Una conferencia hace cien años. Destruir prejuicios es el papel del pensamiento universitario /
Rafael Rubiano Muñoz
El 10 de abril de 1924, Baldomero Sanín Cano (1861-1957)
expuso una conferencia en el Salón de la
Unión Ibero-Americana en Madrid ante un selecto y prestigioso grupo, entre
ellos fueron invitados la mayoría de embajadores de los países sur y
centroamericanos, así mismo asistieron connotados letrados europeos de esos
tiempos. El rionegrero después de haber sido ministro de hacienda durante el
gobierno frente nacionalista de Rafael Reyes, fue enviado a Londres en febrero
de 1909 para resolver el litigio de la explotación de esmeraldas por compañías
inglesas en nuestro suelo. La conferencia la tituló: Las revoluciones hispanoamericanas (1), no por casualidad ese año
se celebraron, los cien años de las independencias latinoamericanas con la
batalla de Ayacucho que cerró la amplia coyuntura emancipadora tras la invasión
de Napoleón Bonaparte en 1808 a España.
Sanín quien a partir de la Primera Guerra Mundial se incorporó al diario La Nación de Buenos
Aires, primero como periodista cubriendo la conflagración armada con Salvador
de Madariaga, luego se convertiría en agente y representante del diario desde
1923 y se desplazaría a Buenos Aires en 1925, se ocupó en esa conferencia - y
hacía una década en decenas de artículos-, a confrontar las raíces
intelectuales del imperialismo colonial occidental, criticaría las bases
culturales del nacionalismo racista europeo y unos años antes con la revista Hispania (1912-1916) editada en Londres,
junto a Santiago Pérez Triana quien fue exiliado por Miguel Antonio Caro
durante la Regeneración – otros
liberales fueron encarcelados y se les aplicó la pena de muerte – se plegó al
antiimperialismo norteamericano, tras la guerra de 1898, el colombiano defendió
la España secular y liberal e hizo una tarea de promover y salvaguardar la
identidad de los latinoamericanos ante la voracidad de las
potencias de la época. Dichas potencias aspiraban a
invadir nuestras tierras en busca de recursos naturales y poder político, Sanín
atacó con solvencia jurídica y política la Doctrina Monroe que era dominante y
fue un adalid del derecho internacional como medio para regular las guerras y
los conflictos mundiales, entre otros compromisos que asumió.
Por la pérdida de Panamá en 1903, Sanín fue decidido
antiimperialista y en particular crítico de los Estados Unidos en su política
exterior, porque pese a ello admiró sus letrados e intelectuales. Embajador,
periodista, docente, conferencista, intelectual comprometido y actor
fundamental de la cultura impresa latinoamericana, Sanín llegó a saber 9
idiomas, fue traductor del alemán a finales del siglo XIX en Colombia, incitó a
José Asunción Silva y a Guillermo Valencia a leer autores daneses, italianos,
franceses y de otras latitudes y conformó la generación modernista
latinoamericana lo que se evidencia al revisar la Revista Contemporánea (1904-1905) impreso que dirigió en Bogotá.
Este insigne letrado, un liberal de izquierda muy
moderado, se centró en dos propósitos en esa conferencia: 1) Demostrar a su
audiencia la variedad de prejuicios existentes sobre los latinoamericanos, en
especial, los que nos juzgaban como raza inferior y ante todo como bárbaros
proclives a la anarquía y la violencia. 2) contrario a lo que se presumía
sostuvo que en nuestras tierras existía un pensamiento latinoamericano, a la
altura de lo más refinado y avanzado del pensamiento europeo.
La exposición está compuesta de fina ironía y de un excelso
humor, sin vulgarizar y con datos y cifras establece de modo comparativo las
desiguales condiciones que durante el siglo XIX y lo corrido del XX,
instituyeron la percepción de nuestro suelo como uno proclive al vandalismo,
las trifulcas, los disturbios, las guerras y las revoluciones, porque como lo
señala en unos de sus párrafos: “Entre 1870 y 1880 empezó la prensa europea a
distribuir mañosamente la especie de que las Repúblicas americanas de origen
español eran el hogar de las revoluciones, y que allí la vida, por esa razón,
era un tormento… De la Prensa y de los labios de la gente maleante esta idea ha
pasado a las obras científicas, y ha tenido dos protagonistas especiales en
Europa: el uno, el doctor Benjamín Kidd, en Inglaterra; y el otro, Gustavo Le
Bon, sabio más conocido, a quien los periodistas solemos citar con muchísima frecuencia
en las gacetillas y hasta en los artículos de fondo”. (2)
El sociólogo y filósofo anglo-irlandés y el sociólogo y
físico aficionado francés, son agudamente discrepados por Sanín, juzga sus
incruentos equívocos con relación a nuestras tierras, su gente y cultura y le
increpa al mismo tiempo al señalar la crueldad y la violencia que algunos
países como Francia, Inglaterra, Alemania, primordialmente agenciaron al punto de
verse involucrados en la más espantosa de las confrontaciones armadas en el
mundo, la de 1914. Advierte que pese a un lento desarrollo social y económico,
el pensamiento y la cultura latinoamericana, la función de los letrados y
letradas ha sido preponderantemente –habrá excepciones claro – la unión y la
fraternidad de nuestras naciones, por el contrario, Europa inventó tras la
primera guerra mundial, el odio racial y el patriotismo enfermizo y fanatizado
e idolatrado, no un patriotismo racional y crítico.
Recuérdese que Sanín escribió en 1914 el ensayo: “El
descubrimiento de América y la Higiene”, donde apoyado en la obra del padre
jesuita Joseph Gumilla destronó el prejuicio de la inferioridad espiritual y
cultural de los americanos ante la conquista española. Esa tarea la hicieron
Miranda, Bolívar y Bello también, por eso Sanín es continental. Valga decir que
ese escrito nunca lo citan (ni lo citarán) los mercenarios intelectuales de la
decolonialidad, naturalmente. Así que en esa conferencia, nuestro compatriota
hizo una tarea que por el contrario ningún político, diplomático, dirigente,
comerciante, comprensiblemente ningún decolonial,
postcolonial o mercenario del nuevo pensamiento latinoamericano de hoy, adobado
con las epistemologías del sur, hizo o ha hecho tan dignamente como el casi campesino
de Rionegro-Antioquia y es destruir prejuicios y dogmas.
Cualquier miembro del Alma
Mater si en términos de ética y moral pertenece a la UdeA está llamado a
ser promotor y actor esencial de romper prejuicios y la misión de la educación superior
es demoler formas de pensar y construir miradas diferentes de la realidad. Se constata
que Sanín dictó clases sobre historia española y latinoamericana en Oxford, Cambridge
y Edimburgo, apoyado por el crítico James Fritz-Maurice Kelly. En Madrid igualmente
dictó cursos sobre nuestras tierras y estableció lazos y redes con lo más
selecto de la inteligencia europea y latinoamericana de la época, basta
mencionar con el socialista español Luis Araquistaín, con el anarquista polaco
argentino Samuel Glusberg (Enrique Espinoza), con el socialista norteamericano
Waldo Frank y con el demócrata republicano Joaquín García Monge, entre otros y
otras más del mundo.
Ahora, de nada sirve el basto y amplio saber y
conocimiento, son insulsos los títulos que se pregonan, - valga añadir que en
las universidades colombianas hay una devoción irracional y una idolatría por
los títulos de doctorado-, porque jamás el título de doctorado permitirá cumplir
la función neuronal de desdogmatizar y
desprejuiciar. Hay variedad de doctores y doctoras que vienen en peores
condiciones mentales e intelectuales a la universidad y hubiese sido preferible
que no hubiesen hecho el doctorado, es muy vergonzoso irse en unas condiciones
y llegar en otras desmejoradas, decía Sanín, y agregó que hay quienes viajan “y
vuelven como las maletas”, o dicho desde otro grande, Dostoievski, afirmó que
en Rusia hay “muchos científicos sin obra científica”.
Si el docente en su función intelectual no tiene la
capacidad para destruir dogmas y menos aún tiene la audacia de propender porque
sus auditorios miren con otros ojos y otros lentes la realidad no tiene
correspondencia ni hace mérito al llamado del Alma Mater. A propósito, en la
revista Hispania de Londres, Sanín
escribió un artículo titulado: “Las universidades y el espíritu nuevo”, donde planteó
que una renovación a profundidad de los claustros de enseñanza universitaria no
se puede atar y anclar a asuntos curriculares o pedagógicos exclusivamente,
pues lo primero que es fundamental transformar es la capa profesoral, quiere decir,
cambiar sus actitudes y sus mentes, sus formas de pensar, porque de nada sirven
cambios administrativos, si no hay cambios en el pensar y el hacer de quienes
enseñan.
Aprender a desaprender lo aprendido, quiere decir, los
primeros en edificar un deber ético y moral de desprejuiciarse son los mismos
profesores y profesoras: ¿Seremos capaces de desandar lo andado, o mejor decir
desasnarnos para decirlo con Rousseau? Segundo y es capital, la crítica y la
autocrítica, no solamente proponer con argumentos críticos, reevaluar lo
pensado y caminar de otro modo el pensamiento y la reflexión. Y en tercer lugar
establecer puentes, de lo particular y singular a lo universal y global, de lo
micro a lo macro y viceversa, de Latinoamérica a Europa y de una geografía a
otra. Según Sanín Cano, antes que administrar, liderar o gobernar las
instituciones universitarias se debe tener talla intelectual, vale preguntarse
entonces: ¿Tienen los candidatos a la rectoría de la UdeA tal talla
intelectual? No es con títulos universitarios que se tiene tal talla, es con la
magnitud del pensamiento que se forja mediante la lectura, el estudio y la
producción intelectual, de la cultura oral a la cultura escrita, no se es
universitario solamente por el verbo, se es por la acción del pensamiento y
ello se puede realizar con las ideas y con la escritura.
Sin duda, la conferencia de Sanín hace cien años nos
invita a repensar y reflexionar nuestra coyuntura universitaria, los conflictos
externos son minúsculos, ante los internos, de modo que más allá de lo
electoral, de campañas publicitarias para obtener el favor de los votos en el
consejo superior, una cosa es ser candidato a la rectoría y ser rector (o
rectora), otro muy diferente es llegar a la rectoría con talla intelectual, con
una capacidad pensante y reflexiva, no con lugares comunes y con demagogia para
solazar las multitudes de la comunidad universitaria.
La talla intelectual no la da la respuesta inmediata de la entrevista para medios y redes, ni los foros con los estamentos, lo da un recorrido de formación, una apropiación intelectual y de visión de la universidad, pero lo estimula y lo nutre, ante todo la autocrítica, la capacidad que se alcance de desdogmatización y una perspectiva carente de extremos, amplia, abierta, generosa y en especial que comprenda - y ante todo sepa resolver que los males y conflictos de la uni-, están por fuera cierto, pero los más endémicos y terminales están dentro de ella misma, hiperburocratización, corrupción, clientelismo, conformismo y en especial, una privatización del entorno y del hacer público de la universidad, un aparente e indestructible soberanía de grupos privados que son legales e ilegales: ¿Tendrá esa capacidad intelectual, el próximo o la próxima rectoría? ¿Dirigir la UdeA es un asunto exclusivo de lo administrativo y burocrático (claro que sí), pero más allá de lo anterior, el próximo rector o rectora de nuestra universidad será capaz con mirada humanista e intelectual sortear los conflictos externos, pero sobre todo los internos que son más agudos y graves que las amenazas foráneas
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1. Sanín Cano, Baldomero. “Las revoluciones Hispano-americanas”. Madrid: ediciones de la Unión IberoAmericana. 1924
2. Ibid. p. 5
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