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José María Vargas Vila |
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Fredy Fernández Márquez |
JOSÉ MARÍA VARGAS
VILA Y LA PARRESÍA: ESCRITURA, VERDAD Y SUBVERSIÓN EN EL CONTEXTO COLOMBIANO
A Rosa Márquez Echaves, mi
madre, me enseñó la importancia de los libros y de la lectura, mi cómplice. A
Mis hermanos Carlos y Emma Fernández Márquez,
lectores silenciosos, enamorados —como mi madre— de Vargas Vila. Los amo,
aunque estén en otra dimensión.
A Jorge
Janissi Bedoya, en su insoportable existencialismo vargasvileano,
sólo entre el café y su soledad se soporta, lector incansable de Vargas
Vila.
Fredy Fernández Márquez.
Fue un adelantado para su época (1860-1933), en medio de la guerra de
los mil días. Lector de la sociedad colombiana, específicamente de la bogotana.
Aquella que aún guardaba grandes rasgos de las influencias morales
conservadoras españolas de la época. Moralismo sujetado a las creencias
religiosas que permeaban las familias, con un sentido bastante bastardo prolijo
desde la fe, la cual emanaba desde lo más homilético, todo era llevado al Timorem
Dei (temor de Dios). Vargas Vila (el divino), entre sus obras hace una
especie de salmodia nada odorífera (odorĭfer -ĕri) poco agradable para
las narices de los tradicionalistas caducos de la capital colombiana. El
escritor bogotano, de alguna manera, revolucionó la literatura colombiana. Así
como lo hicieron en su momento: Miguel de Cervantes, el Marqués de Sade,
Goethe, Jane Austen, Mary Shelley, Víctor Hugo, Charles Dickens, Herman
Melville, y otros más adelante, como lo hizo Gabriel García Márquez. Vargas
Vila fue todo un contradictor punzante severo de la sociedad del momento, que
poseía principios comórbidos aún vigentes en la
actualidad.
Escritor introspectivo y
vanguardista de su época. En sus obras deja el grabado licencioso del amor-desamor,
vida-muerte y belleza-crueldad, así lo deja plasmado en: Aura o las violetas
(2019), Lo irreparable (2019), Flor del Fango (2019), Emma (2019), La Demencia
de Job (1961), Las rosas de la tarde (2020), Laureles rojos (2018), El cisne
blanco (2023), En las zarzas del Horeb (2018). María Magdalena (2021). Sus
narraciones literarias como lo son, Aura o las violetas, Emma, Flor del Fango y
La Demencia de Job, novelas trágicas (tragedias) Del lat. tragoedĭa, del
gr τραγῳδία tragōidía, donde el amor y la felicidad traspasan todo
encanto de manera sublime, para luego emerger a través de los señalamientos
pecadores como le sucede a Luisa García, a Emma, Aura y al mismo Lucas. La
moralidad se convierte en moralina desde la misma fe. Ahí lo feérico, como
parcas, asalta de manera excelsa o eminente la elevación del pecado como lo es en
lo sexual. Las atracciones físicas se convierten en aberraciones cristianas
extraordinarias. Con un estilo literario desgarrador, deja sin piel a sus personajes,
así como al mismo lector, con suspensos psicológicos, como ocurre en su obra “El
Cisne blanco” (2023) novela psicológica. El autor, deja que los lectores
se asomen a la sociedad insania envuelta en sus propias identidades extraviadas,
cuyas estructuras siegan lo comunitario.
Vargas Vila, con un estilo
muy cerca al post-estructuralismo, de acuerdo a Roland Barthes en: Crítica y
verdad (1994), manifestó, que la génesis de este estilo de escritura, lo
consideraba una literatura que reflexionaba sobre ella misma. Es decir, que
divulga la crítica sobre sí misma y los lectores la ponen en consideración. Un
acto de deconstrucción que trasciende más allá de las fronteras literarias
comunes. La mirada Vargasvileana literaria está anclada a la postura que
menciona Barthes. Acusa y denuncia el autor Bogotano, a esa sociedad mojigata
que exagera sin escrúpulos moralista o religioso, la certidumbre de la cual
estaba hecha la sociedad de esa época. Un subversivo y adelantado para su
tiempo. Con una métrica lingüística refinada que posee un tinte de buen sabor
al paladar de sus lectores, y ese amargor imaginal como el café, de conceptos
inacabables, como el remo de la boga pasional, entre pasa más agua, se rema más,
más agua hay. Poco admitido en la sociedad por la amplitud de su pluma, señala
a la iglesia como una probóscide que succiona todo intento de amor para
convertirlo en vergüenza. Por ello, no se le reconocieron por sus méritos
literarios. Como literato, su obra se hace inmanente, va unido a su quehacer de
una manera rigurosa, a su esencia como sujeto pensante… Esa era su
naturaleza observar la sociedad y sus prácticas teológicas intolerantes, la
cual era y es permanente e invariable en ella, por ejemplo, en el deicidio. Su
forma de escribir es toda una éctasis llevada a lo más profundo de la eugenesia.
Su obra en el habla hispana fue toda una baraúnda. Vargas Vila, sentado en la
barra de su escritura sabía lo que se le venía, por eso: si vis pacem para
bellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra):
Pasarán cien años muchos más quizás y mis palabras
renacerán para poner el dedo en la llaga y evidenciar las mentiras de la
historia. Intelectuales presuntuosos escudriñarán entorno a mi leyenda solo
para lucrarse con artículos sensacionalistas, pero otros volverán a mí buscando
la palabra salvadora y no pocos con la intención de desenmascarar a la sociedad
que me condenó (Triviño, 2008).
Contienda que sostuvo con argumentos, con una prosa lírica florida como
si fuera el pincel de Van Gogh. Lo demostró con todos sus personajes creados en
su obra literaria, principalmente a través de las mujeres, perseguidas,
señaladas, violentadas, abusadas sexualmente, excomulgadas por aquellos
representantes del poder eclesial y político. Deja evidencia el escritor
bogotano de la axiología inversa de la libertad. La verdad convertida en
posverdad, la parcialidad de la justicia, el desconocimiento de la equidad, la
desigualdad. La justicia pasa al plano de lo libertario. Dejó claro la canonjía
entre la iglesia, la sociedad y la política. Sus ejercicios escriturales
denotan un compromiso con los hechos, las acciones y las problemáticas de la
historia colombiana, prácticas convertidas en toda una etopeya. La lucha
interna de los personajes creados por Vargas Vila, dejan voces que reclaman la
vida, el amor y la libertad, desfallecen, pero no bajan la cabeza ante el
verdugo, como ocurre en Flor del Fango (2019), Luisa García, fallece
virginal en su orgullo, ante el repudio de la sociedad que la condena junto a
la autoridad teológica quien es la encargada de dirimir los problemas del alma,
las pasiones y las emociones sentimentales. Como lo escribe él mismo autor: “caggioni
diletta d’infiniti affanni” «(Principio amado de infinitas
penas (2019. P. 205)». Personajes atrapados en el drama de la desventura,
el desamor, la deshonra, la guerra pasional y la maldad de la naturaleza
humana, que terminan con el enfrentamiento intrínseco, creado por la furia de
aquellos que se creen la voz superior de las conciencias de lo más divino en la
faz de la tierra. El pundonor y la soberbia de los sujetos se confrontan a las
disyuntivas de la duda ante lo ético-moral.
Aura o las violetas
(2019), Flor del Fango (2019), Emma (2019), La Demencia de Job (1961), María
Magdalena (2021), son obras que cultivan una lírica única, llena de metáforas
representativas que desafían nuestro pensamiento, frente a la naturaleza humana
como lo manifestaron Thomas Hobbes en el Leviatán (2011) y Juan Jacobo Rousseau
en el Contrato Social (2022). Así lo demostró el sacerdote en Flor del Fango
(2019), su furia comparable con la de Aquiles. El representante de Dios
envuelto en una sotana, se siente violentado en su orgullo personal como todo
un semental viril, pero toma venganza bajo la égida del rey de los divinos como
lo es la deidad máxima. Allí se oculta el cordero en: acta non verba
(hechos no palabras), su valía lo revestía de la bondad mística teológica.
Luisa, al despreciarlo perturba sus sueños varoniles, lo cual lo designa con
una muerte simbólica, muy cerca a la de la pasión de cristo crucificado. Se
convierte a sí mismo, en todo un semidios homérico. Nunca sintió respeto, ni
dignidad por Luisa, sólo vio lo carnal, su filautía o amor propio, dejando de lado toda su humanidad. Se
escuda en la fe para protegerse a si mismo y convertirse en su enemigo
personal, la ataca con todos los andamiajes posibles. Luisa García, se
convierte, de esta manera en una representación simbólica de la tristeza, la
pena, el dolor, el desencanto, la traición, la amargura, la condena. Un dolor
inexplicable que socava hasta los más hondo de su alma, el alcorque de su
muerte. Vargas Vila, evidencia la incertidumbre de sus personajes que compulsan
lo indeleble de la humanidad, cuando un sujeto es señalado, en este caso por un
representante de la iglesia. Dejando, tan solo, un destino titubeante como el
de Luisa. El talón de Aquiles se revierte hacia el sacerdote. Es la flecha que
se devuelve, dejando una herida profunda a través de la desaparición de la
institutriz García:
Fuiste casi un símbolo: ¡la mujer del Porvenir, ioh
Virgen trágica! iSalve! No te venció el amor, no te envileció el
placer, no te deformó la maternidad; el polvo de las alas de psiquis te cegó, y
florecieron las rosas blancas bajo tu planta sangrienta, y en tu corona de
muerta. Y, apta, caíste para el beso, para el himno y para el cincel; el mundo
te mató; no te manchó; ¡Salve Virgen! (2019. P. 374).
De esa manera, fallece la
protagonista de Flor del Fango (2019), impoluta, limpia, sin mancha
alguna.
Emma (2019), es una
novela corta, sustanciosa y biliosa en su trama. Narra una desdicha de dos
zagalescos que comparten la misma casa o techo. Es el encuentro de la pérdida
de lo incomponible. Sus miradas se encontraban y en ella la pasión y la timidez
es la elocuencia de la emoción compartida por el temor al amor prohibido.
Virginales los dos aún. Un querer ardiente, provocador, sus miradas
conversaban, se amaban, los besos y las caricias vedadas sólo eran posibles en
sus respiraciones, miradas encendidas, eran complementos entre ellos, nada
sobraba, uno sólo en dos almas para la rueda de la vida. Ellos mismos se
enredaban en sus angustias asaltadas por la testosterona, se aman. Emma y
Armando:
Casi niños, tiernos y sensible, se amaban con ese
amor de la primera edad, amor que tiene todo el fuego del sol en el oriente,
toda la belleza de una mañana estival, todo el encanto del primer día de
primavera en una floresta americana, y todo el esplendor exuberante de la
vegetación en una selva virgen (Vargas Vila, 2019. P 68).
Eran sus mitades, sus soles
en sus ventanas, sus lunas al atardecer, el bastón que acompaña la mano y en
ella deposita el peso del dolor. Sombras sin dueños. Innatos de la misma casa,
de dos hermanas, de grados consanguíneos cercanos, negados para el amor, los
dos carentes de la figura paterna. Almas cándidas, pero necesitadas el uno para
el otro. Desesperadamente locos enamorados, ladrones de sus corazones. Atrapados
en el órgano de la naturaleza muscular, vertebrados motriz situados en el nicho
torácico, abertura inacabable. ¿Quién por amor no ha llorado? Emma lloró, por
la partida de Armando al seminario, lejanía amarga, triste sin ternura y llena
de castigo por quien se ama, se niega el amor, la ternura se extravía. ¿Qué
desea la vida para ellos? Aun así, mantienen presente su casto pero ardiente
amor entre sí. Ella desamparada por la duda del regreso de Armando,
comprometida en su orgullo arrobo sólo para Armando su acullá. La lejanía acusa
las alegrías efímeras, vahído: “iquien se haya separado una vez sola del
ser que más se adora en el mundo, podrá comprender esa tristeza! (2019,
P. 69)”, ¿cómo borrar la imagen del Armando? ¿cómo volver a vivir
la vida sin el ser que se ama? Emma, solo Emma, vida sin romance, nada volverá a
ser como antes. ¿Dónde está el amor? ¿Cómo soportar la vida sin Armando, y
Armando sin Emma? O sólo será un romance que pasará a la historia novelesca que
agudiza los sentimientos de los dos seres virginales. Desafinación de la nota
musical que anima el amor, cuerdas desafinadas del arco que no encuentra la
nota adecuada para una sonata del olvido. Pareciera que el amor no fuera para
los humanos, solo le resta a Emma pensar en: “per aspera ad astra”
(a través de las dificultades, hacia las estrellas). El amor no tiene
precio por lejos que esté.
La argucia se hace presente
por parte del padre Andrés, quien hacía de preceptor religioso, actuaba como si
fuera una casuarina de tono bajo, sólo se alcanza escuchar entre los mosenes,
el interés era Armando, dejarlo para que se convirtiera en un tonsurado más.
Emma, era el problema. La naturaleza divina fue cómplice, no tuvo compasión con
ella, cae enferma. Pareciera que escuchó los ruegos del padre Andrés para que
Armando se quedara, y fuera uno más de ellos. La amada joven sufre una baja del
pulso, como si fuera una muerte súbita, sin respiración, ni el más avanzado medicastro
del pueblo logró recuperarla para que volviera en sí. Armando el estudiante del
seminario conciliar en Roma, recibe la misiva del fallecimiento de su zagal
virginal. Como duele llorar, es caer al fondo de la nostalgia, del precipicio
de Challenger, fosa de la mariana, oscuridad total y única. Eso sintió Armando:
“¡Oh! sí, la vida me es odiosa” (2019. P. 76). Desespero
extraviado, como algo que no sirve, mirada que se esconde en la muerte fría. Su
aquitalación fue determinante:
Bien padre mío, muerta ella, el mundo es un
desierto para mí; quiero huir de sus halagos y consagrarme a Dios, quiero
postrarme al pie de sus altares y si no puedo olvidarla, con una vida ejemplar
santificaré su memoria, y después la encontraré en el cielo (2019. P. 77).
Los toques de la suerte emergen
en la obra poética de Vargas Vila. Dos seres de sotanas negras departen desde
su complicidad: el Padre Andrés y su superior:
¿Qué hacemos con esta nueva carta? – le decía.
- Guardadla. Ha llegado demasiado tarde. ¿A qué perturbar su espíritu con
esta nueva noticia? Él está ya pronto a volver a América; dejad que lo sepa
todo en el seno de su familia; allí encontrará mayores consuelos (2019. P. 78).
Emma, el ave Fénix, se
levantó de nuevo, resucitó. Armando se dirigía a su sepelio. La creía fallecida.
Vargas Vila, juega con la prosa, con la desesperación del lector en un vaivén
entre las páginas de su novela. Desespero de saber qué pasa con la infortunada,
al fin podrá verla, piensa el lector taciturno. Háptico en la estructura de su
escritura, pone en juego el encuentro y el desencanto del enamorado, en
referencia, al advenir del ir y el volver con las manos vacías. El escritor
colombiano, traspasa las fronteras de la imaginación con la intención de
demostrar, una vez más, como el amor de mozos no es más que una posibilidad de
vida, sin la promesa de amarse. Ser el
uno para el otro, sin serlo, sólo para pensarlo. El amor como juego, como
desencanto, de la no-posibilidad de ser feliz, de la rostridad del no-ser. La
alteridad que demanda la presencia de quien se ama. Soledad que envuelve el
desconsuelo de quien lo lee.
La fortuna o el infortunio
continúa en la corta novela, vuelve en clave de oportunidad: “Todo ha
pasado, Emma vive” (2019. P. 79). Para extender la angustia del lector,
la noticia no llega en los momentos más oportunos, es tarde ya, Armando venía
en camino. La creía fallecida. Que historia narra Vargas Vila, llena de
amor-pasión, felicidad-tribulación, melancolía-romanticismo y tristeza, para
finalizar en tragedia. Los representantes de la iglesia hacen presencia para la
amargura de la pareja, evitan su unión. Una vez más el escritor colombiano hace
apología de lo indómito, al deseado pecado, alejado de la exomológesis en su
totalidad.
Emerge la presencia del
galeno, para quien la vuelve luego a su débil vida: Emma aún vive. Escribe el
autor de la novela, como si fuera una sentencia gnómica la llegada de Armando.
El último encuentro de la pareja, fue una reunión fatal: felicidad-fatalidad,
juega la pluma de Vargas Vila, para mostrar el comportamiento humano, un sueño
profundo, pero despiertos los dos. La muerte asoma de manera definitiva, como
si fuera un perfume volátil, el cuerpo se queda sin alma y calor, desierto en
el manantial del amor, llueve otra vez y ya no está ella. Armando es prisionero
de la ansiedad, porque todo ha llegado a su final. No hay ternura, jamás
entenderá Armando su ausencia, ya no está, aunque muera en sus brazos. No habrá
mañana, la puerta del corazón se ha cerrado, las mirandas sospechosas se
fueron, dolor que volverá una y otra vez. Ella, Emma la virginal, ha pasado a
otra dimensión sin su amado.
Todos han caído en su alrededor, y él, como árbol
que desafía la tormenta, espera que el hacha de la muerte venga a derribarlo, y
sueña con vivir en la otra vida al lado de Emma, en perdurable amor (2029. P.
83).
Ha cruzado la puerta de la
dimensión desconocida, un gran pedazo de Armando ha fallecido, castillo de
arena que muere con la bruma, que triste amargura… Nadie como Emma fue
su anhelo, su fortuna. Mucho de ella se quedará en él. El bastidor Vargasvileano
ha caído, como cayó Héctor bajo la espada de Aquiles. Sólo la naturaleza
filosófica escrita por Spinoza, sabrá al atravesar la noche como testimonio de
un amor imposible donde sólo se entrega el alma virginal al óbito, la
inclemencia de la muerte es implacable, aunque sobró corazón entre dos, no fue
suficiente para vencerla. En su pensamiento él la perseguirá en las sombras como
en los sueños, aunque se interrumpan a través de la noche. El redondel girará
de nuevo… para caer en el vacío del silencio, para no detener el tiempo
implacable del dolor…
Aura o las violetas (2019). Novela
considerada dentro de los inicios del modernismo, cuya declaración se acoge al
romanticismo precoz de sus personajes. Publicada en 1887. Narración desaforada
vivida entre el amor de dos bellos mozos, que se juran eternamente su
afecto-pasión y lo rubrican a través de un ramillete de flores violetas. Para
vivir sus sueños en sus pensamientos más terrenales, amantes a escondidas,
cuerpos prohibidos, para desnudar sus corazones. Hablarse en silencio, en su
caminar nocturnal, descubrirse los secretos más ocultos. Eso eran ellos.
Momentos que se inventaron como las violetas. Los únicos testigos de su
desamparado amor. Como pedirle al amor: ¿amor? El romance pasa
por momentos tristes, porque el infiel hado así lo decide. Hasta el destino fue
incapaz de reparar lo más irreparable entre los dos. Sólo la sabia muerte es la
más capacitada para dirimir esta tortuosa ligazón. Aura, pasa de una condición
irreal a la real como cualidad, en la cual condiciona su propio ser. Mientras
que Armando va en sentido contrario real- irreal, padece de una pasión fuerte
dolorosa de su propio cuerpo, el cual se refleja interior-exterior.
Ante el poder financiero han
caído grandes imperios, naciones, familias poderosas y hasta guerras como la de
Troya; también tragedias íntimas como la de Romeo y Julieta. La historia
de Aura y Armando es una más en esta larga cadena, narrada esta vez a través de
la literatura de Vargas Vila. En la novela, emerge la figura del señor
adinerado, símbolo de un poder que trasciende lo sentimental. La ilusión
amorosa entre Adán (Armando) y Eva (Aura) deja de ser ese paraíso prometido
para convertirse en un cielo asimétrico, sin esferas concéntricas, donde ya no
hay astros que giren alrededor del amor de los dos mininos. El anciano
magnánimo obtiene el amor juvenil de Aura a cambio de una mejora económica para
su familia, una estabilidad que Armando nunca pudo ofrecer. Es una tragedia sin
coros, ni verso, sin novelas interpoladas, pero cargada de sufrimiento, dolor y
fatalidad. Lo funesto se hace presente, despertando compasión, pena y
aprensión.
Aura se compromete, se somete
y se sacrifica por el bienestar de su familia. ¿Qué tan válida es la decisión
que toma? Es un valor que Armando jamás supo comprender. Su reacción no fue de
empatía, sino de orgullo herido, dolor; un esteticismo viril profundamente
arraigado, que se sintió agredido ante la renuncia de Aura a un amor que no
podía sostenerse solo con palabras.
Era la sonrisa de la desesperación que cree
burlarse del dolor, esa sonrisa que lo hace a uno exclamar con el poeta: «Me
duele el corazón, pero me río». Lágrima que escapada del corazón no
alcanza a llegar a los ojos y se derrama por los labios. El dolor también tiene
sus sonrisas. ¡Qué horribles son las sonrisas del dolor! … (2019.
P. 41).
El dolor que narra el autor
de la novela es incomprensible, sólo lo siente quien lo padece. En esta
narrativa, la alteridad no hace falta. El otro fallece con la determinación que
toma Aura. El otro (Armando) es excluido, su trato fue desigual. Motivo:
aparece un alcista entre los dos enamorados. Para la familia de Aura es una
condición sine que non, y ella lo hace porque: audentes fortuna invat
(la fortuna favorece a los atrevidos), ella se emprende. Ignición humana
voluntaria, noúmeno como aquello existente en sí misma, emancipación de cómo lo
percibe el otro o como trata de interpretarlo como se conoce el acto. Toda una
combustión, evento que sólo siente y conoce quien lo vive, por ejemplo, el
suicidio. Todo un Ad hoc, (“literalmente 'para esto',
para referirse a lo que se dice o hace solo para un fin determinado”).
Eso fue el acto que hizo Aura, pero que Armando jamás interpretó. Su
comportamiento fue como todo un varón enamorado, en su gallardía fue lastimado.
Dolor viril. El acto realizado por ella, él nunca lo entenderá a través de sus
juveniles sentidos, disimilitud al fenómeno, es la exteriorización de la
realidad que le tocó vivir a Aura, ella si la percibió y la sintió en su
desconsuelo como mujer que se expuso al poder del parné. El amor de Armando por
Aura, no dejará de ser el cortisol postmoderno.
La muerte aparece en la obra,
como siempre, como es ella, fatal, fría, calculadora, hasta inocente en su
fallecimiento, virginal para Armando. El hombre que muere en vida y vive por
ella. Convertirse en una sola persona, aún en el féretro. Se encadena a un
fantasma, a su dolor, en cuerpo y alma, en su mente. El personaje demuestra ser
todo un rebelde, anarquista, como lo fue Vargas Vila. Universo negro, como el
entierro de Atala, en la pintura de Anne-Louis Girodet De Rouccy-Trioon (1808).
Sólo lo entiende quien lo padece. Armando, sólo Armando convertido en un triste
final. Alma que tiembla, recordarla es todo un placer en su dolor, en su vida.
Vargas Vila, La Demencia de
Job (1961). Job, es toda una celebridad de las entrañas bíblicas. Estro de
narrativas literarias en su inspiración a través del tiempo. Poemas, obras
teatrales, novelas, artículos y otros. Allí se anidan el sufrimiento, la
ansiedad, angustia, desencanto, el desamor, la fe, lo divino, la injusticia, lo
oculto como dolor, lo carnal, la adoración a Dios y vida en el ser humano, La
Demencia de Job (1961), no es ajena a ello. Tampoco lo son: Joseph Roth con
su obra: Job Historia De Un Hombre Sencillo (2020). Massimo Recalcati: El
Grito De Job (2024). Carl Gustav Jung: Respuesta a Job (2014).
Fernando Savater: El Diario De Job (1997). Trebolle: Job (2011).
Luis De León: Libro De Job (2019), entre otras obras literarias.
El existencialismo brota en
La Demencia de Job (Lucas Poveda) a través del desconsuelo, la aflicción, fatiga
que causa náusea sartriana en un cuerpo que se agita violentamente, padece de
elefantiasis o filariasis linfática, es un estado elaborado en un ser con vida,
el cual altera la función de uno de sus órganos, algunas veces todo el
organismo. Produciendo infección inveterada o crónica en la parte linfática,
causa hinchazón exagerada ya sea en los brazos o piernas, deforma en su
totalidad la piel. Su prosopografía era fina:
Alto y rubicundo, fuerte y bello, como un Apolo
pintado por Rubens, Lucas ostentaba el esplendor de sus veinte años, y
entretenía sus ocios, en el ejercicio de sus dos grandes pasiones: la lectura y
la pintura (1961. P. 7).
Este cuerpo afectado por
elefantiasis o filariasis linfática, representa un estado límite en un ser vivo
cuya existencia se ve trastocada por la disfunción de uno o varios órganos. La
enfermedad, al invadir el sistema linfático, genera una infección crónica que
produce una hinchazón desmesurada —ya sea en los brazos o en las piernas—
deformando por completo la piel. En ese cuerpo habita Lucas, y con él debe
enfrentar la dura realidad, cargado de ansiedad. Lo rodean enemigos
encubiertos: el cura del pueblo y las creencias católicas de sus vecinos,
quienes, movidos por una ignorancia profunda creen que la enfermedad es
contagiosa. Lucas es un ser hermoso, garboso. Se dice que en todo hombre habita
un Job. Él es expuesto a la justicia divina y a la prueba de su lealtad hacia
Dios. Una de esas lealtades es precisamente el sufrimiento: el desprecio, el
señalamiento, la exclusión, la lástima. Pero debe estar dispuesto a la paciencia,
sin importar la magnitud del padecimiento o castigo.
Todo un estoico, aunque la
lepra lo devore en vida. La marginación social es implacable no se apiada de él,
la desolación se hace presente en la vida de Lucas. Se atraganta su propio
grito, nada que ver con el clamor de Edvard Munch. En el texto bíblico el
sufrir nace con la humanidad, es un castigo moral. La pregunta es: ¿Por qué
razón las almas buenas sufren? Para el personaje principal, su gran prueba es
la enfermedad, sufrir es todo un ocio fecundo. Se hace presente la desgracia a
través del amor. Los abrazos fueron negados porque se deshacen como la espuma.
¿cómo vivir la vida de otra forma? El peso cada día más agacha la espalda.
¿cómo expresar amor cuando se cree que tiene sentido? Mendigar un abrazo, una
caricia, comprensión, negar tocar el cielo, las estrellas se deshacen, la luna
se desprende, se rompe a pedazos. Su alma es su propio ropero. Al abrirlo encuentra
la soledad, el frío, no hay un vestido adecuado para la fiesta que se llama
amor. Afecto fuerte del ser humano que, inicia en su particular necesidad de buscar
el encuentro y vínculo con ese otro ser. Sólo el amor incondicional de la
madre, para él lo más puro. En la carta apostólica Salvifici Doloris
(Salvar del dolor) de Juan Pablo II, sostiene: “La Sagrada Escritura es
un gran libro sobre el sufrimiento” (2019. P. 3). Lucas había nacido en
el Salvifici Doloris, o sea, en la correspondencia pecado-castigo. Desde
antes de nacer su destino estaba comprometido en la falta, en la culpa. ¿qué
delito cometió Lucas para recibir tal pena sagrada? Ni Eliú ante el Dios
castigador defiende a Lucas, porque este está lejos de la Spe Salvi
(esperanza salvada). ¿Luchar contra sí mismo, la religión y la sociedad es
estar demente? De esa manera, es como excluyen a Lucas. Lo trataron como si
padeciera de una enfermedad neurodegenerativa, como si Lucas presentara una
conducta de trastornos, apatía y desinhibición. Del Job bíblico al Job de
Vargas Vila, ambos padecen del sufrimiento y de la desdicha del Dios cristiano,
que no tiene compasión con Lucas.
El personaje bíblico es
manoseado por la palma de Satanás; el de la novela, en cambio, es acariciado por
el amor, la soledad, la sociedad y la daga teológica, encarnada en el cura del
pueblo (Ciriaco). Este se encarga de separar a Lucas de Catalina Ritter, su
primer amor: un fracaso total y doloroso. Lucas sintió entonces la estaca de
Drácula de Bram Stoker: gritó en silencio, un dolor fecundo, el exordio de
desgracias discontinuas. --¡Ah, madre, qué cosa tan cruel es el Dolor!...
(1961. P. 42). El estrago que deja el dolor no es la cadencia del mal: es
su substancia, el sufrimiento mismo que lo consumió. Ni la fe lo consuela,
porque es perversa, ni siquiera el ósculo más suave asiente en su depresiva
alma, nada sedeño como lo era él. Poco símil entre ambos Job. Lucas vivía en el
laberinto de Creta, sus alas desde que nació siempre estuvieron cerca del
fuego. Su noche nunca esclareció, el beso que jamás dio, jamás su conciencia
tuvo paz, el pan nunca fue partido en dos, menos en partes iguales.
Un segundo golpe del destino
brota para Lucas Poveda. Se llamaba Marta, pariente lejana. ¿Será un nuevo
dolor? Un nuevo capullo perfuma el jardín: “Cuando ella llegó allí, el
silencio de tumba; un silencio intolerable, hecho de crueldad y de abandono, y
ella lo interrumpió con la aparición de su gracia, cuasi infantil, que se diría
alada” (1961. P. 106). Pura, incólume, inmaculada, virgínea toda ella.
Un nuevo himno a la alegría, composición que sólo suena al corazón, con
movimientos de acordes, un amor en forma de sonata. Sin embargo, la crueldad
del representante de la fe católica asoma con la espada de David para blandirla
contra Goliat (Lucas), dispuesto a la guardia con pasos delanteros trémulos.
Esperando la estocada final para el desenganche del alma pecadora del Job
Vargasvileano.
Marta, belleza única,
Artemisa exasperante al verla, prohibida inicialmente: “pedían a gritos
la violación de las caricias” (P. 108) entre ella y Lucas, un nuevo pero
bello y provocador dolor asalta a lo más profundo de Lázaro, llanto que se deja
escuchar en lo más profundo de su ser, como la luz de una vela. Un nuevo
despertar sin rencor y miedos. La hiel es dulce como la miel, un nuevo dolor
delicado, sutil, frágil, delgado, pero toda una semilla llamada amor. Almas
gemelas que al contacto se convidan con un sentido corporal con el que se
perciben dentro de sus cuerpos sensaciones de intimidad, presión de sus pechos
agitados llenos de calor y sudor, con presión de temperatura traspasaron el
umbral de la doncellería, ya era historia de un amor mucho más que carnal, todo
un vórtice. Tolvanera insensata.
El tiempo fue culpable de la
ruptura del repliegue membranoso que lo convirtió en un nuevo ser que se
gestaba en el vientre de Marta. Un miembro más de los Poveda, pero que llega a
destiempo. Al comunicárselo Marta a su amado, entra en pánico escénico. No
admite que otro ser porte la mortal enfermedad, sufriría los mismos tormentos,
desgracia, persecuciones y la maldición de Dios a través de sus representantes,
otro leproso, otro negado, otro que muere en vida. Su mirada extraviada,
demencial, funde su mirada en Marta. Sus almas se juntas por la fuerza brutal
de Lucas. Un idilio de amor que sólo la muerte comprende:
̶ ̶ Ve y muere ̶ ̶ dijo él inexorable… ̶ Moriré, pero en tus brazos… y, diciendo así se abrazó fuertemente
a él… ̶ ̶ Sí, muere, muere ̶ ̶ rugió el leproso cogiéndola por la garganta, tumbándola a tierra;
poniéndole una rodilla sobre el pecho, le apretaba el cuello con ferocidad
gritando: ̶ ̶ muere, muere… (1961. P. 204).
La muerte de Sócrates (399),
una muerte ética, fallecimiento cálido, reposado entre palabras con los más
allegados. Según el filósofo griego, inició por los pies, la cual subía
lentamente hasta su parálisis total. Epicuro sostuvo: “El peor de los
males, la muerte, no significa nada porque cuando somos, la muerte no es; si la
muerte es, no somos”. La muerte de Marta es por amor. Nunca lo impidió,
dejó que sus manos se posaran en su dulce y delicado cuello, el cual ahogaba
lentamente. En su muerte sólo vio a su amado Lucas, no le quitaba la vida, le
daba el sentimiento intenso de su único y comprendido amor que, partiendo de su
emoción trascendió a lo pasional. Como un acto irracional diría Spinoza.
Fallecida Marta se encuentra
en unión con otro ser llamado Lucas el leproso. Sepultada por sus propias
manos, resguardada entre rosas, el viento se convirtió en una sonata, un canto
de la alegría. Sobre rosas rojas, blancas, amarillas yacía un bello cuerpo
lozano, el cariño de su vida. Se fue, marchita la tarde, fría la noche, oscuro
al amanecer, abandonó cuando más se necesitaban, se borraron los sueños al
amanecer. Ahora sabe él lo que es el amor, la soledad se apoderó de la vida.
Libre de toda culpa, la única culpa fue amarla, poseerla, tomarla para
arrancarle su vida, las vidas. El amor de Lucas a Marta, fue todo un estado de
furia, dolor, sufrimiento, excomunión, persecución. Castigo de no estar más con
ella. Se fracturó la luna, oscura, fría, sin estrellas: “--Chit…madre,
no la despiertes; ella duerme bajo las rosas; ¿no ves, cuán bella duerme
bajo las rosas?” (1961. P. 204).
Hay que decir, finalmente,
que estas obras, están atravesadas por una lírica tanática, por unos
sometimientos amorosos acompañados por la sombra de la fatalidad, por un
erotismo atrapado en el prejuicio social y enmarcados en unos pasajes que se
convierten en la proyección de los afectos, como lo refrenda una descripción de
Aura o las violetas: “El huerto de la paterna estancia, estaba lleno de
perfumes; las brisas murmuraban tristemente, como los acordes de un arpa desconocida”
… (2019). Y este paisaje bucólico, la muerte parece ser el hada perversa
que troncha la existencia. Así lo dice en Emma: “como la hoja desgajada
de una azucena que arrojara el viento sobre el mármol negro de una tumba”
(2019). La muerte es lo más sublime entre los enamorados en cuatro de las obras
literarias de Vargas Vila. Para él, amar es morir en lo más profundo de la
existencia humana, aunque demuestre exagerados escrúpulos morales o religiosos…
Referencias
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