miércoles, 23 de abril de 2025

Edgar Poe Restrepo. Medellín, / Víctor Bustamante / Patrimonio Literario. (106)

 

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Edgar Poe Restrepo en el Día del Idioma

Víctor Bustamante

Edgar Poe Restrepo es uno de los grandes poetas de Medellín, solo llegó a publicar un libro, Víspera del llanto en 1940. Llegué a él en los años 70 al leer un poema suyo, La segunda canción de la soledad, en una Antología del Festival del libro, 1960, y quedé asombrado por su musicalidad y tragedia que es tan difícil encontrar en la poesía, así como en la orfebrería que el poeta utiliza para la elaboración de sus poemas, donde es notorio que Edgar Poe Restrepo  había tomado esta labor con una seriedad inusual, donde la soledad, la muerte el amor, en síntesis el paso de la vida, lo subsumía para entregar esos poemas deslumbrantes que aun guardan esa profundidad, ese dolor, esa estrategia para hacerle el quite a la existencia misma cuando la muerte acecha desde tantas fisuras, desde tantos desencuentros. También en La Antología de Poetas de Antioquia, de León Zafir y de Ernesto González de 1953 aparecen otros poemas suyos. Pero como cosa extraña y a la vez común, tenía pocas noticias del poeta y, además, pocos poemas para ahondar en su obra.

Ya en la década del 80 en la casa de Perú de Manuel Mejía Vallejo, donde había acudido a visitarlo con Darío Ruiz, José Martínez y Néstor López, en una sorprendente y sabrosa conversación, el dueño de la casa sacó de las profundidades de su memoria la cercanía que tuvo con Edgar Poe Restrepo. Relataba no solo la admiración por su poesía, sino que alguna vez lo vio caminando por la carrera Ecuador, cerca de la Metropolitana, con esa apariencia inalterable, con esa gallardía y esa masculinidad, que utilizaba lazo a manera de corbata, alrededor del cuello, así como sombrero de alas anchas a la manera de Luis Tejada, Rendón y de Greiff. Mejía se sorprendió al verlo pasar así con esa presencia, la de Poe Restrepo, que no pasaba desapercibido para nadie en el lugar que estuviera, además relató su muerte temprana, muerte prematura e inútil, para el excelso poeta que era, que solo le ha bastado un libro para saber, para concluir, como se ha truncado la vida de una promesa de la poesía. También recordó como ese atentado había ocurrido en un burdel, donde fue apuñalado, y ya recluido en el Hospital San Vicente de Paúl, el poeta a pesar de estar herido y con cierta gravedad, que era posible superar para su recuperación, aunque parece que bebía en exceso, y era visitado por sus admiradoras, y que no le bastó la calma y cuidado de ese lugar. Podía decirse que sus mismos excesos lo llevaron a lo que vendría.

Otro de sus amigos, Belisario Betancur, añade: “La vida universitaria se dividía netamente en dos: la Bolivariana (UPB) y la de Antioquia (UdeA) y casi que la ciudad misma se partía en la carrera Junín: hacia el occidente era territorio bolivariano, hacia el oriente de la UdeA, en especial en cuanto a las colegialas se refería. En esta división categórica sólo había una ínsula: el Gimnasio Cayzedo, filial de la Bolivariana, y cuyas hermosas muchachas los bolivarianos considerábamos ¡oh ilusos! extraterritorialmente nuestras, a pesar de que estaban en predio enemigo de la U. de A., donde les cantaba antes que nosotros lo hiciéramos, el líder de todos, de piel aceitunada, como dijera García Lorca de Salvador Dalí: prematuramente ausente, poeta por bautizo y dirigente nato, con enorme vozarrón e imponente figura que acentuaba un sombrero de anchas alas, todos los universitarios amábamos a Blanca, la novia de Édgar Poe Restrepo; ella, sobrina de Barba Jacob y estudiante de odontología; él, hijo del poeta Abel Farina y estudiante de derecho, de quien era este poema”.

Soledad de torero luchando con la muerte,

pantufla roja, chaqueta roja, sangre roja.

¡Ah, soledad, mi compañera

Ya en Aire de tango relata Mejía Vallejo que Edgar Poe se había vuelto retrechero, su amigo de bohemia en Guayaquil, en el Fantasio, en el Bar Martini, y cómo, después de esa tragedia, la muerte del poeta, acudió a los estrados judiciales acompañándolo en este insuceso, al lado del penalista de renombre Humberto Carrasquilla, defensor del asesino, Luis Muriel, secretario del juzgado segundo municipal. Humberto Carrasquilla, paradójicamente amigo de los dos obtuvo la libertad del detenido basado en la tesis de la obsesión de Edgar Poe Restrepo por la muerte.

Otra versión añade que, en la madrugada del 26 de agosto de 1942, Edgar Poe Restrepo, fue herido de una puñalada en el estómago por un amigo suyo, Luis Muriel en un burdel de la Curva del Bosque. Este había llegado para buscar licor y mujeres, y por supuesto a sus amigos de andanzas nocturnas. Al acomodarse en el interior de la atmósfera casi oscura del cabaret, pidió un trago, una cerveza, para empezar esa noche, y al detectar su presencia, se le acercó Edgar Poe Restrepo que, intolerante, lo conminó a que se fuera del lugar, que uno de los dos sobraba ahí, pero Muriel molesto y asustado, no queria irse, eso sí le propinó un navajazo.

Edgar Poe Restrepo murió a los meses al infectársele la herida, el once de noviembre de 1942 a las siete y media de la mañana, después de unos tres meses de convalecencia, y a las cuatro de la tarde, fue velado en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia en la Plazuela de San Ignacio.

Edgar Poe Restrepo había nacido en Medellín el 3 de abril de 1918 y tuvo solo una hermana, Clemencia Isaura. Una vez, en una noche, escuchaba entredormido el programa de Alonso Arcila, Habitantes de la noche, cuando llamó por teléfono una señora mayor, que hablaba como su padre había sido un gran poeta de la ciudad. Ella decía vivir por los alrededores del Morro de El Salvador, y en medio de su soledad y de la oscuridad de su casa afirmaba que, en la sala sencilla, se destacaba un cuadro enorme con la fotografía de su padre. Cuando pronunció, Abel Farina, desperté de golpe, pero ella ya se había despedido. Luego, mediante la conversación con un amigo, él me había hablado de un taxista que conocía a la señora, me dio el número telefónico del taxista para ir a buscarla, pero este nunca respondió. Ella, esa anciana, en su soledad de poesía cercada por la ciudad del olvido, y ante la presencia del indeleble recuerdo de su padre, era Clemencia Isaura, la última descendiente del poeta, del enigmático poeta Abel Farina y de su madre María Acebedo Gómez.

Una tarde, tenía que ser una tarde, al llegar a la librería, Este lugar de lanoche, de la calle Barranquilla, Gustavo Zuluaga, su dueño, me ofreció el volumen grueso de 1938, con una compilación de la revista de la U. de A., allí vi por primera vez el rostro del poeta, así como cuatro poemas suyos. Años más tarde con ese lenguaje secreto, en esa comunicación que subyace en la oscuridad, como si en esa búsqueda el librero díscolo me tenía guardada una gran sorpresa, Víspera del llanto en su edición de 1959 de la Universidad de Antioquia, con dibujo en la carátula, de Ricardo Tejada, hermano de Luis Tejada. Es el destino de los libros, salen de una biblioteca, de las manos de su dueño, y llegan a diversas postas, una de ellas la librería de Gustavo, de donde llegaba a mis manos para tratar de que la memoria de Edgar Poe Restrepo me hablara.

Edgar Poe Restrepo perteneció a ese momento de lucidez que deparó el suplemento Generación del periódico El Colombiano, valorado por un grupo literario de peso: Belisario Betancourt, Juan Roca Lemus, Alberto Upegui Benítez, Eddy Torres, Jaime Sanín Echeverri, Hernando Rivera Jaramillo, Jorge Montoya Toro, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Rogelio Echavarría, Ovidio Rincón, Jorge Artel, Iván Piedrahita y los dibujantes Hernán Merino, Aníbal Upegui, Jaime Muñoz y el escultor Rodrigo Arenas Betancourt.

Himno de la universidad:

En mayo de 1953 se presentó una discordia y una discusión inútil dentro de esas disputas donde hay que cambiar algo con la única justificación de parte de los demandantes y es desconocer el valor de sus autores, y sobre todo del poeta, autor de la letra del Himno de la U. de A., me refiero a Édgar Poe Restrepo. El consejo directivo de la universidad quería cambiar su himno disque porque era muy antiguo, el cual apenas tenía diez y nueve años de haber sido musicalizado, y ya querían uno nuevo.

En esta masacre literaria y musical se escogió en el acto más banal llevado por la institución al organizar un concurso, acto demagógico, para cambiar lo más representativo, su himno, es decir su impronta. Fue seleccionado el escrito por un apostillero, empleado del Banco de Bogotá en la capital de la república que ha firmado con el seudónimo de “Hugo Ángel”. Uno de los miembros del Jurado calificador del himno, el doctor Joaquín Vallejo, dijo, los miembros del Jurado no fuimos a decir si se cambiaba el himno viejo, sino a escoger el mejor de los que habían sido presentados a consideración del Jurado. El jurado fue siempre partidario del viejo himno por distintas circunstancias, pero reconoce que él nuevo es mejor. Si propuso sostener el anterior no podía imponerlo máxime cuando había sido llamado para decir en su concepto cuál era el mejor de los presentados”. Es decir, se colige que lo que afirma Vallejo es pura elocuencia barata. El himno nuevo entre comillas fue guardado en los archivos de la ignominia, así como los nombres del consejo directivo y del rector de la universidad durante 1953, que permitieron ese confrontamiento y merecen echarse al olvido. Lo cierto es que el himno original cada vez que se ejecuta suena mejor.

Edgar Poe Restrepo no solo fue un extraordinario poeta que, además, escribió la letra del Himno de la Universidad de Antioquia, sino que se graduó en derecho y fue profesor de literatura en la misma institución. La música del himno es del reverendo Robert Lowry (1826-1899), que nunca conoció a Medellín, profesor de literatura americana y compositor de himnos góspel, adaptada por el maestro José María Bravo Márquez, cuando en 1934, durante un acto en el Paraninfo escuchó un coral de Lowry, interpretado por el Orfeón Antioqueño. Bravo Márquez, don Pepe, como se le decía, afirman que escribió las dos primeras estrofas y las otras dos Edgar Poe Restrepo. Don Pepe fue acusado y molestado por plagiar una música extranjera, pero él no lo negaba, lo cierto del caso es que el himno conmueve y es un tesoro de la ciudad. A lo mejor, por esa razón lo querían cambiar, por el nuevo entre comillas. Incluso el cáustico e incombustible Fernando Vallejo se derramaba en lágrimas al escuchar el himno en el Paraninfo al graduarse de bachiller.

Edgar Poe Restrepo no solo fue un poeta casi relegado con un libro extraordinario, sino que fue un gran lector de Rubén Darío, Neruda, Verlaine, Barba Jacob, Pombo, Wilde, Bécquer, Baudelaire, Sófocles, Castellanos, la Biblia, Conde de Villiers de L’Isle Adam y Abel Farina. Sí, Abel Farina, su padre que le había escrito a su hijo recién nacido, En Edgar dormido ... : "Pobre fui, y me colmaste de riqueza; - Enfermo y me sanaron tus prodigios, -Oh bienaventurada estrella mía! - La perla de mi hogar duerme conmigo".  Dos meses después de estos versos, el 2 de octubre, murió Abel Farina.

Poco sabemos de Edgar Poe Restrepo, pero hoy Día del Idioma celebramos sus poemas.

 


Me llega un grato mensaje de parte del maestro José Raúl Jaramillo que anota:

 "Recibe, Víctor, mi saludo dominguero y un poema de Édgar Poe Restrepo, mismo que durante mucho tiempo se pudo leer -grabado en placa de mármol- en el edificio del Paraninfo de la U. de A., sobre la esquina de la calle Ayacucho:

 

                                      Vivir se debe la vida

                                      de tal suerte

                                      que aun viva

                                      quede tras la muerte"

 


 

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