martes, 15 de abril de 2025

AMOR, MEMORIA Y OLVIDO EN LA FICCIÓN: “LA MUJER DE LOS SUEÑOS ROTOS”, de Antonio Arenas Berrío

 


AMOR, MEMORIA Y OLVIDO EN LA FICCIÓN:

“LA MUJER DE LOS SUEÑOS ROTOS”.

 

                                                         Antonio Arenas Berrío

En todas las obras de María Cristina Restrepo y en especial “La mujer de los sueños rotos” se examina la ciudad. Entrar o salir de la urbe es asumirla en su dimensión interior o exterior. Es prestar atención a la ciudad como escritura y el habitante es una especie de intérprete que, según sus obligaciones y desplazamientos, selecciona fragmentos de la realidad para interiorizarlos secretamente y grabarlos en su memoria. Difícilmente un lector encontrará novelas cargadas de significación y periodos históricos, como esta. Describir el sentido de las circunstancias, es devolver una historia literaria que, por imaginada que sea, se regresará verídica. En las tres novelas de la autora, es usual que lo vivido, hablado, sentido, observado, se convierta en lenguaje literario y urbano. La ciudad es un discurso literario colmado siempre de tradición y análisis de la realidad, mejor de interpretación y explicaciones sobre el entorno. La ciudad de Medellín fue un epicentro de expresión de la violencia y actualmente es un constructo de dispositivos de poder y luchas por territorialidad. La ciudad es una disertación y este discurso es verdaderamente una creación literaria. La ciudad habla en los textos a sus habitantes, nosotros le dialogamos a nuestra ciudad, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla, la imaginaremos real. “La mujer de los sueños rotos”, es una atrayente ficción sobre la ciudad de Medellín y focalizada en las décadas de los ochenta y noventa con alcance tanto en el tiempo, como en el tópico y lo que le da un valor extraordinario por estar, al tanto de lo que les pasó a sus habitantes ante el pánico del narcotráfico, los horrores del secuestro y las bombas. Los temas abordados en la novela son muy diversos: meditaciones sobre un amor resquebrajado de una mujer (Laura), los sueños y las ilusiones rotas. Un don Juan y su insensibilidad ante el amor (Fernando). Las épocas violentas y funestas de la ciudad. La parodia de una sociedad permeada por el dinero fácil del narcotráfico. El terror y las bombas. Los recuerdos y el olvido. Las reflexiones íntimas en las que se apunta al fracaso. El secuestro y sus secuelas en la vida de un ser humano. La ola de miedo en la localidad. Los relatos se deslizan a través de un amor resquebrajado. La mujer ve sus sueños rotos al punto que el amor cruza con la violencia y entrelaza varios personajes (Pedro Luís Jaramillo, conocido como Jaimison Ocampo, Laura, Marcela, Juan Camilo, Esteban, doña Lucia y el doctor, Martínez) en un remolino turbulento afectando sus vidas de comienzo a fin. La acción consolida la destrucción del tejido social de todos los habitantes de la ciudad. La infidelidad o la sinceridad intuye meras prácticas transformadoras de la subsistencia. La irrupción masiva de las violencias, secuestros, asesinatos, las masacres dan a nuestras “formas” de existencia efectos inesperados.

El miedo se vuelve una representación de la vida doméstica, es decir, desnaturaliza a la gente. La mujer, la familia y el entorno sufren cambios simbólicos ante el flagelo del narcotráfico, las masacres y lo anómalo del sicariato. La ficción elabora una estrecha alianza entre: narcotráfico-miedo-olvido. Muchos de los sucesos ocurridos en la ciudad, en tiempos pasados, saldrán a la luz y sus habitantes, empezarán a descubrirlo. Profesamos no tener memoria y el olvido creciente representa una especie de insurrección atrasada contra la dolorosa experiencia de la intimidación que se ha padecido. Cerrar los ojos es reducir la dimensión de la realidad y nuestras mentes recontaran un escenario que ya pasó. La ficción es la señal de una Laura destruida y sin ilusiones; se nos pide que nos volvamos prisioneros de un sinnúmero de recuerdos y no olvidemos el terror y el miedo y el gusto por la vida. “La mujer de los sueños rotos”, como texto literario, es un homenaje a la omisión. Es también, la memoria de las gentes de una ciudad sitiada por la violencia. Medellín es, en esta fábula, una urbe ingeniosa, lucrativa y con espíritu moderno, pero con una enorme deuda social con sus habitantes más pobres. La paz y la perfección le han sido esquivas, la industria, la banca, los centros comerciales y el desarrollo urbanístico en sectores como el Poblado, son una prueba de una modernidad ilusoria. Las vías, el tránsito vehicular, el ruido, el hollín, la contaminación visual y el calor han logrado coger, desapercibidos a sus habitantes, que siempre quieren pasar la primavera sin ningún tropiezo, ni atisbo de violencia. Entre extensas carreteras y curvas, yace un río de aguas negras, sin oleajes a cuyas orillas se disfruta la naturaleza. En sus bordes flotan innumerables desperdicios revueltos con espuma y uno que otro remolino donde, en ciertos tiempos del año, toma largos y finos resultados pintorescos, con encendidos de diversos coloridos, ruido y congestión. La muchedumbre camina a lo largo del río, en forma de paseo, siguiendo la carretera, las casuchas de ventas improvisadas y el arrume de vendedores. Al lado del torrente algunos árboles y los esquivos senderos peatonales que, en las épocas de violencia, arrojaban las sobras de la muerte. Por un lado, está el cerro Nutibara, un viejo pueblecito, que descubre la supervivencia antigua y el germen de una sociedad montañera.  A lo lejos se extiende la urbe y se ve el Poblado, aquel barrio de los ricos, escenario donde se tejen de manera patética los hechos violentos del narcotráfico y el auge del sicariato en la ciudad de Medellín. Se plasma la realidad de unos períodos crudos y crueles donde todo tenía su precio y se compraba con el dinero rodeado de sangre. Las imágenes que crea María Cristina Restrepo, en esta novela, son translúcidas y se quiere narrar también, la historia de amor de Laura Martínez y Fernando Pérez; los amores aquí son realizados y negados. El secuestro de Laura es cruel y siniestro y la vida que le perdona Jaimison, una vez van las autoridades en su rescate, es algo inesperado. Se cuenta la situación convulsiva de dos décadas. Se narra como Jaimison Ocampo (Pedro Luís) surge de la nada, queriendo imitar a los ricos desde su juventud.

Se convierte en el lugarteniente del Capo máximo y opera desde una oficina siniestra de sicarios, dándose una vida de lujos y con una extraña y emocionante relación con su madre, quien vive en la comuna trece, reza y ayuda a los más necesitados. Los relatos se mueven como el testimonio de un amor fallido, hay sufrimiento, dolor y deterioro de un ser humano. Cuando las circunstancias sociales son presa de la violencia y el caos son las bombas. Sólo hay espacio para el pasado azaroso y el error de una infidelidad de una mujer. Laura, ahora:” tendría que vivir sin la ilusión de volver a conversar con su antiguo amante. La hora del reencuentro había concluido llena de vacilaciones. Comprendió que faltaban años para que el tiempo cubriera de indiferencia el recuerdo de aquel almuerzo que marcaba el final definitivo de una historia largo tiempo atrás interrumpida”. De toda manera para el lector “La mujer de lo sueños rotos”, esta es una novela de carácter histórico, como sus anteriores ficciones. La ciudad siempre es retratada, vista, leída e interpretada desde diversos periodos fidedignos. María Cristina Restrepo con sus tres novelas: De una vez y para siempre (2000), Amores sin tregua (2006), La mujer de los sueños rotos (2009) y un libro de cuentos: La vieja casa de la calle de Maracaibo (1989), bien podría figurar al lado de novelistas colombianas como: Rocío Vélez de Piedrahita, Elisa Mújica, Alba Lucía Ángel, Flor Romero, Fanny Buitrago, Amparo María Suárez, Marvel Moreno, Laura Restrepo etc. La mujer escritora actualmente, ya no corre los riesgos de los años 50 y 60 al escribir. Seguramente existe una simbólica de la cultura femenina, donde no hay temor a la escritura, el fervor o el freno el yugo de los hombres. La palabra de la mujer bordea la realidad, sin discriminación, ni ideologías sexuales o feminismos, ni contagios de realismo mágico o de picaresca literaria. Al comienzo y al final de la novela, Retrepo coloca en boca del narrador, una reflexión singular que refresca la memoria del lector. Allí se asienta el recuerdo y las ilusiones rotas para que queden ancladas a la conciencia de los habitantes de la ciudad. El argumento lo expresa así: “El tiempo se encargaba de mitigar el recuerdo de las horas de horror, la situación era definitivamente mejor que antes. La violencia parecía haber cedido y la esperanza brillaba para muchos. Durante los últimos años la mayoría de los habitantes de Medellín se había afanado, cada cual, a su manera, con los medios a su alcance, por superar los problemas que asolaron la ciudad durante casi dos décadas. Los empresarios trabajaban para mantener a flote sus industrias. Las autoridades locales ingeniaban nuevas formas de convivencia. Los noticieros de televisión hablaban de la ciudad en términos optimistas, demasiado optimistas tal vez porque el peligro seguía latente, aunque no de aquella manera indiscriminada que la misma Laura había padecido en carne propia. Algunos consideraban que lo mejor era no recordar, echar tierra sobre lo ocurrido, así evitaban cualquier referencia a los duros años de la guerra.

Otros necesitaban mantener vivo el recuerdo del terror para que no volviera a sorprenderlos, de manera que no perdían la oportunidad de ver una película, leer un libro, o registrar cualquier noticia relacionada con la historia que tardaría generaciones en concluir”.

Leer en este momento la novela de María Cristina Restrepo, es un acto de fe y no de olvido. Es la memoria escrita que permanecerá en las nuevas generaciones y la hermenéutica de la ciudad.

 

 

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