sábado, 21 de diciembre de 2024

Cuando Juntos Habitamos la Sombra de Juan Fernando Uribe Duque / Víctor Bustamante

 

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Cuando Juntos Habitamos la Sombra

de

Juan Fernando Uribe Duque

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Víctor Bustamante

Aunque la concepción de este texto, me refiero a su totalidad, da la impresión que sean cuentos, lo cierto es que da la apariencia de ser una novela, debido a que cada uno de estos relatos se entrelazan por esa corriente subterránea de la memoria donde se habita un lugar, una ciudad, una atmósfera que el lector va juntando, como si fueran fragmentos de una circunstancia tan presente, donde se nombra y se escribe sobre ella. Es más, cada uno estos capítulos parte como un trasunto para explicar el devenir de esos personajes a los cuales se les rememora, y donde el escritor, quien los describe, los vive, los evidencia, los junta en una totalidad. En síntesis, cada uno esos personajes de los cuales parte cada relato es una presencia y posee así mismo ese correlato secreto de formar parte de un todo. A veces puede ser alguna pregunta que no se hizo, la admiración o la amistad, o así mismo la curiosidad, otras veces es el afecto, otras el recelo de quien se interpone. Así, el escritor le cuenta a cada uno de ellos, desde la distancia y la sorprendente memoria, esa dosis de humanidad que atesoró para valorarlos.

En este sentido en, Cuando Juntos Habitamos la Sombra de Juan Fernando Uribe Duque (Máscara Editores, 2024), se define una posibilidad de la escritura para explicar y sacar a la superficie lo que no se olvida. Es decir, aquellos momentos intensos, plausibles ya que cuando la memoria habla, los selecciona, ya que estos sucesos indelebles perduran. De ahí la segunda historia que da título al libro, que mantiene ese compromiso de que ese relato, de esa mujer evasiva a veces, pero decidida, sobre todo a la sombra, no olvide que ha quedado seleccionada para que regrese y sea agasajada con el título.

De este libro, al leerlo, hago el propósito de hacerlo hablar, de dialogar, de no dejarlo en las márgenes del silencio; ese silencio que acompaña debido a su austeridad, al dejar de lado ese tema de la llamada conciencia social, que aparta a la otra literatura, la que trata otros temas, ya que, al apartarlos, las funde, debido a esa extraña popularidad y, de esa forma, reducirlas a otra significación, es decir continuar con el mismo libro que se está escribiendo hace años en Medellín, sobre la mafia o la guerrilla.

Su primer cuento o capítulo, no importa la clasificación, sino la disposición de su autor, Volar desde el palacio, refiere la amistad del narrador con un amigo de bachillerato, algo díscolo, eso sí apartado del rebaño, de aquellos colegiales que tienen los mismos sueños y deseos. José David es diferente posee su mundo propio, así como su soledad bien resguardada; esa misma soledad que lo intimida y lo lleva a saltar desde el último piso del Palacio Nacional, ese santuario para los suicidas. Este sacrificio es el primer impacto personal, que le ha quedado en su autor y por esa razón lo describe en su cercanía y en esa ambivalencia, contradicciones que embargan la muerte de su amigo.

El profesor es el relato más elaborado, de más peso en cuanto a su vivencia. Ya como estudiante universitario de medicina, en la U. de A. El profesor es un científico con todos los títulos e investigaciones, y eso sí con todos los honores y por lo tanto con toda su sapiencia que apareja el orgullo de enseñar. Pero en el fondo es un tipo solitario, seco, sin emociones, que solo vive y disfruta en su gabinete de trabajo, pero que en el fondo demuestra lejos de su acritud, cuando en las notas finales entrega su corazón no en bandeja, sino en las planas de las calificaciones.  Este personaje, confiado a su excesiva discreción, y mal genio, se cree perjudicado al buscarlo algunos estudiantes que solo lo hacen por interés, a pesar de esa actitud no lo sacamos de su espacio, que es el de la reserva y la desconfianza de creerse un ser superior. Pero llega un momento en que la especie de austeridad de su vida se convierte en el centro del libro. Así, en su importancia, en lo más hondo es el más susceptible y el más doloroso, eso sí no se libera de los lectores y menos de nosotros, y eso sí no rompe sus ataduras con los estudiantes, ya que uno de ellos lo recobra en este relato.

Hay otro texto, Golondrina de un solo verano, donde Gardel es revisitado a partir de una versión particular de Juan Fernando. Una interpretación de ese coloso del tango consumido por las llamas de un accidente aun inexplicable. Gardel que siempre regresa, perdón nunca se ha ido, siempre ha estado, y aquí presente con un texto sugestivo, muy personal. Además, es la única parte del libro que se aparta de la experiencia de su autor.

El libro empieza con un poema a la ciudad, es realizado con tanto ahínco y proximidad, que nos servirá de guía para mantener presente su pertenencia en el transcurso de la lectura; este poema servirá como manera de saber que la ciudad estará presente en cada relato, como una consagración en sus diversas historias, en cada auscultación de alguna calle, en los cafés cercanos a la facultad, así como en los fragmentos de conversaciones, palabras que deja entrever su autor, que dentro de las narraciones se van uniendo y a medida que pasamos las páginas van constituyendo el refugio donde se asila el lector, ya que a medida que avanza, se van uniendo estas piezas en apariencia dislocadas o cambiantes, que se sintetizan en un encuentro, mejor en un ejercicio de la memoria donde el poder  de convocatoria propone que la escritura prosigue hasta escribir su último cuento, el colofón del libro, donde la memoria del padre se diluye ante el peso irredento, sucio de los pasos que transcurren, entre el discurrir personal de las vidas que se fraguan detrás del licor como el combustible que abraza ese fracaso, para concluir que al final una vida no merece la pena ser vivida, ya que quedan los portones del ocaso que no brillan, ya cerrados, así como haber sido dejado por las mujeres que nunca estuvieron cerca en realidad, así como una huida a la extinción, al desgaire. Cosas de ese estilo que con su peso propio anuncian la molicie de ese hombre que, ebrio, perdura a través de ese final nunca fructífero, sino aciago para un destino tan personal.

Así en el libro hay preguntas, hay emociones, hay fracturas. De ahí las interpelaciones que surgen y de ahí también esa fuerza intensa al final como si al cerrar la puerta debiéramos dejar esa ruptura incidental, desde el suicidio del comienzo y el suicidio lento, pesado y fantasmal,  de una persona mayor; ambos eventos luctuosos, abarcando los otros relatos, casi definidos por esa fragmentación de dos vidas marcadas por un mismo destino, vidas interrogadas y soportadas, después recuperadas por la escritura para expresar lo sorprendente de como cada uno de ellos, sus protagonistas, a pesar de la diferencia de edad se marchan por la puerta de atrás.

Igual sucede en, Cuando juntos habitamos las sombras y en Un vaso de leche fría, donde se nota esa dicotomía entre dos mujeres diferentes, distantes, Liliana y Adriana, ambas en dos extremos, tan definitivas y persuasivas. Ambas amadas de diversa manera, una con la lógica de la curiosidad y de ser ella misma de una manera casi soñadora. Y la otra mucho mayor, indecisa y auto vigilada por diversas mujeres mayores, calcinada por sus deseos, y su indecisión que perturba.

Así, en esta escritura, subsiste la huella de quien escribe, su permanencia, y eso sí, con el deseo de no dejar que lo vívido quede atrapado en esa zona obscura de lo borrado y del relegamiento. De ahí que el escritor, Juan Fernando, quiera narrar con cierta dosis de exactitud esas circunstancias cercanas, pero que es también la justificación de la palabra que cuenta una realidad que no se puede esquilmar, y que define el espíritu con que se escribe. Su intención es recobrar la verdad que espera detrás de los telones, bajo las sombras, una verdad que siempre aguarda, reacia. En cada relato parece flotar una pregunta que le queda al lector, qué ha pasado en realidad después de leer cada texto, y si es cierto que hemos encontrado esa explicación plausible, esa duda razonable para que los acontecimientos sucedieran o hay algo más de fondo que no sale a la superficie para quedar uno intranquilo como si el escritor se quedara en el umbral y mirara solo un sentido de lo atrapado con sus palabras sin contarnos más detalles, como si existiera algo ahí, a la espera, algo turbio, una suerte de secreto en esa zona oscura, vacua de la llamada realidad.

En, Cuando Juntos Habitamos la Sombra, hemos revisitado a Medellín, desde otra perspectiva, un Medellín ya destruido, antes de suceder el vacío, antes de la ruptura.  Una ruptura padecida en nuestro devenir, y que conforma un pedazo de historia, con heridas sin restañar.


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