miércoles, 12 de noviembre de 2025

EL CONOCER COMO UN ALEPH / Carlos Alberto M-Gómez[1].

 

                                                             Carlos Alberto M-Gómez


EL CONOCER COMO UN ALEPH

Carlos Alberto M-Gómez[1].

 

Re/pliegue



Estimado lector, estimada lectora. No propongo una teoría. No propongo conclusiones. Lejos estoy de esas pretensiones. A lo sumo, presento en esta oportunidad una conjetura o presunción desde un diálogo iniciático con algunos de mis guías: Jorge Luis Borges, Ítalo Calvino, José de Sousa Saramago y Michel Foucault. Este dia/lógos tiene como referencia el cuento de Jorge Luis Borges: El Aleph.

     El cuento El Aleph, se nos estaría revelando quizás como una (auto)exploración de nuestra unidad trascendente con la naturaleza del cosmos, su energía y simultáneamente, para algunos, se nos estarían revelando los límites de nuestra percepción humana. En El Aleph, se nos presenta un punto infinitesimal —el Aleph— que contiene, sin confusión ni superposición, todos los puntos del universo, donde el pasado, el presente y el futuro coexisten en una simultaneidad absoluta. Por ello invito a aceptar por un momento que esta imagen evoca las enseñanzas de las tradiciones sapienciales no occidentales, que postulan una realidad última más allá de las apariencias, un principio unificador que subyace a la multiplicidad fenoménica.

     En el vedanta, se habla de Brahman, lo Absoluto, donde Tat Tvam Asi (Tú eres Eso) señala la identidad entre el ser individual y el Todo. Plotino describe el Uno como fuente inagotable de donde emana toda existencia. Por tanto (señala Plotino) el uno no es ninguno de los seres, sino que es anterior a todos los seres. Así pues ¿qué es? La potencia de todo. Si no es, nada existe, ni los seres, ni la inteligencia, ni la vida primera ni ninguna otra. Plotino lo describe así en sus Enéadas:

Que el Uno no es ninguna de todas las cosas, quiere decir que es «distinto de todas las cosas» (III 8, 9, 48-49; V 3, 11, 18), y eso, porque es «anterior a todas las cosas» (III 8, 9, 54) y «está más allá de todas las cosas» (V 3, 13, 2; V 4, 2, 39-40), y eso, porque es «principio de todas las cosas» (V 3, 15, 27; V 4, 1, 23), «causa de todas las cosas» (V 5, 13, 35-36; VI 9, 6, 55) o también «potencia de todas las cosas» (III 8, 10, 1; V 1, 7, 9-10), pero potencia activa, no pasiva como la materia (V 3, 15, 32-35) (Plotino, 1982: 36)[2]

     El Aleph encarnaría esa visión no dual, donde el observador y lo observado se funden, trascendiendo la ilusión de separatividad que llamamos maya. Esta concepción no dual se refleja en la convergencia entre el ser individual y el Todo (absoluto). El Aleph niega la linealidad del tiempo, mostrando todos los instantes a la vez, lo que remite al eternalismo de tradiciones como el hinduismo (Bhagavad Gita: El tiempo soy yo) o el budismo, donde el samsara es un eterno presente.

     El texto también introduce una autocrítica: ¿el Aleph es auténtico o una ilusión? Esta duda no debilita la tesis, la refuerza poniendo de manifiesto una paradoja central en las tradiciones místicas. El Aleph, como símbolo, encierra esa paradoja de lo infinito contenido en lo finito, una idea presente en la Cábala (el Ein Sof que se contrae para dar lugar al mundo), en el hermetismo (Como es arriba, es abajo) y hasta en la física moderna (los agujeros negros, donde el espacio-tiempo se curva hasta lo inconcebible). Pero siendo momentáneamente escépticamente lúcidos podríamos aventurarnos a cuestionar si el Aleph es auténtico o una ilusión, un falso infinito (no un falso positivo[3] como los presentados en Colombia). Esta duda podría reflejar la tensión entre la certeza mística y las limitaciones de la mente humana: La mente humana, finita, lucha por comprender lo infinito, para comprender la verdadera naturaleza de lo absoluto, planteando la posibilidad de que toda representación de lo divino sea, en última instancia, una construcción mental o una ficción del lenguaje.

     Dice el texto sagrado de los cristianos: “¿Quién ha medido a puñados el mar o mensurado a palmos el cielo, o a cuartillos el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la balanza los montes y en la báscula las colinas? ¿Quién ha medido el aliento del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente? Mirad, las naciones son gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano, el Líbano no basta para leña, sus fieras no bastan para el holocausto. En su presencia, las naciones todas, como si no existieran, son ante él como nada y vacío.” (Is 40, 10-17) De ahí que podamos preguntar: ¿Cabe en nosotros la sabiduría del absoluto o de la divinidad infinita? ¿Puede lo finito contener lo infinito sin perder su naturaleza o esencia? ¿O acaso toda representación de lo absoluto es, de alguna manera, otra construcción mental, otra ficción del lenguaje? ¿Puede en mi actual existencia finita (lo corta que es nuestra vida y lo caducos que somos los humanos) contenerse el infinito de la divinidad, del absoluto eterno? ¿Puedo decir que Dios soy yo? (La pregunta ¿puedo decir que Dios soy yo? no significa que el ego finito sea Dios, sino que la esencia más profunda del ser individual es idéntica a la realidad última, el Brahman: “Esa esencia que es la más sutil de todas, tiene a todo este mundo como su Ser. Esa es la Verdad. Ese es el Ser. Eso eres tú, Oh Shvetaketu.” (Upanishads, Chandogya, 6.8.7)[4]. Tat Tvam Asi -Tú eres Eso-) ¿El infinito puede estar en un junco?: “Lo importante es lo que es, y cómo lo que es se revela cuando uno ya no quiere las cosas que tornan la vida miserable e impura.” Vidal, 2012: 244)[5]

Des/pliegue 1

Y aquí Queneau añade: «Pero la lógica es también un arte, y la axiomatización un juego. El ideal que se han fabricado los científicos en el curso de todo este comienzo de siglo ha sido una presentación de la ciencia no como conocimiento sino como regla y método. Se dan nociones (indefinibles) de los axiomas y de las instrucciones de uso, en una palabra, un sistema de convenciones. Pero ¿no será este un juego en nada diferente del ajedrez o del bridge? Antes de proseguir el examen de este aspecto de la ciencia, debemos detenemos en este punto: ¿es la ciencia un conocimiento, sirve para conocer? Y dado que se trata (en este artículo) de matemática, ¿qué es lo que se conoce en matemática? Precisamente: nada. Y no hay nada que conocer. No conocemos el punto, el número, el grupo, el conjunto, la función, más de lo que conocemos el electrón, la vida, el comportamiento humano. No conocemos el mundo de las funciones y de las ecuaciones diferenciales más de lo que “conocemos” la Realidad Concreta Terrestre y Cotidiana. Todo lo que conocemos es un método aceptado (consentido) como verdadero por la comunidad de científicos... Pero este método es también un juego, más exactamente lo que se llama un jeuì d'espirit. Por lo tanto toda la ciencia, en su forma más acabada, se presenta como técnica y como juego. Es decir, como se presenta, ni más ni menos, la otra actividad humana: el Arte». (Calvino, 1992: 258)[6].

     Con la anterior cita de Queneau, reproducida por Calvino en su libro Por qué leer los clásicos dejo algunas preguntas a manera de pro/vocación inicial para pensar-nos simultáneamente como humanos que educamos educándonos: ¿Se conoce el mundo? ¿Se conoce el mundo investigando? ¿Investigar es conocer el mundo? ¿Realmente investigamos? ¿Se enseña a investigar? O, acaso será que ¿Todo lo que conocemos es un método aceptado (consentido) como verdadero por la comunidad de científicos... ¿Pero este método es también un juego? Cuándo se enseña investigación ¿se enseña a conocer o se valida un modelo, un método aceptado? O, como quizás lo podríamos intuir con José de Sousa Saramago, ¿con la tal investigación científica capturamos gente para la caverna o confinamos más ciegos en un internado?

A que no eres capaz de imaginar adónde nos han traído, No, iba a añadir, A un manicomio… No vale la pena, desde donde están no te oyen, y, aunque te oyeran no te harían caso, Pero tú puedes ver, Por ahora, lo más probable es que me quede también ciega un día de éstos o dentro de un minuto, Vete, por favor, No insistas, además, estoy segura de que los soldados no me dejarían poner un pie fuera, No te puedo obligar, No, amor mío, no puedes, me quedo aquí para ayudarte y para ayudar a los que vengan, pero no les digas que yo veo, Qué otros, No creerás que vamos a ser los únicos, Esto es una locura, Debe serlo, estamos en un manicomio… Si es así, váyase, en tal caso, objetaría que no podía irse de allí sin su marido, y como el ejército no dejaba salir a ningún ciego de la cuarentena, no tendrían más remedio que consentir que se quedase.” (Saramago, 2001: 59, 177)[7]

     Los ciegos fueron internados en un manicomio abandonado, aislados del mundo, como si la ceguera fuera una enfermedad contagiosa que debía ser contenida y apartada. Al infectado, hay que apartarlo, marginarlo del resto de los no ciegos, de los no infectados. Será obligatorio, hay que someterlos a una estricta cuarentena (como se vivió durante el 2020 con la pandemia global por el coronavirus, covid-19). El lugar, el espacio elegido por las autoridades, será un manicomio abandonado, vacío y degradado. Este lugar, albergará a los que cruzando el quicio de la puerta entrarán en un infierno. Obviamente, la idea del confinamiento forzado de los ciegos en un internado podría interpretarse como una metáfora del control social y la exclusión. Quizás también sea una metáfora del control social al que nos tiene acostumbrados la ciencia materialista y materializada. Pareciera que, por actos de poder, solo su saber es verdad, son evidencias, objetos, ídolos. Lo demás es pseudociencia o chamanismo o mera especulación.

     Saramago alude a la condición de estar atrapados en una caverna metafórica que puede entenderse como una captura o encierro en una realidad limitada y controlada. Lo que importa no es la caverna, sino la gente que en ella se encierra, que se encierra a sí misma, que se encierra en la caverna, porque la caverna no es sino el reflejo de la prisión que cada uno lleva dentro. Vivimos en la caverna, rodeados de sombras y ecos, prisioneros de una realidad que no podemos tocar, mientras afuera el mundo verdadero sigue su curso indiferente.

El Panóptico es un lugar privilegiado para hacer posible la experimentación sobre los hombres, y para analizar con toda certidumbre las trasformaciones que se pueden obtener en ellos. El Panóptico puede incluso constituir un aparato de control sobre sus propios mecanismos. Desde su torre central, el director puede espiar a todos los empleados que tiene a sus órdenes: enfermeros, médicos, contramaestres, maestros, guardianes; podrá juzgarlos continuamente, modificar su conducta, imponerles los métodos que estime los mejores; y él mismo a su vez podrá ser fácilmente observado. Un inspector que surja de improviso en el centro del Panóptico juzgará de una sola ojeada, y sin que se le pueda ocultar nada, cómo funciona todo el establecimiento. Y por lo demás, encerrado como lo está en medio de ese dispositivo arquitectónico, ¿no se halla el director comprometido con él? El médico incompetente, que haya dejado que se extienda el contagio, el director de prisión o de taller que haya sido torpe, serán las primeras víctimas de la epidemia o del motín. (Foucault, 2006: 207-208)[8]

     Pero... ¿Y en dónde nos podemos apuntalar para asumir esta provocación?

En una época determinada, el saber -que es instalado por un tipo de poder- produce un específico tipo de sujeto. Los sistemas de poder producen efectos de verdad y estos efectos de verdad producen sujetos. El poder no solo reprime.    También produce realidades. Produce dominios de objetos y rituales de verdad. El poder es positivo y productivo:

Lo importante, creo, es que la verdad no está al margen del poder ni carece de poder… La verdad es de este mundo y se produce debido a múltiples coacciones. Y tiene en él efectos pautados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general de la verdad, es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos y la manera de sancionar unos y otros; las técnicas y los procedimientos que se valoran para obtener la verdad, y el estatus de quienes tienen a su cargo decir lo que funciona como verdadero. (Foucault, 2019: 42)[9]

     La preocupación es por cómo es que se traman, en torno de los discursos considerados verdaderos, efectos de poder específicos y se producen sujetos:

Estaba la cuestión de la verdad. Si se quiere, por verdad no entiendo, en efecto, una especie de norma general, una serie de proposiciones. Entiendo por verdad el con junto de los procedimientos que en todo momento permiten a cada uno pronunciar enunciados que se consideran verdaderos. No hay en absoluto una instancia suprema. Hay regiones donde esos efectos de verdad se codifican a la perfección, y en las que los procedimientos mediante los cuales se pueden llegar a enunciar las verdades se conocen de antemano, están pautados. Me refiero, en términos generales, a los dominios científicos. En el caso de la matemática es definitivamente así. En los casos de las ciencias empíricas, por decirlo de algún modo, ya la situación es mucho más fluctuante. Y, por otro lado, al margen de las ciencias, tenemos también los efectos de verdad ligados al sistema de informaciones: cuando alguien, un locutor de radio o televisión nos anuncia algo, creemos o no creemos, pero la cosa empieza a funcionar en la cabeza de millares de personas como verdad por el mero hecho de que es pronunciada de esta manera, con este tono, por esta persona, a esta hora. (Foucault, 2013: 77-78)[10]

     Inspirada en la rejilla analítica descriptiva poder–saber–subjetividad, esta conjetura sostiene que el sujeto del capitalismo industrial no es el mismo que el sujeto del neoliberalismo atravesado por la inteligencia artificial y la hiperconectividad.

     El sujeto que se formó en la era previa a la computadora, a los motores de búsqueda, a Wikipedia y a los teléfonos inteligentes no coincide con aquel que emerge bajo la lógica del big data, el tecnoaprendizaje y los algoritmos generativos. En cada momento histórico, el sujeto se constituye en/desde un campo de fuerzas donde saberes, tecnologías y regímenes de verdad se entrelazan con formas de poder que modelan no solo sus acciones, sino su propia experiencia de sí:

Para ilustrar la relación entre tecnología y subjetividad, [Edgardo Castro] traza un paralelo histórico: “En tiempos de Platón, la escritura era la tecnología que desplazaba funciones de la subjetividad, como la memoria. Luego la imprenta hizo lo suyo. Hoy, con la IA, se exilian de la subjetividad elementos como los actos de habla. Eso nos lleva a preguntarnos qué entendemos por subjetividad y qué haremos con ella”. (Los Andes, 2025: párrafo 10)[11]

     Poder-saber se encuentran implicados de manera estructural: no hay relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de saber, ni saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo relaciones de poder. Por ejemplo, el sujeto de deseo o el sujeto de conocimiento no son entidades universales, sino productos históricos resultantes de esas implicaciones. Veamos un poco estos dos ejemplos.

     Ese sujeto de deseo que tiende a ser característico de la investigación contemporánea podría ser cualquier joven académico que, en lugar de orientar su deseo únicamente a la búsqueda de verdad, lo dirige —moldeado por las políticas de financiamiento y los sistemas de indexación— hacia la obtención de métricas, rankings y visibilidad en redes académicas. Aquí, el objeto de deseo no surge de un impulso autónomo, sino de un campo de poder–saber que define qué cuenta como éxito, impacto o relevancia. Este sujeto pareciera que hoy se campea libremente por las universidades.

     De manera análoga, el sujeto de conocimiento se transforma radicalmente entre épocas. Por ejemplo, el botánico del siglo XIX, cuyo saber se construía en la observación directa y la correspondencia erudita, encarna un modo de conocer vinculado a la temporalidad lenta y a la mediación mínima de dispositivos. En cambio, el investigador del siglo XXI que estudia el cambio climático opera en un régimen donde el conocimiento es mediado por sensores remotos, bases de datos masivas y algoritmos de machine Learning. Lo que este investigador conoce está ya filtrado y configurado por las infraestructuras digitales que posibilitan, pero también limitan, su campo de visibilidad. ¿Es este investigador un apéndice de la máquina? Aceptar esta premisa implica reconocer que las formas de subjetividad se configuran tanto por tecnologías materiales como por regímenes de verdad que delimitan lo decible, lo pensable y lo posible.

     Se podría, de querer hacerlo, introducir otro matiz: la historia de la subjetividad moderna y contemporánea no solo está marcada por transformaciones en la relación de poder–saber, sino también por una progresiva aceleración de la experiencia.

Si en el siglo XIX el tiempo disciplinario organizaba la vida según los ritmos mecánicos de la fábrica y la linealidad del archivo impreso, en el siglo XXI el tiempo digital se vuelve instantáneo, fragmentario y omnipresente. La velocidad no es un mero atributo técnico, sino un operador estratégico que reorganiza la percepción, el espacio y el cuerpo. En este sentido, la subjetividad contemporánea no solo se ve atravesada por nuevos saberes, sino por una cronopolítica[12] que impone la inmediatez como régimen de existencia. La sensación de que los días, los años son más cortos. Se dice que todo va a la velocidad de la luz.

     La irrupción de la velocidad en la vida cotidiana se consolidó durante y después de la Segunda Guerra Mundial (IIGM). La guerra, en sí misma, fue un catalizador tecnológico que aceleró la dromología[13].

     La producción masiva de armamento, el desarrollo de la aviación supersónica, las telecomunicaciones militares, la logística bélica, la comunicación instantánea entre frentes distantes y la movilidad acelerada de tropas y suministros introdujeron un nuevo umbral temporal con una lógica de eficiencia y rapidez que, al finalizar el conflicto, se transfirió a la vida civil a través de la aviación comercial, la televisión y las redes de transporte masivo. De este modo, la aceleración dejó de ser un fenómeno excepcional para convertirse en una condición estructural de la modernidad tardía. Esto generó una cronopolítica en la que la velocidad se convirtió en un instrumento de poder, reconfigurando la sociedad en torno a la movilidad, la información instantánea y el consumo rápido. El tren de alta velocidad, el avión comercial a reacción y la televisión como medio de comunicación en tiempo real son ejemplos históricos que evidencian cómo la lógica de la aceleración post-IIGM no solo transformó la tecnología, sino que impuso un nuevo ritmo de vida, marcando un antes y un después en la forma en que los individuos habitan el tiempo y el espacio.

     Esta aceleración redefine las tecnologías del yo: las prácticas reflexivas mediante las cuales el sujeto se relaciona consigo mismo. Allí donde antes estas prácticas podían desplegarse en temporalidades extensas —el estudio prolongado, la escritura como ejercicio de sí, la conversación sostenida—, hoy se ven comprimidas por la urgencia de la actualización constante, la respuesta inmediata y la interacción perpetua en entornos virtuales. El sujeto digital se convierte, así, en un operador multitarea que navega un océano de datos, sometido a algoritmos que filtran y jerarquizan la información, mientras su identidad se negocia y se exhibe en pantallas que condensan, en un único marco visual, la ilusión de totalidad.

     No se trata de imaginar al poder como un titiritero que mueve hilos desde una instancia externa ni como una ideología que cae de manera vertical sobre sujetos pasivos como en efecto cascada. Más bien se trata de advertir que el poder opera capilarmente, modulando la experiencia temporal y espacial del sujeto:

Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes. Y "el" poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada. (Foucault, 2011: 87)[14]

     La virtualidad, al abolir distancias y retrasos, instala una simultaneidad continua que no solo transforma los modos de conocer, sino también las formas de habitar el mundo y de habitarse a sí mismo. El sujeto contemporáneo, forjado en la intersección de la aceleración técnica y la gubernamentalidad algorítmica, encarna así una mutación histórica en la que el poder, el saber y la velocidad convergen para producir nuevas condiciones de existencia. Un ejemplo notable de esto es el uso de MOOCs (Massive Open Online Courses), que han proliferado en la última década y han puesto al alcance de millones de personas recursos educativos anteriormente limitados a instituciones específicas. Estas plataformas ofrecen cursos donde los estudiantes pueden interactuar en tiempo real con colegas y profesores desde diferentes continentes, lo que genera una experiencia educativa global y simultánea. Según Boris V. Markov & Svetlana V. Volkova: “La sociedad de la información es una nueva etapa del desarrollo tecnológico, que no solo afecta a los medios de comunicación, sino que también va acompañada de profundas transformaciones antropológicas y sociales.” (Markov & Volkova, 2020: 62)[15]

     En el campo de la investigación, el desarrollo de las vacunas contra el COVID-19 constituye un ejemplo de cómo la virtualidad, al abolir distancias y retrasos, instaura una simultaneidad continua que produce nuevas condiciones de existencia. A partir de la secuenciación del genoma del virus SARS-CoV-2 en enero de 2020, la información fue compartida globalmente de forma inmediata a través de plataformas digitales. Esta acción, que en un pasado habría tomado meses o años, no solo aceleró la investigación científica, sino que forzó una convergencia sin precedentes entre el saber académico, el poder estatal y la lógica del capital: “La secuencia genómica de este virus fue compartida rápidamente con la comunidad internacional, lo que permitió el desarrollo acelerado de diagnósticos” (Wu et al., 2020: 265)[16]

     La investigación se transformó en una carrera dromológica donde la velocidad del flujo de datos, los modelos predictivos y los ensayos clínicos se fusionaron con la gubernamentalidad algorítmica (la gestión de la pandemia a través de algoritmos, big data y aplicaciones de trazabilidad). Esta convergencia de poder, saber y velocidad no solo nos dotó de una vacuna, sino que produjo un sujeto contemporáneo y nuevas formas de habitar el mundo y de habitarse a sí mismo, donde la salud, la movilidad y la libertad están mediadas por tecnologías y sistemas de control que validan y gestionan la vida en tiempo real: “Una creciente automatización acelera la producción y los medios digitales conectan a personas en todo el mundo de formas más rápidas que las anteriores comunicaciones analógicas”. (Glezos & Torres, 2021: 153)[17]

     La pregunta de fondo sobre si la ciencia es realmente conocimiento fue planteada por Queneau, citado por Calvino, al afirmar: “Todo lo que conocemos es un método aceptado (consentido) como verdadero por la comunidad de científicos... Pero este método es también un juego, más exactamente lo que se llama un jeu d'esprit. Por lo tanto, toda la ciencia, en su forma más acabada, se presenta como técnica y como juego. Es decir, como se presenta, ni más ni menos, la otra actividad humana: el Arte.” (Calvino, 1992: 258)

     La concepción del poder como una red capilar que modula la experiencia del sujeto y la reflexión sobre la ciencia como un juego de reglas y convenciones revela una crítica profunda a las certezas modernas. Ni el poder ni el conocimiento son entidades absolutas o transparentes. Más bien, operan como sistemas complejos de prácticas y acuerdos que configuran nuestra realidad y subjetividad. El poder se infiltra en la temporalidad, espacialidad y epistemología del sujeto, transformando su modo de habitar el mundo en la era de la virtualidad y la aceleración técnica. El conocimiento de la ciencia es en esencia un método consensuado, un jeu d’esprit que, como el arte, crea mundos a partir de convenciones y reglas. Así, la mutación histórica del sujeto contemporáneo no solo es producto de una gubernamentalidad algorítmica, sino también de la comprensión de que el saber científico es una construcción lúdica y técnica que, al igual que el poder, participa en la producción de nuevas formas de existencia y sentido. En este entrelazamiento, el poder y el saber se revelan como juegos simbólicos que, lejos de ser meras imposiciones externas, constituyen las matrices dinámicas que configuran la experiencia humana en esa complejidad temporal, espacial y epistemológica.

     En este sentido, Jorge Luis Borges, con su cuento El Aleph, parecía anunciar que en el siglo XXI tendríamos el mundo contenido en un punto o en un dispositivo móvil, como una laptop o un teléfono inteligente.

Sin embargo, este sujeto contemporáneo es, en gran medida, un sujeto algorítmico: accede a datos, procesa información, pero no necesariamente cultiva emociones, ni se compromete con el conocimiento y cuidado de sí. Se nos ha enseñado que el mundo es un objeto de observación y manipulación, al cual nos acercamos con métodos. Se ha instalado en nosotros el principio cartesiano de que yo ya no soy cosmos, soy pensamiento y el cosmos ha quedado fuera, junto con la totalidad y multiplicidad de la naturaleza en lo íntimo del humano.

     Italo Calvino en su novela Palomar nos invita a interpretar el mundo como multiplicidad abierta, como totalidad potencial y conjetural. La mirada de Palomar se desplaza, recorta, aísla (tal como lo haría un buen científico). Pero también sabe que ningún fragmento puede entenderse fuera de la relación con el todo y que el todo es inabarcable, móvil, cambiante. El Sr. Palomar sabe que lo que ve no es nunca la totalidad, que cada visión remite a otras visiones, y que el conjunto es inabarcable. Visiones realísticas locales. Pero esta visión del mundo como multiplicidad abierta no es algo fuera de mí. No es un objeto de observación y manipulación al que me acerco con los instrumentos del físico o del alquimista. El Sr. Palomar enfatiza que esa multiplicidad no está fuera del sujeto, sino que forma parte de su propio modo de estar en el mundo. Lo que ve fuera de sí es inseparable de lo que siente dentro: el universo se prolonga en su interior y se modifica con él. No se puede separar lo que está fuera de él de lo que está dentro; su mirada cambia las cosas y las cosas cambian su mirada.

     El Sr. Palomar piensa que lo que quiere saber es una especie de cosmogonía: el mundo tal como es, su inmensa multiplicidad y totalidad potencial y conjetural, y que todo eso no puede ser conocido a menos que él, el observador, forme parte de ello. Sabe que no puede mirar el mundo como un objeto de observación y manipulación, sino que debe habitar en él, asumiendo su existencia en la misma medida en que el mundo existe. El Sr. Palomar despliega una concepción del mundo como multiplicidad abierta y totalidad potencial, imposible de poseer en un único acto de conocimiento. recordándonos que toda percepción es fragmentaria y conjetural. Esta perspectiva, sin embargo, no sitúa la multiplicidad como un objeto externo que el sujeto manipula desde fuera; por el contrario, la inscribe en un tejido de implicaciones recíprocas. Así, el sujeto no es un mero observador de un universo fragmentario, sino parte constitutiva de la trama que observa, en una reciprocidad donde conocer equivale a transformarse junto con lo conocido.

     En la perspectiva de asumir el enmarañamiento humano/cosmos como superadora de la diada sujeto/objeto me apuntalaré en el cuento La distancia de la luna que aparece en Todas las cosmicómicas de Italo Calvino cuando recoge un informe de sir George H. Darwin, quien recuerda el tiempo en que la luna estaba muy cerca de la tierra, hasta que poco a poco las mareas fueron empujándola lejos. Con esa referencia, Qfwfq, el protagonista que posee la edad del universo narra la época en que los hombres (¿o células?) visitaban la luna para recoger una densa leche lunar, como una especie de requesón:

Cuando la Luna se hallaba más baja, las mareas subían hasta el punto de que nadie las podía sujetar. Había noches de luna llena baja baja y de marea alta alta que si la Luna no se bañaba en el mar era por un pelo, digamos unos pocos metros. ¿Que si no intentamos nunca subirnos a ella? ¿Cómo no? Bastaba con ir justo debajo de ella en barca, apoyar en ella una escala de mano y subir. (Calvino, 2024: 14)[18]

     En este cuento la luna esta tan cerca de la Tierra que podía alcanzarse con una escalera devolviendo al humano su pertenencia cósmica. Es decir, el mundo soy yo, yo mismo soy universo, yo soy cosmos. De aquí que conocer es una búsqueda de sentido existencial. Sin embargo, con el célebre pienso, luego existo yo ya no soy cosmos, soy pensamiento. Y bajo este principio se instala la relación sujeto-objeto como brújula de la relación humano-cosmos. Yo sujeto/pensamiento que piensa el objeto/cosmos. Ya no soy cosmos que se piensa a sí mismo. La totalidad y multiplicidad de la naturaleza no está en mí. Ya no existe el cosmos en lo íntimo del humano.

     ¿Llegaremos a ser humanos/educadores capaces de recuperar un orden mental tan sólido y complejo que contenga en sí mismo el desorden del mundo y que tienda a establecer un método tan sutil y dúctil que sea equivalente a la ausencia de armonía como lo intenta el señor Palomar?

De lo anterior se desprende la necesidad de abrir un amplio debate que estimule avanzar para cruzar los umbrales desde los cuales madurar una visión enriquecida de la realidad, en particular de sus potencialidades. ¡Recuperar la idea de que más importante que el conocimiento es asumir una postura de conciencia que convierta la duda, e! límite o e! bloqueo en nuevas posibilidades. Pero se requiere saber ubicarse entre estar determinado históricamente y ser protagonista de la historia, entre evolución y construcción, entre hecho y esperanza, entre verdad y lucha.” (Zemelman, 2005: 21)[19]

     Conocer es entonces salir en la búsqueda de mí mismo. Es salir en búsqueda de la isla desconocida de José Saramago:

...Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa... La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey que ya no hay islas desconocidas, están todas en los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas. Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida... (Saramago, 2003: 20-21)[20]

     O como nos lo propone Jorge Luis Borges conocer es encontrar mi aleph: “...el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” (Borges, 2001: 136)[21]. Yo soy cosmos, yo soy aleph, soy lugar donde están sin confundirse, todos los lugares del orbe. De ahí que conocer el universo es un acto de conocimiento de sí mismo, salir en búsqueda de la isla desconocida es salir en búsqueda de mí mismo:

Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacía la hora del medio día, con la marea. La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma. (Saramago, 2003: 73)

     El conocer como aleph nos remite nuevamente a la meditación de Italo Calvino sobre el humano/cosmos/sociedad en Las cosmicómicas cuando Qfwfq, comenta:

Claro, vivía algo concentrado en mí mismo, eso es cierto, no hay comparación con la vida de relación que se lleva ahora; y también reconozco haber sido –un poco por la edad, un poco por influencia del ambiente– lo que se dice ligeramente narcisista; estaba allí observándome todo el tiempo, veía en mí todas las virtudes y todos los defectos, y me gustaba, ya sea en las unas ya sea en los otros; puntos de comparación no tenía, también hay que tener en cuenta eso… Pero no estaba tan atrasado como para no saber que además de mí existían otras cosas: el escollo encima del cual me había pegado, por supuesto, y también el agua que me alcanzaba en cada ola, sino también otras cosas más allá, es decir el mundo. El agua era un medio de información fiable y preciso: me traía sustancias comestibles que yo sorbía a través de toda mi superficie, y otras incomibles, pero por las cuales me hacía una idea de lo que había por ahí. El sistema era el siguiente: llegaba una ola, y yo, pegado al escollo, me alzaba un poquito, pero una cosa imperceptible, me bastaba con moderar un poco la presión, plaff, el agua me pasaba por debajo llena de sustancias y sensaciones y estímulos… Así supe que existían los otros, el elemento que me circundaba rezumaba de sus huellas, otros hostilmente distintos de mí o bien fastidiosamente semejantes. No, ahora os estoy dando de mí una idea de un carácter antipático y no es verdad; claro, cada uno seguía ocupándose de sus cosas, pero la presencia de los otros me daba seguridad, describía a mi alrededor un espacio habitado, me liberaba de la sospecha de constituir una excepción alarmante, por el hecho de que a mí sólo me tocase existir, como en un exilio. (Calvino, 2024: 122).

     Calvino recuerda que descubrir a los otros es también liberarse del exilio de la soledad: “la presencia de los otros me tranquilizaba, descubría a mi alrededor un espacio habitado” (Calvino, 2024: 122).

     Porque al final, la isla desconocida que buscamos es, en realidad, una búsqueda de nosotros mismos. Recuperar el Aleph interior no significa renunciar a la tecnología, sino integrarla en una ética del conocimiento que nos devuelva a la pregunta esencial: ¿qué significa conocerme a mí mismo en un mundo donde todos los lugares del orbe caben en la palma de mi mano? Conocerse a uno mismo es, en última instancia, reconocer la unidad profunda que subyace a la multiplicidad aparente; es descubrir que el centro del ser no está limitado por espacio ni tiempo, y que en ese centro reside la totalidad del cosmos, tan accesible en la intimidad del propio corazón como en la vastedad del mundo. En un mundo donde todos los lugares del orbe caben en la palma de la mano, la pregunta por el conocimiento de sí mismo adquiere una densidad inédita. La inmediatez digital nos ofrece la ilusión de un acceso total al mundo exterior, pero deja en suspenso la interrogación más radical: ¿qué significa conocerme en medio de esta simultaneidad?

 

     Como recuerda Schuon, “Pero decir que el hombre está ‘hecho a imagen de Dios’ significa precisamente que él representa una subjetividad central y no periférica, y, en consecuencia, un sujeto que, emanando directamente del Intelecto Divino, participa en principio del poder de este; el hombre puede conocer todo lo que es real, y por ende conocible, de lo contrario no sería la divinidad terrenal que de hecho es.” (Schuon, 1993: 155)[22] Conocerme a mí mismo, en lo fundamental, es conocer lo Divino que es a la vez inmanente en nosotros y trascendente más allá de nosotros. Así, frente a la dispersión global de imágenes y datos, el verdadero conocimiento de sí revela que la interioridad humana está anclada en lo divino, sosteniendo una unidad que ninguna red ni dispositivo puede contener.

 

Des/pliegue 2

El monismo materialista, cimiento de gran parte del pensamiento científico moderno, ha postulado una realidad escindida, limitada a lo tangible, medible y perceptible por los sentidos. El caso con la ciencia materialista y materializada es que se enfoca únicamente en el cuerpo biológico y en la materia, es decir, en un solo aspecto de la realidad. Esta concentración se basa en un acto de exclusión fundamental: desconoce, descarta, niega y excluye, tal vez por voluntad o simplemente por mantener las apariencias, que la realidad —y nosotros mismos— somos, intrínsecamente, mucho más de lo que se percibe a simple vista. Como advierte Descartes, “Pensaré que… todas las cosas externas no son diferentes de los engaños de los sueños […]” (Descartes, 1987: 20)  La ciencia contemporánea, en su afán de objetos medibles, corre el riesgo de ofrecernos una visión parcial del entramado real del universo. El cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores no son sino ilusiones y ensueños.

     Si para René Descartes los sentidos podían engañarnos, hoy podríamos conjeturar que el instrumental de la ciencia materialista y materializada, en su celo por la precisión, nos engaña de un modo aún más sutil, pues nos ofrece una visión parcial del universo, como si este fuera un objeto que podemos sostener en la palma de la mano, ignorando su verdadera naturaleza inconmensurable:

Fiado en lo que los ojos creen haber visto, el cerebro de la cabeza afirma que, según la luz y las sombras, el viento y la calma, la humedad y la secura, la playa es blanca, o amarilla, o dorada, o gris, o violácea, o cualquier cosa entre esto y aquello, pero después vienen los dedos y, con un movimiento de recogida, como si estuviesen segando la cosecha, levantan del suelo todos los colores que hay en el mundo. Lo que parecía única era plural, lo que es plural lo será aún más. No es menos verdad, con todo, que, en la fulguración exaltada de un solo tono, o en su modulación musical, estén presentes y vivos todos los otros, tanto los de los colores que ya tienen nombre, como los que todavía lo esperan, de la misma manera que una extensión de apariencia lisa podrá estar cubriendo, al mismo tiempo que las manifiesta, las huellas de todo lo vivido y acontecido en la historia del mundo. Toda arqueología de materiales es una arqueología humana. (Saramago, 2003: 108)

Recordemos esto: Lo que parecía única era plural, lo que es plural lo será aún más. El Aleph describe “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor… Cada cosa… era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo… el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.” (Borges, 2001: 139, 136). Esa visión total encapsula la posibilidad de acceso simultáneo a lo finito e infinito: una omniperspectiva que la ciencia fragmentaria no alcanza.

El Aleph se alza como una metáfora potente y esclarecedora: otra alternativa a la razón cartesiana. El Aleph no es solo un punto físico en el sótano de una casa; es un símbolo de una omni-perspectiva, un portal que nos permite acceder a la totalidad del universo sin distorsión, abarcando en un solo instante todos sus puntos, sus tiempos y sus mundos.

Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó... vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.” (Borges, 2002: 139-140).

     Vi el inconcebible universo entero… pero que ningún hombre ha mirado.

     Si la ciencia materialista nos invita a la disección y el análisis fragmentario, el Aleph nos impulsa a una síntesis total, a una comprensión de la interconexión de todo lo existente. El universo y la consciencia, en lugar de ser sistemas mecánicos aislados, pueden ser concebidos como un Aleph, un punto de intersección donde lo finito y lo infinito se tocan, donde el yo individual se disuelve en una totalidad que lo contiene para reencontrarse en su verdadera esencia. Este enfoque no rechaza la ciencia; la complementa, integrándola en un marco ontológico enriquecido. La realidad, comprendida así, es un campo de conciencia e información. Reconocer esa trayectoria no es una fuga, sino una expansión integradora: un Aleph interior que nos enseña que el universo se revela en cada instante.

     Así como Borges nos invita a concebir la totalidad desde un solo punto, las tradiciones filosóficas ancestrales han señalado la existencia de planos de la realidad más allá de lo físico, accesibles mediante el conocimiento interior y la apertura de la conciencia.

Pasamos nuestras vidas en nuestro propio «estanque», confiados en que nuestro universo consiste sólo en aquellas cosas que podemos ver o tocar... nuestro universo consiste sólo en lo familiar y lo visible. Nos negamos con suficiencia a admitir que puedan existir universos o dimensiones paralelas cerca de nosotros, apenas más allá de nuestro alcance. Si nuestros científicos inventan conceptos como fuerzas, es sólo porque no pueden visualizar las vibraciones invisibles que llenan el espacio vacío que nos rodea. (Kaku, 2016: 23)

     Esta narrativa reverbera entre las filosofías perennes, que sostienen que la realidad no se agota en lo físico:

El tema de la Filosofía Perenne es la naturaleza de la Realidad eterna, espiritual; pero el lenguaje en que debe formularse fue desarrollado para tratar fenómenos temporales. Por esto, en todas estas formulaciones hallamos un elemento de paradoja. La naturaleza de la Verdad-Hecho no puede describirse por medio de símbolos verbales que no le corresponden adecuadamente. En el mejor caso, sólo puede aludirse a ella en términos de non sequitur y contradicción. (Huxley, 2017)

     Tradiciones como el Vedānta, el misticismo cristiano y sufí mantienen que el espíritu puede participar en una conciencia cósmica que abarca más allá del plano material.

     Estas tradiciones han sostenido que existe una consciencia cósmica, un campo de información o una mente divina que lo abarca todo. El conocimiento, en este marco, no se limita a la acumulación de datos externos, sino que se manifiesta como un proceso de autoconocimiento, una introspección que nos permite intuir y, a veces, experimentar, la naturaleza unificada del cosmos. En este camino, la razón y la intuición no son enemigas, sino aliadas en la búsqueda de la verdad, donde la primera se encarga de estructurar el mundo de los fenómenos y la segunda de revelar la esencia que subyace a ellos.

     Lejos de ser una negación del progreso científico este enfoque nos invita a una reorientación ontológica de nuestra mirada. La ciencia, en su papel de exploración de la realidad material, es una disciplina invaluable, pero su comprensión se intensifica cuando se enmarca dentro de un contexto espiritual más amplio. La visión integral no se contenta con un solo método de acceso a la verdad, ni con una sola perspectiva; intenta integrar lo que es válido en todas ellas, desde la ciencia hasta la mística. La visión integral intenta honrar y abarcar tantas verdades como sea posible, desde las más objetivas hasta las más subjetivas, desde las científicas hasta las espirituales, sin reducir unas a otras:

[…] la movilidad geográfica del hombre actual es mucho mayor y casi cualquiera tiene la posibilidad de estudiar todas las culturas conocidas del planeta. Y es que, en la aldea global, todas las culturas están abiertas a las demás… ¿Cuál de ambas visiones es la correcta? Obviamente, desde una perspectiva integral ambas lo son. Se trata, por así decirlo, de dos visiones diferentes de la misma cuestión que, en este caso, es usted mismo. El problema aparece cuando tratamos de negar o soslayar alguna de estas perspectivas. (Wilber, 2008: 11, 55-56)

     El universo no es solo una colección de leyes físicas y partículas, sino también un vasto campo de consciencia, información y potencialidad. Reconocer esta verdad supone ampliar la mirada, integrar lo material y lo espiritual, y abrirse a la experiencia de un Aleph interior que, como en Borges, nos muestre el todo en cada instante. Es entender que nuestra existencia no solo se mide por lo que podemos acumular o lograr, sino por la profundidad con la que somos capaces de experimentar, percibir y ser parte de ese Aleph universal que nos contiene y que, al mismo tiempo, es contenido en nosotros.

 

Referencias

Borges, J. L. (2002). El Aleph. Emecé Editores.

 Calvino, I. (1992). Por qué leer los clásicos. Editorial Siruela.

 Calvino, I. (2024). Todas las cosmicómicas. Ediciones Siruela, S. A.

Foucault, M. (2005). La hermenéutica del sujeto. Fondo de Cultura Económica.

Foucault, M. (2006). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores Argentina.

Foucault, M. (2013). El poder, una bestia magnífica, sobre el poder, la prisión y la vida. Siglo XXI

Foucault, M. (2019). Microfísica del poder. Siglo Veintiuno Editores Argentina

 Huxley, A. (2009). La filosofía perenne. Editorial Edhasa.

Kaku, M. (2016). Hiperespacio. Una odisea científica a través de universos paralelos, distorsiones del tiempo y la décima dimensión. Editorial Planeta S. A.

Ken, W. (2008). La visión integral. Introducción al revolucionario enfoque sobre la vida, Dios y el Universo. Kairós.

Plotino. (1982). Eneadas. I-II. Gredos.

 Saramago, José. (2001). Ensayo sobre la ceguera. Algafuara.

 Saramago, José. (2003). El cuento de la isla desconocida. Punto de lectura.

Saramago, José. (2003). La caverna. Alfaguara.

 Torres, F., & Glezos, S. (2022). Politics and Speed Today. A conversation with Simon Glezos. Castalia - Revista De Psicología De La Academia, (37), 149-157. https://doi.org/10.25074/07198051.37.2220

Wu, F., Zhao, S., Yu, B., Chen, Y. M., Wang, W., Song, Z. G., … Zhang, Y. Z. (2020). A new coronavirus associated with human respiratory disease in China. Nature, 579(7798), 265–269. https://doi.org/10.1038/s41586-020-2008-3

YogaNidra. (S.F). Chândogya Upanishad. Yoganidra.com.mx. https://yoganidra.com.mx/wp-content/uploads/2022/01/Chandogya-Upanishad-espanol-yoga-nidra-mx-cdmx_2.pdf

 

Zemelman, H. (2005). Voluntad de conocer: El sujeto y su pensamiento en el paradigma crítico. Anthropos Editorial.

...

[1] Magíster en Educación de la Pontificia Universidad Javeriana Cali (Colombia). Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana Cali (Colombia). Especialista en Gerencia de Servicios Sociales de la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín (Colombia). Ph. D. Doctor Filosofía en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá (Colombia) con tesis doctoral distinguida. Investigador en el campo temático: filosofía como educar/se y espiritualidad. Minciencias: Investigador Junior (IJ). CvLAC. GrupLAC. Orcid: 0000-0002-6153-7675.camolina@uniquindio.edu.co molinagomezcarlosalberto@gmail.com

 [2]        Plotino. (1982). Eneadas. I-II. Gredos

[3]        Es nombre que en Colombia se les da a los asesinatos de civiles inocentes presentados como bajas en combate por las fuerzas armadas de Colombia entre 2006-2008. Los principales responsables de estos asesinatos de civiles no beligerantes que los hacían pasar como bajas en combate en el marco del Conflicto armado interno de Colombia son principalmente miembros del Ejército Nacional de Colombia bajo el mando del comandante superior o presidente de la república de Colombia.

 [4]        YogaNidra. (S.F). Chândogya Upanishad. Yoganidra.com.mx. https://yoganidra.com.mx/wp-content/uploads/2022/01/Chandogya-Upanishad-espanol-yoga-nidra-mx-cdmx_2.pdf

 [5]        Vidal, Gore. (2012). Creación. Edhasa.

 [6]        Calvino, I. (1992). Por qué leer los clásicos. Editorial Siruela.

 [7]        Saramago, J. (2001). Ensayo sobre la ceguera. Alfaguara.

 [8]        Foucault, M. (2006). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores Argentina.

 [9]        Foucault, Michel. (2019). Microfísica del poder. Siglo Veintiuno Editores Argentina.

 [10]       Foucault, Michel. (2013). El poder, una bestia magnífica, sobre el poder, la prisión y la vida. Siglo XXI.

 [11]       Los Andes. (2025). Hoy y mañana dos conferencias en torno a la obra de Michel Foucault. Diario Los Andes Hnos Calle SA. https://www.losandes.com.ar/espectaculos/hoy-y-manana-dos-conferencias-torno-la-obra-michel-foucault-n5958867

 [12]       La cronopolítica, según Paul Virilio, se refiere al impacto del tiempo en la estructura del poder y la organización social, donde el control sobre la temporalidad influye en la gobernanza y en la inteligencia colectiva. Se entiende pues la cronopolítica como la gestión y control del tiempo en las estructuras de poder, donde la aceleración y la dominación temporal configuran la política misma. En otras palabras, la cronopolítica es la política del tiempo. Es el ejercicio del poder a través del control de la velocidad. Quien controla el poder, controla la velocidad del evento, de la información o de la acción y viceversa, al controlar la velocidad se controla el poder. En consecuencia, la cronopolítica, alude a la gestión del tiempo social, económico y militar como dispositivo de gobierno. Es una política que privilegia el tiempo corto, el instante, por encima del tiempo largo de la reflexión. Un ejemplo contundente es la investigación de la vacuna contra el coronavirus en 2020. En este contexto de la investigación sobre la vacuna contra el coronavirus en 2020, la urgencia de acelerar el proceso de creación y distribución de la vacuna ejemplifica la cronopolítica, ya que las decisiones se llevaron a cabo en un marco temporal anómalo, enfatizando la rapidez sobre la deliberación ética.

[13]       Para Virilio, la velocidad no es solo un fenómeno físico, sino una fuerza que transforma la realidad, la percepción y las relaciones de poder. De ahí que la dromología es la lógica del movimiento y la velocidad. Es la ciencia del vehículo, la velocidad y su poder para configurar la política y la sociedad. La dromología es la ciencia de la velocidad como categoría política fundamental: quien controla la aceleración controla el poder. La dromología se centra en las implicaciones sociales y políticas de la velocidad, argumentando que la aceleración de la vida moderna transforma nuestras relaciones y percepciones. En la lógica dromológica, también es la velocidad la que rige la sociedad contemporánea, imponiendo un ritmo vertiginoso que redefine las relaciones sociales y el conocimiento. Un ejemplo podría ser la carrera mundial por la vacuna contra el coronavirus en 2020: no fue solo un asunto científico, sino una cronopolítica, en la medida en que el tiempo de distribución y aplicación de las vacunas definió jerarquías geopolíticas y la gobernanza de las poblaciones. El uso de plataformas digitales y la colaboración internacional permiten una dromología que redefine la forma en que se realizan investigaciones científicas en tiempo real, exacerbando la velocidad y la interconexión.

 

[14]       Foucault, M. (2011). Historia de la sexualidad. Siglo XXI.

 

[15]       Markov, B. V. & Volkova, S. V. (2020). Philosophy of Education in the Digital Era. Open Journal for Studies in Philosophy, 4(2), 57-66. https://doi.org/10.32591/coas.ojsp.0402.02057m

 

[16]       Wu, F., Zhao, S., Yu, B., Chen, Y. M., Wang, W., Song, Z. G., … Zhang, Y. Z. (2020). A new coronavirus associated with human respiratory disease in China. Nature, 579(7798), 265–269. https://doi.org/10.1038/s41586-020-2008-3

 

[17]       Torres, F., & Glezos, S. (2022). Politics and Speed Today. A conversation with Simon Glezos. Castalia - Revista De Psicología De La Academia, (37), 149-157. https://doi.org/10.25074/07198051.37.2220

 

[18]       Calvino, Italo. (2024). Todas las cosmicómicas. Ediciones Siruela, S. A.

 

[19]       Zemelman, H. (2005). Voluntad de conocer: El sujeto y su pensamiento en el paradigma crítico. Anthropos Editorial.

[20]       Saramago, José. (2003). El cuento de la isla desconocida. Punto de lectura.

 [21]       Borges, Jorge Luis. (2002). El Aleph. Emece Editores.

 [22]       Schuon, F. (1993). The transcendent unity of religions. Theosophical Publishing House.

 [23]       Descartes, René. (1987). Meditaciones metafísicas y otros textos. Gredos.

 [24]       Saramago, José. (2003). La caverna. Alfaguara.

[25]       Kaku, Michio. (2016). Hiperespacio. Una odisea científica a través de universos paralelos, distorsiones del tiempo y la décima dimensión. Editorial Planeta S. A.

 [26]       Huxley, Aldous. (2017). La Filosofía Perenne. EDHASA

[27]       Ken Wilber. (2008). La visión integral. Introducción al revolucionario enfoque sobre la vida, Dios y el Universo. Kairós.

 

 

  


No hay comentarios: