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Fredy Fernández Márquez |
ENTRE LO CLARO Y LO OBSCURO: LAS
SOMBRAS
Aun no sé qué hacer con mi puta vida, ayer le escuche decir a mí propia
sombra.
Fredy Fernández Márquez
Todas las épocas a través del tiempo han sido dinámicas, por sus
cambios, movimientos, inventos, las creaciones, las generaciones sociales, los
avances tecnológicos, las ciencias naturales, aun en la lentitud de las
ciencias sociales para avanzar, el antagonismo entre el capitalismo-comunismo-socialismo,
las vertientes políticas, el feminismo con su hastial. Cada una de ellas en su respectivo
momento han producido el binomio filosofía-literatura o filo-literatura, con
cierto influjo psicológico. Es decir, muchas obras literarias contienen un
sentido con carácter filosófico. Verbigratia, Albert Camus, entre otros
autores, o el mismo Jean Paul Sastre en la filosofía. Lo cual han lucrado
constantemente la historia de la humanidad, dejando a la deriva los dogmatismos
que aun braman por mantener las génesis florecientes marchitas que impugnan por
mantener la ortodoxia marginal de los avances antes señalados.
La filo-literatura posee
muchas veces una fecundación psicológica, gestando mucha más la complejidad
teórica, la fe no cuenta, porque emerge lo sobrenatural lo cual lo impensado
hace parte de la realidad de forma emocional, ficticia y alegórica. La
psicología debe de tener en cuenta lo siguiente: “El psicólogo tiene que
apartar la vista de sí mismo para llegar a ver algo” (Dorr. 2019. P.
128). Cada obra filo-literaria posee su propio objeto de narratividad,
hospitalidad y acogimientos en las cuales los protagonistas exponen lo más
oculto de la sociedad humana a través de los sujetos o los individuos. Plantean
problemáticas que sólo se pueden descifrar cuando se ausculta en lo más
profundo de la vida de los humanos. El temor, el miedo y lo irreal asaltan en
los momentos menos oportunos. Convirtiéndose en entramados o hilos
supuestamente sueltos pero que en el asiento cardinal pululan los secretos que
hacen temblar al ser más sólido, que se amarran como si fueran las raíces de
palmeras que se mesen en el vaivén de la brisa del mar.
Detrás de todo esto se
esconde la sombra. Cada uno posee o tiene la suya. Así lo narran: Federico Nietzsche
en: El Caminante y su sombra (2017). El Mito de la Caverna Platón
(2011). Oscar Wilde: El retrato de Dorian Grey (2015). Mary Shelley: Frankenstein o el Moderno
Prometeo (2024). Johann Wolfgang von Goethe: Fausto (2020). Robert Louis Stevenson: El extraño caso del Doctor Jekyll y el señor
Hyde (2024). Hans Christian Andersen: La sombra y otros cuentos
(2018). De Benito Pérez Galdós: La Sombra (2023). Adelbert von Chamisso:
La maravillosa historia de Peter Schlemihl (2009). La puntualidad de
Nuccio Ordine con el análisis: El Umbral de la Sobra: Literatura, filosofía
y pintura en Giordano Bruno (2008), o el trabajo compilatorio de: C. Zweig
y J. Abrams (2024) titulado: Encuentro con la sombra: El poder del lado
oscuro de la naturaleza humana. Y muchas obras más le han dedicado espacio
y tiempo a la sombra como si fuera la piel externa de cada uno de los humanos.
Hasta la Luna tiene su lado oscuro. Por ello, las preguntas: ¿Qué encierra la
sombra? ¿Qué tan fiel es a su progenitor? ¿Qué tan confiable es?
Estas obras filosóficas,
literarias y psicológicas dejan en el hológrafo en el cual concuerdan en su
mayoría que todo ser humano al poseer su propia sombra le acompaña la
incertidumbre, o sea inseguridad, inquietud, desasosiego, indecisión,
vacilación, duda, recelo, sospecha o incerteza. Aunque para otros puede
producir lo contrario, difícilmente. Al existir a nuestro lado, se hace parte
de una doble identidad. La sombra se convierte también en larga, corta,
delgada, obesa de acuerdo a su propio reflejo. Es la negrura del clinamen de
Epicuro, o sea la desviación como lo contempló Lucrecio. Como queda demostrado
en: El Mito de la Caverna de Platón (2011), allí se traza la esencia de
la substantividad y la consciencia (Del lat. conscientia), del conocimiento
próximo o inmediato que posee el individuo de sí mismo, de sus hechos, actos y
de sus propias reflexiones. En ese foso o caverna, habitan unos sujetos que
constantemente se engañan con las sombras externas que al pasar cerca se
reflectan al devolverse la luz con la realidad, son incompetentes de debatir lo
que sus propios ojos logran ver. Constantemente pasan todo el tiempo allí
encerrado y el primer obstáculo es el resplandor o la luz externa. Se sienten
imposibilitados habituarse a esa luminosidad, al salir de allí o liberarse uno
de ellos, sus ojos logran ver otra realidad descubre que las sombras hacen
parte de su propio ser, su yo. Al regresar de nuevo a la caverna, encuentra
oposición por los que están dentro al narrarles lo que vio y descubrió fuera.
Para Platón, la caverna
representa el mundo sensible, las apariencias que se perciben desde los
sentidos, que nos pueden o nos engañan. ¿acaso las sombras de cada uno
nos timan? Al seguir constantemente al ser humano de acuerdo al reflejo
falsifica la realidad distorsionada en el suelo. Entonces, la sombra pudiera
considerarse como la realidad de la moral que se esconde a través de los
distorsionado, la otra la verdad no contada es que cada uno posee su lado
oscuro.
En el filme “Star Wars”
(1977), la parte oscura hace referencia a una exposición negativa de la energía
o la fuerza, que propulsa las emociones y las pasiones señaladas por Spinoza
que generan temor, miedo, ira, odio, bronca, violencia, egoísmo. Allí reside un
personaje con todo el poder de lo oscuro conocido como Sith, sabe que el
lado oscuro de la sombra habita el poder de estas emociones y pasiones que son
fuentes que pueden generar dolor, caos y sufrimientos para dominar su entorno y
fuera de él. Es la idea que deja esta saga. Asalta un interrogante: ¿La
sombra de lo humano es la otra fuerza que domina el mal? El pánico y el
miedo son el pórtico a la entrada del averno (Del lat. Avernus, -i) del
lado oscuro de la sombra como el espacio para el sufrimiento y el castigo
imperecedero. La sombra también puede presentarse como una máscara que esconde
y disfraza la dolorosa realidad, por ejemplo, la depresión. Por ello:
Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el
paso de nuestras vidas, escuchar las evidencias que nos proporciona el cuerpo y
concedernos el tiempo necesario para poder estar solos y digerir los crípticos
mensajes procedentes del mundo subterráneo (Zweig y Abrams, 2024. P. 20).
No se puede prescindir (Del
lat. praescindĕre) de la propia sombra, separarse o desgarrarse de ella.
En El viajero y su sombra (Schatten), Nietzsche (1985), se acopia
en la alegoría de la identidad del caminante (Wanderer). Caminarse a sí
mismo es un parto. Es parir más allá del dolor de la existencia subjetiva. Hace
referencia Nietzsche a la desidentificación del individuo, o sea a su propio
procesamiento de suprimir o el devenir de su identificación como persona, el
cual agrupa en su identidad una serie de variantes que lo hacen diferente de
los demás. En su entorno de intimidad, la desidentificación se responsabiliza
de esconder sus propios datos de manera subyacentes comprometedores, tales como
su ubicación personal como un elemento directo, como también los indirectos
como lo son lo de transformase para que no ser identificado en su propio
devenir, la sombra nietzscheana. Es el caminar para viajar hacia dentro, para
conocer sus intimidades para luego alejar sus propios miedos.
No se puede olvidar que uno
de los pocos viajeros que regresó fue Ulises de Homero (2010), convirtiéndose
en todo un paradigma por su retorno. En Nietzsche es la representación del no-retorno,
sin límites y sin un posible regreso, travesías llenas de riesgos, amenazas,
peligros que se compromete quien realiza el uliséico (derivado de Odysseus)
viaje (Homo Viator). Para Nietzsche, quien se atreve a viajar implica
poseer todo un espíritu libre. Todo individuo que se niega caminar es amarrarse
a sus miedos, congoja, ansiedad de deteriorarse, quien no posee un espíritu
libre, le cuesta desasirse. Así, lo confirma el nacido en Röcken (Alemania) en:
Humano, Demasiado Humano, Un libro para espíritus libres (2017). Caminar
en Nietzsche, no es viajar, porque éste tiene un destino definido, mientras
quien camina no tiene un propósito determinado, como lo tiene el que viaja. Una
clara diferencia es que el que camina posee identidad, se piensa, se habla a sí
mismo, busca conocerse, no se teme, no se ajusta al sentir o parecer de los
demás, disiente del viajero. Porque el: “viajero por placer. –
Suben la montaña como animales, estúpidamente y sudando; se han olvidado de
decirles que por el camino hay bonitas vistas” (Nietzsche, 2017. P.
430). La sombra nietzscheana se convierte en la armonía del caminante, es la
condición de ser otro que acompaña, no es su repetido, es su otro, su
heterogéneo que hace asistencia desde la otredad como aquello que se es uno
mismo, es la metamorfosis del viaje que transforma al caminante. Es decir:
Creer en sí mismo. – En nuestra época se
desconfía de cualquiera que crea en sí mismo, antaño bastaba para hacer que los
demás creyesen en uno mismo. La receta para hallar hoy credibilidad es: «iNo
te respetes! iSi quieres poner tus opiniones bajo
una luz creíble, entonces empieza por incendiar tu propia cabaña»
(Nietzsche, 2017. P. 459).
Zaratustra, es él propio
caminante nietzscheano, es el verdadero alpinista, porque todo lo que le acaece
es natural en él, nada le es accidental, aunque suene absurdo, todo viene desde
el destino, no de su destino, desde el azar, valga decir, de lo inadmisible.
Porque carece de un espacio, tiempo y lugar permanente, un no-lugar donde
habitar, porque sus pasos uno tras otro lo convierten en un caminante
interminable, más no en una fantomaquia, pero su sombra se convierte en una anamorfosis
(Del gr. ἀναμόρφωσις anamórphōsis) transformación. Transformarse
es posible porque su sombra le habla. En la conversación entre el caminante y
la sombra, no se presenta el mutuo elogio, al contrario, es un diálogo
sarcástico, punzante, irónico y a la vez renegrido. Porque: “los buenos
amigos intercambian de vez en cuando una palabra oscura como signo de
entendimiento, que debe ser un enigma para un tercero” (Nietzsche.
2017). Es decir, “los pensamientos son las sombras de nuestras
percepciones sensibles-siempre más oscuras, vacías, sencillas que estás”
(Nietzsche. 2017). Entonces, ¿se debería de derrotar nuestra sombra?
Para Nietzsche sí, porque las aborrece, por ejemplo, Dios es una sombra
inagotable que pesa tras las espaldas de toda la humanidad, que se transforma
en miedo. Porque:
Pareciera que si algo detesta Nietzsche son los
fantasmas. «Híbridos de planta y fantasma» llamaba a los
trasmundanos en el Zarathustra. Las sombras de Dios: ¿qué son,
sino fantasmas de un muerto que no termina de morir, que nos asedia en las
noches, y nos lleva a llorar ante su tumba? Porque es cierto, mucho
hemos amado a ese Dios, y logramos ‘hacer duelo’ cuando
transferimos a otro Dios (en sus más diversas formas secularizadas) todo ese
amor. Ese otro objeto de amor es una sombra del Dios muerto, casi una presencia
fantasmal que no acaba nunca de morirse, y que indica la debilidad de las
fuerzas que necesitan someterse a una instancia superior y trascendente, ordenadora
de la realidad (Mónica B. Cragnolini. 2001. P. 45).
La sombra del filósofo
alemán, es la superación del hombre (sombra) al superhombre (caminante), aquel
que posee las fuerzas necesarias para hacer rupturas con las tradiciones
conservadoras que han logrado permear todos los cimientos de la humanidad
llevado al miedo como campo de concentración. Aquel que se atreve a caminar
podrá lograr una vida completada (vita peracta). La sombra no puede ser
el Nosferatu del sujeto o del individuo, porque lo convertiría en toda
una anamorfosis humana, como si fuera la ‘luz negra’
(1990. P. 111) del filósofo francés Jacques Derrida. Compartir con la sombra no
dejará de ser un descendimiento a lo más oculto que posee lo humano, porque lo
erosiona en el alma o la mente, dejando fuertes cicatrices que no tendrá tiempo
para superarlas. El acmé lapidario contra la sombra que acosa a la humanidad lo
grita Nietzsche hasta caer en lo más profundo de la hipoxia: Dios ha
muerto, fallece la sombra.
Para Oscar Wilde en su novela:
El retrato de Dorian Grey (2015), su sombra hace referencia a la belleza-vejez,
por ello, es una obra bastante faustiana por la belleza hedonista de Dorian. Aunque
la sensibilidad nos engañe: “lo único que vale la pena en la vida es la
belleza, y la satisfacción de los sentidos” (Wilde, 2015). La sombra acá
pesa, la belleza pasa por su apariencia y todo lo que se mueve cambia. La
belleza no es la excepción (Del lat. exceptio, -ōnis), es un
hedonismo frugal, pero breve, su cuerpo tiembla al saber que no tendrá la misma
edad lozana (Del lat. Vulgar. Lautianus, lautia, lautus-suntuoso), él se
hace pintar del artista Basilio Hallward, su anhelo es que sus rasgos físicos
se conserven para siempre. Es decir, entre el cuadro y él se preserve los
mismos rasgos físicos juveniles, hermoso, atractivo y elegante. Pero Dorian en
el cuadro es quien envejece. Emerge la sombra desde el cuadro Hallward, su
propia pintura envejece. Irónico Grey en su narración literaria porque la
sombra es la figura eterna de la juventud, para pasar al otro lado de la
orilla, la vejez que nunca se equivoca, por muy odiada que ésta sea. La corrupción del cuerpo y su belleza por muy
dandi que sea, allá llegará su sombra, por muy añoso que sea o sabio. La sombra
de Grey es tan especial que se debe de amar porque con el tiempo todo se
desgasta y se envejece. La egolatría para permanecer bello trae sus
consecuencias. La eterna juventud es el castigo de quedar sólo entre tanta
gente, porque aquellos que hacían parte de su círculo fallecen y las nuevas
generaciones van y pasan, y él no logra amoldarse a estos nuevos sujetos, con
nuevas ideas y forma de vida, su acompañante es su sombra. Cae en su propio envanecimiento
se deprava a sí mismo, su alma se corroe en el cuadro junto a su cuerpo, la
vanidad está en el físico que lo conserva en su propia belleza, envilece para
sí. El cuadro representa la corrupción de los excesos de Dorian. En su cuerpo
no hay rasgos de su vida en demasía, y es allí (pintura) donde su sombra deja
las huellas más crueles de la irracionalidad por buscar la eternidad de la
vida. Sin embargo, hoy se logra con otro tipo de sombra las llamadas cirugías
estéticas y el bótox, se reta a la naturaleza humana al alterar el cuerpo con
las altas ingenierías médicas, valoración de los cuerpos como estética de su
propia obra, valga decir, su propio performance, la axiología del sin
valor. La eternidad de hoy es la concupiscencia del arte y la belleza y el
cuerpo como el lienzo. Entre la obra de Wilde y la actualidad, es que ambas
partes retan a la naturaleza humana.
Al contrario de Wilde, Mary
Shelley en su novela: Frankenstein o el moderno Prometeo (2024), la
sombra que acompaña al Doctor Víctor Frankenstein es la búsqueda de la
felicidad. Es la ficción de un hombre apasionado por la ciencia, crea a un
personaje llamado Frankenstein’s Monster (engendro humano), procreado
por diferentes partes humanas (restos de cadáveres humanos de diferentes
cuerpos) de manera insuflar, con sentimientos e ideas propias, allí se le salen
de las manos su propia creación. Pareciera que fuera el retorno de la creación
de la mitología griega. El engendro humano, aunque es corpulento y alto, la
naturaleza que le dio su creador, no lo trato nada bien, porque lo acompaño la
fealdad, la cual producía miedo y rechazo. Pero es un ser cándido, inocente,
ingenuo, noble, precoz. La obra apuesta por superar la naturaleza, o sea el
Dios de Spinoza.
La celotipia se hace presente
como si fuera todo un halo. Los esposos Víctor Frankenstein y Elizabeth, la felicidad brotaba
en su relación. Frankenstein’s también desea ser feliz, exige una
compañera, la soledad se hace insoportable para él, ya que su padre tenía quien
lo amara. Se llena de rencor hacia al Doctor Frankenstein, al saber que su
solicitud fue rechazada, explota en furia, ve en la revancha la posibilidad que
su progenitor sienta lo que él padece ya que no conoció la felicidad. Devasta
todo lo que ama el médico. La reacción del científico fue toda una vindicta. La
criatura se convierte así en la sombra de Víctor. La anatomía creada huye, el
médico persigue su propia sombra: su infelicidad. La amorfia humana oculta que
la felicidad es pasajera, no se encuentra, se busca. La sombra del científico
se convierte en su destino aciago lleno de delirio por dar muerte a su propia
sombra: “Tú mi creador, quisieras destruirme, y lo llamarías triunfar.
Recuérdalo y dime, pues, ¿por qué debo tener yo para con el hombre más piedad
de la que él tiene conmigo?” (Shelley, 2024). Su sombra lo
condena. La umbría se convierte así en la desesperanza, la tristeza, crueldad,
la bronca. He ahí otra especie de sombra y lo sentencia con estas palabras:
Si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo;
y especialmente a ti, mi supremo enemigo, por ser mi creador, te juro odio
eterno. Ten cuidado: me dedicaré por entero a la labor de destruirte, y no
cejaré hasta que te seque el corazón, y maldigas la hora en que naciste (Shelley,
2024. Cap. XVII).
Como dicen en las esquinas,
con amigos así… para que sombras, si las opacidades o entoldamiento son
los propios monstruos sin resolver que le dan vida a las mismas convirtiéndose
en los noúmenos (Del. Griego noúmenon) materiales, sin olvidar
que existen también los fenómenos espirituales creados por el miedo y los
vacíos que dejan las sombras mal creadas o pensadas convirtiéndose en
verdaderas pesadillas humanas.
Al girar la mirada hacia la
otra esquina, se encuentra el Fausto, otra sombra en particular de la
humanidad, a cargo de Johann Wolfgang von Goethe (2020). La sombra de Goethe
tiene nombre propio: Heinrich Fausto, con opacidad inherente: Mefistófeles.
El deseo, las ganas, el poder y la avaricia han hecho de los sujetos un ser
anhelante por el querer de saber mucho más, para ampliar su conocimiento. Sólo
ve en el diablo (Mefistófeles) la posibilidad de pasar más allá de sus
fronteras la búsqueda de los placeres, del saber y el discernimiento, realiza
un trato con el personaje de las tinieblas, le entrega su alma a cambio de
realizar sus propósitos. Mefistófeles se convierte así en la sombra de Fausto.
Esta relación demuestra la ambición del ser humano fundamentalmente por la
supremacía, la riqueza, la insatisfacción, el honor, los vicios del alma, el
problema filosófico entre el bien y el mal. Todo Pacto con un ser del más allá
de las profundidades del averno tienden a las tentaciones.
Para no creer, es una obra
que se ajusta a los tiempos actuales. La codicia, la apetencia, los deseos
tórridos y la fama asaltan a los individuos, la cantidad desmesurada de los
nuevos Faustos acompañados por su sombra como lo son las nuevas
enciclopedias humanas conocidos como influencer que tienen la aptitud de
influir en las opiniones de otras personas desde las redes sociales, junto a
estos tipos (as) los youtuber haciendo casi la misma tarea. Los Faustos
de hoy poseen dos prismas, una de ellas es el protagonismo de adquirir fama para
procurarse poder adquisitivo, la otra es como muestran que es el mundo de hoy
lleno de insatisfacciones, uno de ellos es retar a la alteración del cuerpo. Estos
sujetos supuestamente buscan el equilibrio y la felicidad del sujeto
postmoderno. Recurren a dar respuestas a las frustraciones de los otros. En la
obra se presenta la dualidad entre Dios y Mefistófeles, los de hoy también,
siendo los influencer y los youtuber el puente para lograr pasar
a la felicidad, siendo ellos los Dioses.
Muchas veces, superficial y
fugaz. Se podría pensar que estos
fenómenos también pueden comprenderse desde las manifestaciones del
inconsciente colectivo, principalmente desde la presencia del arquetipo de la sombra,
propuesto por Carl Jung, que encarna todos aquellos aspectos que tanto el
individuo como la sociedad prefieren ignorar o reprimir: la inseguridad, el
deseo excesivo, el vacío interior, la ambición, entre otros. En muchos casos
esto es lo que proyectan estas figuras públicas, quienes funcionan como
pantallas simbólicas sobre las cuales se depositan las tensiones internas del
sujeto moderno. Al hacerlo, la sociedad se permite contemplar lo reprimido sin
asumirlo directamente. Así, los nuevos Faustos representan el conflicto
colectivo de una humanidad que busca sentido en el lugar equivocado o verdad
esencial viendo en Mefistófeles la forma de alcanzar la felicidad, aunque sea
vendiendo el alma y el cuerpo al mejor postor.
Sin alejarse mucho de las
sombras que cubren y acompañan a todo ser humano, asoma la novela intitulada: El
extraño caso del Doctor Jekyll y el señor Hyde (2024) del escocés Robert
Louis Stevenson, sombra que se presenta bajo la dualidad o doble identidad
humana (Bien-mal), coacción de las emociones, deseos y las pasiones más
sombrías. El Doctor Jekyll, es un médico con todos los pergaminos en
referencia a su profesión. En sus búsquedas de extender su vida descubre una
poción la cual al beberla lo transforma en el señor Hyde. Personaje
violento, sin corazón, mucho menos sin moralidad, remordimientos o sentimientos
hacia los demás. Sombra que se desprende de lo más despiadado de su más
profundo ser, pasa de la virtuosidad a la malignidad, lado obscuro de la
perniciosidad humana. Esta obra que subraya a la sociedad victoriana. Donde la
insustancialidad la moralina y la apariencia era más importante por encima de
la esencia humana. El autor señala las fronteras existentes entre la ciencia,
la ética y la moral. Cuando se traspasan esos límites los resultados pueden ser
o son astrosos. El alma del Doctor Jekyll está tatuada en la piel de la
sombra del señor Hyde. Es tan alta la influencia de la sombra sobre el Doctor
Jekyll, que este decide dejarle tota la herencia al señor Hyde.
La sombra se adueña del
médico y lo utiliza a su antojo. En medio de las tinieblas ocurre un asesinato
atroz; según la investigación, el responsable es la oscura faceta del
prestigioso doctor. Míster Utterson, abogado, amigo y confidente del galeno
británico, lo busca con preocupación. Desea confrontarlo sobre su inquietante
relación con el misterioso señor Hyde. Henry Jekyll es un hombre
apacible, sereno incluso al caminar; reflexivo y contenido. Sin embargo, su
metamorfosis lo transforma en un ser que habita en su propia densidad sombría:
una atmósfera pesada pero adecuada para lo arcano y lo criminal. El poeta sufí
Jalal al-Din Rumi escribió: “Si todavía no has visto al
diablo, mira tu propio yo”. He ahí la clave: Jekyll es Hyde,
su propio reflejo oscuro. Quienes rodean al doctor caen en la confusión,
incapaces de distinguir entre lo real y lo impostado. Pero Jekyll, a
través de Hyde, encuentra la vía para liberar sus deseos reprimidos. La
monstruosidad no viene de fuera: nace desde lo más íntimo del alma humana.
Entre las sombras resurge el
ineludible Hans Christian Andersen con su obra La sombra y otros cuentos
(2018). Una vez más, se revela la soberbia y la egolatría humana, encarnadas
esta vez en un ilustrado: el sabio, el erudito, el que todo lo sabe. El protagonista
extravía su identidad a través de su sombra, que poco a poco adquiere
personalidad y conciencia propias. Esta se separa de él, se emancipa y, al
regresar, ya completamente transformada, domina al sabio que la engendró. Andersen
sugiere que cualquier ser humano puede confundirse con su propia sombra,
diluirse en la niebla de su humanidad, hasta convertirse en aquello que más
teme: su reflejo oscuro. En su narrativa, la sombra traspasa el umbral de la
fantasía para instalarse en la cruda individualidad. Las sombras humanas, así,
se vuelven la parte más tensa, nervuda y esencial del yo. Son, tal vez, lo más
real de nosotros mismos.
Al doblar la esquina, se deja
ver Benito Pérez Galdós con su obra La Sombra (2023). En ella da vida a
un personaje de singular profundidad: Don Anselmo, un sujeto obsesivo y
peculiar, cuya fijación se centra en crear un cuadro que, con el tiempo, se
convierte en la sombra. Esta representación, sin embargo, cobra vida y
personalidad, convirtiéndose en su tortura, su dolor y su condena. Para el
autor español, la sombra humana no es más que una ficción que carcome la mente:
una manifestación del subconsciente que, al materializarse en la realidad,
arrastra al individuo hacia la obsesión. Esta transformación ocurre al conjugar
elementos irreales e imaginarios, fruto de una meditación literaria,
psicológica y filosófica, que busca dar sentido al poder que algunos sujetos
ejercen sobre otros. La obra galdosiana presenta al trastornado Anselmo como
una voz que se narra a sí misma, transformándose en la omnisciencia (del latín omnis,
‘todo’, y scientia, ‘conocimiento’) de su propio
misterio, en una especie de doble falsedad.
Cuando la sombra se apodera
de Anselmo, cualquiera puede preguntarse: ¿quién es quién? ¿Es la sombra Anselmo
o Anselmo es la sombra? Es entonces cuando esta breve novela galdosiana se
convierte en una fantasía intrínseca (del latín intrinsĕcus, ‘interiormente’).
La sombra, en manos de Pérez Galdós, representa una metamorfosis ficticia con
una intencionalidad atroz, trasladando todo el peso hacia el mundo interior del
personaje. Una vez más, los miedos y temores emergen como si fueran la
extensión de la maldad humana, encarnada en el Doctor Anselmo, convertido en
una mímesis (del griego mímēsis, ‘imitación’)
camuflada en una dicotomía (del griego dichotomía, ‘división
en dos partes’). En suma, se trata de una auténtica metadiégesis
literaria, al estilo del Quijote de la Mancha: una novela interpolada
que se cuestiona a sí misma mientras cuenta su historia.
Una novela clásica que aborda
el motivo simbólico de la sombra es: La Maravillosa Historia de Peter
Schlemihl, escrita por Adelbert von Chamisso, cuya pluma resulta infaltable
en este tipo de literatura. Aunque fue publicada originalmente en 1814, ha
conocido múltiples ediciones modernas, como la del año 2009. Una narración
barraganesca y fabulosa, protagonizada por un chavea desentendido y abatido por
su mala suerte, quien vive sumido en la estrechez económica. En un momento de
ligereza, decide escuchar la voz más profunda de su ser: su lado obscuro.
Impulsado por la desesperación, toma una decisión radical: subastar su sombra
al mismísimo Satanás. A cambio de ese trato, recibe la legendaria bolsa de
Fortunato. Al introducir la mano en ella, extrae riquezas sin fin: monedas de
oro y todo cuanto desea. Cumplido el pacto, satisfecho por las riquezas
causadas, Peter Schlemihl, vive en carne propia como es el vivir sin sombras. Señalado
por la sociedad por carecer de ella, en medio de una sociedad sin principios,
pero que gira en torno a lo monetario, lujos y de las apariencias de falsas
riquezas en valía de matrimonios negociados, donde el amor es tan sólo la
apuesta al dinero. Las sombras no dejan de ser esa figura en el suelo
distorsionado que emula el juego del no-ser para el ser: -- ¿Dónde
ha dejado su sombra el señor? Y poco después de unas mujeres: -- iJesús
María! ¡Este pobre hombre no tiene sombra! (Chamisso. 2009.
39-40). Por la falta de su sombra su desdicha se convierte en amargura, la
mujer que ama lo rechaza por no tener su propio entoldamiento. Su misantropía
se hace inevitable.
Chamisso expone la fragilidad
de la condición humana a través de elementos como la avaricia, la riqueza, la
fama y el orgullo. El ser humano, cegado por estos deseos, pierde de vista su
propia humanidad, dejando de lado la sensibilidad con tal de obtener
beneficios, sin importar su procedencia. Esta degradación lo transforma en un
individuo sombrío, sometido a la peor creación de la teología dominante. Así,
se convierte en una nueva forma de tentación: la creencia en un ser de otra
dimensión, asociada al Dios cristiano desde una mirada nietzscheana cargada del
filosofar a martillazos. La obra, aunque breve, está impregnada de una extraña
magia. Peter, su protagonista, emprende una travesía absurda y desesperada en
busca de su sombra, símbolo de su identidad y humanidad perdidas. Los sueños
siguen siendo sueños, pero él se lanza tras ellos como un loco. Una metáfora
fascinante de la alienación moderna y el precio de los deseos desmedidos. No
podemos vivir sin las sombras, aunque sean vendidas al mismo Satanás.
Ordine, de manera magistral,
recoge la idealidad de Giordano Bruno en la relación entre filosofía y pintura.
Indaga en el insondable ente (Del latín. ens, entis: ‘ser’)
presente en sus obras teatrales y en los diálogos, donde afirma que tanto el
filosofar como el acto de pintar buscan ir más allá de la propia sombra. Esta
superación le permitía a Bruno alcanzar una erudición más profunda sobre el
vasto campo del conocimiento. A su vez, Ordine compara las representaciones
teatrales de París y Londres, destacando cómo ambas, según Bruno, intentan
interpretar los vínculos entre lo humano, la naturaleza, el conocimiento y el
saber. Para Bruno, siempre según Ordine, la sombra adquiere un valor especial
porque representa algo que ha sido superado: se rebasa el miedo y se observa
más allá de los ordenamientos impuestos por la jerarquía eclesiástica de su
tiempo. Esto habilita un conocimiento que trasciende lo cotidiano y rutinario. Bruno
se vale de la deconstrucción de la relación filosofía-pintura para mostrar que
ambas disciplinas le permiten acercarse a la verdad. El genio italiano encuentra
en lo cómico no solo un medio de conocimiento, sino también una forma eficaz de
divulgar ese saber, especialmente entre las clases emergentes y las más
desfavorecidas. En otras palabras, el teatro forma parte de su gnoseología
(filosofía), al igual que la comedia y el diálogo: superan las sombras,
transformándolas no en miedos, males o fantasmas, sino en un punto de apoyo
para trascender y ver el mundo con los “ojos del alma”. De lo
contrario:
Las metáforas del «simulacro», el «espejo»,
el «vestigio» y «la sombra» expresan la
imposibilidad para el hombre de alcanzar un acceso directo a las «ideas»,
al conocimiento supremo y absoluto, que se puede obtener tan sólo en el
reflejo de la naturaleza, en la imagen de Diana, en el universo infinito (2008.
P. 175).
Para Giordano Bruno, las
sombras son obstáculos para la mente humana; por ello, deben dejarse atrás,
restarles importancia y verlas como un puente hacia el otro lado, en la
búsqueda incansable de la verdad.
La compilación de C. Zweig y
J. Abrams, titulada Encuentro con la sombra: El poder del lado oscuro de la
naturaleza humana (2024), reúne diversas voces que, desde perspectivas
individuales, intentan explorar —o al menos responder— qué es eso que llamamos “lo
sombrío”, entre los exponentes se ubica a Carl G. Jung.
A Cristo se le ha admirado
por cargar el peso de su propia cruz, entre otras tantas cargas, la cual
soportaba sobre sus espaldas. Una cruz descomunal para un hombre de aspecto desmejorado
lábaro (Del lat. tardío labărum), desgalichado y vejado (Del lat. Vexāre)
por los castigos infringido por los supuestos romanos, que padecía la furia
ficticia creada para que desde la lástima, la humanidad se arrodillase. Una
cruz impuesta por el miedo y la fe como instrumentos de control, en boca de
otros, para someter a sus más cobardes feligreses. Cristo se convierte así en
una de las creaciones más sombrías del propio ser humano: una excusa divina
utilizada para justificar crímenes atroces, como la lenta desaparición del
pueblo palestino. Pero, ¿qué carga puede ser más pesada que la propia sombra
del ser humano? Ese costal invisible que arrastra, lleno de lujuria, lascivia,
impudicia, miedo, vacío, rencor, envidia y otras miserias que se almacenan en
el alma llamada costal.
Arrastrar esa fatiga propia,
ese peso íntimo, es un acto farragoso que a menudo se confunde con lo
ininteligible (Del lat. inintelligibĭlis). Todo lo que contiene la
sombra personal es más denso que cualquier cruz. Nada es más pesado que eso.
Por encima de la cruz cristiana, está el peso de la conciencia. Incluso muchos
no logran escapar de su propio plúmbeo: entre más caminan, más pesa. La
conciencia (Del lat. conscientĭa, y este a su vez del griego συνείδησις —syneídēsis) se corroe lentamente. En ella
conviven el bien y el mal. Allí, la persona, al esquivar o enfrentarse a sí
misma, se somete a un juicio moral, confrontando la realidad de sus propios
actos. Sin embargo, todo se oculta en el costal de la sombra: allí yacen todos
los secretos posibles. Incluso las sombras poseen facultades mentales capaces
de engañar a quien las alberga en su alma, convirtiéndose en arquetipos, es
decir, modelos universales, precursores congénitos que habitan el inconsciente
cultural o colectivo. Estos influyen en los sujetos que actúan en sociedad,
manifestándose en imágenes, conductas y símbolos que se difunden a través de
las comunidades. Ya sea colectiva o individual, lo opaco, confunde al que está
confundido, y el que no lo está, lo trata de confundir. La sombra es una fiel
copia arquetípica. Acémila que se lleva dentro de lo más intrínseco (Del lat. intrinsĕcus
‘interiormente’) la cual se bosqueja como sombra.
El mal, según Jung, es esa
sombra que se proyecta fuera de la figura que se refleja como una parte humana
lóbrega, fuera y no constituida de la psiquis, al no reconocerse se puede
incorporar a la conciencia. Si esto sucede se expresa o reacciona de manera
violenta agravada tanto individual como colectiva. Convirtiéndose la sombra
como el mal. Jung, manifestó en referencia al inconsciente individual, cada
sujeto detenta el suyo, allí acumula su mundología (De mundo y -logía)
se cohíbe o reprime sus apetitos o emociones pasionales como lo son los deseos,
que se refleja en la sombra, el cual no se reconoce como suyos. Lo sombrío
personal es posible que se exprese desde lo más adverso, perjudicial o negativo,
conductas peligrosas con alcances destructivas acompañados de actos o acciones
poco recomendables para la salud mental y física.
Todos los seres humanos
llevan en su interior una especie de “caja de Pandora”. Tarde o
temprano, cada individuo libera la suya, dejando brotar de ella aquello más oscuro
y destructivo. Según el mito, los males, una vez liberados, se dispersan sin
control por el mundo. Mientras que Pandora abrió la caja por mera curiosidad,
los humanos lo hacen impulsados por la inmoralidad inherente a su condición
natural. Solo queda entonces el recurso de la esperanza, ese último elemento
que no logró escapar. Pero esta esperanza no es alivio inmediato, sino más bien
una larga y penosa espera. En ella se refugia la humanidad, buscando consuelo
frente a sus propios dolores y fracasos. Sigmund Freud, planteó esta tensión
interna entre pulsiones de vida y muerte en su binomio Eros–Thanatos,
mostrando que la autodestrucción es parte de nuestra esencia. Por su parte,
Carl Jung, recurre al concepto de la “sombra”, inspirado en
Nietzsche, para explicar la perversidad como un elemento profundo y compartido
del inconsciente colectivo. Así, el mal deja de ser solo individual: se
convierte en parte de lo cultural y colectivo.
Para que las cosas se den o
generen vida o reacciones como la energía, movimientos y principios se necesita
de la teoría de los contrarios o los opuestos. Heráclito, uno de sus creadores
de este concepto consideró que a través de la presión y la interacción entre
los átomos o elementos de forma opuestas se generan cambios para los procesos
que generan nuevas cosas, ya sean contrarias, produciendo fuerzas, caos y
conflictos como lo son la existencia y la coexistencia. Lo contrario de la luz
es la sombra, de la noche el día, de la vida la muerte, del bien el mal. En
este juego constante de elementos giratorios se mueve la humanidad. Jung,
advierte: “A partir de ahora debemos aprender a controlarlo porque va a
permanecer junto a nosotros, aunque, de momento, resulte difícil concebir cómo
podremos convivir con él sin experimentar sus terribles consecuencias”
(2024. P. 242). Sólo queda decir ante el acoso de las propias angustias: Vini,
vidi, vici, es decir, Vine, vi, vencí. Atentamente: LA
SOMBRA.
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