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Víctor Bustamante
El acto de presentar un libro no posee una historia en el país, no hemos sabido ni donde ni cuando, es decir en qué lugar se presentó Tergiversaciones de León de Greiff, ni Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea, o de Edgar Poe Restrepo Víspera del llanto. Solo he mencionado tres grandes libros que a pesar de la poca presencia en los manuales se han abierto camino hasta llegar de alguna manera diversa hacia nosotros, ya sea sorteando el tiempo, ya sea por esa comunicación boca a boca entre lectores ávidos de saber qué es lo que hemos escrito, en esa larga lista de libros que se van dejando de lado y que solo el espíritu y el deseo de alejarlos de la guillotina del olvido obliga a un acto de justicia literario.
Por esa razón estamos
aquí reiterando la solidaridad para saber que, con esta nueva publicación Omar nos
da a entender que está activo, y que la poesía en Medellín anda bien de salud lejos
de las oficinas de premios y de la taxonomía de los turistas, y da sus frutos
dorados en otros lugares de la misma ciudad contradictoria y amada.
Pero, ¿qué es Cicatrices en el habla de Omar Castillo,
son las heridas que aún no se han restañado o es la herida misma? ¿Son los
poemas mismos que han sido interpolados y creados que dan la intención de
aprender cierto tipo de vivencias del escritor? ¿Será
cada poema una herida, un fruto, un resultado o una insistencia?
Sería demasiado fácil
entender el oficio de la poesía como una continuación de poemas puros y simples
en el panorama personal de quien escribe, pero a medida que fluye el tiempo
inverosímil con sus hallazgos y tropiezos, que la experiencia asuma otras
indagaciones y que otras lecturas abran
los laberintos hacia otros universos ya
es posible escudriñar que en cada libro de un autor no solo hay poesía que
se consolida en otras esferas sino nuevas preguntas y temas que el poeta va
asumiendo con los años luego de un proceso elaborado y fértil de su escritura.
Es más, a medida que se construye un Opus, surgen otras zonas titubeantes,
otros territorios firmes, con esas obsesiones que son el sello o la impronta de
cada poeta que desde su nicho creativo ha ido construyendo y abordando otros
tiempos y circunstancias en ese diálogo permanente entre el creador y las palabras,
en esas circunstancias y silencios que lo arredran. Efusión y disciplina, fuego
que desbroza en las soledades interiores o en elaboradas calmas necesarias para
que el poema surja.
Así cada vez el poeta
asume el abordaje y asalto al buque fantasma de las palabras que abrigan y, así
el poeta, necesariamente escudriña desde esas esquinas y calles, desde esos
folios y notas, desde esas primeras palabras con la señal que lo rodea y con su
niebla dispuestos a atracar por que quien escribe no ha dado su brazo a torcer.
Así su poesía.
A este interrogante
que sirve como proemio, como incitación a este texto, Omar la respondería así
en Poética.
“Y si me quedó en los
pasajes que me muestran / sin preocuparme por llegar al final del poema, /
Si es que el poema
tiene final”.
Esta duda ya había
sido resuelta en ese diálogo permanente entre poetas al decir Valéry: Un poema nunca
se termina solo se abandona.
Esta última
afirmación de que si el poema tiene final lleva a la consideración siguiente,
cada poema está abierto, no solo es una pieza en sí, sino que hace parte de esa
trama de ilusiones perdidas que se aborda cuando se escribe, pero también puede
ser continuación de otro poema que se está asomando en un cuarto lleno de
monstros nocturnos como en La pesadilla
de Fussli.
Esa reflexión sobre
el acto de escribir es notoria en Alquimia, “Un poema cuyas palabras permitan
un decir que suelte el habla”, es decir que la palabra primera se pronuncie y
se diga tal como sale de la mano, así con su peso específico y mantenga su
significación precisa, que comunique y así mismo que destelle en la oscuridad.
Me detengo en algunos
poemas dedicados a algunos escritores, si lo hago es porque ellos lo acompañan
en este libro, si los menciono es porque ellos le han redefinido un espacio,
una clave. De no ser así ni los mencionaría en este libro, ellos debían acompañar
al poeta, solo él lo sabe, y, sobre todo, la razón por la cual los ha elegido.
Uno de ellos, León Pizano,
que es una suerte de poeta errante en ese rescoldo de ingenuidad y pasarela que
se ha convertido la poesía en Colombia. Omar le guarda mucha veneración y, es más,
es quien lo ha hecho conocer. Pizano es un poeta distinto con otras preocupaciones
a las de los aedas nacionales y de lira colgada en el ministerio de cultura. De
Pizano nunca he visto su rostro, es decir las señales que han cuarteado su rostro
y que expresan su ser. Con Gottfried Benn dialoga a través de su libro Morgue en esos instantes sangrientos y
paisajes destrozados de 1945. Con Ezra Pound, hay también una cercanía de vieja
data ya que este lo ha acompañado desde hace años y es más en su revista Otras palabras siempre ha estado
presente en Medellín. Jacques Prevert, aquí está presente pero no con ese inmenso
poema, Hojas secas que inspiró a Josehp
Kosma, a componerle música, que traspasa el tiempo en la voz de Ives Montad. Prevert
con su aparente simpleza también acompaña a Omar como mensajero en ese texto. Giuseppe
Ungaretti culmina esa asociación de Omar con sus poetas nombrados a los cuales
cita para que le sirvan de compañía en su poema, Tributo, y es así mismo de quien
se cita unos versos, versos que lo han conmovido. Pero Omar no menciona a Seferis,
en el título, sino que prefiere nombrar al poema En un recodo, por su nombre,
pero si echa de menos a ese náufrago interior, Estratis el marinero.
Lo que comienza con
una buena dosis de poesía y de diálogo nunca acaba, continúa como una posesión
por mucho tiempo, así la poesía es digna de quien escribe, la poesía así es una
utopía a la cual perseguimos cada vez, y cada vez esta se corre al costado o aún
más adelante para fraguar el poema aparentemente apresado en sus fauces.
El agua es un
elemento que persiste en varios poemas, como si el anmio universal, se impusiera
y quisiera dominar desde su omnipotencia. El agua fluye a través de algunas
páginas, está presente deteriorándose en la lluvia, redefiniéndose en el mar,
mirada desde la sombra a la orilla de un
río y creando ondas, también en la madrugada vuelve en el habla silenciosa, y
finalmente, como un agua lenta sobre arenas petrificadas, degradándose, y
también al mismo tiempo, haciéndose pasar ilusoriamente como solo un elemento
vital logra mantenerse firme y necesario, pero en realidad se vuelve simbólica,
al añadir agua lustral, es aquella que purifica al poeta.
Los poemas sobre
Medellín ennoblecen a la ciudad y a su centro donde rumia algunos libros o se
dan algunas conversaciones: El Astor, o sea, al vivir y caminar nombra la
ciudad, esta existe.
En síntesis, este
puñado de poemas posee un paisaje diferente dado en este caso por otros
espacios visitados por el oficio, por la disciplina y la certeza de mantener la
poesía en Medellín lejos del exceso de los reflectores y de los viajeros ilusorios
con sus diplomas, pero sin preguntas, que no supuran un oasis personal en medio
de este desierto de pensamientos breves y estériles. Nunca hemos visto tantos
poetas viajeros sin poesía. En otros términos, el oficio poético corresponde a
la superación, a las indagaciones y del que no sobra decir lo que significa en esos
momentos de baja intensidad, no consiste en una pura y simple presunción de una
negativa a no callarse sino mantenerse a flote como un enlace con los grandes
poetas que nos precedieron, dejando de lado la brutal circunstancia admitida
por el silencio impuesto o aún más por los desalojos. De ahí que Omar admita
otros laberintos, otras calles y otros folios, lejos de la circunstancia de
pensar que la poesía es aturdirse como amanuense o versificador. Desconfiado y
lleno de asperezas en Épsilon él lo dice,
Cómo hacen los seres
humanos
Para mantenerse en lo
estorboso
Que son los dogmas
religiosos
Y los
fundamentalismos ideológicos.
Nada más cierto, ya
que la poesía no pertenece a esa contradicción que ha representado el
dogmatismo desde ambas orillas, con sus venenosas dosis de fanatismo. De ahí
que en sus abismos personales el poeta se convierta no en el ilusorio vidente rimbaudiano,
sino en el liquidador de sí mismo portador de esa poesía a prueba de corazas verdaderamente
personales, que impide que se agote en toda su significación. Así, al escribir se
arriesga a equivocarse, a perder posibilidades y porvenires especulativos, hasta
que más tarde, mucho más tarde, se cae en cuenta que no se ha cesado nunca de
tomar sólidamente partido por su escritura en un acto supremo de fe en su
creatividad, y es entonces, cuando se da cuenta que ya se tiene una Obra. Así
Omar Castillo.
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