sábado, 18 de enero de 2020

Pablo Aristizábal /Relatos del Centro. Medellín: Patrimonio Histórico # 76

                                                                       Pablo Aristizábal

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Medellín: Patrimonio Histórico # 76

Relatos del Centro /Pablo Aristizábal
Víctor Bustamante

Siempre la ciudad, a veces mirada desde lo general, desde la perspectiva del cromo turístico que la emascula, pero Medellín es más que eso. Medellín tan estudiada en la superficie, tan analizada en los barrios altos, Medellín tan revisitada desde las mismas perspectivas, pero también la ciudad que aún posee sus secretos. No la ciudad descubierta por la ingenuidad del periodista que refirió los secretos ocultos entre comillas de la Villa, sino aquella que está ahí presente, aquella que caminamos y no la definimos, aquella que tiene una valiosa historia: el trasiego de sus escritores, el peso del cine en el Centro mismo, la de los arquitectos que definen su paisaje; aquella que ha sido habitada por diversos grupos indígenas pero que, con el paso del tiempo, pensamos que fueron una ficción. Medellín es mucho más que los eslóganes que cada alcalde exhibe, Medellín es más que los innumerables diagnósticos, Medellín aun resiste la infamia de sus dirigentes. 

De ahí que hay una investigación precisa y preciosa de Pablo Aristizábal que fraccionó en tres partes: la sorpresa del hallazgo del Desarenadero, los hallazgos arqueológicos en el Centro de Medellín, cerca de la zona de El Raudal y cerca de la desembocadura en el río de la quebrada Santa Elena, y también el estado de los puentes que aun perduran ocultos, bajo las calles en lo que es la actual quebrada Santa Elena, hoy tapada, emasculada por los medellinenses de ahora y de siempre, que la dejaron convertir cerca de los años 30 en una cloaca.

Cada una de estas partes posee ese encanto de saber que han sido lugares poco inexplorados pero que revelan otra Medellín, aun perdida en los cromos de algún álbum, y en la mutua indiferencia ciudadana, en las fotos de sus grandes maestros, pero, sobre todo, se trata de buscar, de interrogar la ciudad, que aun, a pesar del concepto fraudulentos de las diversas alcaldías, no nos ha enterado de ninguno de sus tesoros ocultos. Aquí en esta investigación hay una Medellín no promocionada, eso sí nunca derrotada sino olvidada con el paso de los años y de las mismas investigaciones y libros, y de los políticos que de patrimonio, apenas se despabilan. Aquí en esta investigación hay una Medellín que necesita ser recobrada, al abrirse nuevas fronteras.


El desarenadero

Hace unos pocos años cuando la línea del metro avanzaba y avasallaba la calle Ayacucho sin ningún cuidado fue encontrado al azar un lugar en uno de esos parajes semis olvidados. Ese lugar era el desarenadero; un nombre nuevo en la topografía citadina perdida hace unos años, pero algunos estudiantes de la Universidad Nacional encabezados por Luis Fernando González, le dieron su peso específico, ante la charlatanería que hablaba de túneles desde la Metropolitana, del tráfico de armas en la época de la Colonia llevada a cabo por españoles asustados, y un sinnúmero de conjeturas que dieron al traste cuando la investigación reveló al Medellín subterráneo. Es decir, a ese Medellín por el cual pasan miles de transeúntes y como siempre ocurre, ante la cultura del afán, nunca interrogaron ese lugar. Además, el poderoso metro de Medellín, sorprendido por ese hallazgo y, sobre todo, por las denuncias, debió realizar una tregua en sus ampliaciones de la calle Ayacucho, aquella que ha destrozado palacetes, casas y fachadas y la valiosa historia de esa arteria, pero el metro sigue para adelante aun con sus frasecitas torpes y moralistas en cada viaje, mientras daña el patrimonio y continua talando árboles a su paso.

Carlos J. Escobar, en un libro, obra total, Medellín hace 60 años, da pistas acerca del desarenadero. En la Santa Elena, por la Toma, más abajo de la primera planta eléctrica de la ciudad se encontraba el famoso charco de Las Perlas, sobre ese charco de nadadores, pasaba una canoa de madera que tomaba agua de la Castro, para luego ser vertida en una cañería que iba desde allí hasta el desarenadero, en Ayacucho, a los predios del solar de la casa de Francisco Villa, para operar lo que sería el primer acueducto municipal. Este, como buen paisa ventajoso, también poseía sus negocios, los Baños de Villa; él era conocido como el fontanero municipal, y para su regocijo sus admiradores lo llamaban ingeniero.

Cuántas veces llegamos a caminar por Ayacucho, por los lados del palacete forrado en cemento con ventanales de varios colores, siempre mirados con atención sin sospechar que en su interior y aún más, en sus sótanos, se guardaba una de los más sorpresivos descubrimientos: el desarenadero.


Quebrada Santa Elena

Cada día, como una reminiscencia muchos medellinenses caminan por la Avenida la Playa sin apenas recordar que bajo el asfalto de esa calle que cambia de nombre tres veces, se esconde la quebrada Santa Elena. Pero decir se esconde es apenas un subterfugio, es decir, no se esconde, la escondieron. Ya desde el crecimiento de la ciudad, de la Villa, en 1920, mejor, su cauce creaba cierta problemática con sus inundaciones, así como en los sectores de Junín y Sucre se estableció algo así como un matadero municipal que con sus carnicerías, vertían sus desechos a la quebrada mítica pero esto se terminó en 1821. Su cauce desde Palace hasta el Pablo Tobón se ha rectificado y encausado de tal manera que su recorrido se acondicionó con pretiles, con trinchos y estacas, desde comienzos del siglo XX, incluso, sus orillas eran resguardadas y cuidadas por trabajadores municipales o por los presos. Estos últimos pagaban su condena laborando en obras públicas. Un caso peculiar fue el de Pedro María Álvarez, “Marrullas”, soltero y albañil. Álvarez, en un descuido de los vigilantes, marrullero, prefirió huir de los trabajos; no se soportaba él mismo ni que lo vieran sus amigos obligado a trabajar, hasta que fue apresado de nuevo, en una cantina, por los lados del Cementerio de San Pedro.

A medida que la ciudad se urbanizaba por este sector la quebrada se convertiría poco a poco en un alcantarilla, siempre estuvo como depósito de desechos y aguas servidas, a través de ductos denominados albañales. En una crónica sobre la quebrada, Carrasquilla admite que esta se convirtió en un desaguadero.

Desde 1924. La oficina de Ingeniera municipal decidió que debido a la problemática de salubridad era necesario canalizarla, y luego ocultarla bajo pesadas losas de hormigón. Desde los años veinte se cubrió la parte que va desde Junín a Palacé. No era para menos, la contaminación debido a las mansiones, de las casaquintas que la bordeaban y de las industrias aledañas; una de ellas, Coltejer, dieron lugar a que las aguas se volvieron turbias y aún más, sucias y malolientes.

Al taparse la Santa Elena, en 1930, como la gran obra del Centro, en el sector de Junín, hasta lo que es hoy el Pablo Tobón, se perdieron las dos calzadas a lado y lado, por supuesto, que al canalizarla comenzaron a taparse y a destruir nada menos que los quince puentes que cruzaban la quebrada, llevándose bajo el asfalto, el paisaje y parte de la historia y de la arquitectura de Medellín.

Pero ahora, bajo otros parámetros y otras sensibilidades, en esta investigación, reaparecen en fotografías, algunos de estos puentes. Me referiré solo a uno de ellos, él que está situado en Palacé con la Avenida Primero de Mayo. Al mirar una de las fotos de Darién Márquez, que es toda una sorpresa, debido a la magnificencia de su construcción en ladrillos y con arco, claro que oculto bajo tierra, y el cual ha soportado años de asfalto y movimiento desmedido de autos y buses, aún intacto en medio de la oscuridad y de la contaminación más crítica del Centro. Este Puente de Palacé tapado por la “insignia del progreso”, impuesta por Ricardo Olano y sus dicterios a los considerados Hombres estorbo, que avanza aún sin prestar atención a los reclamos ciudadanos, fue construido en madera en el año de 1868 por don Pablo Lalinde y José María Álvarez; era muy estrecho y solo servía para transeúntes; tenía solo un pasamanos débil, a su lado había una canoa por la cual pasaba el agua de La Sociedad la Ladera para abastecer a los habitantes de la calle Boyacá. Luego fue modificado en ladrillo por el ingeniero y constructor de puentes y barcos en madera, el alemán Agustín Freidel en 1873, dando comienzo desde allí al barrio de Quebrada Abajo. Freidel correría con mala suerte: moriría al caer durante la construcción de uno de sus puentes.


                 Puente Palacé (fotografia de Darién Márquez)



En este Plan Parrilla, EPM, para mejorar su parrilla, es decir, el consumo de energía, realizó los estudios arqueológicos en una superficie de cincuenta hectáreas, desde la Avenida Oriental hasta Ayacucho, desde el Pablo Tobón hasta el río. Se han tenido en cuenta los descubrimientos de vestigios desde el sector del Raudal hasta la desembocadura de la Santa Elena, no es que el Raudal sea un raudal, sino que se trata de uno de los afincamientos de un reducto pobre de la bohemia guayaquilera en el Centro, con lindas meseras y todo tipo de ingredientes que animan la vida por ese sector y, por supuesto, al hampa local de todos los colores. Pero no nos referiremos a este lugar sino a la continuación de los hallazgos de este estudio donde se han encontrado vasijas en cerámica pertenecientes a diversas tribus que se aposentaron en estos lugares, así como restos de vajillas extranjeras que permiten un estudio de los gustos y boato de las familias en épocas posteriores. Con esos descubrimientos también se rearma la ciudad avasallada, ya que el llamado progreso como la esquirla principal para el desarrollo y los negocios va de frente dando una imagen siempre nueva a Medellín, según lo anota el historiador Luis Fernando González.

La ciudad, Medellín, aun debe guardar muchos secretos, unos ocultos a propósito, otros relegados por el desinterés continuo, pero otros que, como los actuales, entregan mediante este tipo de investigaciones, diversos momentos históricos, ante un medio académico y político, conformista y lleno de prejuicios, donde casi siempre se repite la misma caspa para el consumo y la falsa y mutua admiración, como lo diría De Greiff, “Para el asombro de las greyes planas/ suelo zurcir absurdas cantinelas”.



2 comentarios:

VIGÍAS LOS ROBLEDALES dijo...

LA TAREA QUE REALIZAS VÍCTOR, ES BASTANTE SIGNIFICATIVA Y VALIOSA;EL LLAMADO "PROGRESO", NOS HA DESVALORADO LA CIUDAD EN LO DEL PATRIMONIO CULTURAL. POCO A POCO VAMOS REDESCUBRIENDO SITIOS QUE NOS HABLAN DEL PASADO CONSTRUIDO Y EL CUAL, REFERENCIÓ LA CIUDAD A NIVEL NACIONAL Y EUROPEO.

ES UNA TAREA DISPENDIOSA, LENTA PERO NOS DARÁ VALIOSOS RESULTADOS PARA RETOMAR EL RUMBO DE LA URBE Y EN BENEFICIO DE TODOS, ESPECIALMENTE DE QUIENES NOS INTERESA UNAS CIUDAD CIERTA.

Guillermo Aguirre dijo...

Buen escrito.