miércoles, 29 de octubre de 2025

Juan de Dios Uribe, el Indio, desterrado de Medellin

 

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Patrimonio Medellín (100)

Juan de Dios Uribe, en su memoria.

--- Víctor Bustamante

  

--- Después de tantos años de silencio, ha llegado el momento de preguntar acerca de la vida y de la obra de Juan de Dios Uribe,  a quien se ha mantenido a raya, o es mejor decirlo de una vez, en el simple ostracismo, lo cual es previsible en una región como Antioquia, a veces tan ultramontana y enfrascada en lo que algunos llaman la cultura de todo el maíz, cuando se les caen el barbecho y las pelusas de las mazorcas, o para la comodidad de la plebe, solo ven en Medellín la imagen del pícaro como el supremo ícono de esta región que posee todos los matices, pero se deja de lado al desobediente, al crítico; olvidando precisamente a una persona de carácter, al Indio Uribe, honrado, sin genuflexiones y eso sí yendo de frente con sus  catilinarias que obligaron al  díscolo Núñez y al envidioso y camandulero de Caro a fustigarlo con el destierro, o extrañamiento como se estilaba para enviarlo esposado y encarcelarlo, lejos, en las islas de San Andres.

--- Así, se ha permitido con la aquiescencia solapada alejar su ideario, con la prosa directa y sarcástica del Indio Uribe, manteniéndolo lejos de sus panfletos, coherentes y certeros, de una llamada cultura paisa que lo oculta al no nombrarlo. La simulación que corre y corroe los diversos espacios de cultura en Medellín ha permitido ese desalojo, factible en medio de un mundo cultural que no permite espacios de discusión porque los funcionarios tan sensibles y perfumados se llenan de motivos en su intransigencia de aceptar al otro. Nunca nadie en Medellín y en el país fue tan osado y honesto como el Indio Uribe, ya que él lo arriesgó todo por la llamada libertad de expresión.

--- Algo es cierto, este reclamo nunca será tenido en cuenta en la sociedad del entretenimiento, ya que él, Juan de Dios Uribe, ha dejado de ser visible, y notorio, en un medio cultural endeble, estancado, simulador que se mira así mismo, persistiendo de una forma irreflexiva e imprudente su curso menesteroso, sin preguntas y con un exhibicionismo reconocido ahora en las medallas internacionales que compran para la ciudad.

--- El Indio Uribe no solo participó en las huestes del liberalismo radical, sino que presintió la farsa política y el acallamiento a los contradictores durante el gobierno de Núñez, caudillo preocupado por su inmortalidad y los blasones de sus argucias eróticas. Así, como con la intransigencia de su corazón oscuro y tenebroso exhibido desde El Cabrero. De ahí que el Indio, no se arredraba, fundó periódicos que fueron cerrados. De esta insurrección tan personal supo traducir la crisis de su tiempo, a veces uniéndose apasionadamente su ideario político a su escritura fértil y procaz. Nunca perdiéndose en inexactitudes, sino que a veces desviándose en su admiración a la poesía; siempre la tuvo muy cerca desde su juventud, y muy presente, ya que nunca olvidaría dos de sus poetas, a Gregorio Gutiérrez González a quien vino a visitar en su tumba en el cementerio de San Lorenzo, en Medellín y, sobre todo, a --- Epifanio Mejía, cuya voz le susurraba y se había vuelto indeleble, ya que sus poemas perduraban en su conciencia, sobre todo en El Canto del Antioqueño, y además ese poema musicalizado con guitarras que escuchaba desde niño en las fiestas familiares, La Tórtola. De ahí, que el Indio Uribe, al llegar a caballo a Medellín en 1877 ya enrolado en el ejército liberal, lo conocería en su almacén de la carrera Palacé. Allí, Epifanio, casi enajenado y silbando sin caer en cuenta de la desesperanza y de esa condición que vendría después, su desgracia, ya próximo a la pura indolencia de tocar esa zona absoluta y tenebrosa, sin canículas ni noches donde la luz de su inteligencia se perdería hasta llegar a ese ocaso en que añoraba su finca en Yarumal. Mucho más tarde, perdido en la nube de humo de sus cigarros no reconocía sus propios poemas e ignoraba la certeza de su valor, cuando fueron a visitarlo en el manicomio de Aranjuez, Juan de Dios Uribe y Antonio José Restrepo. Ambos, en medio de ese fragor político, mantenían su llama con la necesidad de preservar en su humanismo la propia circunstancia de la locura de Epifanio. Si Núñez era ambicioso, pésimo poeta, y sin certeza política. Epifanio era el poeta sencillo, que le cantaba a la vida cotidiana y a la libertad.

--- De ahí que la visita a Medellín del indio Uribe, después del destierro en Venezuela, fue de incógnito, para el homenaje a Epifanio Mejía, con el propósito de recoger fondos para buscarle un sanatorio en Europa, lo que se convirtió en una alternativa de solidaridad y franqueza que lo hace tan entrañable, incluso en la distancia que se toma frente al panfletario que amaba la poesía de Epifanio, sobre todo en esa simbiosis misteriosa entre esa solidaridad y a su sentido de su ser político tan diferente.

--- Su presencia en Medellín, en 1893, era nada menos para ser el orador en esa reunión dedicada al poeta. De ahí que en él no haya equivocaciones ni imposturas que podrían resquebrajar su quehacer y su obra, una obra nunca disimulada, sino tácita y tan presente, ya que el Indio era un escritor tan visible y presente en ese momento aciago, que no se nos puede escapar. Olvidarlo o reducirlo a un simple ser político, no es más que despojarlo de su valor, ya que dentro de esa aspereza de su destino público, se mantiene el comediógrafo, que supo también ser teatrero, y así no se nos escapa en su certeza anticlerical, en su valor, en su escritura y en su valentía, porque es fluido y no solo eso, sino sensible y siempre firme en sus ensayos, en sus diatribas políticas, en sus panfletos ácidos y directos; y eso sí,  no solo fiel a sí mismo, sino a su radicalismo, siempre dispuesto como su propia exigencia para la confrontación como una manera de reclamar justicia, lo cual le da presencia y prestancia a sus afirmaciones que lo guardan en sí mismo, desde su proba experiencia, desde su coraje, desde ser capaz de evadir el encarcelamiento para estar presente no como un simple acto de cortesía, sino en los valorativo de su coraje que tanto  se percibe en un político tan diferente como él; sí el Indio Uribe.

--- Sí, en la noche del 5 de agosto de 1893 Juan de Dios Uribe pronunció su discurso en el Coliseo o teatro Municipal o teatro Medellín que sería luego el Teatro Bolívar, ahí en Ayacucho, cerca de la calle Junín. Dicho discurso fue leído durante la velada literaria musical dedicada a Epifanio Mejía. Epifanio que hacía 14 años se encontraba recluido en el manicomio, ya, en ese momento, situado en Aranjuez. El recinto reventaba de entusiasmo con lleno total, marcado por la voz poderosa, poética y directa del orador que no se aguantó las ganas de ser incisivo con Núñez. Nunca se ha escrito un texto tan sentencioso y firme dedicado a un poeta aquí en Medellín de parte de un político. Un fragmento nos ilustra:

---  “Señoras y señores:

--- A estas horas de la noche duerme Epifanio Mejía, en su melancólico retiro, el sueño visitado por la locura, que es el mayor tormento de la vida humana. Cuando su nombre va aquí de labio en labio, él yace aletargado, o fabrica en los ruidos de la noche el palacio de sus quimeras. Hace catorce años que noches como esta arropan con su capuz esa pobre alma, y aglomeran sobre su ingrato destino las tinieblas, precursoras indolentes del sepulcro. La luz de la mañana baña en tristezas su calabozo solitario, y los arreboles de la tarde se apagan en la vaguedad de sus pupilas azules.

Ya no canta:

Serenas son mis tardes

Con arreboles;

Cargadas de silencio

Pasan mis noches,

Y mis mañanas

Bulliciosas y alegres Llegan a casa.

 

---¡Cómo están tristes nuestras montañas sin el gorrión familiar, sin la golondrina errante, amiga del alero de la casa paterna! Allá viviría y moriría el poeta; pero vuestra piedad reparadora se anticipa a la muerte, invade con cariño el lugar de la penitencia desolada, y despierta a Epifanio a vida nueva, en el lecho de su miseria. La luz irá filtrando sus lampos en aquel cerebro dormido; el pensamiento se pondrá en relación con los objetos a él tan caros, y Antioquia tendrá otra vez, a la cabeza de su región, el romancero de sus virtudes, de su belleza y de sus glorias. Será vuestra esta resurrección, señoras y señores; os doy las gracias por ello en nombre de la literatura americana.

--- La poesía, dice Quintana “sirve de atractivo a la verdad para hacerla amable, o de velo para defenderla; enseña a la infancia en las escuelas, despierta y dirige la sensibilidad en la juventud, ennoblece el espíritu con sus máximas, le engrandece con sus cuadros, siembra de flores el camino de la virtud, y abre el templo de la gloria al heroísmo”.

--- Aventuraré algunas palabras, con perdón vuestro, sobre las causas que han rebajado este alto concepto de la poesía entre nosotros, y tributaré mi modesto homenaje de cariño y admiración a Epifanio Mejía.

--- Se advierte un tardío desarrollo o una prematura decrepitud en las letras colombianas, que se acomodan a asuntos extranjeros y desdeñan el Parnaso que la naturaleza nos abrió, delante de los ojos, con el Descubrimiento, y el camino que la libertad nos abrió, delante de los espíritus, con la Independencia. Se prefieren las viejas doctrinas, aun en presencia de los nuevos rumbos de la literatura, que la acercan a la tierra y dan a sus creaciones la vitalidad del medio ambiente, y se vuelve la espalda a los raudales aborígenes de nuestras costumbres. Y así, pueblos holgados sobre el planeta, nos falta campo para movernos con nuestras fantasías; sociedades venidas ayer a la libertad, cargamos con tradiciones seculares del mal gusto, y huéspedes de la Historia contemporánea, estamos rehaciendo la historia de las letras; si no es que exabrupto botamos al agua nuestro equipaje criollo, y somos como mendigos a la puerta de los extraños, que comen las sobras de sus banquetes y encienden las luces de sus fiestas. Es odioso este papel subalterno de la literatura colombiana.

--- En la distribución de los dones del arte, si los pueblos guerreros dan la epopeya, si los pueblos viejos dan la leyenda, si los pueblos conmovidos dan el drama, si los pueblos martirizados dan la elegía, si los pueblos coléricos dan la tragedia, si todos elaboran lo que les es propio, Colombia, en la América tórrida, tiene, para dar de sí, la juventud, el paisaje, el encanto indiano, la vida independiente, es decir, un escenario nuevo de hombres y de cosas. Mas la poesía conserva la esclavitud en sus carnes, la estremece la selva virgen, tiembla en la vida libre, y renuncia al albedrío que la hizo señora de su suerte. Desposeída de sus atributos, se rinde y nada vale, porque el gran incentivo del arte es la novedad, como que provocar sensaciones nuevas, o fuertes asociaciones de ideas, constituye el triunfo intelectual. El talento tiene de la sorpresa.

--- Bastaría para la reivindicación americana del arte, mirar en torno nuestro y reproducir el paisaje “al través de un temperamento”, como quiere Zolá; repasar nuestras sensaciones, y dar la conciencia colombiana; mirar hacia atrás y repoblar el mundo muerto de los recuerdos indígenas; seguir en el polvo las huellas de los padres de la patria, y cantar con bordones de acero el futuro que se entrevé para los pueblos libres. No se rechazaría el progreso cosmopolita, sino que nos serviríamos de sus herramientas para nuestra obra, como el progreso se servirá de la obra nuestra para sus nuevas conquistas. ¡Hermosa perspectiva que trunca en hora pérfida la tradición española! Hablo a un auditorio patriota.

--- De aquí no se fueron todos los peninsulares, con las últimas cargas de Ayacucho: quedaron algunos devotos del pasado colonial y, cuando fue tiempo, levantaron en la literatura el pabellón arriado en los combates, como un medio de contener la expansión de nuestra democracia. Con la Academia, primero, y después con el sofisma de la Madre Patria, introdujeron el contrabando de antigüedades y emprendieron el renacimiento arcaico. Se dejó sorprender el patriotismo por la gramática, y retrocedimos nosotros, sin que adelantara España, para darnos un abrazo con la monarquía delante de las naciones. El gran sollozo de Cuba, que rueda por las olas del Mar Caribe a todos los hemisferios, como queja de sirena y rugido de leona, no fue suficiente para detenernos. Y, ya veis qué lejos hemos ido en estas y otras promiscuaciones culpables, cuando un hombre engreído en el mando no se contenta con que tengamos a Cervantes de Saavedra en nuestros escaparates, sino que quiere darles un dueño a nuestras democracias. Nos trajeron el habla de Castilla los españoles; yo no quiero recordar cuánto nos costó este vocabulario, desde que los conquistadores arrancaron a los indios la palabra con la vida, hasta que los pacificadores clavaron en una escarpia la lengua de Camilo Torres; pero ya que tenemos un idioma, bueno o malo, aprovechémoslo en nuestros propios asuntos”.

 

--- Después del discurso el Indio Uribe fue victoreado por un público fervoroso, liberal y conservador, que le arrojaría sus sombreros al escenario como si festejaran en una plaza de toros, en síntesis, lo aclamarían. A la salida del evento lo esperaba el comandante de la policía, Luis M. Gómez, que le solicitó que lo acompañara a la gobernación. El Indio sorprendido le pidió que le permitiera presentarse al otro día a las nueve de la mañana.

--- Eso sí llegaron rencorosos telegramas desde la capital:

--- “Ministerio de Guerra. Bogotá, 8 agosto 1893.

 

Señor Gobernador, Medellín

Suspenda inmediatamente “El Espectador” y todo periódico que tome actitud subversiva.

Aprehenda y retenga a órdenes del Gobierno a los señores Fidel Cano y Juan de Dios Uribe. Obre con reserva para que no evadan providencia Gobierno José Domingo Ospina C.

 

--- Bogotá 16 Agosto, 93.

 

Señor Gobernador. Medellín.

Por haberse dispuesto el confinamiento de Juan de Dios Uribe R. suplico a Usía se sirva hacerlo trasladar al cuartel en donde permanecerá mientras se comunica orden al Coronel Castro. A Cano manténgalo preso en donde está.

Fdo. José D. Ospina O.

 --- A los días de apresado Juan de Dios Uribe la plazuela de la Veracruz y sus calles cercanas se hallaban atestadas de obreros y estudiantes. Ya se llevaban al orador, un liberal radical, humillado por última vez por Núñez y su secuaz Caro. Se hallaba allí para despedirse en la acera, junto a su madre, doña Teresa Restrepo viuda de Uribe, que vivía en la calle Boyacá entre Carabobo y Bolívar. Mezclados entre la multitud lo acompañaban los dirigentes liberales, Antonio José Restrepo, Ricardo Castro, Rafael Ángel, Antonio Orrego, Fidel Cano, Clímaco Uribe, Leocadio Lotero y Benjamín Palacio.

--- Deambulaba en medio de la multitud un joven conservador que lo apoyaba y que más tarde, en la guerra del 99, se volvería un furibundo asesino, ya que como dirigente ordenó el fusilamiento de nueve personas. A la puerta de su casa se asomó el Indio, Juan de Dios Uribe, ya listo para ser llevado al destierro, y subir, vigilado por algunos gendarmes, en un coche para luego, en las afueras de la ciudad, tomar una cabalgadura para ser llevado al destierro. En esos días el tren solo llegaba hasta Caracolí y se debían hacer jornadas de tres días para llegar allí.

--- Se le permitió al Indio Uribe ir en el coche de caballos para despedirse de su prima Clara y de sus hijos, que habitaban en el barrio San Francisco, hoy San Ignacio. En el recorrido fue acompañado por la multitud que le daba su apoyo. En la salida de la casa lo esperaba su prima, Pepita Uribe, quien le pidió que le escribiera una nota en su álbum. A Juan de Dios le chorreaba por su cara un lacio y abundante pelo rojizo. Afanado por los gendarmes y con un pie en el estribo del coche sacó su estilográfica y le escribió:

--- “Ya no seré testigo del porvenir y de la dicha de mi prima; pero desde donde la suerte me arroje, veré como un blasón de mi casa, de mi sangre y de mi nombre, el porvenir que está reservado a sus gracias y a sus virtudes. Ya que no puedo ser romero en su barco de triunfo, le dejo como recuerdo mi nombre en esta equívoca portada de mi ingrato destino... adiós”

--- También escribiría al año siguiente a la muerte de Núñez:

“Acaba de tragarse la tierra con asco al monstruo de la tiranía. El tiempo empieza a hacerle justicia al pueblo colombiano, que ha gemido bajo la más salvaje de las opresiones”.

 

Bibliografía:

-El Correo Liberal, Bogotá, 1893.

-La Batalla, Bogotá, 1892

-Revista Gris, Bogotá, 1893

 -Montoya y Montoya Rafael, Obras completas de Juan de Dios Uribe. Ediciones académicas. 1965, Medellín.

- Vives Guerra, Julio, El Tiempo, 1920-1950

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