miércoles, 6 de marzo de 2024

 


ESCRIBIRLO PARA NO MORIR

Efraín Alzate Salazar    

La escuela de la ternura Aquellos días cuando fuimos por primera vez a la escuela nunca se olvidan, por tanto, significan una ruptura de un ritmo de vida hogareño con los cuidados de la madre y las travesuras con los hermanos que, aunque sean mayores, están ahí para ser alcahuetes de picardías y mentirillas. De niño soñaba con una escuela linda con ruidos y cantos, con maestros y maestras alegres, y leyendo cuentos y fábulas en donde los animales son como personas. Mi madre sabía leer y escribir y su letra era bonita cuando escribía su nombre en las notas que mandaba a la escuela a la maestra.

Recuerdo los cuentos que me leía en voz alta cuando yo no conocía las letras. En la casa en el campo, hubo una cartilla que se llamaba La alegría de leer. En ella había un cuento que mi madre leía y me daba mucha tristeza porque era la historia de “El molinero, su hijo y el borrico”, sentía deseos de llorar al saber que el burrito se caía patas arriba en un torbellino de agua porque no era

capaz con la carga tan pesada. Mi madre decía que eso era un cuento para indicarles a las personas que a los animales había que tratarlos con amor.

Cuando aprendí a leer ese libro siempre estaba en mis manos porque sus cuentos tenían bonitos dibujos y era feliz leyendo despacio por sílabas hasta que terminaba.

Mi escuela fue una sorpresa y un mundo de preguntas con pocas respuestas. Los niños no podíamos preguntar sino responder a lo que la maestra preguntaba. De niño quería saber muchas cosas, pero no era posible. La maestra siempre nos tenía ocupados haciendo dibujos o planas de escritura que normalmente eran con respecto a la escuela, a mi familia y a la naturaleza. “Mi mamá me ama, mi mamá me mima”. Esta última no era verdad porque mi mamá no tenía tiempo para dedicarle a un niño, ya que éramos muchos en la casa y no había atenciones especiales para nadie. Aun así, escribíamos la frase una y otra vez hasta llenar la plana tal como indicaba la maestra.

Ya en la vida de adulto conocí un poema de un amigo que me llevó de inmediato a la maestra que me enseñó a leer, aunque la maestra a quien él se lo dedicó fue a la señorita Gilma, pero así de linda era mi maestra la señorita Blanca: Usted tenía las manos de ternura y tiza Señorita Gilma. Qué lección tan preciosa escondía bajo su falda pulcra. Usted tenía los ojos grandes como los soles que pintaba en el tablero (Fragmento del poema La maestra de escuela) (Rendón C, 1987).

Al llegar a la cumbre de la vida, a ese momento en que es posible hacer un sencillo inventario de las cosas que se han hecho o se han dejado de hacer, acudiendo con alegría a los recuerdos, es placentero poder contar aquello que se ha convertido en parte de nuestro equipaje y que seguirá enriqueciendo la memoria por siempre: las vivencias de la infancia, y dejar de paso un mensaje

de imaginación y alegría a los maestros que asumen la bella tarea de enseñar a los niños el alfabeto, el amor y de vida. Guardamos en los repliegues más hondos de nuestro ser todo aquello que nos hizo más felices, o también los eventos que más dolor nos ocasionaron.

En esta autobiografía quedan plasmados los pasos dados desde la infancia por alguien que llegó a ser “feliz maestro de escuela”, y que además recorrió los diferentes escenarios de la educación intentando dejar una huella en niños y jóvenes. La señorita Blanca es el referente amoroso de un niño que guardó en la memoria los trazos y dibujos del amor convertido en letras de colores. Es posible que de niño nos enamoremos de la maestra que nos trata con amor, pero es ese amor limpio que fluye de los meandros más ocultos del sentimiento humano, y se queda para toda la vida. Lo más lógico es que uno guarde por siempre el sentimiento del amor por aquello que le proporcionó alguna felicidad.

De niño experimenté también el trato rudo y el castigo doloroso por parte de maestros que consideraban que esa era una forma de educar y de enseñar. En mi caso, solo lo guardé para contarlo, aunque aún resuenan en mi oído los insultos y agresiones que recibía y que hoy creo que fueron momentos de tristeza en la escuela en donde solo debe haber espacio para la alegría, el canto y el juego con los niños.

Estos castigos no eran aislados, sino que obedecían a una estructura escolar en la que se formaban los hombres y mujeres para un país de sometimiento a los poderes establecidos.

En estos tiempos de la escuela de “La letra con sangre entra”, el castigo doloroso con todos los malos recuerdos que se quedan, no era entonces un acto salvaje de violencia, ni de venganza individual, tampoco de represión institucional; el castigo escolar se encontraba ligado de modo indisoluble con los fines sociales asignados al hecho de mantener juiciosos y agrupados a los niños fuera de su hogar. En esencia el castigo estaba vinculado con los fines político económicos como la formación de hábitos de obediencia, disciplina y trabajo. Sáenz, Javier.; (Saldarriaga, 1997).

En la escuela de mis años infantiles se practicaba con tranquilidad la pedagogía del dolor, era algo válido en los manuales de trabajo docente y no era mal visto ni por la familia ni por quienes regulaban la educación. Creo que la sociedad que se buscaba forjar para la época era la de la sumisión, la aceptación y el silencio. El coscorrón, el reglazo, las cuclillas, el dejar sin el

recreo, eran prácticas cotidianas, pero a estas acciones tristes se calmaban con el mero recuerdo de la ternura y el amor de la maestra que me enseñó a leer y este es el que perduró en mi mente.

La señorita Blanca era mi refugio cuando sentía la tristeza por los tratos agresivos de la maestra que me enseñaba a multiplicar y a dividir. Con mis ojos bañados en lágrimas me dejaba ver de la señorita Blanca para que me diera un momento de consuelo al abandono en que me sentía con la castigadora maestra que enseñaba matemáticas con una regla gruesa para quien se equivocara. En mi vida de maestro de escuela, siempre he considerado que la educación empieza con la vida y no acaba sino con la muerte. (Efraín., 2020)

 

Bibliografía.

Efraín., A. S. (2020). Escribirlo para no morir. De la tesis de grado para Optar el titulo de Mg en Educación. Rionegro.

Repositorio. Universidad Católica de Oriente. ( apartes)

Rendón C, E. (1987). La ciudad sonámbula. Medellín: Lealon.

Saldarriaga, O. y. (1997). Mirar la infancia. Pedagogía, moral y modernidad en Colombia 1903-1946. Bogotá: Ed. foro

No hay comentarios: