sábado, 10 de febrero de 2024

Las rectorías para las universidades públicas del país. / Rafael Rubiano Muñoz

 

Wiesław Wałkuski


Rafael Rubiano

Las rectorías para las universidades públicas del país.

Rafael Rubiano Muñoz

Profesor titular, UdeA.

Doctor en Ciencias Sociales (Flacso-Argentina)


“Si las humanidades y las ciencias se apartan no habrá sociedad capaz de pensar con cordura”. Alfonso Reyes.

Este año tiene especial connotación para algunas universidades públicas del país y es la ocasión (no debería ser la primordial) para reflexionar sobre su acontecer y sus desafíos. Entre los procesos de designación a las rectorías que implican procesos electoreros, por fuera en algunos casos de los propios estamentos de la universidad, asuntos de capital importancia se mueven como el magma a punto de estallar en el corazón mismo de las universidades públicas. Es cierto que factores externos tienden a desestabilizar el espíritu y la razón de ser (y el deber ser) de la institución pública: la dinámica del mercado, la globalización, la virtualidad, las redes sociales, así mismo la injerencia política a nivel local, departamental y nacional, sin embargo, se entrecruzan otras formas de inestabilidad que ya constituyen enfermedades crónicas de la institución de educación superior.

 Y si bien, algunos de los factores externos sabemos que desestabilizan (comentarios de políticos, movilidad del mercado local e internacional, avances científicos técnicos, digitalización de la vida cotidiana), hay muchos otros factores internos que son ya costras que arrancadas vuelven a poner en carne viva, los problemas de las universidades públicas en más de tres décadas. Por ejemplo, la hiperburocratización administrativa que afecta la labor y el papel de la ciencia, la investigación y lo académico. En los años 90 denunció Rafael Gutiérrez Girardot cómo después de mayo de 1968, la burocratización (no entendida en el sentido de Max Weber, es decir, esa forma racional de la ética del funcionario público por encima de los intereses y de las pasiones personales) matarían la democracia y de paso el humanismo como fuente y valor del Alma Mater.

Gutiérrez se refería al humanismo de la modernidad renacentista e ilustrado, no al humanismo cadavérico que se pregona hoy con artificio en los recintos universitarios y se usa como falso escudo de retóricas circunstanciales y de programas. El humanismo, por el contrario, es aquel que construye una percepción universal de la vida, del hombre y la sociedad, humanismo quiere decir, la capacidad de ver en lo parcial lo universal (o viceversa), el sentido de lo humano como diálogo sólido entre la visión científica- técnica con visión social y humana. El deterioro de esa visión es perceptible en las apuestas de la universidad, en sus propósitos misionales y en las mallas curriculares, una cosa es pregonar y otra la voluntad efectiva de colocar como objetivos y metas las aspiraciones humanas, desde el aula hasta los consejos académicos de facultad y otras instancias.

Otro factor interno. El clientelismo y la perversión de elección de los cuerpos colegiados de la administración académica. En la tradición sociológica que va de Emile Durkheim, a Max Weber, de Max Horkheimer a Pierre Bourdieu y Françoise Dubet, se puede examinar que las instituciones (públicas y privadas) más allá de su funcionamiento aparentemente racional de estatutos, normas, reglas o procedimientos regulados por leyes, funcionan a partir de afectos, pasiones y de lealtades, más que de competencias o de méritos. Allende la calidad objetiva, lo que prima es la servidumbre y la obediencia a jefes, directivos o de quienes tienen el liderazgo de los organismos colegiados, o aun estando en desacuerdo se asume la actitud de la inhibición o el silencio, que es inmoral y antiético, porque nada tan vil es callar por complacencia y por mantener un puesto de trabajo.

No es anormal la fidelidad basada en la ciega subordinación, aunque proporcionalmente es absolutamente normal que quienes ocupan los cargos directivos de los estamentos universitarios tiendan a elegir en sus respectivos subcargos, a aquellos que no les sean rivales superiores, en términos intelectuales (no es una cuestión de títulos, aunque se cree en esta villa universitaria que por ser doctor o doctora, ya se pueden sentar en las cumbres del olimpo del saber, prejuicio y falsa conciencia, ojalá ojearan El Príncipe de Maquiavelo, les serviría mucho a ciertos directivos o directivas). No se elige a aquellos competentes específicamente, por experiencia o por la capacidad reflexiva o analítica, por su producción científica en un campo o por su trayectoria, sino por inexperiencia, por poca experiencia) para poder ejercer el dominio o el mando que se desea.

En fin, en los subcargos (y hay que cuestionar la competencia de quienes asumen los altos cargos universitarios) se designan personas (algunas, no todas valga decir) que no tienen el carácter, los derroteros y la trayectoria para ejercer en esos organismos administrativos y académicos, y si son coronados allí, para decirlo con Paul Benichou(1), es más por complacencia, por el pago de una deuda o por sobrevivencia para los programas que se pretenden desarrollar. La corrosión clientelar de las instituciones universitarias públicas para el ejercicio y función de todas las actividades científicas, técnicas, y lo que queda de lo social y humano cadavérico es un factor más negativo que las amenazas de la globalización y la virtualidad.

No es insólito que quienes dizque estudian e investigan, enseñan en las aulas los fenómenos de corrupción, clientelismo, prevaricato, y otras actitudes sociales y políticas ligadas a las visiones antidemocráticas e irracionales, sean quienes desgañotados en sus denuncias propias de demagogos y de profetas (falsos demagogos y profetas diría Weber) sean los adalides de la corrupción y el clientelismo en las instituciones universitarias (¡quien no está conmigo está contra mí! Consigna de Núñez y Caro desde la Regeneración que no ha fenecido en la universidad pública en la actualidad).

No obstante todo lo anterior habría que agregar que muy por encima de las campañas electoreras de los candidatos que se postulen a las rectorías de las universidades públicas del país hay tres desafíos mucho más exigentes, por un lado el liderazgo universitario, que debe tener presente una capacidad no solamente de gestión financiera y administrativa, el rector (o la rectora de hoy) debe tener una capacidad personal e intelectual para establecer un diálogo y una efectividad nítida entre la política y la ciencia (administrar la institución logrando comprender y resolver las ráfagas de los factores políticos tanto externos como internos, es decir, el liderazgo ha de centrarse en ser competente para afrontar los conflictos). La universidad de cara a los conflictos, no solamente la universidad de cara a la virtualidad, las regiones, las violencias, la globalización mercantil y digital, por ello es esencial proponer la Universidad frente a los conflictos de cara al siglo XXI – que no son solamente lo de las violencias y guerras como se ha pretendido durante lustros - y saberlos reflexionar, analizar e investigar pero sobre todo, asumir y solucionar, bastaría que candidatos y candidatas leyeran un poco de sociología, quizás Georg Simmel (2) o Lewis Coser (3).

El desafío de los relevos generacionales. Pese al concurso de méritos, uno de los elementos ultracorrosivos de las instituciones de educación superior ha sido el proceso de jubilación y la perdida de quienes por tres, cuatro décadas o más invirtieron en su existencia y su experiencia y sus conocimientos se desvanecen cuando llega el día de su partida laboral por una de las calles que circundan la universidad. La imposibilidad de normalizar el acumulado científico e intelectual de las profesoras y de los profesores, de atesorar y de hacer fructífero su legado es un desafío que no se compensa con publicaciones parciales y marginales, con homenajes o con una selectividad al servicio de las visiones clientelares personales o de lealtades particulares por afectos o por sentimentalismo espurio. A lo anterior el despilfarro del saber existencial de profesoras y profesores, se incluye que, no es anormal que esa universidad que debe encarar los conflictos en dos siglos sea una universidad anclada en la aplicación de conocimientos y paradigmas fundados en el imperialismo colonia (Sergio Bagú) en paradigmas, conocimientos foráneos y que en dos siglos no haya hecho un diálogo estimulante, enriquecido y ante todo prospectivo con el pensamiento colombiano y latinoamericano.

No es utilizar a ultranza el saber ancestral, el indigenismo o los conocimientos, las lenguas, y las prácticas de las comunidades étnicas como sicarios intelectuales. La universidad pública del siglo XXI, está llamada a propiciar (ni siquiera fortalecer) cátedras, seminarios, foros, cursos, materias, eventos, en fin que no solamente inviten como maquillaje a la apropiación del saber y pensamiento del país sino del pensamiento latinoamericano. Una universidad pensante que dialoga entre lo ajeno y foráneo con lo propio, de seguro candidatas y candidatos rectorales no saben (o no quieren saber) de la existencia de un Andrés Bello, José Martí, Baldomero Sanín Cano, Rafael Uribe Uribe (se cumple este año ciento diez años de su muerte asesinato en Bogotá) o de Luis Tejada (se cumplen cien años de su muerte), ni hablar de Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Teresa de la Parra, Clorinda Matto de Turner, María Cano, Virginia Gutiérrez de Pineda, entre otras, porque su obsolescencia, inutilidad y vejez, aunque hay que afirmarlo, si los aspirantes a rectoría leyeran estos personajes, cambiaría más su pensamiento y percepción, su arrogancia y pedantería creyendo que son los primeros en formular y posiblemente solucionar los problemas universitarios, porque sencillamente ellas y ellos ya pensaron y dejaron un legado incuestionable e irrefrenable en términos de la solución a los problemas educativos de Colombia y América Latina, El desafío que es de considerar capital será realizar una administración pero con un liderazgo que replantee el diálogo ciencias naturales y ciencias sociales; ciencia y técnica-ciencia humanismo y no es insulso pensar que esa universidad de cara a los conflictos, si pretende mantenerse como mito y realidad, como Alma Mater, debe recomponer los lazos rotos de la ciencia (natural y social) con lo humano. Sin duda hay – al parecer – suficiente inteligencia para que ese diálogo sea repensado, reasumido, reapropiado y revertido, ya que, en la actualidad, el abismo de esos dos referentes vitales de la universidad (ciencia y humanismo) no solamente están rotos, hay una distancia importante en quien asume el saber y el conocimiento como mercenario intelectual (temas o problemas de moda) o quien los asume como vocación en el sentido de Marx (4) y Weber (5)

¿Seguiremos en esta decadencia universitaria de artificios y pomposidades? ¿de cara a qué deben hoy los aspirantes a rector y rectora concebir no sus programas electoreros, sino la universidad en medio de una pluralidad conflictiva recabar lo que ha sido la riqueza de su existencia, una visión humana que se entiende no es piedad, es visión universal dentro de lo singular, es la prospectiva del futuro a partir de la aprehensión del pasado siendo actualidad, la utopía universitaria se define en que, es la anticipación en la imaginación de algo que cambiaremos en las actitudes y la vida práctica. Serviría mucho que las candidatas o candidatos a rectoría si de verdad tienen la vocación y el liderazgo, no el oportunismo para rendir culto a sus egos y a sus corifeos de leales o de fieles, de creyentes de ocasión, miraran de fondo los conflictos de la universidad, que no son pocos, y tuvieran el decoro por lo menos de si como panfletarios hablan de humanismo, lo hagan con lectura, juicio, moral, ética, responsabilidad y sabiduría. Les serviría mucho leer a Alfonso Reyes, o a José Luis Romero o a Sanín Cano, por ejemplo, un librito muy útil de reflexiones sería el de Rafael Gutiérrez Girardot. (6)

¿Continuaremos en esta decadencia de instituciones insepultas? En esta coyuntura de factores externos e internos que complejizan los niveles de conflictividad de la universidad pública es imposible eximir el intelecto y el sentido común, los conocimientos teóricos y prácticos, los administrativos con los académicos, los científicos técnicos con los humanos, lo denunció hace décadas Jürgen Habermas (7).

Ahora una universidad de mediaciones, no de extrapolaciones y de extremismos, una universidad de diálogos eficaces, con una narrativa o retórica amplia y generosa de la vida colombiana y de la latinoamericana, podrá ser la clave en parte para resolver sus más urgentes tragedias y calamidades.

No es la postura decolonial al uso, aquella de odio y venganza la que hay que pregonar, hay que descolonizar sí, pero viendo enriquecido el diálogo de lo propio con lo ajeno, no como el sicario asesino, quienes alardean que lo que debemos destruir, dicen estos fanáticos e idólatras, según su ira, es el legado de la ilustración, el racionalismo y la cultura occidental, de eso no se trata. Universidad, conflictos, pensamiento colombiano y latinoamericano, equilibrará el colonismo intelectual y el carácter dominante de hacer de lo ajeno lo propio y de hacer de lo propio algo ajeno, extraño, inútil y subdesarrollado, lo propio es pobre, lo ajeno es lo rico.

Un desafío más. Emanciparnos mental y culturalmente es uno de los retos, más y más pensamiento colombiano y latinoamericano, en diálogo con otros pensamientos, eso es lo que se llama pluralismo universitario. Una adenda más. En el pequeño volumen titulado El mito de la universidad (8), hay una variedad de ensayos seleccionados por Claudio Bonvecchio en los que se eligen algunos ensayos analíticos de quizás los letrados y letradas más representativos de lo que se podría denominar la modernidad europea occidental, en el impreso se destacan: Madame de Stäel, Wilhelm von Humboldt, F. G. W. Hegel, H. Heine, V. Cousin, A. Schopenhauer, F. Nietzsche, Labriola, M. Adler, M. Weber, J. Ortega y Gasset y T. Mann. Por su labor constante frente al humanismo y las ciencias son notables las reflexiones de W. von Humboldt, Max Weber, José Ortega y Gasset, y T. Mann, quienes respectivamente combinaron sus actividades científicas con los problemas políticos de su tiempo y el ámbito universitario, serían referentes estimulantes para los fututos rectores.

Para compensar esas lecturas sería obligado la variedad de escritos del mexicano Alfonso Reyes, Universidad, política y Pueblo (9), por su calidad y por su visión de futuro, por su intención prospectiva y utópica, por los problemas que se reflexionan allí, podría ser una fuente para candidatas y candidatos, no necesariamente una guía de concina, sino, valga reiterar, un referente de reflexividad, análisis y horizontes de decisiones prácticas y políticas.

Ni hablar si leen a José Luis Romero (10). Se indica a Reyes por ser uno de los referentes que al día de hoy ha nutrido las generaciones universitarias de América Latina por décadas, pero la lista de nombres podría agrandarse en lo que respecta a los temas de universidad y política. En general, la lectura completa de ambos libritos permite reflexionar agudamente sobre cómo se generó la metamorfosis de la universidad, aquella que transformó la institución bajo una mirada humanista y científica a una de burócratas antiweberianos, tecnocracia y mercado. ¿Por qué hoy ningún candidato habla del legado de la Reforma Universitaria de Córdoba de 1918? No es raro, es normal.

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1 Paul Benichou. El Tiempo de los profetas: doctrinas de la época romántica. México: Fondo de Cultura Económica. 1984.

2 Georg Simmel. Sociología: estudios sobre las formas de socialización. Madrid: Revista de Occidente. 1926-1927. 6 v.

3 Lewis Coser. Las funciones del conflicto social. México: Fondo de Cultura Económica. 1961.

4 Karl Marx. Reflexiones de un joven al elegir profesión (1835). En: Escritos de juventud. México: Fondo de Cultura Económica. 1982.

5 Max Weber. El político y el científico. Barcelona: Altaya. 1985.

6 Rafael Gutiérrez Girardot. La encrucijada universitaria. Colección Asoprudea - GELCIL – Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana. Primera edición, octubre de 2011.

7 Jürgen Habermas. Teoría y praxis: estudios de filosofía social. Madrid: Editorial Tecnos. 1987.

8 Claudio Bonvecchio. El Mito de la universidad. Bogotá: Siglo XXI. 1991.

9 Alfonso Reyes. Universidad, política y Pueblo. México: UNAM. 1967.

10 José Luis Romero. La experiencia argentina y otros ensayos. Buenos Aires: Taurus. 2004

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