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de
Juan Fernando Uribe Duque
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Víctor Bustamante
Aunque la concepción
de este texto, me refiero a su totalidad, da la impresión que sean cuentos, lo
cierto es que da la apariencia de ser una novela, debido a que cada uno de
estos relatos se entrelazan por esa corriente subterránea de la memoria donde
se habita un lugar, una ciudad, una atmósfera que el lector va juntando, como
si fueran fragmentos de una circunstancia tan presente, donde se nombra y se
escribe sobre ella. Es más, cada uno estos capítulos parte como un trasunto
para explicar el devenir de esos personajes a los cuales se les rememora, y
donde el escritor, quien los describe, los vive, los evidencia, los junta en una
totalidad. En síntesis, cada uno esos personajes de los cuales parte cada
relato es una presencia y posee así mismo ese correlato secreto de formar parte
de un todo. A veces puede ser alguna pregunta que no se hizo, la admiración o
la amistad, o así mismo la curiosidad, otras veces es el afecto, otras el recelo
de quien se interpone. Así, el escritor le cuenta a cada uno de ellos, desde la
distancia y la sorprendente memoria, esa dosis de humanidad que atesoró para
valorarlos.
En este sentido en, Cuando Juntos Habitamos la Sombra de
Juan Fernando Uribe Duque (Máscara Editores, 2024), se define una posibilidad
de la escritura para explicar y sacar a la superficie lo que no se olvida. Es decir,
aquellos momentos intensos, plausibles ya que cuando la memoria habla, los selecciona,
ya que estos sucesos indelebles perduran. De ahí la segunda historia que da título
al libro, que mantiene ese compromiso de que ese relato, de esa mujer evasiva a
veces, pero decidida, sobre todo a la sombra, no olvide que ha quedado seleccionada
para que regrese y sea agasajada con el título.
De este libro, al
leerlo, hago el propósito de hacerlo hablar, de dialogar, de no dejarlo en las márgenes
del silencio; ese silencio que acompaña debido a su austeridad, al dejar de
lado ese tema de la llamada conciencia social, que aparta a la otra literatura,
la que trata otros temas, ya que, al apartarlos, las funde, debido a esa extraña
popularidad y, de esa forma, reducirlas a otra significación, es decir continuar
con el mismo libro que se está escribiendo hace años en Medellín, sobre la
mafia o la guerrilla.
Su primer cuento o
capítulo, no importa la clasificación, sino la disposición de su autor, Volar
desde el palacio, refiere la amistad del narrador con un amigo de bachillerato,
algo díscolo, eso sí apartado del rebaño, de aquellos colegiales que tienen los
mismos sueños y deseos. José David es diferente posee su mundo propio, así como
su soledad bien resguardada; esa misma soledad que lo intimida y lo lleva a saltar
desde el último piso del Palacio Nacional, ese santuario para los suicidas.
Este sacrificio es el primer impacto personal, que le ha quedado en su autor y
por esa razón lo describe en su cercanía y en esa ambivalencia, contradicciones
que embargan la muerte de su amigo.
El profesor es el
relato más elaborado, de más peso en cuanto a su vivencia. Ya como estudiante
universitario de medicina, en la U. de A. El profesor es un científico con
todos los títulos e investigaciones, y eso sí con todos los honores y por lo
tanto con toda su sapiencia que apareja el orgullo de enseñar. Pero en el fondo
es un tipo solitario, seco, sin emociones, que solo vive y disfruta en su
gabinete de trabajo, pero que en el fondo demuestra lejos de su acritud, cuando
en las notas finales entrega su corazón no en bandeja, sino en las planas de
las calificaciones. Este personaje,
confiado a su excesiva discreción, y mal genio, se cree perjudicado al buscarlo
algunos estudiantes que solo lo hacen por interés, a pesar de esa actitud no lo
sacamos de su espacio, que es el de la reserva y la desconfianza de creerse un
ser superior. Pero llega un momento en que la especie de austeridad de su vida
se convierte en el centro del libro. Así, en su importancia, en lo más hondo es
el más susceptible y el más doloroso, eso sí no se libera de los lectores y
menos de nosotros, y eso sí no rompe sus ataduras con los estudiantes, ya que
uno de ellos lo recobra en este relato.
Hay otro texto, Golondrina
de un solo verano, donde Gardel es revisitado a partir de una versión
particular de Juan Fernando. Una interpretación de ese coloso del tango
consumido por las llamas de un accidente aun inexplicable. Gardel que siempre
regresa, perdón nunca se ha ido, siempre ha estado, y aquí presente con un
texto sugestivo, muy personal. Además, es la única parte del libro que se
aparta de la experiencia de su autor.
El libro empieza con
un poema a la ciudad, es realizado con tanto ahínco y proximidad, que nos
servirá de guía para mantener presente su pertenencia en el transcurso de la
lectura; este poema servirá como manera de saber que la ciudad estará presente
en cada relato, como una consagración en sus diversas historias, en cada
auscultación de alguna calle, en los cafés cercanos a la facultad, así como en
los fragmentos de conversaciones, palabras que deja entrever su autor, que dentro
de las narraciones se van uniendo y a medida que pasamos las páginas van constituyendo
el refugio donde se asila el lector, ya que a medida que avanza, se van uniendo
estas piezas en apariencia dislocadas o cambiantes, que se sintetizan en un
encuentro, mejor en un ejercicio de la memoria donde el poder de convocatoria propone que la escritura prosigue
hasta escribir su último cuento, el colofón del libro, donde la memoria del
padre se diluye ante el peso irredento, sucio de los pasos que transcurren,
entre el discurrir personal de las vidas que se fraguan detrás del licor como
el combustible que abraza ese fracaso, para concluir que al final una vida no
merece la pena ser vivida, ya que quedan los portones del ocaso que no brillan,
ya cerrados, así como haber sido dejado por las mujeres que nunca estuvieron
cerca en realidad, así como una huida a la extinción, al desgaire. Cosas de ese
estilo que con su peso propio anuncian la molicie de ese hombre que, ebrio, perdura
a través de ese final nunca fructífero, sino aciago para un destino tan personal.
Así en el libro hay
preguntas, hay emociones, hay fracturas. De ahí las interpelaciones que surgen
y de ahí también esa fuerza intensa al final como si al cerrar la puerta
debiéramos dejar esa ruptura incidental, desde el suicidio del comienzo y el
suicidio lento, pesado y fantasmal, de
una persona mayor; ambos eventos luctuosos, abarcando los otros relatos, casi
definidos por esa fragmentación de dos vidas marcadas por un mismo destino, vidas
interrogadas y soportadas, después recuperadas por la escritura para expresar
lo sorprendente de como cada uno de ellos, sus protagonistas, a pesar de la
diferencia de edad se marchan por la puerta de atrás.
Igual sucede en,
Cuando juntos habitamos las sombras y en Un vaso de leche fría, donde se nota
esa dicotomía entre dos mujeres diferentes, distantes, Liliana y Adriana, ambas
en dos extremos, tan definitivas y persuasivas. Ambas amadas de diversa manera,
una con la lógica de la curiosidad y de ser ella misma de una manera casi
soñadora. Y la otra mucho mayor, indecisa y auto vigilada por diversas mujeres
mayores, calcinada por sus deseos, y su indecisión que perturba.
Así, en esta
escritura, subsiste la huella de quien escribe, su permanencia, y eso sí, con el
deseo de no dejar que lo vívido quede atrapado en esa zona obscura de lo borrado
y del relegamiento. De ahí que el escritor, Juan Fernando, quiera narrar con
cierta dosis de exactitud esas circunstancias cercanas, pero que es también la justificación
de la palabra que cuenta una realidad que no se puede esquilmar, y que define
el espíritu con que se escribe. Su intención es recobrar la verdad que espera
detrás de los telones, bajo las sombras, una verdad que siempre aguarda,
reacia. En cada relato parece flotar una pregunta que le queda al lector, qué
ha pasado en realidad después de leer cada texto, y si es cierto que hemos
encontrado esa explicación plausible, esa duda razonable para que los
acontecimientos sucedieran o hay algo más de fondo que no sale a la superficie
para quedar uno intranquilo como si el escritor se quedara en el umbral y mirara
solo un sentido de lo atrapado con sus palabras sin contarnos más detalles,
como si existiera algo ahí, a la espera, algo turbio, una suerte de secreto en
esa zona oscura, vacua de la llamada realidad.
En, Cuando
Juntos Habitamos la Sombra, hemos revisitado a Medellín, desde otra perspectiva, un Medellín ya destruido, antes de suceder el vacío, antes de la
ruptura. Una ruptura padecida en nuestro
devenir, y que conforma un pedazo de historia, con heridas sin restañar.
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