AMOR, MEMORIA Y OLVIDO EN
LA FICCIÓN:
“LA MUJER DE LOS SUEÑOS
ROTOS”.
En todas las obras de María Cristina
Restrepo y en especial “La mujer de los sueños rotos” se examina la ciudad.
Entrar o salir de la urbe es asumirla en su dimensión interior o exterior. Es
prestar atención a la ciudad como escritura y el habitante es una especie de
intérprete que, según sus obligaciones y desplazamientos, selecciona fragmentos
de la realidad para interiorizarlos secretamente y grabarlos en su memoria.
Difícilmente un lector encontrará novelas cargadas de significación y periodos históricos,
como esta. Describir el sentido de las circunstancias, es devolver una historia
literaria que, por imaginada que sea, se regresará verídica. En las tres
novelas de la autora, es usual que lo vivido, hablado, sentido, observado, se
convierta en lenguaje literario y urbano. La ciudad es un discurso literario
colmado siempre de tradición y análisis de la realidad, mejor de interpretación
y explicaciones sobre el entorno. La ciudad de Medellín fue un epicentro de
expresión de la violencia y actualmente es un constructo de dispositivos de
poder y luchas por territorialidad. La ciudad es una disertación y este
discurso es verdaderamente una creación literaria. La ciudad habla en los
textos a sus habitantes, nosotros le dialogamos a nuestra ciudad, sólo con
habitarla, recorrerla, mirarla, la imaginaremos real. “La mujer de los sueños
rotos”, es una atrayente ficción sobre la ciudad de Medellín y focalizada en
las décadas de los ochenta y noventa con alcance tanto en el tiempo, como en el
tópico y lo que le da un valor extraordinario por estar, al tanto de lo que les
pasó a sus habitantes ante el pánico del narcotráfico, los horrores del
secuestro y las bombas. Los temas abordados en la novela son muy diversos:
meditaciones sobre un amor resquebrajado de una mujer (Laura), los sueños y las
ilusiones rotas. Un don Juan y su insensibilidad ante el amor (Fernando). Las
épocas violentas y funestas de la ciudad. La parodia de una sociedad permeada
por el dinero fácil del narcotráfico. El terror y las bombas. Los recuerdos y
el olvido. Las reflexiones íntimas en las que se apunta al fracaso. El
secuestro y sus secuelas en la vida de un ser humano. La ola de miedo en la
localidad. Los relatos se deslizan a través de un amor resquebrajado. La mujer ve
sus sueños rotos al punto que el amor cruza con la violencia y entrelaza varios
personajes (Pedro Luís Jaramillo, conocido como Jaimison Ocampo, Laura,
Marcela, Juan Camilo, Esteban, doña Lucia y el doctor, Martínez) en un remolino
turbulento afectando sus vidas de comienzo a fin. La acción consolida la destrucción
del tejido social de todos los habitantes de la ciudad. La infidelidad o la sinceridad
intuye meras prácticas transformadoras de la subsistencia. La irrupción masiva de
las violencias, secuestros, asesinatos, las masacres dan a nuestras “formas” de
existencia efectos inesperados.
El miedo se vuelve una representación
de la vida doméstica, es decir, desnaturaliza a la gente. La mujer, la familia
y el entorno sufren cambios simbólicos ante el flagelo del narcotráfico, las
masacres y lo anómalo del sicariato. La ficción elabora una estrecha alianza
entre: narcotráfico-miedo-olvido. Muchos de los sucesos ocurridos en la ciudad,
en tiempos pasados, saldrán a la luz y sus habitantes, empezarán a descubrirlo.
Profesamos no tener memoria y el olvido creciente representa una especie de
insurrección atrasada contra la dolorosa experiencia de la intimidación que se
ha padecido. Cerrar los ojos es reducir la dimensión de la realidad y nuestras mentes
recontaran un escenario que ya pasó. La ficción es la señal de una Laura
destruida y sin ilusiones; se nos pide que nos volvamos prisioneros de un sinnúmero
de recuerdos y no olvidemos el terror y el miedo y el gusto por la vida. “La
mujer de los sueños rotos”, como texto literario, es un homenaje a la omisión.
Es también, la memoria de las gentes de una ciudad sitiada por la violencia.
Medellín es, en esta fábula, una urbe ingeniosa, lucrativa y con espíritu
moderno, pero con una enorme deuda social con sus habitantes más pobres. La paz
y la perfección le han sido esquivas, la industria, la banca, los centros
comerciales y el desarrollo urbanístico en sectores como el Poblado, son una
prueba de una modernidad ilusoria. Las vías, el tránsito vehicular, el ruido,
el hollín, la contaminación visual y el calor han logrado coger, desapercibidos
a sus habitantes, que siempre quieren pasar la primavera sin ningún tropiezo,
ni atisbo de violencia. Entre extensas carreteras y curvas, yace un río de
aguas negras, sin oleajes a cuyas orillas se disfruta la naturaleza. En sus
bordes flotan innumerables desperdicios revueltos con espuma y uno que otro
remolino donde, en ciertos tiempos del año, toma largos y finos resultados
pintorescos, con encendidos de diversos coloridos, ruido y congestión. La muchedumbre
camina a lo largo del río, en forma de paseo, siguiendo la carretera, las
casuchas de ventas improvisadas y el arrume de vendedores. Al lado del torrente
algunos árboles y los esquivos senderos peatonales que, en las épocas de violencia,
arrojaban las sobras de la muerte. Por un lado, está el cerro Nutibara, un
viejo pueblecito, que descubre la supervivencia antigua y el germen de una
sociedad montañera. A lo lejos se
extiende la urbe y se ve el Poblado, aquel barrio de los ricos, escenario donde
se tejen de manera patética los hechos violentos del narcotráfico y el auge del
sicariato en la ciudad de Medellín. Se plasma la realidad de unos períodos
crudos y crueles donde todo tenía su precio y se compraba con el dinero rodeado
de sangre. Las imágenes que crea María Cristina Restrepo, en esta novela, son translúcidas
y se quiere narrar también, la historia de amor de Laura Martínez y Fernando
Pérez; los amores aquí son realizados y negados. El secuestro de Laura es cruel
y siniestro y la vida que le perdona Jaimison, una vez van las autoridades en
su rescate, es algo inesperado. Se cuenta la situación convulsiva de dos
décadas. Se narra como Jaimison Ocampo (Pedro Luís) surge de la nada, queriendo
imitar a los ricos desde su juventud.
Se convierte en el lugarteniente del
Capo máximo y opera desde una oficina siniestra de sicarios, dándose una vida
de lujos y con una extraña y emocionante relación con su madre, quien vive en la
comuna trece, reza y ayuda a los más necesitados. Los relatos se mueven como el
testimonio de un amor fallido, hay sufrimiento, dolor y deterioro de un ser
humano. Cuando las circunstancias sociales son presa de la violencia y el caos
son las bombas. Sólo hay espacio para el pasado azaroso y el error de una
infidelidad de una mujer. Laura, ahora:” tendría que vivir sin la ilusión de
volver a conversar con su antiguo amante. La hora del reencuentro había
concluido llena de vacilaciones. Comprendió que faltaban años para que el
tiempo cubriera de indiferencia el recuerdo de aquel almuerzo que marcaba el
final definitivo de una historia largo tiempo atrás interrumpida”. De toda
manera para el lector “La mujer de lo sueños rotos”, esta es una novela de
carácter histórico, como sus anteriores ficciones. La ciudad siempre es
retratada, vista, leída e interpretada desde diversos periodos fidedignos. María
Cristina Restrepo con sus tres novelas: De una vez y para siempre (2000), Amores
sin tregua (2006), La mujer de los sueños rotos (2009) y un libro de cuentos: La
vieja casa de la calle de Maracaibo (1989), bien podría figurar al lado de novelistas
colombianas como: Rocío Vélez de Piedrahita, Elisa Mújica, Alba Lucía Ángel,
Flor Romero, Fanny Buitrago, Amparo María Suárez, Marvel Moreno, Laura Restrepo
etc. La mujer escritora actualmente, ya no corre los riesgos de los años 50 y
60 al escribir. Seguramente existe una simbólica de la cultura femenina, donde
no hay temor a la escritura, el fervor o el freno el yugo de los hombres. La
palabra de la mujer bordea la realidad, sin discriminación, ni ideologías
sexuales o feminismos, ni contagios de realismo mágico o de picaresca
literaria. Al comienzo y al final de la novela, Retrepo coloca en boca del
narrador, una reflexión singular que refresca la memoria del lector. Allí se
asienta el recuerdo y las ilusiones rotas para que queden ancladas a la
conciencia de los habitantes de la ciudad. El argumento lo expresa así: “El
tiempo se encargaba de mitigar el recuerdo de las horas de horror, la situación
era definitivamente mejor que antes. La violencia parecía haber cedido y la
esperanza brillaba para muchos. Durante los últimos años la mayoría de los
habitantes de Medellín se había afanado, cada cual, a su manera, con los medios
a su alcance, por superar los problemas que asolaron la ciudad durante casi dos
décadas. Los empresarios trabajaban para mantener a flote sus industrias. Las
autoridades locales ingeniaban nuevas formas de convivencia. Los noticieros de
televisión hablaban de la ciudad en términos optimistas, demasiado optimistas
tal vez porque el peligro seguía latente, aunque no de aquella manera
indiscriminada que la misma Laura había padecido en carne propia. Algunos
consideraban que lo mejor era no recordar, echar tierra sobre lo ocurrido, así
evitaban cualquier referencia a los duros años de la guerra.
Otros necesitaban mantener vivo el recuerdo del terror para que no volviera a sorprenderlos, de manera que no perdían la oportunidad de ver una película, leer un libro, o registrar cualquier noticia relacionada con la historia que tardaría generaciones en concluir”.
Leer en este momento la novela de María Cristina Restrepo, es un acto de fe y no de olvido. Es la memoria escrita que permanecerá en las nuevas generaciones y la hermenéutica de la ciudad.
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