miércoles, 25 de diciembre de 2024

Poema de Robert Plant

 



Poema de Robert Plant

—"Creo que no he envejecido con elegancia"

—"¡Soy un Dios dorado!"

—"Amo a Jimmy Page, pero Led Zeppelin jamás volverá".

—"Las mujeres de piernas largas no tienen alma"

—"Pronto voy a necesitar ayuda para cruzar la calle"

—"Nunca he pensado que fuera gay"

—"Los viejos lo hacemos mejor. No somos tan sensibles en ciertas áreas".

—"La vida sólo es una llama que se apaga poco a poco".

—"Deja que el sol golpee mi cara y las estrellas llenen mis sueños."

 

 

EDIFICIO AYACUCHO / Medellín: Destrucción y abandono del Patrimonio Histórico (99)

 

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Edificio Ayacucho de los Hermanos Ramírez Johns

Víctor Bustamante

En la calle, Carabobo con Ayacucho, siempre se siente el placer de caminar, de esperar la ciudad en una de sus esquinas más conmovedoras. En medio de la multitud de transeúntes que van de un lugar a otro, en medio de los gritos de vendedores, en medio de los carteles dando nota sobre sus precios, la ciudad bulle en todo su esplendor, se acomoda así misma, en medio del desorden como signo de la épica ciudadana, y como síntesis de esa mezcla y dinamismo del comercio, de una parte, en los almacenes y de otra la economía del rebusque, ambas conviven en este combate diario de precios.

Se siente la inquietud y la curiosidad de venir acá, a esta esquina, en medio del barullo, a mirar, a comprobar un secreto, un dato histórico que a nadie le interesa. Los transeúntes siempre van a algún lugar fijo, pero nunca interrogan la ciudad. A esa labor hemos venido a plantarnos frente al Edificio Ayacucho, a observarlo con esa infinita curiosidad que sorprende ante el paso demoledor del tiempo. De tal manera, cada fachada, cada calle, cada edificio guarda un tesoro: su historia, aquella que le da un peso específico en esa balanza de nimiedades que se ven cada día.

Lo cierto es que ahí está el Edificio Ayacucho, para revelarnos sus historias, y saber cómo aún persiste, así sea como una ruina cubierta de avisos y cortinas de hierro. Es posible notar en Carabobo, en el segundo piso, parte de la fachada original con sus arabescos de cemento, con sus balcones, y en el primer piso los dos locales comerciales versión actual, Claro y Surtitodo, además han sustituido por vitrales las puertas de estos balcones. Y eso sí en la esquina el aviso con otra cinta, para otra actividad, Max baggs Bodega de Maletas, y en la fachada que da a Ayacucho, una combinación irrisoria de estilos, desde la improvisada y letal intervención escolar; reforma que descascaró el frontis de cemento con sus adornos de baratillo, hasta dejar el ladrillo desnudo y después haber dispuesto un techo con travesaños que nunca se logró terminar. Ahí se conservan tres balcones en un estado irrisorio y uno de ellos con tragaluces ordinarios, y eso sí en el primer piso cinco locales, Tigo, Model Fashion, La tendencia del bolso y Pixcel Shop, lo cual da la medida de ese estilo arquitectónico destruido en este edificio que es una mezcolanza de vestigios, de desidia, y de renuncia a ese estilo ecléctico, el cual parecen odiar algunos constructores y reformadores de edificios que han desmantelado esta arquitectura que significa un periodo histórico. En este segundo piso funcionaron oficinas de abogados y en la década del 70 el consultorio del alemán Rulf Armbrecht, optómetra radiado.

El Edificio Ayacucho fue construido en 1920 por el señor Francisco Luis Moreno Ramírez en asocio con Julio Ramírez Johns esposo de su hija Margarita. En el ochave hay un tímpano circular en el frontón que se corta y  diluye en las cornisas de ambos lados, adentro  otro más rebajado, rematando su cornisa en el redondel con el nombre Edificio Ayacucho , y más al centro su dueño: Julio Ramírez Johns, luego un arco rebajado como si sostuviera la rotonda menor, pero que también corona una ventana principal, la de la esquina, ventana con jambas de madera y vidrio con un balcón donde ya se usan barandas de hierro, y ese balcón sobre dos ménsulas, a los costados, es decir las fachadas. Se nota la misma elegancia en los balcones, pero las ventanas son rectas y enseguida de ellas la mitad de los ventanales. En la fotografía de Gonzalo Escovar es notoria, sobre el marco de la puerta principal, una suerte de franja con el nombre del hermano José Ramírez Johns, que luego sería el socio preciso.

Pasar frente a estas ruinas posmodernas, a ese abandono, a este adefesio actual de lo que nunca es la arquitectura, si leemos la ciudad. Esta entrega sorpresa de su tesoro cultural, entrega una noción diferente, oculta, dejada de lado. porque en estas oficinas se fraguó un juego que hizo carrera y se instaló no solo en Medellín, sino en el país. Me refiero al papel que los Billares Champion tuvieron en la difusión de esa actividad de hombres solitarios que discurre entre los garitos de los cafés y en la seriedad de los torneos como deporte. Pues bien, los hermanos José y Julio fueron sus impulsores. Así como la de importadores de discos y aparatos de sonido, creadores de disqueras, de encerados para maquinaria industrial, también importadores de ungüento VEM para el catarro, de implementos para el juego de bolos, instrumentos musicales Couesnon con sus trompetas francesas, lo cual da la magnitud de su influencia. Medellín siempre ha sido moderna en cada una de sus etapas históricas. De ahí que la actividad que impusieron fue el billar, en este juego fueron los adalides, vendían desde las mesas, los tacos, hasta los paños Simonis, las bolas Ford-Match, ficheros y las tizas. Cayeron en cuenta que no solo la ciudad era digna de la ética del trabajo, y de llenar las iglesias, sino del entretenimiento como parte fundamental de la vida.

Para octubre de 1941 la actividad de los Ramírez Johns es notoria al contratar al campeón venezolano de billar Carlos Pérez para diversas exhibiciones en los cafés el Nacional y en el París de Bogotá. Ese mismo año, en noviembre, para seguir promocionando sus billares Champion traen otro campeón de billar en partida libre, Raimundo Vives, se afirma de él, sobre su serenidad en las partidas, la portentosa concepción de sus carambolas, además tiene una marca al hacer 1896 carambolas en 180 minutos.

En la Gran Exposición Nacional de Medellín de 1944 se le otorga medalla de oro y primer premio a Billares Champion, ellos habían traído a otro campeón nacional en la modalidad de fantasía Mario Criales quien afirmaba su habilidad y en su exhibición realizó 1780 carambolas que no hubiera sido posible de no haber contado, según él, con la reacción de sus bandas, con el coeficiente vibratorio de los Billares Champion. Para este evento con otro campeón de billares, la empresa había establecido un pabellón elogiado por el presbítero, doctor en filosofía y botánico, Enrique Pérez Arbeláez. Lo que sí es muy curioso es saber la razón por la cual este religioso y científico de gran ´prestigio en el país, precisamente haya elogiado la actividad de los Ramírez Johns.

La ofensiva de marketing de los hermanos Ramírez Johns continúa, ya que en 1947 se reclama que en Medellín no hay espacio para la diversión después de las 8 de la noche, fuera de las humeantes salas de los teatros, además, se asegura que en otras capitales del país hay torneos de billar para estudiantes y para periodistas, todo tan convincente para demostrar uno de los rostros de los juegos del billar para suplir el tiempo libre. Algunos periodistas insisten en comparar el billar con el ballet por la armonía de sus posiciones y la elegancia de sus movimientos. En esta acometida por instalar este como un juego de sociedad se logró convencer al señor Arturo Franco para que invirtiera en un gran salón. Era un amplio espacio de 80 metros de largo con entrada por dos carreras, o sea, una cuadra de largo. El salón era amplio, aireado, refinado, con esmerado aseo, con veinte mesas elegantes de primera clase, por supuesto de Billares Champion, es decir el ambiente justo para unas buenas carambolas. Era tal el empoderamiento de los hermanos Ramírez Johns por dar a conocer este juego que presentaron, junto a León Franco un invento, un juego adicional de billar al Ministerio de industria y comercio en 1948, y en 1951, ellos solos presentaron otro invento, una mesa de billar a su estilo. En 1950, el poder de convencimiento de los Ramírez Johns con su línea emblemática de los Billares Champion llegaron al extremo de lograr que la compañía Texas Petroleum Company comprara sus billares para llevarlos a las zonas de explotación de petróleo.

En agosto de 1948, se anotaron un triunfo, trajeron al campeón mundial de billar amateur Jean Albert, quien realizó algunas exhibiciones con Mario Criales, y además, al regresar a París, escribe una carta para el presidente de la Federación Colombiana de Billar donde anota que es indispensable jugar en las mesas de Billares Champion. En 1949 los Billares Champion se anotan otra conquista, lograron participar en los Quintos Juegos Centroamericanos y del Caribe.

En febrero del 53 un incendio destruyó un sector comercial de la ciudad, no sé si sería un incendio quirúrgico, ese que fue acabando poco a poco con los edificios de tipo ecléctico, y que el señor Olano definía de esa manera, incendio quirúrgico, para quitar esos edificios de ese estilo. Esa frase, incendio quirúrgico, para acabar con esas edificaciones acuñada por el señor Ricardo Olano es casi similar a lo de los hombres estorbo, aquellos que no le hacían caso a sus propuestas para abrir calles y ampliar el plano citadino. El incendio se inició por un corto circuito en la Casa del Niño, situada en Junín con La Playa, se extendió por esa calle hasta El Astor, y desde esa misma esquina las llamas continuaron hasta el teatro Avenida. Lo cierto de ese caso es que afectó a un salón de billar y eso sí, la noticia, en este caso, no solo fue por el incendio sino porque algunas mesas de Billares Champion no sufrieron ni un rasguño, a excepción de los paños y las bandas de caucho. Es más, salieron purificadas por el fuego, intactas y aun con uso, y eso sí con otra novedad, que se les llamara los Billares Champion Contrafuego.

Una tarde de noviembre del 2000, en el sector rural de San Blas en Manrique, lejos del Centro, funcionaba la fábrica de Billares Champion. Era una finca alejada con una notoria actividad debido a la demanda de billares, así como a las labores que producían los complementos necesarios para este juego. Allí, a la entrada, después de su periodo de difusión, era posible ver autos parqueados a la intemperie con sus latas oxidadas y las gomas desinfladas, pero estos autos símbolos de una magnificencia y poder, fueron dejados allá, y a pesar de ese abandono aun lucían sus biseles plateados. Como sinónimo de algo inusitado, se había suspendido su labor hacia años y solo quedaba la síntesis de la maleza que reclamaba sus lugares. Las puertas del galpón ahora se abren para saber que la maquinaria aún está intacta, pero inactiva, así como las maquetas, las mesas sin terminar, los ficheros inacabados. Recostadas en las paredes algunas escasas pizarras de mármol, un atado de tacos sin usar, y al fondo una mesa dispuesta para probar su calidad con dos tacos sobre ella, y eso sí las bolas aun brillantes para las carambolas propicias. De repente en esta atmósfera espesada de consunción todo se ha detenido.

Don Otoniel Mesa, nuestro guía, profesor de billar desde hace muchos años contratado por José Ramírez Johns para que diera clases en los diversos clubes de la ciudad, añade que el billar nunca acabará.

 

sábado, 21 de diciembre de 2024

Cuando Juntos Habitamos la Sombra de Juan Fernando Uribe Duque / Víctor Bustamante

 

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Cuando Juntos Habitamos la Sombra

de

Juan Fernando Uribe Duque

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Víctor Bustamante

Aunque la concepción de este texto, me refiero a su totalidad, da la impresión que sean cuentos, lo cierto es que da la apariencia de ser una novela, debido a que cada uno de estos relatos se entrelazan por esa corriente subterránea de la memoria donde se habita un lugar, una ciudad, una atmósfera que el lector va juntando, como si fueran fragmentos de una circunstancia tan presente, donde se nombra y se escribe sobre ella. Es más, cada uno estos capítulos parte como un trasunto para explicar el devenir de esos personajes a los cuales se les rememora, y donde el escritor, quien los describe, los vive, los evidencia, los junta en una totalidad. En síntesis, cada uno esos personajes de los cuales parte cada relato es una presencia y posee así mismo ese correlato secreto de formar parte de un todo. A veces puede ser alguna pregunta que no se hizo, la admiración o la amistad, o así mismo la curiosidad, otras veces es el afecto, otras el recelo de quien se interpone. Así, el escritor le cuenta a cada uno de ellos, desde la distancia y la sorprendente memoria, esa dosis de humanidad que atesoró para valorarlos.

En este sentido en, Cuando Juntos Habitamos la Sombra de Juan Fernando Uribe Duque (Máscara Editores, 2024), se define una posibilidad de la escritura para explicar y sacar a la superficie lo que no se olvida. Es decir, aquellos momentos intensos, plausibles ya que cuando la memoria habla, los selecciona, ya que estos sucesos indelebles perduran. De ahí la segunda historia que da título al libro, que mantiene ese compromiso de que ese relato, de esa mujer evasiva a veces, pero decidida, sobre todo a la sombra, no olvide que ha quedado seleccionada para que regrese y sea agasajada con el título.

De este libro, al leerlo, hago el propósito de hacerlo hablar, de dialogar, de no dejarlo en las márgenes del silencio; ese silencio que acompaña debido a su austeridad, al dejar de lado ese tema de la llamada conciencia social, que aparta a la otra literatura, la que trata otros temas, ya que, al apartarlos, las funde, debido a esa extraña popularidad y, de esa forma, reducirlas a otra significación, es decir continuar con el mismo libro que se está escribiendo hace años en Medellín, sobre la mafia o la guerrilla.

Su primer cuento o capítulo, no importa la clasificación, sino la disposición de su autor, Volar desde el palacio, refiere la amistad del narrador con un amigo de bachillerato, algo díscolo, eso sí apartado del rebaño, de aquellos colegiales que tienen los mismos sueños y deseos. José David es diferente posee su mundo propio, así como su soledad bien resguardada; esa misma soledad que lo intimida y lo lleva a saltar desde el último piso del Palacio Nacional, ese santuario para los suicidas. Este sacrificio es el primer impacto personal, que le ha quedado en su autor y por esa razón lo describe en su cercanía y en esa ambivalencia, contradicciones que embargan la muerte de su amigo.

El profesor es el relato más elaborado, de más peso en cuanto a su vivencia. Ya como estudiante universitario de medicina, en la U. de A. El profesor es un científico con todos los títulos e investigaciones, y eso sí con todos los honores y por lo tanto con toda su sapiencia que apareja el orgullo de enseñar. Pero en el fondo es un tipo solitario, seco, sin emociones, que solo vive y disfruta en su gabinete de trabajo, pero que en el fondo demuestra lejos de su acritud, cuando en las notas finales entrega su corazón no en bandeja, sino en las planas de las calificaciones.  Este personaje, confiado a su excesiva discreción, y mal genio, se cree perjudicado al buscarlo algunos estudiantes que solo lo hacen por interés, a pesar de esa actitud no lo sacamos de su espacio, que es el de la reserva y la desconfianza de creerse un ser superior. Pero llega un momento en que la especie de austeridad de su vida se convierte en el centro del libro. Así, en su importancia, en lo más hondo es el más susceptible y el más doloroso, eso sí no se libera de los lectores y menos de nosotros, y eso sí no rompe sus ataduras con los estudiantes, ya que uno de ellos lo recobra en este relato.

Hay otro texto, Golondrina de un solo verano, donde Gardel es revisitado a partir de una versión particular de Juan Fernando. Una interpretación de ese coloso del tango consumido por las llamas de un accidente aun inexplicable. Gardel que siempre regresa, perdón nunca se ha ido, siempre ha estado, y aquí presente con un texto sugestivo, muy personal. Además, es la única parte del libro que se aparta de la experiencia de su autor.

El libro empieza con un poema a la ciudad, es realizado con tanto ahínco y proximidad, que nos servirá de guía para mantener presente su pertenencia en el transcurso de la lectura; este poema servirá como manera de saber que la ciudad estará presente en cada relato, como una consagración en sus diversas historias, en cada auscultación de alguna calle, en los cafés cercanos a la facultad, así como en los fragmentos de conversaciones, palabras que deja entrever su autor, que dentro de las narraciones se van uniendo y a medida que pasamos las páginas van constituyendo el refugio donde se asila el lector, ya que a medida que avanza, se van uniendo estas piezas en apariencia dislocadas o cambiantes, que se sintetizan en un encuentro, mejor en un ejercicio de la memoria donde el poder  de convocatoria propone que la escritura prosigue hasta escribir su último cuento, el colofón del libro, donde la memoria del padre se diluye ante el peso irredento, sucio de los pasos que transcurren, entre el discurrir personal de las vidas que se fraguan detrás del licor como el combustible que abraza ese fracaso, para concluir que al final una vida no merece la pena ser vivida, ya que quedan los portones del ocaso que no brillan, ya cerrados, así como haber sido dejado por las mujeres que nunca estuvieron cerca en realidad, así como una huida a la extinción, al desgaire. Cosas de ese estilo que con su peso propio anuncian la molicie de ese hombre que, ebrio, perdura a través de ese final nunca fructífero, sino aciago para un destino tan personal.

Así en el libro hay preguntas, hay emociones, hay fracturas. De ahí las interpelaciones que surgen y de ahí también esa fuerza intensa al final como si al cerrar la puerta debiéramos dejar esa ruptura incidental, desde el suicidio del comienzo y el suicidio lento, pesado y fantasmal,  de una persona mayor; ambos eventos luctuosos, abarcando los otros relatos, casi definidos por esa fragmentación de dos vidas marcadas por un mismo destino, vidas interrogadas y soportadas, después recuperadas por la escritura para expresar lo sorprendente de como cada uno de ellos, sus protagonistas, a pesar de la diferencia de edad se marchan por la puerta de atrás.

Igual sucede en, Cuando juntos habitamos las sombras y en Un vaso de leche fría, donde se nota esa dicotomía entre dos mujeres diferentes, distantes, Liliana y Adriana, ambas en dos extremos, tan definitivas y persuasivas. Ambas amadas de diversa manera, una con la lógica de la curiosidad y de ser ella misma de una manera casi soñadora. Y la otra mucho mayor, indecisa y auto vigilada por diversas mujeres mayores, calcinada por sus deseos, y su indecisión que perturba.

Así, en esta escritura, subsiste la huella de quien escribe, su permanencia, y eso sí, con el deseo de no dejar que lo vívido quede atrapado en esa zona obscura de lo borrado y del relegamiento. De ahí que el escritor, Juan Fernando, quiera narrar con cierta dosis de exactitud esas circunstancias cercanas, pero que es también la justificación de la palabra que cuenta una realidad que no se puede esquilmar, y que define el espíritu con que se escribe. Su intención es recobrar la verdad que espera detrás de los telones, bajo las sombras, una verdad que siempre aguarda, reacia. En cada relato parece flotar una pregunta que le queda al lector, qué ha pasado en realidad después de leer cada texto, y si es cierto que hemos encontrado esa explicación plausible, esa duda razonable para que los acontecimientos sucedieran o hay algo más de fondo que no sale a la superficie para quedar uno intranquilo como si el escritor se quedara en el umbral y mirara solo un sentido de lo atrapado con sus palabras sin contarnos más detalles, como si existiera algo ahí, a la espera, algo turbio, una suerte de secreto en esa zona oscura, vacua de la llamada realidad.

En, Cuando Juntos Habitamos la Sombra, hemos revisitado a Medellín, desde otra perspectiva, un Medellín ya destruido, antes de suceder el vacío, antes de la ruptura.  Una ruptura padecida en nuestro devenir, y que conforma un pedazo de historia, con heridas sin restañar.


ENTRE HACERLO Y NO HACERLO: BARTLEBY EL ESCRIBIENTE Y EL ARTE AL DECIR NO / Fredy Fernández Márquez

 

Fredy Fernández Márquez


ENTRE HACERLO Y NO HACERLO: BARTLEBY EL ESCRIBIENTE

Y EL ARTE AL DECIR NO

 

                                                                                         Fredy Fernández Márquez[1]

A Luna Fernández, un ser maravilloso que jamás me abandonó.

Te amaré hoy y siempre. Papá.

 

Herman Melville, escritor nacido en New York (1819-1891), considerado por la crítica literaria como el autor de una de las obras épicas de la literatura Norteamérica intitulada Moby Dick (2012) también conocida como la ballena blanca, un clásico universal. Melville, por cuestiones económicas se vio obligado a embarcarse en un ballenero. Gracias a ello, produjo dos obras en referencia a su periplo como marinero Typee (1846), luego Omoo (1847). Experiencia marítima que le permitió ficcionar toda una epopeya, una aventura que traspasa las barreras de la imaginación cotidiana. De alguna manera, esta obra intimida a cualquier lector desprevenido. Su narrativa se ubica en un lado oscuro, y en la manera como sobrevivió el narrador (Ismael), en la forma como se enfrenta a Moby Dick, contingencia de todo un suceso o asunto misterioso.        

     Melville, con su pluma trasciende a lo lejos y a lo cerca todas las pretensiones humanas, mezquinas o no. Escudriña en los rincones más lóbregos de la cabeza, sea molondro o no, va más allá de lo inimaginable y no reduce absolutamente nada ante la quimera o la utopía que se genera en el lector. Leer a este autor, es ser todo un cirujano para evitar dejar heridas abiertas con sus personajes, como lo fueron Ismael o Bartleby.

     En sus textos, esconde constantemente la trama, señala pasadizos agoreros. Para digerirlo se necesita una muy buena cantidad de café cargado y amargo como sus personajes. Todo un mago del sinsentido absurdo, el que juega entre el hado y el hades, porque hurga la sensibilidad humana del hacer y el no querer producir. A medida que se avanza en la lectura de Moby Dick, se mira hacia dentro para luego medir la vida hacia fuera, como lo dijo Protágoras El hombre es la medida de todas las cosas, es como se perciben las cosas, si así las comprendió Melville, entonces leyó muy bien a Aristóteles, quien sostuvo:

Protágoras decía que el hombre era la medida de todas las cosas, significado simplemente que lo que cada cual le parece con certeza, también es. De ser esto así, resulta que la misma cosa es y no es, y que es buena y es a la vez, mala, y todo lo que se afirme en enunciados contrarios, ya que con frecuencia una determinada cosa que se afirme en enunciados contrarios, ya que con frecuencia una determinada cosa le parece buena (Kalón) a unos, y lo contrario a otros: la medida es lo que parece a cada uno (1062b 10-15).

     He ahí a Bartleby el escribiente (2011), su quehacer era xerocopiar de la manera más limpia manuscritos ajenos, escribir lo que se le dicta o él mismo lee para volver a reescribir lo que ya está escrito, para hacerles cambios encomendados por otros. Sin embargo, reinaba en él un supuesto desgano que se trasmite sólo para sí: “La ocupación de sí mismo”. Nada entendible para las demás personas que le rodeaban. El clinamen de sí. Esa era su naturaleza, desviación de la repetición social continua, y esa postura individualista, no le permitía ser parte del conglomerado social. Un humano diferente a los demás. Ello ha permitido, ser una de las obras más leídas. Obra que ha llamado la atención a filósofos como a Gilles Deleuze: Bartleby o la fórmula (2011), Giorgio Agamben: Bartleby o de la contingencia (2011), José Luis Pardo: Bartleby o de la humanidad (2011). Para estos pensadores, ¿Qué encierra esta obra literaria? Acaso este relato ¿los lleva a filosofar por la queja dejada por la Modernidad como lo fue el fastidio? O ¿la misma mirada de Bartleby sobre la vida pesimista y existencial producto del espíritu social? El amanuense recurre a su propia filo-literatura a través de una frase atildada: «PREFERIRÍA NO HACERLO», que expone ante el abogado que funge como su mandamás. Frase que la utiliza como medio, tal vez como defensa o protección de autognosis producto de su filaucía o de su amor propio. Con su frase manifiesta su ahíto cansancio por quienes lo rodean.

     Su postura ante su director de trabajo, no presentaba rabia, descontento, impaciencia, resentimiento, irrespeto o impertinencia. Lo contrario, tranquilidad, respeto, pasividad o una abulia teatral, que desconcertaba al abogado. Su condición como individuo y su forma de ser, lo hacían diferente de los demás empleados o compañeros de trabajo. Principalmente fueron tres los que habitaban su lugar de labores. Ellos son: Turkey, Nippers y Ginger Nuts. Cada cual descritos de manera puntual por el narrador (Melville). El primero, Turkey, cachigordo, que padecía de una metamorfosis en el transcurso del día, su rostro azafranado se le encendía como una chimenea llena de brasas, y seguía ardiendo -eso sí, con intensidad menguante (Melville, 2011. P. 13), un ser fuera de lo común, la naturaleza no lo trató nada bien, de carácter fuerte. Luego, Nippers, joven aún, con facciones exageradas en sus patillas, ambarino, que, por su color, no se sabía si era parecido al oro o a la yema de un huevo. Siempre lo consideré víctima de dos poderes malignos: la ambición y la indigestión (Melville, 2011. P. 16). Según Melville, la ambición por ser tan impaciente como escribano y la indigestión, por su hosquedad, era desasosegado y de un desajuste poco envidiable. Por último, Ginger Nuts, un menor de edad, su padre puso en él la esperanza para salir de la pobreza, aspiraba a que, algún día, sería abogado. En su rostro denotaba una persona lista, vivaz, despierta para este muchacho tan espabilado, en fin, toda la noble ciencia del derecho cabía en una cáscara de nuez (Melville, 2011. P. 19). Este era la pequeña comunidad del escribiente.

     Un sublevado en medio de cuatro sujetos, que nunca permitió ser subyugado por el sistema, mucho menos por la fisiología de la imprecación de los otros. Desarraigado del conjunto de normas o de los principios moralistas condenatorios, supuestamente, razonables que se entrelazan entre sí, para justificar todo aquel que, de manera contraria no pensara igual. Ese era Bartleby, un protagonista que altera y agita al lector. Para la crítica literaria el escribiente, encierra en su frase particular unos caracteres paradigmáticos representativos de una cualidad única, mistérica, que filósofos como los anteriores tratan de resolver. Él es su propio éter, temerario por excelencia, hálito poético y heroico de su propia rebeldía. El amanuense por su postura influenció al abogado, él mismo lo acepta: “i esa palabra, Turkey! -dije. i Ésa! - ¿preferirAh, sí. Curiosa palabra. Yo nunca la uso. Pero, señor, como le decía, si él prefiriera…” (Melville, 2011. P. 37). El escribiente leyó el alma de su jefe, de tal manera que lo viera como una mezcla entre gris y oscuro. Esto le produjo cierta pena, caridad, pero también unos niveles de ternura, que se alternaban entre la piedad y el afecto, por los males que padeció y padece:

Con cualquier otro me hubiese entregado sin más a un terrible acceso de cólera y, sin que médiese una palabra más, lo hubiese echado inmediatamente de mi presencia. Pero había algo en Bartleby que no sólo lograba desarmarme, sino que, de un modo extraño, me conmovía y desconcertaba. (Melville, 2011. P. 23).

     Pensar sólo en la existencia y en el pasado, es resbalar por lo más tétrico, melancólico y demasiado triste. Un hombre sin pasado e historia, es tan sólo hijo del tiempo a destiempo. Su propio clinamen se ha girado unos cuantos grados, lo cual se desajustó para la comunidad y la sociedad que lo observaba con los ojos de la cara y no con los ojos del alma de Aristóteles.      

¿Que ve y encuentra la filosofía en esta obra?

Deleuze, se ocupa de esta perturbadora figura literaria creada por Melville, en su opúsculo filosófico-literario Bartleby o la fórmula. El pensador francés recurre a la agramaticalidad como prescripción particular, característica del personaje, a través de la forma como es descrito, en cada una de los conceptos o los morfemas que no encajan en las normas de la gramática. Una ruptura sustancial fuera de las ópticas arquitectónicas consuetudinarias. Para Deleuze, allí se encuentra ajustado este extraño y obscuro personaje, que, a través de la lingüística, le da vida a Bartleby. Con la palabra le da existencia, he ahí al escribiente de Deleuze. Aunque sea un individuo desterritorializado, en su propia inmanencia: Su vida. Deja claro Deleuze:

La búsqueda de este hombre anónimo, regicida y parricida, Ulises de la modernidad (“Mi nombre es Nadie”) atraviesa todo el siglo XIX: el hombre anonadado y mecanizado de las grandes metrópolis, pero de quien se espera que surja, quizá, el Hombre del porvenir o de un mundo nuevo. El Proletario y el americano son las dos caras de un mismo mesianismo. La novela de Musil persigue también esta figura, e inventa una nueva lógica de la cual El hombre sin atributos es al mismo tiempo el pensador y el producto. (Deleuze, 2011. P. 68).

     Pone en clave de juego Deleuze, la obra de Musil: El hombre sin atributos (2010), con la de Melville: Pierre o las ambigüedades (2002), en referencia al escribiente. De esta relación novelística, le surgen a Deleuze dos interrogantes claves: “¿Sería, en el caso de Bartleby, su relación con el abogado una de esas relaciones misteriosas que indican la posibilidad de una transformación, de un hombre nuevo? ¿Llegará Bartleby a conquistar el lugar de sus paseos?”. (Deleuze, 2011. P. 69). Pone en duda el filósofo francés la relación entre el abogado y Bartleby, ¿cuál de los dos es más extraño, en referencia a la relación que se establece entre ambos? Es una insólita línea de fuga, la que hace el amanuense, mucho más sospechoso es todo lo que permite el abogado. ¿Cuál de los dos aplica el dispositivo? O es tan sólo ¿lo molecular-molar? La relación se hace indiscernible, en palabras del Deleuze: es una rivalidad mimética el abogado es el reverso y Bartleby el anverso, ambos son sus contigüidades, porque en el fondo el abogado se hiere a sí mismo cuando se traslada y deja abandonado al escribiente.

     Deleuze, califica las obras de Melville como monomaniacos e hipocondriacos, considera que sus personajes se mueven entre: demonios-ángeles, verdugos-víctimas, los rápidos-lentos, fulminantes-petrificados, impenitentes-irresponsablesnunca serán sus propias Pentesilea.

     El ejercicio escritural de Deleuze, finaliza de una forma desgarradora como si la piel fuera desprendida de un solo jalón o tajo, la cual queda expuesta ante las miradas atónitas de los leyentes, donde la resistencia es tan sólo el gemir de ver caer la cutícula pasiva: De una mutación humana. De vocación esquizofrénica, y hasta catatónica y anoréxica, Bartleby no es un enfermo, sino el médico de una América enferma, el Medicine-man, el nuevo cristo o el hermano de todos (Deleuze, 2011. P. 91-92). El Bartleby de Deleuze no tiene límites en sus adjetivos, porque la propia pena y la de los demás, lo embargan.

     Por el lado de Agamben, en su prospecto: Bartleby o de la contingencia (2011), la lluvia melvilliana tampoco amaina. La adhesión del abogado por Bartleby es como si fuera la indigencia de la vida de la miserabilidad que se tiene del mundo y de su universo. En ese mundo o universo es donde se ubica Bartleby ¿el escribiente o el despojado de la humanidad? El despojado de su propia vida que se desprende de la materialidad y de los diversos sabores que ofrece la vida. Para él nada es importante porque “prefiere no hacerlo” y “el no querer hacer” también contempla el renunciar a las riquezas, a la amistad, al nacer y por supuesto a la vida. ¿qué es importante para Bartleby? “El no hacerlo” “El no querer hacer”. Es la renuncia al desapego de las cosas y de los otros en este mundo. No es el extravío, es la desconfianza de la vida misma. Es liberarse de ese peso con que se nace, la responsabilidad de vivir, del querer, incluso del amar. Bartleby es su propio acto de creación.

     Él es su propia voluntad. Le es indiferente ser y no ser. Es su propio dolor, que él abogado nunca supo descifrar. Se engendra en sí mismo. Aclara Agamben:

Esta es la constelación filosófica a la que pertenece Bartleby, el escribiente. Como escriba ha dejado de escribir es la figura extrema de la nada que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta. El escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es más que la hoja de papel en blanco. (Agamben, 2011. P. 111).   

     El personaje principal de la obra, ve en la vida otra voluntad de vivir, rasga su propio cuerpo, su nacer, aunque sea para no vivir entre los mortales que ven la extinción como un castigo. Mortificación que encierra la voluntad del “No querer hacerlo” la frase también hace parte de su vida, su performance. Para el filósofo italiano, el arte al decir “no”, es un espacio artístico, porque el “no” posee una afinidad representativa que introduce un contraste entre lo expresado por el elemento sobre el que incide y algún otro segmento presente o sobrentendido.

     Al negarse, no se realiza un acto de indisciplina, es para Agamben, un preservarse como esencia de su propia obra. Porque es su creación artística que deja de ser potencia, para convertirse en acto puro, acto de crearse su propio alguien. Se destina a una existencia indistinta, a su identidad por la cual no la conocen y mucho menos no se especifica. Se puede rehusar a una persona o también ideas, algunas formas, como también forma de ser y de actuar, es la imagen de Bartleby la que deja señalado Agamben, es decir, toda una estructura de expresión artística que se ubica en miradas más naturales o más auténticas, ese es era Bartleby, su propio mirarse.

     También se ocupa de esta obra literaria, el filósofo y ensayista español José Luis Pardo. Su trabajo literario se intitula: Bartleby o de la humanidad (2011). Pardo, conjetura acerca de la obra y el autor. Para el ensayista español, Melville es producto de su propia capacidad-inutilidad. Porque en su momento literario y época no gozaba de un reconocimiento, porque lo asaltaba la duda de no crear una obra que satisficiera la crítica, porque sus trabajos eran más bien cortos, como lo es Bartleby el escribiente. Considera Pardo al respecto:  

Billy Budd, Bartleby pertenecen, pues, a ese género menor -la novela corta, el relato breve- que constituye la obstinada y deliberada inmadurez, y es la obra de alguien que se siente, por diversas razones, atormentado por la idea de escribir una novela, y al mismo tiempo incapaz de hacerlo. (Pardo, 2011. P. 141).   

     Sospecha Pardo, que Melville es la imagen de Bartleby. El enunciado “Preferiría no hacerlo” invita a reflexionar sobre el “querer hacer lo que se quiere hacer”. Es una determinación de proceder o inhibirse, desde una axiología consustancial en el proceder cuando se desea hacer ese algo. El deconstruir para la vida, es un acto artístico, porque el ejercicio de sentirse impotente es algo relevante como el crear a partir de un no. Melville y Bartleby son sus propias obras escénicas en el teatro de la vida. Vale la pena preguntarse: ¿Se podría calificar a Bartleby como un desobediente? O ¿un anarquista pacifista? Para Henry David Thoreau, desobedecer, implica impugnar con cancelar los impuestos, no contribuir con las acciones injustas, que la intervención del Estado fuera ínfima, la no-interferencia en las acciones humanas. El no reconocimiento de algo, rechazar su presencia, o lo que se pretende es coaccionar, dejar de conocer el poder que coacciona o no concederlo. ¿A quién desobedece Bartleby? ¿Al Estado, a la sociedad, o a quién ejerce el poder como lo es el abogado? Su postura anómica, se convierte en un cúmulo de no emplazamiento, que nace de las carencias reglas, leyes y normas que se fueron enviciando o degradando. Se desobedece, desobedece una no-acción que implica mostrarse que está en contra del sistema, el cual asume, inclusive, con la misma alimentación. Al negarse, también es no preferirse hacia los demás. Melville, es su creación literaria que se refleja en el espejo de las anomias como lo es la ausencia de normas morales y éticas.

     Al decir “Prefiero no salir”, como habitante del edificio, Bartleby se revela también como un anarquista pacifista. Rechaza la autoridad coercitiva, aunque esta recurra a la violencia. Bartleby no ofrece resistencia activa. En la cárcel, su afirmación de “prefiero no comer” también se interpreta como un rechazo a la noción de no-violencia. Más allá de sus decisiones, Bartleby representa a ese individuo que se niega a someterse, a doblegarse ante su verdugo.

     ¿Es Bartleby un anarquista pacifista? En este contexto, su convicción es tanto anarquista como pacifista. Está firmemente influenciado supuestamente por las ideas de Tolstói y Gandhi, quienes también defendieron la desobediencia pacífica. Para muchos, la noción de un desobediente pacifista puede parecer incompatible. Sin embargo, estas dos posturas coexisten en el mismo Bartleby. A través de él, Melville nos muestra una colisión que refleja la perversión colectiva, pero también el poder del individuo, representado por el abogado.

     Bartleby es un anarquista pacifista porque, con su actitud, fomenta la eliminación de la intervención estatal y de sus normas, que regulan el comportamiento tanto individual como colectivo dentro de las comunidades de una sociedad. A través de la conducta de Bartleby, Melville invita a cambiar la perspectiva de lo individual hacia lo social, para mirar con otros ojos cómo el Estado oprime y domina a la nación. Esa resistencia del escribiente, expresada a través del “no querer hacer”, es un interrogante que muchos críticos literarios se plantean. Verbigratia:

¿Pero cómo interpretar este proceder de Bartleby? Bartleby, es un hombre incomprendido que no haya lugar en el mundo, es el hombre de las desesperanzas, un hombre que se ha negado rotundamente a la acción escribir y de revisar lo que el mismo ha copiado, rehúsa a toda actividad que lo separe del lugar donde está ubicado, donde vive y duerme. En el relato el Abogado-narrador intenta cambiar su funesto destino. (Arenas, 2011, 3).

     Sin embargo, también es una forma de resistir para poder vivir, y no se trata de ir en contra de la sociedad ni del Estado. Es una manera de sobreponerse a las situaciones que ya están predeterminadas por la cultura. Él se convierte en su propia negación de los principios religiosos, políticos, sociales e individuales, lo que refleja su verdadero nihilismo (del latín nihil, nada). Una nada que se sostiene en ideas que no son validadas por aquellas sociedades e individualidades que creen que un sujeto es incapaz de vivir una vida diferente. Sin embargo, el anarquismo pacifista le permite precisamente esa posibilidad al amanuense.  

     Para Pardo:

Esta es la constelación filosófica a la que pertenece Bartleby, el escribiente. Como escriba que ha dejado de escribir es la figura extrema de la nada de la que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta. El escribiente se ha convertido en la tablilla de escribir, ya no es nada más que la hoja de papel en blanco. (2011. P. 111).  

     No habrán más Bartlebysel rebelde, anarquista, pacifista, que no ve la muerte como castigo, tampoco como premio, sólo ve lo que su alma le permite y es “PREFERIRÍA NO HACERLO”. Es su disyuntiva, como un clinamen que se mueve en el “querer hacer y no hacerlo” Cuantas veces los humanos se enfrentan a sus propios dilemas y prefieren huir a enfrentarlos. El escriba, se enfrenta a su propia incertidumbre, no le importó su propia decadencia o insolvencia, dejando de lado los ya agotados valores morales, que no dejan de ser actos ficticios. Bartleby es la idea de la denegación como una manera de potencia o arte.   

     En la filosofía nietzscheana, “Dios ha muerto” para Foucault “El hombre ha muerto”, para literatura “Bartleby ha muerto”, para los tiempos actuales sólo muere aquel que no haya leído a Bartleby “PREFERIRÍA LEERLO”.   

 

 

 

Referencias bibliográficas

 

Agamben, G. (2011): Bartleby o de la contingencia. España. Pre-textos. 

Arenas, A. (2011). ¿Quién es Bartleby? A propósito de la novela corta Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Neonadaísmo. Vol. 64. P. 1-3. https://neonadaismo2011.blogspot.com/2021/12/quien-es-bartleby-proposito-de-la.html  

Aristóteles. (2011). Metafísica. Madrid. Gredos.

Melville, H. (2011). Bartleby el escribiente. España. Pre-textos.

_________. (2012). Moby Dick. España. Ediciones Akal.

_________. (2002). Pierre o las ambigüedades. Madrid. Alfaguara.

Deleuze, G. (2011): Bartleby o la fórmula. España. Pre-textos.

Pardo, J. (2011). Bartleby o de la humanidad. España. Pre-textos.

Musil, R. (2010). El hombre sin atributos. Barcelona. Editorial Astral.  

  

 



[1] Fredy Fernández Márquez. Filósofo. Historiador. Especialista en Cultura Política. Mg en filosofía Moral. Ph. D. Doctor. Filosofía contemporánea. Docente universitario-secundaria. Investigador. 

 

viernes, 20 de diciembre de 2024

Poema /Azucena Ibatá Bermúdez




Poema

Azucena Ibatá Bermúdez

Hoy, los huesos ya no sienten solamente la amapola.

El frío se adueña de lo que una vez se extravió,

se instala en la carne.


Bebo un zumo que apenas roza mi garganta.

Tiene una miel amarga que no llena el vacío.

Permanezco en la niebla que disuelve el aire.


Me pregunto si alguna vez veré

sin que la oscuridad empañe la tristeza.

Anoche soñé con las horas,

con todo lo que se fue sin anunciarse.

¿Cuántos años me devolvería?

El sueño no contestó,

se quedó en silencio, quieto, como algo que se desvanece.


No sé si es el otoño que arrastra mi ánimo,

pero el ser se curva bajo lo que ya no está.

El dolor se enreda en el espejo,

que refleja las huellas de mi existencia.


Y me reconozco en mi fragilidad.


Alguien dijo que lo simple se disfruta cuando se necesita.

Froté en la quietud, pero el polvo

se negó a ceder.


Me duele todo:

el ser, los recuerdos,

hasta las frutas que perdieron su forma.

....


jueves, 19 de diciembre de 2024

NORA ALARCÓN, LA POETA DE AYACUCHO / Carlos Alfonso Rodríguez

 

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NORA ALARCÓN, LA POETA DE AYACUCHO

 Carlos Alfonso Rodríguez

 

Nora Alarcón hoy por hoy es la poeta peruana de mayor resonancia en el Perú, porque estuvo presente en el encuentro de Churcampa, Huancavelica; en el 11 Festival Internacional Primavera Poética, en el V Encuentro Latinoamericano de Escritoras en Lima-Perú, II Festival Internacional de Poesía en Necoclí-Colombia y el XIX Encuentro Nacional Manuel Baquerizo en Abancay-Perú, amén de otros actos y eventos como la Feria Internacional del Libro de Lima.                          Nora Alarcón, hace noticia con su presencia física en estos acontecimientos literarios, leyendo sus poemas, cantando sus versos, integrándose a campañas de solidaridad por sus hermanos artistas o cuestionando premios literarios. Todos estos actos permiten conocer que se trata de una poeta diferente con respecto a otras autoras.

Nora Alarcón es periodista de la Universidad Jaime Bausate y Meza, de Lima, pero también es artista plástica, cantante, compositora, lo que hace definirse como artista multidisciplinaria. Es una artista que nunca pasa desapercibida por su gran carisma y simpatía, lo que hace que sea muy querida. Manifiesta que empezó en la poesía de manera tardía, pero bueno es recordarle que nadie, es más, o menos por publicar primero. Por el contrario, en Lima y el Perú, fue una tradición publicar temprano, pero sin ningún rigor o crítica. Con el tiempo los autores que publicaron bastante maduros dejaron una obra sólida y trascendente, por ejemplo: Blanca Varela, Gonzalo Morante, Leoncio Bueno, Julio Aponte. Hubo excepciones como Chocano, Vallejo, Martín Adán, Oquendo de Amat y Eielson.

Nora Alarcón, nace en Ayacucho el 7 de enero de 1967, sin embargo publica Alas de Viento (2000); Bellas y suicidas (2010); Malvas (2013);Ninata Raurarichisun/Revivamos el fuego (2015); Pacha Achikllaq/Aurora del Tiempo (2018); Chaska Poesía (2020)  y Músico de fuego/Ninapi harawiq (2023). Aunque la poeta Nora Alarcón, publica en el año 2000, tal vez pensando que a partir de entonces empezaba el mundo o finalizaba, ya entonces era una escritora de 33 años que debe ser la edad de un autor o autora para publicar, porque solo a partir de entonces una persona alcanza la madurez. Sabido es que hay muchos autores que publican más jóvenes.

Cronológicamente, Nora Alarcón pertenece a la generación de los noventa, porque en esa época le tocó vivir experiencias semejantes con muchos compañeros de generación: la dictadura de 1992, el primer centenario de César Vallejo, los 500 años o el encuentro de dos mundos, la caída del muro de Berlín, la imposición de una nueva Constitución Política. En realidad, esa generación debe denominarse la Generación del 92, pero en el mundo de las letras, como en el de la política y la economía, se mueve o se vive bajo un caos. Entonces, suele suceder que no hay reflexiones profundas ni nuevas ideas en la atmosfera cultural que plateen o replanteen estos temas.                                              

La obra poética y literaria de Nora Alarcón se encuentra en permanente ascenso y producción, sin embargo destacan dos libros magistrales Malvas (2013) y Músico de Fuego (2023), en realidad son trabajos bastante serios, logrados y magistrales. Malvas, que trae poemas cinematográficos, documentales y de largo aliento, en donde la autora incluye varios poemas de amor y desamor.

 

ARPEGIOS

 Embriagados de arpegios nos amamos

en todas las notas de la piel.

Tus manos se ramifican en mi cuerpo como la flor de ichu.

 

Los besos de la malva me traen tu figura.

 

Las fronteras acentúan tu forma.

Los torbellinos la esconden entre eucaliptos.

 

Embriagada de arpegios deliré entre tus brazos.

Me advierto en la soberbia de no querer decir

que sin ti soy puro llanto.

 

Con el compás del arpa mestiza te haces hermana del viento.

Te acompañan las titankas que agonizan, las aguas de azogue,

un aire de espléndidos vuelos, los siete pecados capitales.

 

Malva tenías que ser: rebelde de sueños en tus versos.

Viajera del tiempo que navega entre danza de delfines.

La misma que transitaba una senda de luceros y tempestades.

 

Poesía lírica salpicada de palabras quechuas, idioma que conoce, maneja y defiende bien. Tal vez porque se encuentra extendido en toda su región de nacimiento; pero también en varios departamentos del Perú.

 

    PREGUNTA

 ¿Qué fue de mí en ti?

¿Qué del tiempo donde lavaba cantos rodados

y acompañaba a los caballos pensando en tu amor?

¿Por qué estos recuerdos de tus manos, de tu rostro, tu cabello,

                                                asaltados por la oscuridad

como estatua de sal contemplando la destrucción de las

                                                    ciudades perdidas?

En la casa de campo cogía las dalias, rompía los cristales,

perseguía sapos, contemplaba halcones,

saludaba girasoles al sol, todo para llegar a ti.

 

En Ayacucho y sus calles yo tenía ganas de fundirme

                                              con el calor o las palabras.

Devoré los poemas como las codornices los pétalos

de los geranios.

Recorrí muchos kilómetros sentada en una cabuya.

Solo para tenerte.

 

Al final de este tránsito llegué adonde las nubes se juntan

                                                                  y disuelven.

Me juré que jamás iría al altar sola,

que bebería por siempre de tu ausencia.

Y al amanecer me esfumaría cuando emergiera el alba.

 

Era un paisaje de luz y una huella frágil en mi cuerpo

desde que naciste de los acantilados.

 

Tú quedaste en mí como mi lenguaje de acuarelas,

de bordoneos, arpegios

y este aguardiente por todas las estaciones.

 

El poema Pregunta, también pertenece al libro Malvas, un magnífico canto, en donde el personaje se desborda de pasión y pena por el amado ausente; pero a la vez es un retrato de la región que se habita, transmitido con un hondo sentimiento. También existe en este canto como un gran afán de manifestar su presencia en el amplio mapa nacional y continental; en ese sentido es un texto realmente auténtico, original, que evoca a poemas de autores como Cavafis, Safo o Salomón, en el Cantar de los Cantares. Pero a la vez hay una lejana conexión con autores y poetas peruanos, por ejemplo, Magda Portal, Manuel Scorza o Mario Florián, este último cuando canta su conocido Pastorala, en donde llama a su amada, la pastora ausente y evoca en el poema al gavilán. Mientras que Nora Alarcón, evoca a halcones, Morochukos, arrieros, campesinos, viajeros y caminantes. 

Músico de fuego, es una obra más elaborada y reelaborada, con la que busca retratar la música, la poesía, el folclor, el idioma; para a partir de allí dar a conocer las costumbres de un pueblo milenario, recio que soportó embates de la naturaleza, pero también los golpes de la política de segregación y exterminio. Por todo ello Nora Alarcón, merecidamente es una de las poetas más relevantes y trascendente de estas últimas décadas. Sin embargo, hay una gran inquietud en la obra de esta sobresaliente poeta que le canta a los héroes populares de Carmen Alto, pero también a los grandes músicos de Ayacucho como Raúl García Zárate, Jaime Guardia y Máximo Damián. Se nota la ausencia, por lo menos en los tres libros que he leído, de una época en la que ocurrieron masacres, desapariciones, abusos. Tal vez la poeta Nora Alarcón está haciendo el ejercicio necesario para entregarnos narraciones, cuentos y novelas, en donde volcará el silencio temporal que hace en su obra actual, en donde nos regala entonados poemas y dulces canciones.

 

MÚSICO DE FUEGO

Músico de fuego

orquesta de violines

frente a tu sepultura

 

las melodías penetran huesos

beben el velorio

reinventan escombros

desde el polvo a la nada

 

espectador de cenizas

junto a la piel de vicuña dejaste tu charango

en aquella fortaleza alumbrada de luciérnagas

con ojos de puñales

 

sembraste

               el rumbo

                            las semillas

                                             los horizontes

orquídea de la memoria

resplandor en la ruta del arriero

en su canto bajo la luna

………

 

Nora Alarcón, la poeta de Ayacucho estuvo de paso por la ciudad de Medellín, rumbo al Festival Internacional de Poesía en Necoclí, y al finalizar el evento retornó a la ciudad de la eterna primavera en donde dialogó con la Revista Babel.