LA SOLEDAD DE LOS ENFERMOS
Darío Ruiz Gómez
Escuchando a un destacado abogado pronunciarse sobre la
crisis de la salud que ya está causando en Colombia muertes sin cifras por
falta de medicamentos, dando explicaciones sobre lo que supone esta grave
situación, pero sin decir cómo debemos hacerlo, olvidando que una denuncia no
puede ser válida si no está acompañada de la ejemplaridad de una respuesta
moral. Otro destacado especialista en salud dio minuciosas explicaciones
técnicas sobre esta crisis describiéndola desde el punto de vista más burocrático
pero olvidando el inhumano panorama de gentes humildes - o de gentes de todas
las clases sociales que han optado por la discreción- reclamando medicamentos que no van a serles
concedidos y anunciando lo que será el elevado número de muertes a un corto
plazo, un vaticinio técnico que desconoce
lo que está sucediendo
en el mismo instante en que ambos hablan
ya que es necesario pensar en las
muertes que se multiplican sin que nadie
pueda verificarlas, sin que se tenga en cuenta el sufrimiento de los enfermos
abandonados por la ineficacia de unos funcionarios que continúan mirando el
problema de la salud como una oportunidad para la politiquería. Las cifras de
un informe privado o gubernamental nunca
podrán informarnos sobre lo que comporta
esta tragedia donde el sufrimiento personal, el abandono de los ancianos pobres
quienes durante horas y bajo un clima inclemente deben hacer larguísimas colas
para finalmente recibir la seca respuesta de un funcionario(a) que les dice que
no hay medicamentos y deben devolverse con el ánimo abatido como el de esa
pareja de ancianos que se desplazó de un municipio de los Llanos para obtener
esta negativa. ¿No hay sufrientes que se quedan en la fila durante doce horas
para no perder su puesto? ¿En dónde podrán alojarse esos dos ancianos de los
Llanos? El sufrimiento del enfermo no puede ser transformado en palabras, en
comunicación verbal o escrita y mucho menos ser cuantificado ya que el
sufrimiento de un niño o de un anciano, de una muchacha, los sitúa en un
espacio donde ya no es posible la comunicación de aquello que se siente cuando
se extingue la confianza que se llegó a tener sobre la piedead humana.
En su magistral texto “La soledad de los moribundos”
Norbert Elias describe con inusitada claridad lo que supone toda muerte en esa
soledad incomunicable donde el día y la noche se confunden. Y ¿Qué es estar
enfermo? No es posible entonces caer en el grosero error de reducir a cifras
inventadas lo que supone el sufrimiento causado a una persona por una autoridad
inhumana, por una falsa ciencia. Lo más terrible al acudir a mis visitas para
el tratamiento de quimioterapia de un cáncer que finalmente se lo llevó, me
decía mi amigo Fernando González Restrepo, era llegar a la sala del hospital y
constatar el vacío dejado por un niño que se había ido dejando en la mente su
lugar de ausencia. ¿Había imaginado la humanidad una pandemia que llevara a que
millones de gentes en el mundo debieran morir en la más absoluta soledad? ¿Qué
es espacialmente un Centro de salud o un hospital o una clínica? ¿Un lugar para
la amistad o un desalmado panóptico? Hablar de salud pública es referirse a
esta personalización del sufrimiento y
es por esto que considero que el atropello que viven hoy los enfermos por falta
de medicamento constituye un delito de Lesa Humanidad que como tal debe ser
penalizado por la Justicia. ¿Y qué pensar de los cientos de heridos y de
muertos en estas jornadas repetidas de barbarie de las FARC sin que ninguna voz
se levante para condenarlos?
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