaje griego estaban presentes como: el jónico, Dórico, Eólico, el Arcado-chipriota, el griego ático siendo el más acreditado, y el más popular la koiné. Es una obra escrita de manera poética. Es decir, se debe leer de forma pausada, frugal, con una línea lectora desde el hexámetro dactílico, con buen café amargo y negro como el alma de Agamenón. Este épos (Del gr. πος narración o canto épico) es la secuencia pausada de la agitación entre los griegos para la figuración dominante de los dioses y el poder de estos en la lírica homérica, parataxis adecuadas cantadas con cada una de las letras del ciego de Atenas, estíquica continua del destino de los griegos marcada en la poética de la Ilíada, se nota allí toda la óntica (Del gr. v, vtoς, ón óntos lo que es) heideggeriana.

     Se considera que la mejor traducción literaria al español de La Ilíada, La Odisea y los Himnos Homéricos (1937) fue realizada por el intelectual colombiano Leopoldo López Álvarez, nacido en San Juan de Pasto el 6 de mayo de 1891 y fallecido el 7 de octubre de 1940. Su versión poética de las obras homéricas se caracteriza por el uso de endecasílabos blancos de inspiración neoclásica, lo que le otorga un alto valor estético y literario.

     Además de su labor con Homero, López Álvarez, tradujo otras obras fundamentales de la literatura clásica, como La Eneida, Las Églogas y Las Geórgicas de Virgilio (1936), así como Las siete tragedias de Esquilo. Su estilo, erudición y rigurosidad filológica dejaron una huella profunda en la intelectualidad hispanoamericana. Incluso en sus ejercicios quijotescos se percibe una impronta única que define su legado literario e intelectual para el mundo del habla en español.  Su propiedad de erudito lo caracterizó por su puntualidad como traductor afable, convirtiéndose en un dioscuro (o dioscuros) para Hispanoamérica como sudaca que fue. Sus trabajos son estofas cercanas a las obras de los autores que tradujo desde lo más fiel, siendo una determinación natural, cualidad que se convierte en lo que es, ser lo que es, como lo dijo Hegel (2017). Su mirada se vinculó a las estructuras de cada párrafo que dimana gota a gota, conexión entre el texto original a la producción final de la misma traducción. Los tropiezos que encontró los convirtió en un objeto de naturaleza dialéctica como objeto de estudio, advenimiento kinestésico palabra a palabra. Para un traductor como Leopoldo López Álvarez, en sus ritmos de trabajo de trujamán (Del ár. Hispǧumán, y este del ár. Clá. tur. Turǧmān/intérprete, persona que explica lo dicho en otra lengua) lo complejo no son los fenómenos de la lengua, más bien, lo complejiza las cualidades de los héroes de la obra homérica porque son parámetros cualitativos y cuantitativos de las líneas griegas. Valga decir, es la quimera fenomenal que testimonia las tragedias como esencia de la vida misma vivida por los personajes descritos por Homero en su filo-literatura-épica (Del lat. epĭcus, y este del gr. ttkς epikós).  

     Lamentablemente, las obras del traductor colombiano Leopoldo López Álvarez fueron relegadas al olvido en las bibliotecas públicas. Ubicadas en estanterías descuidadas, terminaron siendo saqueadas debido a la presencia de hongos. Arrojadas a la basura como si fuesen simples desechos contaminantes, toda esa riqueza cultural desapareció sin dejar rastro.

     Hoy, solo quedan los recuerdos en la memoria de algunos lectores cultos de Colombia, como el profesor e intelectual Óscar Hincapié. Él, con compromiso admirable, ha mantenido viva la obra de López Álvarez a través de sus discursos en salones o aulas de secciones de curso, congresos y exposiciones. Sin embargo, esa literatura invaluable se ha vuelto lejana, invisible para la mayoría. Se perdió, como tantas otras cosas esenciales, en el silencio de la indiferencia. ¿Qué quedó? Apenas una ilusión, una nostalgia que nace desde la nada. ¡Qué pérdida para la humanidad! El extravío de estas obras hiere, como un golpe injusto a la literatura. Y en el alma del profesor Hincapié y quizás en la de otros pocosaún se oculta el eco de aquellas palabras olvidadas. Mirar hacia atrás es casi imposible, porque nos dejaron sin nada de la obra de Leopoldo López Álvarez, o respondiéndonos con la frese latina o romana: Vincit qui patitur’, vence quien soporta.             

     Otra obra que hace referencia a la existencia de Troya y de Homero fue escrita por Luis Luque Lucas intitulada: El Ciego Que Nació En Siete Ciudades (2006), narrada por el mismo Homero. Según sus propias palabras existieron siete (7) Troyas. Por cada guerra destruían a Troya, encima de una levantaban la otra. Siento el conflicto entre Príamo y Menelao la más sobresaliente, la que dejó un mayor rasgo de importancia para la humanidad.

     Sobre Troya, se han realizado cinco (5) filmes o películas, la importancia de la obra denota la trascendencia que ejerce sobre la Tragedia la filosofía como ordenamiento que obliga a verlas para encontrar las diferentes miradas de cada uno de sus directores y actores como lo es la trama y el desarrollo de la épica griega. En 1954 se presenta el filme Ulises, en el 1956 Helena de Troya, 1961 la guerra de Troya, 2003 la miniserie Helena de Troya, y Troya, 2004. La escritura de Homero es toda una écfrasis (Del lat. ecphrasis, y del gr. kφρασις ékphrasis) porque detalla las figuras de los personajes en relación minuciosa con cada acto, a su vez con los poderoso dioses, todo un epíteto (Del lat. epithĕton, del gr. ttíθεtov; epítheton; propiamente, que se agrega) porque estos determinan el accionar de los humanos, todo un símil homérico biunívoca, es tan fuerte que provoca en los lectores o cinéfilos (as) toda una sinestesia.

     La narratología del poeta, eleva los dicentes de quienes leen o ven lo escrito o filmado. Homero, al otro lado del burladero entre risas, cristaliza en cada acto como se exhiben los humanos mostrando y demostrando la crueldad que se posee por obtener el poder. Por ejemplo, el caso colombiano. Homero creó su Poíesis a semejanza de lo humano, porque el poeta esconde en cada uno de los personajes su prolegómeno, pero contiene constantemente su ligamen a través de la trivialización. Porque capítulo por capítulo se denota lo cataléctico.

     La guerra entre los griegos hacía parte de su cotidianidad. La paz y la armonía entre troyanos y espartanos duró alrededor de 10 años, se logró a través del comercio y el intercambio cultural. Príamo, el último rey de Troya, envía a sus dos hijos hacer la paz con los espartanos, los acuerdos entre los dos reyes se generaron: Príamo por los troyanos y Menelao por los espartanos.

     Al regreso a Troya, en el puente de mando —o de gobierno— se encuentra Héctor. Se le acerca Paris, su hermano, y le comunica una noticia inesperada: Helena, la esposa del rey espartano Menelao, está en el barco rumbo a Troya. El asombro del hermano mayor es evidente. Pareciera preguntarse: ¿En qué momento se produjo este ligamen? Héctor, comprende de inmediato lo que se avecina. Sabe que los espartanos no dejarán pasar esta ofensa. El destino así lo ha dispuesto —la voluntad de Zeus, quizás. Pero detrás de la voluntad del dios griego se mueven otras fuerzas. Hera y Atenea asisten a los aqueos con celo. La participación de los dioses es decisiva: cada uno tiene a su favorito. Hera, esposa de Zeus, distrae a su marido mientras colabora secretamente con los griegos.

     La obra de Homero fue traducida, lamentablemente del griego vulgar o koiné, lo cual ha generado cuatro (4) imprecisiones para quien escribe. La primera, es que Helena no fue raptada por Paris: en realidad, ella decide irse por voluntad propia. Ve en Paris al hombre más hermoso de toda la Hélade y lo utiliza como pretexto para huir de Esparta, o es posible que Afrodita le cegara. Su partida se debe al hartazgo por las arbitrariedades y maltratos del rey espartano contra ella. Paris, se convierte así en el chivo expiatorio, el catalizador de una guerra que, en el fondo, escondía intereses económicos relacionados con la posición estratégica de Troya. Supuestamente, el conflicto estalla por el orgullo: el esposo de Helena es burlado, su honor es mancillado, y entre los espartanos la noticia se propaga como un incendio. El rey, entonces, se ve obligado a limpiar su reputación, la venganza. La tan repetida versión de una guerra iniciada por el honor, a causa de una mujer, es completamente falsa. Paris, estaba entre los 18 a 19 años. Helena tenía ya los 50 años. En otras palabras, Helena tenía ganas de muchachito o de colágeno lo cual aprovechó. Supuestamente es por el secuestro o rapto de Helena que se presenta el pólemos (Del gr. Πόλεμος: guerra, combate o lucha). La pugna adquiere así principios políticos y divinos. Desafuero a las normas de la diplomacia y al pundonor, se convierte en el baquetear del destino. Dijo Esquilo: “…y la Justicia se está afilando para otra acción dañosa en otras piedras de afilar del destino(2012).  

     Helena, pagaría caro sus atributos femeninos notables como lo fue su magnificencia, la convirtió en toda una tragedia utilizable para favorecer a otros o a una nación como lo fue Esparta, más no en una adalid, mucho menos en una vidente, tampoco en una gran sibila: Helena será lo que muchas mujeres en la Odisea: una intermediaria entre dos mundos (Vidal-Naquet. 2001, p. 69). En la mitad de dos poderes políticos y bélicos. Homero, es culpable de lo acontecido, también cayó a los pies de Helena por sus atributos femeninos como si fuera el sol que resplandece en toda Grecia. Mireaux, lo afirma: Las mujeres ocupan un lugar de elección en la obra de Homero. El viejo poeta es manifiestamente sensible a la belleza y encanto de estas (1962. p. 201). La belleza, es la exculpación del joven troyano y de la reina espartana. Incordio de una sensibilidad por el poder que también lo hace majo, la guerra así, supera la envidia, el odio, la rabia, la tirria, hasta el rapapolvo, que se convierten en lo más precioso de los duelos: amar y dar la vida por como lo intentó el joven Paris ante el lobo de Menelao.

     El conflicto se consume en la tríada de la belleza: Helena, Paris y Aquiles. ¿raro eso? ¿Por qué los tres gozan de la misma naturaleza? ¿acaso fue un presagio del poeta invidente? Lo bello, es mera apariencia, porque es relativa, lo que es para algunos bello, para otros es la fealdad. Siguiendo a Eco: La belleza del cosmos no procede sólo de una unidad en la variedad, sino también de la variedad en la unidad (2015. P. 11). El destino reunió lo más bello en una sola individualidad. Aunque la desgracia sólo culpa a uno solo llamado Patroclo, ¿acaso fue la fealdad? Eco lo define de una manera bastante sutil: Hay cosas que resultan agradables a la vista independientemente del deseo que experimentemos ante ellas(2004, p. 10). Siendo así, la belleza de Helena arrastra el desconsuelo, el dolor, el suplicio, la pena y el tormento. Todo ello reunido en un solo territorio con tiempo y espacio geográfico llamado Troya, que, a su vez, se convierten en una aflicción entre Paris, Aquiles, Héctor y Patroclo. El objetivo: una fémina, la discordia para que otros como Menelao aprovechara la guerra para la búsqueda de las riquezas que poseían los troyanos, nada balsámicos para quienes padecen de la muerte por la belleza, aún sin ser culpable de las hostilidades creadas para un enfrentamiento, que finalmente es la sentencia de dos amantes viriles, más no por una mujer. Helena, cuya hermosura fuera inigualable, gracia divina, la más resplandeciente de todo el mundo, sus cabellos dorados como dos yemas de huevos, su piel hecha musicalidad rítmica al compás de su propio caminar. Belleza que provoca todas las miradas, pero que, a su vez, la defunción está cerca de ella y de quienes la admiran.

     La segunda anfibología (Del b. lat. amphibologia. Del gr. μφβολος amphíbolos: ambiguo), la guerra no estalla de forma inmediata; se desencadena una década después, cuando Menelao susurra al oído de su hermano, el rey Agamenón, que Esparta se encuentra en ruina económica. La única vía posible para su recuperación parece ser el conflicto con Troya. Así, ambos acuerdan reunir el más grande de los ejércitos griegos con el objetivo de atacar. El verdadero interés no es Helena, sino las riquezas de la ciudad troyana. Helena, entonces, pasa a un segundo plano, convirtiéndose en pretexto más que en causa. En palabras de Heráclito, se trata de la confrontación entre la fuerza de los contrarios. En Tróade (del griego Trōjás, Tierra de Troya), se manifiesta una vez más la lucha por la universalidad del poder. Esta guerra se gestó en apariencia como un acto de desagravio y honor, con Helena como símbolo de la exculpación; sin embargo, en el fondo, ella fue tan solo el antifaz de lo bélico con rostro femenino. Al desenmascararse, el conflicto revela su verdadera naturaleza: lo masculino se impone como protagonista. Lo viril se enfrenta entonces con la conciencia de que el morir por sólo lo entiende quien lo padece. Así lo experimenta Aquiles. Esta batalla se transforma en culto heroico, una epopeya del dolor y la pérdida, al comprender que el amor del héroe ha dejado de existir, el egregio Héctor asesina —por error— a quien más amaba. El alma de Aquiles se convierte en un cenotafio (Del lat. tardío cenotaphĭum, y este del gr. kεvotφiov kenotáphion; se puede traducir como sepulcro vacío).

     La cruzada entre estos dos colosales Estados, sólo invitaron los guerreros más aventajados, por los troyanos los hijos de Príamo Deífobo, Heleno y Paris, Eneas hijo de Afrodita, Sarpedón comandante de las fuerzas Licias y Polidamante valiente guerrero troyano. Todos ellos bajo el mando de Héctor el más valiente de los troyanos que enfrenta finalmente a Aquiles. Por los espartanos comandados por Aquiles, a su lado Patroclo. Seguidos por los 5.000 mirmidones, adjuntos sus jefes de fila: Menestio, Eudoro, Pisandro, Fénix y Alcimedonte. Agamenón cruzó invitación a su más importante círculo íntimo de campeadores como Odiseo, Diomedes, Néstor, Menelao, Eurípilo, Antíloco, de Pilos, Meríones, Podalirio ejercía como médico, Fénix y los dos Áyax. Sin embargo, todos sabían que Aquiles no le recibiría órdenes a Agamenón y Menelao. Ambos mandos fueron considerados como: Aristos achaion (Del gr: Aristos -mejor. Achaion -genitivo aqueos): excelentes aqueos.           

     La tercera inexactitud es que, a Aquiles, no lo contratan, ni Agamenón o Menelao. Ahora bien, entre Aquiles y los hermanos espartanos existían diferencias. El interés de Aquiles, es por el honor, la gloria, la fama y la eternidad. Ello, le permitiría un egoico trascendente donde el destino (fatum, hado, sino) le concediera transigir (Del lat. transigĕre) y existir más allá de la mortalidad. Era la oportunidad para él volverse célebre a través de la historia, como ocurrió. Se acompañó del ejército de los mirmidones, fieros y valientes guerreros, sobresalían: Menestio, Eudoro, Pisandro, Fénix y Alcimedonte, fieles a las órdenes del nacido en Ftía, región que se ubica en Tesalia: Grecia. Aquiles, es el vástago del rey Peleo, teniendo como madre a la ninfa Tetis, el centauro Quirón fue su valedor, junto a Patroclo que compartió la formación o educación con el hijo de la Ninfa desde que eran niños.  

     Los dioses participan en las decisiones de los troyanos y espartanos. La Moira (μορα: Destino) se hace presente. La riqueza de las épicas griegas endulza la filosofía, la literatura y las palabras y es así como las tres Moiras se hacen presente en la obra homérica como lo es la Ilíada. Hermanas ellas, son las encargadas de urdir los hilos del destino de los humanos, incluso hasta de los dioses. Cada una ejecuta una tarea en orden lógico para que, las cosas, se dieran de tal manera que los actos, hechos y acciones se cumplieran sin delatar a los dioses ante quienes participan en la guerra.

     La encargada de devanar era Cloto, la que calibra llamada Láquesis y la que poda o cortaba los hilos de la vida era Átropo. Es decir, hilar, medir y cortar era la función de las tres. Algo así como tejer la vida de los inmortales y los mortales para deslindar el destino de los humanos. Estas tejedoras de los destinos eran estrictas, austeras, rigurosas en sus decisiones.

     Las determinaciones de las hermanas de la hilatura, se convierten en un hipostasiar, valga a decir, como algo abstracto que a su vez es realidad, un ácrono, intemporal, pero a su tiempo, sin tiempo, pero en su momento, fuera de lugar, pero en su puesto. ¿Tuvieron las hilanderas qué ver en las muertes de esta tragedia homérica? Ellas eran las encargadas de devanar el destino de las vidas en el universo griego. Quien caía entre sus hilos y agujas estaba sentenciado a la muerte, afinidad negativa que señalan el camino ya sea el inframundo o al Urano (Ouranos), al irse al inframundo era algo ctónico (Del gr: χθόνιος- Khtónios/ relativo o perteneciente a la tierra, a sus profundidades). El fallecer como parte del destino era una norma para la vida, más no un mero castigo, al morir era por el honor. Morir como un héroe tiene una connotación ético-moral porque es alcanzar la divinidad de la propia muerte. En la Ilíada, el destino parece ser la medida de todas las cosas, es el eîdos (εδος) como forma o la esencia ante la mirada atónita de los mortales, mientras tejen o bordan sus vidas las hermanas del destino, así como lo hizo la fiel de Penélope a la espera de su Odiseo, Helena devana para la guerra.      

     El último anacronismo que encuentro, presenta a Aquiles y a Patroclo como primos hermanos. Pero volvamos al principio, la relación (matrimonio) entre Helena y Menelao, fue legal y opulenta, siendo ella Reina de Esparta. Una alianza para sostener la grandeza de Lacedemonia (Lacedemon) con sus aliados, aquellos que respaldaron el desposorio, también lo hicieron al respaldar la guerra contra Troya. En esta venganza, convierten a Helena en un agente entre dos poderes, interés de llevar tras sus espaldas la culpa femenina de una guerra que se debe de auscultar girando la mirada y ver más allá de la mera obra. A ella, la presentan como una femenil (Del lat. tardío feminīlis) endiosada en su estética, bella, pera nefasta. Por el cual vale luchar hasta el morir. Homero lo narra así:

[] A fe que es justo que los troyanos y los aqueos de hermosas grebas sufran desde tan largo tiempo tantas penalidades por semejante mujer, pues su belleza se puede comparar a la de las diosas inmortales. Pero a pesar de todo, conviene que se vuelva en sus naves y no nos deje ni a nosotros ni a nuestros hijos, un mal recuerdo de ella (II. III, pp. 156-160).

     ¿Produce tanta pasión la hermosa fémina como para desatar toda una guerra? No se puede negar lo que señala Eco: hay cosas que resultan agradables a la vista, independientemente del deseo que experimentemos ante ellas (2010, p. 10).  Ella es el cielo, la luna y las estrellas; cualquiera se vuelve demente al verla. ¿Por qué no amarla? Su magnificencia es tan intensa que quema la piel como el fuego de Prometeo. Toda una teicoscopia, como la de Helena desde lo alto de las murallas de Troya.

     Helena es el kalón (del griego kalón, belleza integral), el érōs (del griego érōs, amor pasional). Su belleza es ofrecida al mundo como un síntoma de disputa, de crueldad, de vileza, como si esa fuera su esencia, como si le faltara una nobleza cristalina. Pero no le falta nada: en ella todo está contenido, todo se desborda. Representa lo que es y lo que provoca: deja a su paso dolor, deseo, pasiones desmedidas y amores rotos, todo envuelto en una belleza que, por paradójica, revela lo más oscuro del alma humana. Para Sócrates es todo lo contrario: el amor como dios no puede ser malo (Platón. 2000, p. 334). Helena es la gesta de la hermosura hecha lo más execrable (Del lat. exsecrabĭlis) a pesar de su belleza, en eso la convierten en lo prohibido, pero alcanzable. A ella la separan de la divinidad física a lo espiritual terrenal. Es como escuchar los cantos líricos de Estesícoro de Hímera y Safo de Lesbos sin rítmica y falta de musicalidad. Para qué tanta belleza afroditiana que sólo llegan al desprecio de sí misma: Si bello es lo que tantas desdichas me ha causado (Eurípides. 2010. V. 27) Dice ella resignada. No la dejaron sentirse la primavera, los besos de su vida, en lo más divino de su larga cabellera de oro, mucho menos recorrer el universo que narró Sagan, fuera de todo contexto sin límites y fronteras, se quedó en sus propios accidentes, su hermosura asustaba, pero atraía, pagó caro el don que le concedió Afrodita: la belleza.  

     Por su lado, Aquiles, desde su niñez gozó de los grandes frutales de las riquezas, tanto terrenales como divinos, de los cariños y amores incondicionados, protegido por su madre la ninfa marina Tetis y el Rey mortal Peleo, monarca de los mirmidones. Por ello, Aquiles fue un semidios. Fue educado por el maestro centauro Quirón, mitad hombre y mitad caballo. Lo formó para las destrezas de la guerra, la medicina, la musicalidad, la monta o la equitación. También tuvo como maestro a Fénix, le complementó en las artes de la guerra, la oratoria, los modales, la diplomacia, en las prácticas marciales, en los juicios ético-morales, las buenas relaciones como la empatía, las costumbres, la cultura y la lira. La relación maestro-discípulo (Fénix-Aquiles) fue cercana, considerada como padre e hijo.

     Aquiles aún no era un adolescente cuando emerge la presencia relacional con Patroclo. Peleo, lo acoge como desterrado o exiliado. Fue acusado de asesinato. Ambos fueron educados por los mismos maestros. Entre los dos se gestó toda una ilación muy cercana, íntima, por cierto. Insoldable desde la lealtad. El hijo de Menecio (Patroclo), no gozaba de una gran figura física, a pesar de su propia beldad, poca atracción para los ojos ajenos. La aparición de Patroclo, ante la vista de Aquiles, es una vez más producto de la moira o el destino. Así como fue su separación tan fatal. Se conocen en el comedor, donde acudían jóvenes para la educación e instrucción para lo bélico. Así lo describe el Menoetíades:

Su hermosura refulgía en el salón enorme como una llama, vívida y deslumbrante, y atraía mi mirada en contra de mi voluntad. Su boca era un arco carnoso y su nariz, una flecha de rectitud aristocrática. Sus miembros no se torcían como los míos cuando tomaba asiento, sino que adoptaban una gracia perfecta, como si los hubiera cincelado un escultor (Miller, 2022. P 33).

     Con una fuerza extraordinaria, veloz en sus maniobras, agresivo en sus determinaciones físicas y en su carácter, pero también bondadoso. Sobresaliente en las batallas, imponente, orgulloso de su procedencia y de su educación. De estatura alta, atlético en su complexión, cuerpo moldeado como si fuera tallado por Miguel Ángel, hermosamente cincelado golpe a golpe. De cabellos áureos semejantes a trazos leonados, luengo y salvaje en su extensión. El campeador más hermoso de todo el Hélade griega y alrededores. Para que nazca otro ser semejante a él, queda poco tiempo. Su amigo, disfrutaba verlo correr como el viento al amanecer, en sus ojos brillaba la desnudez de su intrínseca pasión, dejándole sin aliento en la frescura de sus labios secos por lo que observaba. Desenfrenado al ver lo que su alma le producía. Le excitaba toda una locura emocional que traspasa toda ilusión corporal en el umbral más viril, convertida en toda una locura, entregándose a su propia mirada profunda, todo él, todo ellos. Para él, era su luna, las estrellas, el universo. No existía espacios para nadie más, sólo los dos, su apóstrofe.

     Patroclo era todo lo contrario, él mismo se describe así:

Enseguida fui una decepción, pues salí pequeño y flacucho. No era veloz, ni fuerte, ni tenía buena voz para cantar. Lo mejor que podía decirse sobre mí era que jamás enfermaba. Los niños sufrían resfriados y cólicos a esa edad, pero yo nunca. Eso fue lo único que hizo recelar a mi padre. ¿No sería yo un niño no humano al que habían cambiado por su hijo? (Miller, 2022. P 7).   

     En su infancia tan sólo era un ser con pocos atributos, de bajo peso, de crecimiento regular, su piel de poco brillo, algo pálido, y de cabellos blondos y rubiales, descuidado un poco en su aspecto físico. Escaso para los juegos, falto de ánimo, de rápida fatiga, con desgano constante, aburrido, de poco interés por las cosas a su alrededor. Era la antítesis de la idea febril de Aquiles. Sin embargo, a medida que avanzaba la educación física y la didáctica de Aquiles y una buena parte de Patroclo, su físico cambió a su favor. De tamaño regular en comparación con Aquiles. Sus cabellos adquirieron un color mucho más áureo, su físico embarneció, cada parte de su cuerpo se marcó línea a línea, su piel tomó otra tonalidad blanca adornada por los rayos del sol.

     Fue una relación en edad de menor a mayor. Patroclo era el mayor, es decir, el erestes (pασtσ) que denota amante. Mientras que Aquiles era el eromenos el menor (ρώμεvoc) que implica el que se ama o es amado, el deseado sexualmente. Eso eran ellos: amantes (De amar y-nte; lat. amans, -antis). En las películas y en las novelas se les presenta como primos o como amigos, pero los dos vivían inmersos en su propia canícula. Esa moralidad que busca ocultar la sexualidad como un producto del pecado empuja a las sociedades al miedo y a las represiones, generando desbordes en los sectores más tradicionales y conservadores, de manera casi poliorcética. Entre los griegos, este tipo de relación se consideraban normales, a partir del medioevo hasta el presente, se ha condenado como un irrespeto afectando supuestamente las familias, apoyándose en la fe y en las religiones más tradicionales, consideradas como un pecado que traspasa más allá de los propios infiernos. Se condena a la máxima expresión y se perdona o se deja pasar la pedofilia que se practica aún en las religiones actuales. 

     Patroclo era el mayor erastes, es decir, quien ama; veía en su hombre su amor, su piel, sus sueños nocturnos, el sudor que salpicaba sus labios cálidos y tiernos. Despierto o dormido, esa era su realidad, su vínculo, su vida. Aquiles era el eromenos, en cambio, veía en él su manantial, su verdad, el alma que iluminaba su existencia. Era su cuidado, su embriaguez de cuerpos y sueños, su estrella que se disolvía en las copas de vino, mezclada con el dulzor de su propio amor.

     Eran su sorbo a sorbos. Cronos fue cobarde, porque nunca pudo, entre los dos, asesinar sus tiempos. Él le despertaba con un beso bajo las brisas verdes del mar, sin importar si era primavera, otoño, verano o invierno: todo era divino. Recorría el universo en su cuerpo, sin límites ni fronteras. Nunca fueron sueños prohibidos; jamás les dolió el corazón por haber sido. Nunca se negaron amor: confidentes sin condición, compartían cada escena, ambos sus propios actores naturales. Los dos fueron sus manzanas mordidas. Una relación entre erastes y eromenos, sus vidas en el juego del despertar cada mañana.

     El destino o moira, aparece entre los dos. Aunque pudo ser que Tetis interviniera, nunca gustó de Patroclo, menos en la relación que se gestó entre ellos, ella deseaba su inmortalidad, sin la presencia de su amado adulto. Sin embargo, el Menoetíades siempre quiso demostrarle al semidios, que también era capaz de ir al combate. Mientras Aquiles disfrutaba de los dulces y sabores virginales de doncellas, el erastes aprovecha y utiliza los atuendos (armaduras) de su amado, para luego confrontar al gran guerrero troyano Héctor, su tiempo estaba contado. Fue un corto combate, Héctor estaba convencido que era Aquiles a quien enfrentaba. Patroclo muere ante la espada de Héctor. Esté al despojarlo del yelmo o la gálea ve que no era Aquiles, sino su amado Patroclo. Allí se inicia de manera definitiva la guerra de Troya.

     La muerte de un hombre amado por otro varón. Ya no podrán beber de sus inocencias salvajes, sus experiencias primeras no serán embriagadas, nunca más habrá inocencias, porque ambos se bebieron las suyas, el despertar de la carne se convirtió en una sola relación: erastes— —eromenos. Fallece el amor de un guerrero por un varón, la cual genera la guerra que ha traspasado todos los tiempos.     Se quedó sin nada, sin sueños, acompañado de un dolor profundo e hiriente que sólo lo siente quien lo padece. ¿Para dónde se fue su amor?, se lo llevó todo, lejos de su alma. Como esconder su partida cuando sólo el alma oculta la mayor pena por quien se ama. Sintieron lo que nadie imaginó, se besaron hasta lo imposible, auscultaron sus suspiros más profundos, llegaron a lo infinito de lo más desconocido, soñaron lo que nunca nadie fue capaz de soñar. Se hicieron ellos en sus vidas, para luego morir-por.        

     Se dice, que sólo existen tres formas de amar: el de Alcestis (morir-por), Orfeo (amor a uno mismo) y el de Aquiles (amor apasionado). El primero, se refiere a la princesa y luego reina Alcestis, ella se consagró al amor de manera profunda idílica e incondicional a su esposo, el rey Admeto, se inmola por el querer que siente por él. Su ofrecimiento se dio con el objetivo de salvar a su amado de la muerte. En su lugar ella se entrega al Hades. Ella fallece, el inframundo le espera. Es banqueteada por el hombre que ama. Porque Admeto, rehúsa no morir en lugar de su progenitor. Valientemente Alcestis se ofrece y toma su lugar. Por este acto tan noble, los dioses premian a la reina. Permitiéndole volver a la Hélade (tierra), esta escena es conocida como: muerte-por. Las cosas cambian de episodio, valga decir, el fallecimiento del amante es resarcido por la del amado. Un cambio en su vida por otra, abdica a su felicidad, admite el dolor para que otro (el rey) sea feliz.  

     Otra forma de amar es la de Orfeo. Él planea ingresar al Hades para liberar a su esposa fallecida. Sin embargo, su intento fracasa y regresa sin ella. Los dioses se burlan de su designio: Le muestran el espectro de su amada, una mera imitación. Orfeo no fue temerario como Alcestis, quien muere por él. Intentó engañar a los dioses imitando la muerte misma. Las Bacantes se encargan de castigarlo: lo condenan a la atopía (τόπος: fuera de un lugar determinado, sin sitio propio), a un estado ni de vida, ni de muerte. Este tipo de amor no es verdadero amor, sino el interés disfrazado de afecto. Es la renuncia al morir por, es decir, la negación del sacrificio genuino. Aquí no se entrega la vida por el otro como acto de amor puro; más bien, se burla el sentido mismo del amor y de la muerte de la otra persona que supuestamente se ama.

     Por último, el amor de Aquiles. Su pasión páthos (πάθος: sufrir”/ “padecer) por Patroclo lo consume lentamente. Muere por dentro; sin él, la vida no puede continuar. Es dejar de sentir amor, es extraviar la existencia. No se encuentra el amor cuando este surge como un capricho de la moira o de Tetis: despojar al héroe del ser amado se convierte en una trampa de la pasión, una celada del destino. El amor de Aquiles no es el de Orfeo una treta para engañar a los dioses, ni el de Alcestis, que encarna el morir por. Morir por quien se ama sin medir las consecuencias. El de Aquiles es más profundo: lo sigue hasta su propia muerte. Al cruzar las puertas del Hades, algo esencial del semidiós se extingue; pero también, un fragmento de su alma queda vagando, persiguiendo las sombras de aquellas noches compartidas bajo las brisas nocturnas, testigo sólo las estrellas.

     Rupturas de los sueños que, entre ambos, se forjaron, bella obsesión entre ellos. Es la venganza por la muerte de quien se ama. Héctor asesina a Patroclo, y allí se quiebra el hilo del destino. Todo gira cuando Aquiles se entera de la pérdida de su amado: interviene, no por Helena, sino por el amor nacido en su adolescencia, por la muerte de un hombre a manos de otro hombre. Le desgarraron el alma. Este es un amor pasional, desenfrenado, que se afirma incluso en la violencia: se sigue, se acompaña, cuando la justicia se hace con las propias manos. Luchó hasta el final, enfrentó a la soledad más absoluta. Nunca más se darán besos al despertar; la muerte se interpuso entre ambos. El amor de Aquiles es seguirlo hasta la muerte mediante el acto del resarcimiento: dar la vida más allá de toda medida, más allá de la imaginación. Es imposible detener el tiempo sin Patroclo, ¿Cómo pedirle al amado que no se marche cuando ya se ha ido? Una pasión insólita, hecha de ausencia, de furia y de eternidad. Muere la noche a la espera del amor entre ambos, es como si callaran las olas de la mar, se cruza el puente uno sin el otro, volver a la terneza con sufrimiento por la ausencia. Su alma se viste de la noche más cruel y fría que ha existido.

     Se convirtieron en sus sombras que persiguen fantasmas; se quedaron sin nada.
¿Dónde está el amor? ¿Hacia dónde se marchó? Amor sin rencor, su aliento, su café al despertar, su silencio profundo, el desvelarse de su puerta inconclusa. Para que se digan: ya no existimos. Murió la ilusión; se alejaron los sentimientos.
Solo quedó su dolor. Se fue la inocencia. ¿Con quién desahogar el sufrimiento que causa la espada de Héctor al atravesar la vida de quien se ama? Aquiles quisiera estar en el lugar de Patroclo y Patroclo en el de él. Después de tanto tiempo juntos como un tatuaje. Estar a su lado, se vuelve un sueño imposible,
una estrella lejana, como la brisa del mar que llega y se va libremente. Pasión que atormenta, pero las fuerzas lo abandonan. Late la sangre dentro del corazón, fuego que se enciende al pensar, sólo, en lo que existió, en el umbral de lo sublime, llamado amor viril.

     Una guerra oculta tras la belleza de una mujer reveló la furia y la fuerza del poder de quienes la poseían. La belleza fue utilizada como un medio, y no como un fin en sí misma, o quizá como un fin que prescinde del medio. La fuerza sustituyó a la belleza como el velo de Ariadna, donde la razón, la lógica, la gloria, la fama y el amor, aparecían como posibles salidas ante la vorágine. Se demuestra que lo más hermoso no sólo provoca miradas, sino también la muerte: una muerte que extravía la razón de ser entre los vivientes y deja, en su lugar, la tentación. Sin embargo, incluso desde la propia obra del escritor invidente, las épocas han pasado y se han transformado social y políticamente. Aun así, resulta imposible escapar de esta atmósfera poblada de dioses, guerreros valientes, mujeres hermosas, príncipes, reyes, reinas y semidioses, donde perder la vida por la fama y la gloria sigue valiendo más que la vida misma.

     Para los amantes que nunca han sido, pero que lo son aunque lo han pensado ni lo serán pero están como lo fueron Aquiles y Patroclo, sólo el tiempo filosófico y literaria lo sabrá. Homero, no veía lo que escribía, pero si sabía lo que pasaría para la historia.

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Referencias Bibliográficas

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Luque, L. (2006). El Ciego Que Nació En Siete Ciudades. Barcelona. Editorial Belacqua.

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Vidal-Naquet, P. (2001). El mundo de Homero. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.  

 



[1] Filósofo. Historiador. Especialista en Cultura Política. Mg en filosofía Moral. Ph. D. Doctor. Filosofía contemporánea. Docente universitario-secundaria. Investigador. Escritor independiente. Critico de Salsa y jazz. Orcid: 0000-0001-8230-8831. Minciencias: CvLAC-GrupLAC  frecho13@hotmail.com  

 

 


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