DESPUËS DE LA TEMPESTAD NO VIENE LA CALMA
Darío Ruiz Gómez
Habíamos recorrido el centro de Munich, las hermosas iglesias,
los edificios barrocos, los parques y
callejuelas. Al pasar por una fuente le pregunté a mi guía si esa escultura tenía
que ver con la que aparece en la gran novela de Jacobo Wasserman “El
hombrecillo de los gansos” y me dijo que no
porque la verdadera estatua estaba
en Nuremberg. Después me explicó
que iglesias, edificios, fuentes, había
sido bombardeada durante la guerra y ya en la postguerra debieron
cuidadosamente ser reconstruidas por
talladores, maestros de obra, artífices que con suma destreza fueron capaces de
restituir un espacio urbano y unas referencias necesarias para reiniciar la
vida en libertad, olvidando la opresión nazi, ese terror que llevó a muchos a
pensar que no había escapatoria. Si sobre esas ruinas se hubiera determinado construir
una ciudad nueva como de las impersonales ciudades de la postguerra, el desastre habría sido absoluto. Yo no
caminaba entre una parodia de la ciudad
que Wasserman conoció y que siempre
desde mi primera adolescencia estuvo en
mí sino que lo hacía bajo el milagro que la técnica y el amor de los artesanos
logró para que nuestra salud mental, nuestro amor a la historia, pudiera
continuar . El pasado se funde con el presente y en el presente recupera sus significados para una
comunidad que sin esa referencia en el tiempo se hubiera perdido.
Cuando recorro las calles,
algunos barrios de la actual Medellín he quedado conmocionado al ver hasta dónde ha podido llegar un gobierno municipal con una desconocida insania para destruir lo que buscaba continuidad espacial, las calles que llamaban a convertirse en largos
recorridos peatonales buscando enriquecer el intercambio social, aumentando la confianza
de los vecinos y transeúntes entre una arquitectura viva. La discontinuidad espacial paraliza el propósito de un proyecto
urbano, la vocación de un edificio, los planteamientos viales inscritos en la memoria adelantada de
la ciudadanía. El abandono es pues la
demostración más radical de desamor hacia la ciudad, un condenable
intento de impedir que la nueva
población que llega incorpore un necesario sentido de lugar, trace sus propia espacialidad ya que el
urbanista sólo lee lo que este deseo común le dicta. ¿Por qué huyó el Alcalde de la ciudad llevándose a sus funcionarios que desde el
primer día han actuado como mercenarios? En todo caso los contenidos de vida de
una población que incorpora sin cesar
nuevos actores y que es desplazada
continuamente, además, por los grupos
violentos negando el derecho primordial al libre desplazamiento niega lo más
contundente hoy: que se ha desbordado la
forma existente de la ciudad ya que los nuevos contenidos de vida carecen de los
escenarios que se necesitan para, repito, dar sentido de lugar a cada ciudadano(a) de ayer y de hoy
pues cada niño(a) señala las nuevas fronteras de una ciudad que crece y necesita
determinar sus espacios simbólicos. O sea que al producirse el estallido de la
forma urbana hemos entrado en la indefinición urbanística ya que no podemos seguir hablando de barrios
ni de Comunas sin conocer antes las
nuevas formas de apropiación de los territorios pues lo propio de la
inexistente Alcaldía de Quintero es que la mugre y el deterioro, el jardín
agredido, se impongan a la vista como la objetivación de una gobernabilidad inexistente, como un
gran fraude. Kandisky el gran pintor
decía a la vista de este desastre causado por burócratas sin alma que la ciudad
ideal la llevábamos dentro de nosotros y
que quien aspire a convertirla en realidad deberá ponerse a la altura de
estos ideales. Politiqueros, planificadores sin oficio, burócratas disfrazados
de promesas de futuro, fuera, fuera ya que después de la tempestad no viene la
calma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario