domingo, 3 de febrero de 2019

LA CIUDAD QUE SE FUE / Darío Ruiz Gómez




LA CIUDAD QUE SE FUE
Darío Ruiz Gómez
Cuando hace treinta años la ciudad comenzó a ser el escenario de esa mayúscula pesadilla que fue la violencia del narcotráfico, las autoridades de entonces al inicio de esta violencia recurrieron al fácil sofisma de que “no había de qué preocuparse ya que esos crímenes  eran entre bandas rivales  y por consiguiente el ciudadano nada tenía que temer”. Rápidamente  la espiral de crueldad y sevicia nos comprobó  que no era cierta esa disculpa  ya  que rápidamente los derechos del ciudadano  fueron descaradamente atropellados. Me refiero al derecho a circular libremente, al derecho inalienable a vivir sin temor, al derecho a la vida comunitaria. El ciudadano fue abandonado a su suerte ante  la desmedida capacidad de intimidación  de las fuerzas del mal, desaparecieron  el espacio público,  la cultura de la noche, en una medida tan trágica que nunca, en la  aparente paz que siguió,  fuimos capaces de  hacer  la  crítica sobre el significado de ciudad,  sobre lo que  el sufrimiento de las familias destrozadas supuso hasta convertirse en cicatrices que cada ofendido disimula con ese pudor que caracteriza al justo. La mayor  tarea a cumplir por parte del Gobernante de una ciudad no es otra  que  la recuperación  de los espacios para la vida cotidiana  pues  es desde la vigencia  del  intercambio social desde donde  podrán cobrar significado  los planteamientos sobre planificación,    esparcimiento, educación ya que  solamente así tendrán justificación  también  las obras públicas  y podrá pensarse en enfrentar  debidamente a la nueva patología social.  Esto supone  la tarea de derribar las murallas que se oponen a  la  pluralidad social, a la existencia  de una ciudad mestiza,  recuperando la intensidad cívica de la vida  agredida  de la  comunidad y oponiéndose al terror que se ejerce contra la  ciudadanía. Es lo que llamamos un proyecto  urgente  para una ciudad más compleja, más desgarrada, brotada  de la presencia  de distintos  actores   ya que lo que puede venir con las nuevas  agresiones   al territorio  urbano es lo que  Loic Wacquant señaló en sus extraordinarios estudios sobre el gueto  o sea el hecho palpable  de que los  guetos   se han  consolidado  como  “otras ciudades”  respecto  a  la llamada ciudad del progreso y de este modo muchos  de  estos  territorios  permanecen  bajo la autoridad impuesta por las organizaciones criminales  e incluso  puede hablarse hoy de que esas  otras ciudades  dentro de la ciudad están en guerra abierta contra la ciudad  como lo comprueba la inseguridad creciente. ¿Qué podría suceder en una tierra de nadie determinada por las fronteras invisibles y bajo la economía impuesta por estas organizaciones?   Es lo que Bernardo Cechi califica como la “injusticia espacial” que en nuestro caso se expande, además, por las terribles desigualdades  que crean  las alianzas del dinero  del narcotráfico con la nueva especulación inmobiliaria, lo cual supone   la fatal desaparición de  la posibilidad de controlar y racionalizar  el crecimiento desmedido, las invasiones dirigidas,  mientras  silenciosamente  se tugurizan  calles y espacios de la ciudad tradicional que al carecer de protección son infiltrados por estos nuevos y desafiantes  poderes. ¿Han visto desde el aire el anillo de miseria que rodea a la Cartagena turística? ¿Han visto la miseria y la exclusión de Ciudad Bolívar? ¿Han visto la apabullante miseria del  Terrón Colorado  caleño?   Bajen la mirada porque todo  lo que rodea a Medellín son  estas ciudades  secuestradas y para siempre  en obra negra. Por esto las publicitadas  “obras de progreso” no pasan de  ser maquillajes puntuales.

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