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Edificio Ayacucho de los
Hermanos Ramírez Johns
Víctor Bustamante
En la calle, Carabobo con Ayacucho, siempre se siente el placer de caminar,
de esperar la ciudad en una de sus esquinas más conmovedoras. En medio de la
multitud de transeúntes que van de un lugar a otro, en medio de los gritos de
vendedores, en medio de los carteles dando nota sobre sus precios, la ciudad
bulle en todo su esplendor, se acomoda así misma, en medio del desorden como
signo de la épica ciudadana, y como síntesis de esa mezcla y dinamismo del
comercio, de una parte, en los almacenes y de otra la economía del rebusque,
ambas conviven en este combate diario de precios.
Se siente la inquietud y la curiosidad de venir acá, a esta esquina, en
medio del barullo, a mirar, a comprobar un secreto, un dato histórico que a
nadie le interesa. Los transeúntes siempre van a algún lugar fijo, pero nunca
interrogan la ciudad. A esa labor hemos venido a plantarnos frente al Edificio
Ayacucho, a observarlo con esa infinita curiosidad que sorprende ante el paso
demoledor del tiempo. De tal manera, cada fachada, cada calle, cada edificio guarda
un tesoro: su historia, aquella que le da un peso específico en esa balanza de nimiedades
que se ven cada día.
Lo cierto es que ahí está el Edificio Ayacucho, para revelarnos sus
historias, y saber cómo aún persiste, así sea como una ruina cubierta de avisos
y cortinas de hierro. Es posible notar en Carabobo, en el segundo piso, parte
de la fachada original con sus arabescos de cemento, con sus balcones, y en el
primer piso los dos locales comerciales versión actual, Claro y Surtitodo, además
han sustituido por vitrales las puertas de estos balcones. Y eso sí en la
esquina el aviso con otra cinta, para otra actividad, Max baggs Bodega de
Maletas, y en la fachada que da a Ayacucho, una combinación irrisoria de
estilos, desde la improvisada y letal intervención escolar; reforma que descascaró
el frontis de cemento con sus adornos de baratillo, hasta dejar el ladrillo
desnudo y después haber dispuesto un techo con travesaños que nunca se logró
terminar. Ahí se conservan tres balcones en un estado irrisorio y uno de ellos
con tragaluces ordinarios, y eso sí en el primer piso cinco locales, Tigo,
Model Fashion, La tendencia del bolso y Pixcel Shop, lo cual da la medida de
ese estilo arquitectónico destruido en este edificio que es una mezcolanza de vestigios,
de desidia, y de renuncia a ese estilo ecléctico, el cual parecen odiar algunos
constructores y reformadores de edificios que han desmantelado esta
arquitectura que significa un periodo histórico. En este segundo piso
funcionaron oficinas de abogados y en la década del 70 el consultorio del
alemán Rulf Armbrecht, optómetra radiado.
El Edificio Ayacucho fue construido en 1920 por el señor Francisco Luis Moreno Ramírez en asocio con Julio Ramírez Johns esposo de su hija Margarita. En el ochave hay un tímpano circular en el frontón que se corta y diluye en las cornisas de ambos lados, adentro otro más rebajado, rematando su cornisa en el redondel con el nombre Edificio Ayacucho , y más al centro su dueño: Julio Ramírez Johns, luego un arco rebajado como si sostuviera la rotonda menor, pero que también corona una ventana principal, la de la esquina, ventana con jambas de madera y vidrio con un balcón donde ya se usan barandas de hierro, y ese balcón sobre dos ménsulas, a los costados, es decir las fachadas. Se nota la misma elegancia en los balcones, pero las ventanas son rectas y enseguida de ellas la mitad de los ventanales. En la fotografía de Gonzalo Escovar es notoria, sobre el marco de la puerta principal, una suerte de franja con el nombre del hermano José Ramírez Johns, que luego sería el socio preciso.
Pasar frente a estas ruinas posmodernas, a ese abandono, a este adefesio actual
de lo que nunca es la arquitectura, si leemos la ciudad. Esta entrega sorpresa
de su tesoro cultural, entrega una noción diferente, oculta, dejada de lado.
porque en estas oficinas se fraguó un juego que hizo carrera y se instaló no
solo en Medellín, sino en el país. Me refiero al papel que los Billares Champion
tuvieron en la difusión de esa actividad de hombres solitarios que discurre
entre los garitos de los cafés y en la seriedad de los torneos como deporte.
Pues bien, los hermanos José y Julio fueron sus impulsores. Así como la de
importadores de discos y aparatos de sonido, creadores de disqueras, de encerados
para maquinaria industrial, también importadores de ungüento VEM para el
catarro, de implementos para el juego de bolos, instrumentos musicales Couesnon
con sus trompetas francesas, lo cual da la magnitud de su influencia. Medellín
siempre ha sido moderna en cada una de sus etapas históricas. De ahí que la
actividad que impusieron fue el billar, en este juego fueron los adalides,
vendían desde las mesas, los tacos, hasta los paños Simonis, las bolas
Ford-Match, ficheros y las tizas. Cayeron en cuenta que no solo la ciudad era
digna de la ética del trabajo, y de llenar las iglesias, sino del entretenimiento
como parte fundamental de la vida.
Para octubre de 1941 la actividad de los Ramírez Johns es notoria al contratar
al campeón venezolano de billar Carlos Pérez para diversas exhibiciones en los
cafés el Nacional y en el París de Bogotá. Ese mismo año, en noviembre, para
seguir promocionando sus billares Champion traen otro campeón de billar en
partida libre, Raimundo Vives, se afirma de él, sobre su serenidad en las partidas,
la portentosa concepción de sus carambolas, además tiene una marca al hacer
1896 carambolas en 180 minutos.
En la Gran Exposición Nacional de Medellín de 1944 se le otorga medalla de
oro y primer premio a Billares Champion, ellos habían traído a otro campeón nacional
en la modalidad de fantasía Mario Criales quien afirmaba su habilidad y en su exhibición
realizó 1780 carambolas que no hubiera sido posible de no haber contado, según
él, con la reacción de sus bandas, con el coeficiente vibratorio de los Billares
Champion. Para este evento con otro campeón de billares, la empresa había
establecido un pabellón elogiado por el presbítero, doctor en filosofía y botánico,
Enrique Pérez Arbeláez. Lo que sí es muy curioso es saber la razón por la cual
este religioso y científico de gran ´prestigio en el país, precisamente haya
elogiado la actividad de los Ramírez Johns.
La ofensiva de marketing de los hermanos Ramírez Johns continúa, ya que en
1947 se reclama que en Medellín no hay espacio para la diversión después de las
8 de la noche, fuera de las humeantes salas de los teatros, además, se asegura que
en otras capitales del país hay torneos de billar para estudiantes y para
periodistas, todo tan convincente para demostrar uno de los rostros de los
juegos del billar para suplir el tiempo libre. Algunos periodistas insisten en comparar
el billar con el ballet por la armonía de sus posiciones y la elegancia de sus movimientos.
En esta acometida por instalar este como un juego de sociedad se logró convencer
al señor Arturo Franco para que invirtiera en un gran salón. Era un amplio espacio
de 80 metros de largo con entrada por dos carreras, o sea, una cuadra de largo.
El salón era amplio, aireado, refinado, con esmerado aseo, con veinte mesas
elegantes de primera clase, por supuesto de Billares Champion, es decir el ambiente
justo para unas buenas carambolas. Era tal el empoderamiento de los hermanos Ramírez
Johns por dar a conocer este juego que presentaron, junto a León Franco un
invento, un juego adicional de billar al Ministerio de industria y comercio en
1948, y en 1951, ellos solos presentaron otro invento, una mesa de billar a su
estilo. En 1950, el poder de convencimiento de los Ramírez Johns con su línea
emblemática de los Billares Champion llegaron al extremo de lograr que la
compañía Texas Petroleum Company comprara sus billares para llevarlos a las
zonas de explotación de petróleo.
En agosto de 1948, se anotaron un triunfo, trajeron al campeón mundial de
billar amateur Jean Albert, quien realizó algunas exhibiciones con Mario
Criales, y además, al regresar a París, escribe una carta para el presidente de
la Federación Colombiana de Billar donde anota que es indispensable jugar en
las mesas de Billares Champion. En 1949 los Billares Champion se anotan otra conquista,
lograron participar en los Quintos Juegos Centroamericanos y del Caribe.
En febrero del 53 un incendio destruyó un sector comercial de la ciudad, no
sé si sería un incendio quirúrgico, ese que fue acabando poco a poco con los
edificios de tipo ecléctico, y que el señor Olano definía de esa manera,
incendio quirúrgico, para quitar esos edificios de ese estilo. Esa frase,
incendio quirúrgico, para acabar con esas edificaciones acuñada por el señor
Ricardo Olano es casi similar a lo de los hombres estorbo, aquellos que no le
hacían caso a sus propuestas para abrir calles y ampliar el plano citadino. El
incendio se inició por un corto circuito en la Casa del Niño, situada en Junín
con La Playa, se extendió por esa calle hasta El Astor, y desde esa misma
esquina las llamas continuaron hasta el teatro Avenida. Lo cierto de ese caso
es que afectó a un salón de billar y eso sí, la noticia, en este caso, no solo fue
por el incendio sino porque algunas mesas de Billares Champion no sufrieron ni
un rasguño, a excepción de los paños y las bandas de caucho. Es más, salieron
purificadas por el fuego, intactas y aun con uso, y eso sí con otra novedad,
que se les llamara los Billares Champion Contrafuego.
Una tarde de noviembre del 2000, en el sector rural de San Blas en Manrique, lejos del Centro, funcionaba la fábrica de Billares Champion. Era una finca alejada con una notoria actividad debido a la demanda de billares, así como a las labores que producían los complementos necesarios para este juego. Allí, a la entrada, después de su periodo de difusión, era posible ver autos parqueados a la intemperie con sus latas oxidadas y las gomas desinfladas, pero estos autos símbolos de una magnificencia y poder, fueron dejados allá, y a pesar de ese abandono aun lucían sus biseles plateados. Como sinónimo de algo inusitado, se había suspendido su labor hacia años y solo quedaba la síntesis de la maleza que reclamaba sus lugares. Las puertas del galpón ahora se abren para saber que la maquinaria aún está intacta, pero inactiva, así como las maquetas, las mesas sin terminar, los ficheros inacabados. Recostadas en las paredes algunas escasas pizarras de mármol, un atado de tacos sin usar, y al fondo una mesa dispuesta para probar su calidad con dos tacos sobre ella, y eso sí las bolas aun brillantes para las carambolas propicias. De repente en esta atmósfera espesada de consunción todo se ha detenido.
Don Otoniel Mesa, nuestro guía, profesor de billar desde hace muchos años contratado
por José Ramírez Johns para que diera clases en los diversos clubes de la
ciudad, añade que el billar nunca acabará.
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