lunes, 25 de noviembre de 2024

NUESTRA SEÑORA DE LAS NUBES-Alberto Sierra- (adaptación), en El Ateneo.

 

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Nuestra Señora de las Nubes de Alberto Sierra (adaptación)

Víctor Bustamante

 A Alberto Sierra hay que reconocerlo por su labor en el teatro, no solo como autor de una obra muy personal, sino como maestro de algunos grupos que ha conformado. A él lo hemos tenido tan cerca que hay algo poco tranquilizador, que lo hacía volver casi invisible en esa labor tan indulgente, como es trasmitir sus experiencias, y ahora, al ir a verlo en plena actividad es como si descubriera aquella persona, amante del teatro, tan significativo para esta labor de artista a veces menoscabada, pero que mirado en su dimensión es cuando nos damos cuenta de la importancia que él adquiere no solo en el manejo de las obras, sino en la preparación de esos grupos de muchachas y muchachos que descubren con él ese aspecto tan diferente en sus vidas, aprender a actuar y adquirir una buena dosis de libertad creativa, ya que él al teatro le da ese toque tan personal, que es esa alegría de saber que cuando uno se sienta a ver sus obras el tiempo se olvida.

En Nuestra Señora de las Nubes vemos como existe la reducción ultrajante de un grupo de personas al exilio y al despoblamiento, lo cual ocurre tan a menudo que uno termina casi aceptando que este infausto suceso acontece como si fuera un simple titular noticioso. Cuando vemos a la pareja que aún no pasa el alambrado, símbolo del rechazo, como el legado menos diciente se nota el sufrimiento debido al desarraigo, pero algo es cierto, esta pareja, se adecúa a supervivir lejos del mundo arrebatado, como la espuma de esta obra donde la oscuridad y la desgracia son la expresión más acabada de la ignominia.

El segundo sketch se inicia, al otro lado del alambrado, con otra pareja que parece sacada de una época anterior y eso sí con mucho lujo, previsible en sus vestidos, en la gorguera del padre y en el collar de las perlas de su hija. La banalidad a veces se asoma en esos diálogos constantes. Ellos habitan en Nuestra Señora de las Nubes, un pueblo fantasmal, que parece habitar en la memoria de sus moradores.

Ya en el pueblo, aunque no lo hemos visto, sabemos que existe en su despoblamiento, y en la hija que quiere poblarlo con su amor al padre y en los otros personajes, otra pareja, la abuela y su nieto medio idiota, Meme, ellos hablan de las diversas familias y de sus contradicciones. Luego sale el gobernador y su esposa en papeles bien definidos, parientes entre sí. Por supuesto Meme con sus consejas se vuelve importante para el gobernador ya que revela un mundo sórdido como es la historia del pueblo. Pero ese pueblo se me antoja fantasmal, es como una arcadia que mueve a los actores a estar seguros porque ese pueblo como ficción existe y los alienta seguir.

Luego se encadena la escena cuando sale con maletas el gobernador y su esposa, además la pareja de exiliados ya ha traspasado la valla, entran a escena con gafas, cámaras de fotografía y guitarras como si habitaran en un paseo sobre su colcha de cuadros. Entonces aparece en escena el director de orquesta dirigiendo músicos invisibles, muy contento, que no le hace caso a una chica, su asistente. El inventor de cosas inventadas en su silla de ruedas con su esposa, tan desquiciada como él. En otra parte añade la mujer antes vista, el exilio comienza cuando empezamos a matar las cosas que amamos. Luego, al final, llega otro cuadro con una frase que involucra, una suerte de delirio final, supongamos añade cada una de las tres mujeres a gatas sobre el piso en ese diálogo imaginario, incordio final, como un círculo vicioso que supone lo que no va a ocurrir. La acción continúa con un actor sentado al borde del escenario dirigiendo al comienzo unas palabras al espectador y así mismo habla con el pelícano que hace cosas imposibles, hasta seguir en un monólogo delirante.

Todo matizado con ese humor que precede y hace patética la desgracia, un humor que se desliza en el habla así de golpe, así casi sin darse cuenta en esa habla cotidiana donde esos chispazos de las palabras parecen sacar a estos personajes de ese momento donde sale la paradoja, que es como un tenue brillo en esa oscuridad de vidas sin una solución próxima, sino ver como lo cotidiano ha sido destruido y aun más se debe habitar un suelo extranjero donde la nueva vida apenas se acomoda. De ahí que ese humor que destila tenue, preciso, pero síntesis de ese dolor que se percibe lejano que a veces se convierte en ese brillo en la oscuridad de vidas al desgaire.  

¿No habrá sospechado Alberto Sierra que la aceptación de su obra se debe, a lo mejor a esa dosis de humor que embarga al público, con el rápido encadenamiento de las escenas que hacen que el espectador esté pendiente, disfrute y olvide sus circunstancias cotidianas?  ¿Que es un gran director de actores en formación, que no se nota en ellos la inseguridad, sino que es notorio su tesón ahí en las tablas y que esta obra da ese tiquete a cierta felicidad ya que el tiempo ha pasado y sentimos que la hemos pasado en un oasis? Quizá, ¿se ha planteado la cuestión del equilibrio en sus diálogos? ¿De la precisión del tiempo en cada una de las escenas? Algo es cierto, con el transcurrir de los años la experiencia se torna en aquel conocimiento, en aquella ductilidad para darle confianza y cordura a los actores para adaptar los textos, construidos entre todos, con esas dosis de dramaturgia precisa.

Escribir esta nota sobre Alberto es un simple acto de justicia a la parte creativa que brilla en él, a su tranquilidad de saber todo lo que hace, lo que protagoniza, lo que dirige, lo que indica con antelación para que la obra de teatro posea su punto de vista, que sea una comedia en toda la extensión, es decir la significación de ese teatro formativo que él prohíja. De ahí que luego al conversar con él se acreciente, y además, que se abra ese abanico, esas páginas de su memoria que se despliegan con su estilo de dramaturgo para ser aprehendidas en una conversación que se había aplazado, y que mediante este encuentro adquiere la solución de ese secreto guardado en él, que es nada menos que su experiencia que en esos momentos determinados entrega en cuerpo y alma a la consolidación de su obra, a la confianza y cercanía que le otorga sus alumnos de teatro, con una actitud simple, con una palabra honesta, hay que educar desde esas vapuleadas palabras, pero que en él adquiere otro matiz, desde el amor.





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