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Fredy Fernández Márquez |
ENTRE HACERLO Y NO
HACERLO: BARTLEBY EL ESCRIBIENTE
Y EL ARTE AL DECIR
NO
Fredy Fernández Márquez
A Luna Fernández, un ser maravilloso que jamás me abandonó.
Te amaré hoy y siempre. Papá.
Herman Melville, escritor nacido en New York (1819-1891), considerado
por la crítica literaria como el autor de una de las obras épicas de la
literatura Norteamérica intitulada Moby Dick (2012) también conocida
como la ballena blanca, un clásico universal. Melville, por cuestiones
económicas se vio obligado a embarcarse en un ballenero. Gracias a ello,
produjo dos obras en referencia a su periplo como marinero Typee (1846),
luego Omoo (1847). Experiencia marítima que le permitió ficcionar toda
una epopeya, una aventura que traspasa las barreras de la imaginación
cotidiana. De alguna manera, esta obra intimida a cualquier lector desprevenido.
Su narrativa se ubica en un lado oscuro, y en la manera como sobrevivió el
narrador (Ismael), en la forma como se enfrenta a Moby Dick,
contingencia de todo un suceso o asunto misterioso.
Melville, con su pluma
trasciende a lo lejos y a lo cerca todas las pretensiones humanas, mezquinas o
no. Escudriña en los rincones más lóbregos de la cabeza, sea molondro o no, va
más allá de lo inimaginable y no reduce absolutamente nada ante la quimera o la
utopía que se genera en el lector. Leer a este autor, es ser todo un cirujano
para evitar dejar heridas abiertas con sus personajes, como lo fueron Ismael o
Bartleby.
En sus textos, esconde
constantemente la trama, señala pasadizos agoreros. Para digerirlo se necesita
una muy buena cantidad de café cargado y amargo como sus personajes. Todo un
mago del sinsentido absurdo, el que juega entre el hado y el hades, porque
hurga la sensibilidad humana del hacer y el no querer producir. A medida que se
avanza en la lectura de Moby Dick, se mira hacia dentro para luego medir
la vida hacia fuera, como lo dijo Protágoras ‘El hombre es la medida de
todas las cosas’, es como se perciben las cosas, si así las
comprendió Melville, entonces leyó muy bien a Aristóteles, quien sostuvo:
Protágoras decía que el hombre era la medida de
todas las cosas, significado simplemente que lo que cada cual le parece con
certeza, también es. De ser esto así, resulta que la misma cosa es y no es, y
que es buena y es a la vez, mala, y todo lo que se afirme en enunciados
contrarios, ya que con frecuencia una determinada cosa que se afirme en
enunciados contrarios, ya que con frecuencia una determinada cosa le parece
buena (Kalón) a unos, y lo contrario a otros: la medida es lo que parece
a cada uno (1062b 10-15).
He ahí a Bartleby el
escribiente (2011), su quehacer era xerocopiar de la manera más limpia
manuscritos ajenos, escribir lo que se le dicta o él mismo lee para volver a
reescribir lo que ya está escrito, para hacerles cambios encomendados por
otros. Sin embargo, reinaba en él un supuesto desgano que se trasmite sólo para
sí: “La ocupación de sí mismo”. Nada entendible para las demás personas
que le rodeaban. El clinamen de sí. Esa era su naturaleza, desviación de la
repetición social continua, y esa postura individualista, no le permitía ser
parte del conglomerado social. Un humano diferente a los demás. Ello ha
permitido, ser una de las obras más leídas. Obra que ha llamado la atención a
filósofos como a Gilles Deleuze: Bartleby o la fórmula (2011), Giorgio
Agamben: Bartleby o de la contingencia (2011), José Luis Pardo: Bartleby
o de la humanidad (2011). Para estos pensadores, ¿Qué encierra esta obra
literaria? Acaso este relato ¿los lleva a filosofar por la queja dejada por la
Modernidad como lo fue el fastidio? O ¿la misma mirada de Bartleby sobre la
vida pesimista y existencial producto del espíritu social? El amanuense recurre
a su propia filo-literatura a través de una frase atildada: «PREFERIRÍA NO
HACERLO», que expone ante el abogado que funge como su mandamás. Frase que
la utiliza como medio, tal vez como defensa o protección de autognosis
producto de su filaucía o de su amor propio. Con su frase manifiesta su
ahíto cansancio por quienes lo rodean.
Su postura ante su director
de trabajo, no presentaba rabia, descontento, impaciencia, resentimiento,
irrespeto o impertinencia. Lo contrario, tranquilidad, respeto, pasividad o una
abulia teatral, que desconcertaba al abogado. Su condición como individuo y su
forma de ser, lo hacían diferente de los demás empleados o compañeros de
trabajo. Principalmente fueron tres los que habitaban su lugar de labores.
Ellos son: Turkey, Nippers y Ginger Nuts. Cada cual descritos de manera puntual
por el narrador (Melville). El primero, Turkey, cachigordo, que padecía de una
metamorfosis en el transcurso del día, su rostro azafranado “se le
encendía como una chimenea llena de brasas, y seguía ardiendo -eso sí, con
intensidad menguante” (Melville, 2011. P. 13), un ser fuera de lo común,
la naturaleza no lo trató nada bien, de carácter fuerte. Luego, Nippers, joven
aún, con facciones exageradas en sus patillas, ambarino, que, por su color, no
se sabía si era parecido al oro o a la yema de un huevo. “Siempre lo
consideré víctima de dos poderes malignos: la ambición y la indigestión”
(Melville, 2011. P. 16). Según Melville, la ambición por ser tan impaciente
como escribano y la indigestión, por su hosquedad, era desasosegado y de un
desajuste poco envidiable. Por último, Ginger Nuts, un menor de edad, su padre
puso en él la esperanza para salir de la pobreza, aspiraba a que, algún día,
sería abogado. En su rostro denotaba una persona lista, vivaz, despierta “para
este muchacho tan espabilado, en fin, toda la noble ciencia del derecho cabía
en una cáscara de nuez” (Melville, 2011. P. 19). Este era la pequeña comunidad
del escribiente.
Un sublevado en medio de
cuatro sujetos, que nunca permitió ser subyugado por el sistema, mucho menos
por la fisiología de la imprecación de los otros. Desarraigado del conjunto de
normas o de los principios moralistas condenatorios, supuestamente, razonables
que se entrelazan entre sí, para justificar todo aquel que, de manera contraria
no pensara igual. Ese era Bartleby, un protagonista que altera y agita al
lector. Para la crítica literaria el escribiente, encierra en su frase
particular unos caracteres paradigmáticos representativos de una cualidad única,
mistérica, que filósofos como los anteriores tratan de resolver. Él es su
propio éter, temerario por excelencia, hálito poético y heroico de su propia
rebeldía. El amanuense por su postura influenció al abogado, él mismo lo
acepta: “i esa palabra, Turkey! -dije. i Ésa! - ¿“preferir”
Ah, sí. Curiosa palabra. Yo nunca la uso. Pero, señor, como le decía, si él
prefiriera…” (Melville, 2011. P. 37). El escribiente leyó el alma de su
jefe, de tal manera que lo viera como una mezcla entre gris y oscuro. Esto le
produjo cierta pena, caridad, pero también unos niveles de ternura, que se
alternaban entre la piedad y el afecto, por los males que padeció y padece:
Con cualquier otro me hubiese entregado sin más a
un terrible acceso de cólera y, sin que médiese una palabra más, lo hubiese
echado inmediatamente de mi presencia. Pero había algo en Bartleby que no sólo
lograba desarmarme, sino que, de un modo extraño, me conmovía y desconcertaba.
(Melville, 2011. P. 23).
Pensar sólo en la existencia
y en el pasado, es resbalar por lo más tétrico, melancólico y demasiado triste.
Un hombre sin pasado e historia, es tan sólo hijo del tiempo a destiempo. Su
propio clinamen se ha girado unos cuantos grados, lo cual se desajustó para la
comunidad y la sociedad que lo observaba con los ojos de la cara y no con los
ojos del alma de Aristóteles.
¿Que ve y encuentra la filosofía en esta obra?
Deleuze, se ocupa de esta perturbadora figura literaria creada por Melville,
en su opúsculo filosófico-literario Bartleby o la fórmula. El pensador
francés recurre a la “agramaticalidad” como prescripción
particular, característica del personaje, a través de la forma como es descrito,
en cada una de los conceptos o los morfemas que no encajan en las normas de la
gramática. Una ruptura sustancial fuera de las ópticas arquitectónicas
consuetudinarias. Para Deleuze, allí se encuentra ajustado este extraño y
obscuro personaje, que, a través de la lingüística, le da vida a Bartleby. Con
la palabra le da existencia, he ahí al escribiente de Deleuze. Aunque sea un
individuo desterritorializado, en su propia inmanencia: Su vida. Deja claro
Deleuze:
La búsqueda de este hombre anónimo, regicida y
parricida, Ulises de la modernidad (“Mi nombre es Nadie”) atraviesa
todo el siglo XIX: el hombre anonadado y mecanizado de las grandes metrópolis,
pero de quien se espera que surja, quizá, el Hombre del porvenir o de un mundo
nuevo. El Proletario y el americano son las dos caras de un mismo mesianismo.
La novela de Musil persigue también esta figura, e inventa una nueva lógica de
la cual El hombre sin atributos es al mismo tiempo el pensador y el
producto. (Deleuze, 2011. P. 68).
Pone en clave de juego
Deleuze, la obra de Musil: El hombre sin atributos (2010), con la de
Melville: Pierre o las ambigüedades (2002), en referencia al escribiente.
De esta relación novelística, le surgen a Deleuze dos interrogantes claves: “¿Sería,
en el caso de Bartleby, su relación con el abogado una de esas relaciones
misteriosas que indican la posibilidad de una transformación, de un hombre
nuevo? ¿Llegará Bartleby a conquistar el lugar de sus paseos?”.
(Deleuze, 2011. P. 69). Pone en duda el filósofo francés la relación entre
el abogado y Bartleby, ¿cuál de los dos es más extraño, en referencia a la
relación que se establece entre ambos? Es una insólita línea de fuga, la que
hace el amanuense, mucho más sospechoso es todo lo que permite el abogado.
¿Cuál de los dos aplica el dispositivo? O es tan sólo ¿lo molecular-molar? La
relación se hace indiscernible, en palabras del Deleuze: es una “rivalidad
mimética” el abogado es el reverso y Bartleby el anverso, ambos son sus
contigüidades, porque en el fondo el abogado se hiere a sí mismo cuando se
traslada y deja abandonado al escribiente.
Deleuze, califica las obras
de Melville como ‘monomaniacos e hipocondriacos’,
considera que sus personajes se mueven entre: ‘demonios-ángeles,
verdugos-víctimas, los rápidos-lentos, fulminantes-petrificados,
impenitentes-irresponsables’ nunca serán sus propias Pentesilea.
El ejercicio escritural de
Deleuze, finaliza de una forma desgarradora como si la piel fuera desprendida
de un solo jalón o tajo, la cual queda expuesta ante las miradas atónitas de
los leyentes, donde la resistencia es tan sólo el gemir de ver caer la cutícula
pasiva: “De una mutación humana. De vocación esquizofrénica, y hasta
catatónica y anoréxica, Bartleby no es un enfermo, sino el médico de una
América enferma, el Medicine-man, el nuevo cristo o el hermano de todos”
(Deleuze, 2011. P. 91-92). El Bartleby de Deleuze no tiene límites en sus
adjetivos, porque la propia pena y la de los demás, lo embargan.
Por el lado de Agamben, en su
prospecto: Bartleby o de la contingencia (2011), la lluvia melvilliana
tampoco amaina. La adhesión del abogado por Bartleby es como si fuera la
indigencia de la vida de la miserabilidad que se tiene del mundo y de su
universo. En ese mundo o universo es donde se ubica Bartleby ¿el escribiente o
el despojado de la humanidad? El despojado de su propia vida que se desprende
de la materialidad y de los diversos sabores que ofrece la vida. Para él nada
es importante porque “prefiere no hacerlo” y “el no querer hacer”
también contempla el renunciar a las riquezas, a la amistad, al nacer y por
supuesto a la vida. ¿qué es importante para Bartleby? “El no hacerlo” “El
no querer hacer”. Es la renuncia al desapego de las cosas y de los otros en
este mundo. No es el extravío, es la desconfianza de la vida misma. Es
liberarse de ese peso con que se nace, la responsabilidad de vivir, del querer,
incluso del amar. Bartleby es su propio acto de creación.
Él es su propia voluntad. Le
es indiferente ser y no ser. Es su propio dolor, que él abogado nunca supo
descifrar. Se engendra en sí mismo. Aclara Agamben:
Esta es la constelación filosófica a la que
pertenece Bartleby, el escribiente. Como escriba ha dejado de escribir es la
figura extrema de la nada que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más
implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta. El
escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es más que la
hoja de papel en blanco. (Agamben, 2011. P. 111).
El personaje principal de la
obra, ve en la vida otra voluntad de vivir, rasga su propio cuerpo, su nacer,
aunque sea para no vivir entre los mortales que ven la extinción como un castigo.
Mortificación que encierra la voluntad del “No querer hacerlo” la frase
también hace parte de su vida, su performance. Para el filósofo italiano, el
arte al decir “no”, es un espacio artístico, porque el “no” posee
una afinidad representativa que introduce un contraste entre lo expresado por
el elemento sobre el que incide y algún otro segmento presente o sobrentendido.
Al negarse, no se realiza un
acto de indisciplina, es para Agamben, un preservarse como esencia de su propia
obra. Porque es su creación artística que deja de ser potencia, para
convertirse en acto puro, acto de crearse su propio alguien. Se destina a una
existencia indistinta, a su identidad por la cual no la conocen y mucho menos
no se especifica. Se puede rehusar a una persona o también ideas, algunas
formas, como también forma de ser y de actuar, es la imagen de Bartleby la que deja
señalado Agamben, es decir, toda una estructura de expresión artística que se
ubica en miradas más naturales o más auténticas, ese es era Bartleby, su propio
mirarse.
También se ocupa de esta obra
literaria, el filósofo y ensayista español José Luis Pardo. Su trabajo
literario se intitula: Bartleby o de la humanidad (2011). Pardo,
conjetura acerca de la obra y el autor. Para el ensayista español, Melville es
producto de su propia capacidad-inutilidad. Porque en su momento literario y
época no gozaba de un reconocimiento, porque lo asaltaba la duda de no crear
una obra que satisficiera la crítica, porque sus trabajos eran más bien cortos,
como lo es Bartleby el escribiente. Considera Pardo al respecto:
Billy Budd, Bartleby
pertenecen, pues, a ese género menor -la novela corta, el relato breve- que
constituye la obstinada y deliberada inmadurez, y es la obra de alguien que se
siente, por diversas razones, atormentado por la idea de escribir una novela, y
al mismo tiempo incapaz de hacerlo. (Pardo, 2011. P. 141).
Sospecha Pardo, que Melville
es la imagen de Bartleby. El enunciado “Preferiría no hacerlo” invita a
reflexionar sobre el “querer hacer lo que se quiere hacer”. Es una
determinación de proceder o inhibirse, desde una axiología consustancial en el
proceder cuando se desea hacer ese algo. El deconstruir para la vida, es un
acto artístico, porque el ejercicio de sentirse impotente es algo relevante
como el crear a partir de un no. Melville y Bartleby son sus propias obras
escénicas en el teatro de la vida. Vale la pena preguntarse: ¿Se podría
calificar a Bartleby como un desobediente? O ¿un anarquista pacifista? Para
Henry David Thoreau, desobedecer, implica impugnar con cancelar los impuestos,
no contribuir con las acciones injustas, que la intervención del Estado fuera
ínfima, la no-interferencia en las acciones humanas. El no reconocimiento de
algo, rechazar su presencia, o lo que se pretende es coaccionar, dejar de
conocer el poder que coacciona o no concederlo. ¿A quién desobedece Bartleby? ¿Al
Estado, a la sociedad, o a quién ejerce el poder como lo es el abogado? Su
postura anómica, se convierte en un cúmulo de no emplazamiento, que nace de las
carencias reglas, leyes y normas que se fueron enviciando o degradando. Se
desobedece, desobedece una no-acción que implica mostrarse que está en contra
del sistema, el cual asume, inclusive, con la misma alimentación. Al negarse,
también es no preferirse hacia los demás. Melville, es su creación literaria
que se refleja en el espejo de las anomias como lo es la ausencia de normas
morales y éticas.
Al decir “Prefiero no
salir”, como habitante del edificio, Bartleby se revela también como un
anarquista pacifista. Rechaza la autoridad coercitiva, aunque esta recurra a la
violencia. Bartleby no ofrece resistencia activa. En la cárcel, su afirmación
de “prefiero no comer” también se interpreta como un rechazo a la noción
de no-violencia. Más allá de sus decisiones, Bartleby representa a ese
individuo que se niega a someterse, a doblegarse ante su verdugo.
¿Es Bartleby un anarquista
pacifista? En este contexto, su convicción es tanto anarquista como pacifista.
Está firmemente influenciado supuestamente por las ideas de Tolstói y Gandhi,
quienes también defendieron la desobediencia pacífica. Para muchos, la noción
de un desobediente pacifista puede parecer incompatible. Sin embargo, estas dos
posturas coexisten en el mismo Bartleby. A través de él, Melville nos muestra
una colisión que refleja la perversión colectiva, pero también el poder del
individuo, representado por el abogado.
Bartleby es un anarquista
pacifista porque, con su actitud, fomenta la eliminación de la intervención
estatal y de sus normas, que regulan el comportamiento tanto individual como
colectivo dentro de las comunidades de una sociedad. A través de la conducta de
Bartleby, Melville invita a cambiar la perspectiva de lo individual hacia lo
social, para mirar con otros ojos cómo el Estado oprime y domina a la nación. Esa
resistencia del escribiente, expresada a través del “no querer hacer”,
es un interrogante que muchos críticos literarios se plantean. Verbigratia:
¿Pero cómo interpretar este proceder de Bartleby?
Bartleby, es un hombre incomprendido que no haya lugar en el mundo, es el
hombre de las desesperanzas, un hombre que se ha negado rotundamente a la
acción escribir y de revisar lo que el mismo ha copiado, rehúsa a toda
actividad que lo separe del lugar donde está ubicado, donde vive y duerme.
En el relato el Abogado-narrador intenta cambiar su funesto destino. (Arenas,
2011, 3).
Sin embargo, también es una
forma de resistir para poder vivir, y no se trata de ir en contra de la
sociedad ni del Estado. Es una manera de sobreponerse a las situaciones que ya
están predeterminadas por la cultura. Él se convierte en su propia negación de
los principios religiosos, políticos, sociales e individuales, lo que refleja
su verdadero nihilismo (del latín nihil, nada). Una “nada”
que se sostiene en ideas que no son validadas por aquellas sociedades e
individualidades que creen que un sujeto es incapaz de vivir una vida
diferente. Sin embargo, el anarquismo pacifista le permite precisamente esa
posibilidad al amanuense.
Para Pardo:
Esta es la constelación filosófica a la que
pertenece Bartleby, el escribiente. Como escriba que ha dejado de escribir es
la figura extrema de la nada de la que procede toda creación y, al mismo
tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y
absoluta. El escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es
nada más que la hoja de papel en blanco. (2011. P. 111).
No habrán más Bartlebys…el
rebelde, anarquista, pacifista, que no ve la muerte como castigo, tampoco como
premio, sólo ve lo que su alma le permite y es “PREFERIRÍA NO HACERLO”.
Es su disyuntiva, como un clinamen que se mueve en el “querer hacer y no
hacerlo” Cuantas veces los humanos se enfrentan a sus propios dilemas y
prefieren huir a enfrentarlos. El escriba, se enfrenta a su propia
incertidumbre, no le importó su propia decadencia o insolvencia, dejando de
lado los ya agotados valores morales, que no dejan de ser actos ficticios.
Bartleby es la idea de la denegación como una manera de potencia o arte.
En la filosofía nietzscheana,
“Dios ha muerto” para Foucault “El hombre ha muerto”, para
literatura “Bartleby ha muerto”, para los tiempos actuales sólo muere
aquel que no haya leído a Bartleby “PREFERIRÍA LEERLO”.
Referencias
bibliográficas
Agamben, G. (2011): Bartleby o de la contingencia. España.
Pre-textos.
Arenas, A. (2011).
¿Quién es Bartleby? A propósito de la novela corta Bartleby, el escribiente, de
Herman Melville. Neonadaísmo. Vol. 64. P. 1-3. https://neonadaismo2011.blogspot.com/2021/12/quien-es-bartleby-proposito-de-la.html
Aristóteles.
(2011). Metafísica. Madrid. Gredos.
Melville, H. (2011). Bartleby el escribiente. España. Pre-textos.
_________. (2012). Moby Dick. España. Ediciones Akal.
_________. (2002). Pierre o las ambigüedades. Madrid. Alfaguara.
Deleuze, G. (2011): Bartleby o la fórmula. España. Pre-textos.
Pardo, J. (2011). Bartleby o de la humanidad. España. Pre-textos.
Musil, R. (2010). El hombre sin atributos. Barcelona. Editorial Astral.