lunes, 4 de febrero de 2019

Salsipuedes de Jorge Marín Vieco / 72. Patrimonio Histórico de Medellín




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72. Patrimonio Histórico de Medellín

Salsipuedes de Jorge Marín Vieco

Víctor Bustamante

Alguna vez, buscando un perfil, una nota sobre Jorge Marín Vieco, debido a la remembranza de Salsipuedes en un porro de Lucho Bermúdez relativo a la dificultad de salir de su casa, donde también vivió el compositor, me quedaba sorprendido, no sabía esa historia que apareja la canción y, así mismo, que lleva hacia ese lugar, o sea, la canción que escuchamos y bailamos, portaba un mensaje, nunca subliminal sino latente: ser la casa de Jorge Marín Vieco y, además, un lugar de encuentro, apreciado por diversos artistas; un oasis en la ciudad pujante de industrias y  transacciones en 1940. De tal manera, Bermúdez, en su lucha musical, me sirvió de punto de referencia para buscar al escultor, ya que una casa es el símbolo de su dueño. Además, Jorge Marín Vieco se merece toda la atención, debido a su talento y a esa manera de ser, amable, señero y a la elegancia en su trato con las personas. A los que escuchamos Salsipuedes, esa canción melódica y, además, muy pegajosa, sorprende con la historia que había detrás de ella, es decir, esa canción es, era la punta del iceberg, que nos remitiría nada menos que a una Medellín muy específica, y, sobre todo, a la casa de un artista, donde aún habitan sus pinturas, sus esculturas, su jardín y, además, aun se respira su ámbito personal.

La primera huella hacia el camino que conduce a Jorge Marín Vieco, es su obra escultórica impresa en el Edificio de la Beneficencia de Antioquia, ahí en Ayacucho con Sucre, se trata de los Chibchas Aprendiendo de Bochica y adorando el sol, la Historia del Desarrollo Industrial, la Amerindia, localizadas en el vestíbulo y costados del edificio de la Beneficencia de Antioquia. En estos relieves, está Marín Vieco de cuerpo presente, y, además, en un momento donde el escultor muy a tono con la época se interroga sobre el origen y, sobre todo, en la necesidad de explicarse el aporte indígena. De ahí que en el portal del edificio de la Beneficencia de Antioquia, cuatro indígenas realizan su labor y esperan a los visitantes o, a lo mejor los transeúntes los miren de nuevo.


Uno de los cristos de Salsipuedes

Luego, el otro extremo, para aproximarme a Marín Vieco sería otra escultura, Hombre en busca de paz, situado en  Campos de Paz. Pero entre dos de estas obras, las que más he conocido en la ciudad y visto, están: los crucifijos, los San Franciscos, los Quijotes, el monumento al Arriero en Fizebad; el Bolívar en la Avenida de las Américas de Guadalajara; el Monumento a Juan del Corral en Santa Fe de Antioquia, el Barequero, en el Banco Francés e Italiano en París. Además, unos ciento treinta bronces, están recopilados en la Casa Museo Salsipuedes.


A mediados de 1938, Bernardo Vieco, el gran escultor,  decide trasladarse a vivir a Bogotá en busca de nuevos horizontes, por tal motivo, decide dejarle a su sobrino, Jorge Marín Vieco, su taller con algunas obras inconclusas, situado en la calle La Paz, Nro. 23 BIS, con el propósito que él termine algunos compromisos pendientes.


El taxi tomado cerca de la estación del Metro de la Floresta nos lleva a Faduil Alzate y a la arquitecta Luisa Vergara, en otro viajan otras visitantes. Vamos arriba, a la carrera  91 No. 65 C-95,  Robledo La Pola. A la entrada un aviso, Salsipuedes, con letra legible y otro sobre baldosines con letra de imprenta. Ya, al frente de la casa, por fin se cumplía esa posibilidad de conocerla, de merodear el espacio de un gran escultor que, además, fue restaurador de pianos, vitralista, saxofonista, dirigió su orquesta de jazz, Ritmos. Uno de sus aportes como decorador, aun es visible en el Teatro Lido.

La casa enclavada en medio de diversas urbanizaciones que han ido mordiendo el espacio de la finca,  aun así, desde la entrada, veo el camino que conduce a esa mítica residencia que hace años quería visitar. Mejor, hay dos caminos, uno para los autos, y otro con escalas de piedra para los caminantes, ambos, se pueden transitar en corto tiempo para llegar a ese destino que siempre me ha inquietado. Por el camino, ya cerca en la planicie de la casa, paralelo casi al corredor, en la entrada, el jardín combinado con las escultura donde se respira un Medellín apaciguado, y ahí mismo una balaustrada con el homenaje que siempre quiso realizarle Marín Vieco a sus artistas preferidos. Los grandes rostros sirven como preámbulo: José María Córdoba, Jorge Artel, Beethoven, Gonzalo Arango, Fernando González, Gaspar de Rodas, Carlos Vieco, Lucho Bermúdez, Simón Bolívar, Marco Fidel Suarez, y Porfirio, así como los cristos, las diversas versiones de cristos, unos cincuenta, alrededor de la casa, como si Marín Vieco quisiera darle, según su instante creativo, una versión diferente a ese momento simbólico de la muerte. De ahí cobra ese valor inconmensurable su casa, esa casa que poco a poco fue ideada, modificada por él mismo, ya que al crearla como su centro de actividad, donde residen sus esculturas, aun respira esa primavera creativa, que con el tiempo ha dejado allí su huella en cada una de esas esculturas que lo emplazan, que lo nombran.


Aquí, por este jardín, por estos pasillos, en este interior, residió Marín Vieco, por aquí el aroma del tabaco de su pipa lo acompañó mientras ideaba lo que serían sus obras, la persistencia en inspirarse, para que sus manos ablandaran el barro con sus primeras ideas para que esos modelos luego se cristalizaran en alguna de sus esculturas.

Pero si hay pocas notas escritas por él mismo sobre su proceso creativo, sobre como inicia una escultura y a partir de un boceto, que luego al barro como una maqueta posible hasta verla erigida, en algún lugar ya definitivo, también es posible realizar una lectura sobre sus intenciones, sobre esa visión espiritual que él poseía. Su afición por representar los diversos cristos nos dan la medida de su espiritualidad, al quererse explicar, desde diversas concepciones propias, un evento que posee la exegesis desde siglos, como si él quisiera explicarse una muerte tan representativa, tan llena de significación, pero esa espiritualidad, es aún más notoria en los diversos San Franciscos, aquel que otorgó un carácter más humano y de más poesía, llevando a la práctica misma sus intenciones de trascender con humildad y decoro. Asimismo es posible encontrar sus huellas en la dimensión que les otorga a sus diversos Quijotes, aquel caballero que por la Mancha no sabe hacia dónde cabalga como si el escultor reflejara en él, la locura, el viaje por campos llenos de retos y endriagos, pero también en la búsqueda de la vida que se abre con sus horizontes que cada vez se alejan como una utopía. Su cercanía al concepto de los chibchas al expresarlos inmersos en sí mismos, con sus rostros llenos de silencio. Es como si él buscara nada menos que traer ese mundo destruido para sintonizarlo con un presente lleno de olvidos, lleno de caminos, sin un origen que se enlace son ese pasado memorable. Y aun en esa inferencia él les realiza este homenaje, el concepto de un país que reniega de su origen que no se entrelaza con lo que en realidad ha sido. Ahora miro la estructura de Hombre en busca de paz, o Resurrección, hay tanto de inconmensurable en ese gesto del hombre que recibe el viento, que parece remontarlo a las alturas, desnudo, sin equipaje, que podría tratarse de un Cristo sin cruz adherido a un círculo. En esas diversas aristas es posible juntar sus significaciones y saber que Marín Vieco ahí se expresa, en esa infinitud, inscrita en su misma obra. Me recuerda este poema de Barba Jacob: Yo fuerte yo exaltado, yo anhelante.

Hay una foto donde Marín Vieco esculpe la cara del Hombre en busca de paz, viste delantal blanco y sombrero, aun el rsotro está en yeso y ya se prepara para vaciarlo, hay otra donde el escultor se halla recostado a los pies de lo que será un monumento y saber cómo desde allí se elabora ese modelo.


Jorge Alberto Marín 


Sí, por aquí en el interior de este espacio, de esta casa conversaron en encuentros posibles varios artistas ya consolidados. El más mencionado es Lucho Bermúdez con su esposa Matilde Días. Ellos, con su orquesta, habían llegado a Medellín por segunda vez en marzo del 1948, contratados por el Club Unión para la inauguración del Salón Dorado. La Orquesta de Bermúdez estaba conformada por el pianista Gerardo Sansón, Gabriel Uribe, Luis Uribe Bueno, Alex Tobar, entre otros músicos, también dos clarinetistas y saxofonistas; el negro Jack, baterista peruano; el vocalista Bobby Ruiz su intérprete estrella, pero muchos de ellos no vinieron a Medellín.

Ya en Medellín, Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, eran asiduos visitantes en Salsipuedes, incluso vivieron allí durante unos meses. Bermúdez había conocido a Jorge Marín Vieco, músico y escultor, un año antes en Bogotá. El nombre de Salsipuedes se debe a que una noche de 1949, Marín Vieco invitó a diversos amigos a un baile para inaugurar el mural que su amigo Horacio Longas pintó en la sala de su casa. Esa noche de fiesta subieron allá, a Robledo, unas doscientas personas, pero a la salida, la lluvia anegó de pantano las carreteras destapadas, dificultó el regreso, a los invitados y a los pegajosos. Lucho, sin lucha aseveró, 'sal si pue'.


Fabio de Jesús Casas Arango anota algo preciso que aclara el origen de Salsipuedes al rememorar un libro Recordando de Alberto Burgos donde éste entrevista a la primera esposa de Jorge Marín: “Es bien sabido que Marujita Muñoz, (María Muñoz Duque) oriunda de San Pedro de los Milagros fue la señora esposa del maestro Jorge Marín Vieco. En entrevista realizada a Marujita Muñoz por Alberto Burgos Herrera ella manifiesta que "un día llegaron a nuestra casa unos señores de apellido Zapata y dijeron a Jorge:.-Don Jorge, allí en el sector de La Pola hay una casita que venden, la están rematando y la están dando muy barata; vaya con la señora y vea la casita. Fuimos a ver la casita y Jorge me dijo: ¿Vos si sos capaz de vivir aquí ?. Claro que soy capaz, yo sí, ¡ yo sí!.  ... Y poco a poco la fuimos arreglando. Jorge por su oficio de músico y escultor compraba algunas revistas, y algún día compró una argentina llamada La Chacra; en esa revista estaba la foto de una casa campestre hecha con arcos y muy bonita, y Jorge me dijo: -Ve Marujita, mirá esta casita. - Sí, está muy bonita. - Y ahora que vamos a reformar la casa, ¿por qué no hacemos la nuestra así? Tumbamos ésta y poco a poco levantamos una como la de esta foto; yo soy capaz de hacer formaletas para esos arcos, y con despacito la vamos levantando.  Y así fue; con cualquier centavo que conseguíamos hacíamos un muro, luego un arco, una parte del techo, y lentamente apareció la casa a la que bautizamos Salsipuedes, pues en la revista decía: Casa de campo en Salsipuedes, Córdoba, Argentina. El cemento era a 2.50 pesos el bulto, los adobes y las tejas eran a centavos, la madera y todo era muy barato... ¡Ahí aprendí yo tanto de albañilería!... incluso sabía mezclar las pegas y por supuesto pegar adobes.  ..." 


De la Orquesta de Lucho Bermúdez fueron asiduos visitantes a Salsipuedes, algunos de sus músicos. Uno de ellos, el contrabajista Luis Uribe Bueno, quien allí compuso uno de sus temas El Cucarrón, incluso Uribe Bueno sería más tarde director artístico y musical de Sonolux y se quedaría viviendo en Medellín, donde realizaría una gran actividad musical en algunos campos. También en diversas fotos es posible ver a Gabriel Uribe, clarinetista, flautista y saxofonista, que también se quedaría viviendo en Medellín, y además, pertenecería a la Orquesta de Sonolux, a la Orquesta de la Voz de Antioquia, y más tarde a la Banda Departamental y a la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Gabriel Uribe le inculcaría su talento a su hija, la pianista Blanca Uribe, quien desde niña lo acompañaba a Salsipuedes, donde ella ejecutaba al piano algunas composiciones clásicas. Por supuesto que Gerardo Sansón, pianista, que no era judío sino un moreno fornido también asistiría con ellos a Salsipuedes.

Una noche de 1948, memorable por la fiesta, más tarde por el nombre dado a la finca, no ha opacado el motivo central, la inauguración de un mural, una témpera, con un motivo muy de su autor, un baile típico, realizado por Horacio Longas. Longas, arquitecto diseñador del Club de Campestre, también fue dibujante pero sería más reconocido por su talento como acuarelista. Por supuesto Horacio Longas, era uno de los grandes amigos de Marín Vieco y uno de los contertulios en Salsipuedes donde aun su mural es el testimonio de un gran amigo que le ha dejado a otro artista un gran presente.

También en algunas fotografías es posible ver a Jorge Artel, su nombre verdadero era Agapito de Arco, que había escrito en 1941 un libro de poesía Tambores en la noche, donde exalta a las negritudes, de profesión abogado litigante, también había sido traductor en la ONU. Él ha dejado su huella en un poema escrito en la pared de su  puño y letra, “Cuando me vaya no sabré si un poco de esta casa se va en mi toda dentro de mi corazón o si es un pedazo de mi corazón lo que se queda en esta casa”. Artel, que ya no era Agapito, pero si un viajero y un bohemio, viviría muchos años en Medellín, sería columnista de El Colombiano, e Inspector de policía en Santa Elena. A él lo acompañaría a Salsipuedes, Estercita Forero, la gran compositora Barranquillera, durante su romance, incluso por La Habana, donde él olvidaría su efervescencia por las negritudes y sufriría el desprecio de Nicolás Guillén. En 1949 ella, como cantante, se había presentado en Medellín en el Edén Country Club. Estercita Forero, más tarde, debido a lo excelso de sus composiciones, sería considerada la Novia de Barranquilla.

También llegó asistir a Salsipuedes Argemiro Gómez, un ceramista, que fue alumno de Marín Vieco, que además era un gran bailarín, y luego profesor en el Instituto de Artes Plásticas. Él había estudiado cerámica en Italia con grandes maestros de este arte. En sus clases hacía mucho hincapié en lo precolombino, pero aquí en la ciudad no encontró un medio que acogiera su arte, ya que pensaban que trabajar en la cerámica era solo para mujeres y quien lo practicara era un gay de pura sangre. Argemiro, de tal manera, decidió irse a a Nueva York donde vivió la feroz competencia en ese arte, luego en Chicago, insatisfecho de su creación, destruyó obras valiosas de su autoría.

En una  de esas fotografías, de las pocas que hay y por lo tanto más valiosas, están Jorge Marín Vieco, Lucho Bermúdez, Jorge Artel, Matilde Díaz algunos músicos de su orquesta, tomando cerveza y en un festín al aire libre, detrás, una de las tapias de la casa, convirtiendo esa fotografía en un documento, que vence el paso del tiempo y que nos regresa a esas fiestas, a esa bohemia allá en Robledo, tan alejado de Medellín, y, sobre todo, en ese oasis, en esa casa apasionada. Más tarde a Marín Vieco, en su ausencia lo acompañarán sus amigos, en los rostros esculpidos por Jorge Alberto, su hijo, y el artista Julio Maldonado. Marín Vieco no quería que su memoria se perdiera ya que en sus jardines y, en el interior de su casa, persiste la presencia de ellos, ya fuera en una nota, en un poema, en una pintura, o en su presencia transfigurada en algún otro objeto.

También esa galería de visitantes sigue con Manolete, con Fernando González, con León de Greiff, con Alejandro Obregón, con Enrique Grau, con Pablo Neruda, con Jorge Robledo Ortiz, con el dramaturgo Campitos, que, talentoso y mordaz con los políticos había compuesto un sainete, Llegaron los parientes de Medellín, que fue todo un suceso, incluso, aquí en la ciudad le entregarían en pergamino un reconocimiento de parte de los periodistas y de algunos artistas en 1950.



Doña Jenine y Juliana

Muchos años más tarde, en 1968, a pedido del odontólogo y artista Antonio Osorio Díaz, Gonzalo Arango, como motonauta,  junto a él, recalarían en Salsipuedes. A Ambos, Marín Vieco y a Arango, los uniría cierto éxtasis por lo espiritual, visible en las obras del escultor y, aun más en Arango que, en secreto se creía un pontífice. El nadaísta diría de Salsipuedes, en un carta de 1969 a Jorge Marín Vieco: “Bueno, aquí me tienes por tu “culpa”, desolado y con una nostalgia inmensa de amistad, de tu casa tan cerca del cielo, ese corredor asomado a la ciudad que titila. Amotinado de flores, esos geranios en que la vida proclama su belleza efímera, su secreta voluntad de perfección, y en la dulzura de esos aromas una ilusión desesperada de Dios”.

Es más, esa presencia es notoria en uno de los libros sobre el nadaísta, Gonzalo Arango, pensamiento vivo, de Juan Carlos Vélez. En este texto se combinan doce fotografías de Arango, junto a la presencia de Jorge Marín Vieco con algunas de sus esculturas en las que priman sus cristos. Gonzalo escribiría un bello poema, Los cristos de Salsipuedes, donde deja presente ese carácter y esa bonhomía de Marín Vieco, así como de Salsipuedes. Es más, Marín Vieco le regalaría una talla de un Cristo al nadaísta.

Sí, sobre la casa inicial de tapia y sencilla, solitaria e idílica, en medio de la montaña Jorge Marín Vieco buscaba la tranquilidad para sus reflexiones y, además, mucho más tarde para desarrollar su arte, la escultura, además poco a poco la fue modificando, agregándole arcos, así como otros espacios para que esta casa se convirtiera en el espacio propicio para sus creaciones, es decir, la fue construyendo a su imagen y semejanza, así como cuando desde el barro él moldea alguna de sus figuras. De ahí el patio con sus esculturas, los cristos en las paredes. De ahí la sensación que siento al entrar, al caminarla, al mirar la sala, el comedor, los espaciosos salones, las fotografías, las pequeñas esculturas, los pianos, sus grandes esculturas. Aquí Marín Vieco ha dejado su obra de arte: esa casa, su  casa, encalada con paredes blancas, y ese jardín donde alguna vez el perfume de unas mil quinientas matas de rosas recibió a los visitantes, junto a las doscientas matas de orquídeas. Pero sobre todo, sorprende la presencia de sus esculturas, y algo precioso, la prolongación de las tertulias de artistas donde se respira ese ambiente de otra Medellín.

Al caer la tarde, luego de una grata conversación, en el segundo piso, en un espacioso salón, Juliana, hija de Jorge Alberto, relata un cuento y ya, casi a oscuras, Jorge Alberto, su hijo, toca para los visitantes unas piezas de Carlos Vieco. Entonces caemos en cuenta que la noche cierne su tela sobre la ciudad ya no lejana sino que bordea este preciado lugar y ya es hora de irnos, así ocurre con los visitantes, pero algo es cierto, hemos obtenido respuesta a esa pregunta lejana sobre Salsipuedes, y hemos conocido aún más a Medellín.

Solo restan estas reflexiones de Jorge Marín Vieco, escritas para Jorge Alberto, su hijo, el 6 de enero de 1974:

"Empezaré a vivir nuevamente el día en que pueda; ofrecerte algo positivo, como sea que me realice como escultor con una obra abundante; y fuerte (-.). A mí me cogió ventaja la vida y los elogios que “a veces recibo por mis obras" los escucho con sensación de no merecerlos (_.). Si juntara toda mi vida me hago creer que la he dedicado por entero a la escultura pero la verdad es que si sumo el tiempo trabajado no son más de diez años dedicados a este oficio que aunque lo amo, también con frecuencia rechazo ¡intensamente. Ha faltado dinero, es cierto. Pero cuántas veces me sentí tentado a encerrarme en una cabaña a crear, dejando todo el mundo atrás y no lo hice... A hora se me está acabando la vida y mi obra es inconclusa. Mi  "sueño de llenar a Salsipuedes de muñecos" te va a tocar a ti realizarlo. Tú vas a ganar más dinero que yo y vas a saber administrarlo- Vas a tener con qué pagar las fundiciones y los materiales que yo no pude. Tuve el orgullo de nunca buscar trabajo o contratos. Sin excepción siempre me buscaron en mi escondite de Salsipuedes pero ahora me pregunto si no tendría razón Rodrigo Arenas a quien tanto critiqué por coger su Volkswagen de oficina en oficina para buscar oportunidades. No tengo el temperamento de vendedor y de pronto tienen razón los que dicen que es necesario".
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Bibliografía:
-Santamaría Margarita Inés, Un sueño se cumple en Salsipuedes, El Colombiano, Medellín, junio 13 de 1999.
-Ángel Félix. Que sucedió con la cerámica artística en Medellín. El Mundo, Medellín, enero 26 de 2017.


Pianos en Salsipuedes

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6 comentarios:

VIGÍAS LOS ROBLEDALES dijo...

Víctor, extraordinario el video, el documento; nos retoma las tardes y noches de intelecto, diversión, baile, rones, en un espacio que no es permitido llevarlo al abandono, el olvido. SALSIPUEDES, un lugar para retomar los momentos significativos de ciudad y transmitirlos a la sociedad en general.

Unknown dijo...

Este trabajo de recoger la historia oculta de Medellin y el Área Metroplitana se hace indispensable, en un momento en que a las nuevas generaciones sólo les quedará un sartal de selfies de sonrisa idiota y labio torcido.
Felicidades Víctor

Omontenegro dijo...

¡Coñooooooooooooooo! por fin Víctor rompió el silencio..
Abrazo hermano
Me ilustré con tu escrito. Hay aristas que desconocía y
la ignorancia a más de atrevida es a veces grosera.

Bueno, me gustaría publicarlo... así que si me autorizas
lo haría próximamente.

Jcar dijo...

Víctor, gracias, la sacaste de jonrón con gol olímpico. Gracias por la poética de la recuperación de esa memoria. Eres un adalid para escudriñar tanto recoveco de nuestra cultura ancestral y aún victoriosa al paso del tiempo.
Esta es una labor poética, sin demeritar otros buenos trabajos como el que le hiciste a los ferrocarriles. Es dispendioso ese ojo auscultador de nuestras memorias culturales, testimonio de las épicas batallas del arte en nuestro departamento para Colombia. ¡Carajo, qué asunto este tan bueno, alrededor de una buena parrillada de chorizos y arepas de mangarracho.
Gracias por tan heroico esfuerzo, hermano.

Lili dijo...

Lo estoy leyendo!!! Muy genial… Muchas gracias!

JAdo dijo...

muchas gracias por ese retrato tan entrañable de Salsipuedes, don Jorge Marín, su obra y sus amistades, y por la imagen de Gonzalo Arango. Saludos cordiales