LOS SIMULADORES EN LA POLÍTICA
Darío Ruiz Gómez
En 1943 se representó por
primera vez en México la obra de teatro de Rodolfo Usigli “El Gesticulador” cuyo temática incomodó rápidamente al corrupto mundo
político mexicano que se vio reflejado en aquel devastador análisis de mentiras,
conspiraciones, puñaladas traperas
enmarcadas dentro de un arribismo
social desenfrenado y sobre todo por la demagogia más vulgar: la historia como
verdad deja de existir en cuanto cada nuevo
farsante político trata de construir “una nueva historia” a su antojo. El relato que Usigli plantea es la de un modestísimo
profesor César Rubio condenado para siempre a la mediocridad y quien cuando conoce al historiador Bolton deciden ambos hacerlo pasar por el desaparecido revolucionario César Rubio comenzando un proceso de cambio radical
de identidad inventándose los gestos, la
retórica del nuevo “líder revolucionario” y sacarle a esta apropiación los réditos que un cambio de clase social permite en ese remolino de
intereses. Navarro un delincuente mata a Rubio para que la leyenda comience. En realidad, desde siempre la vida política
deformada ha permitido que este tipo de gesticuladores (as) se dé porque el
poder mismo como una fuerza ciega modifica al extremo la psicología de los
simuladores(as) y los lanza a estos
juegos de espejos de falsa identidad, de simulación de pertenecer a una alta
jerarquía social o de apropiarse descaradamente de papeles históricos que la realidad les había negado. Los casos de Mussolini y de Hitler son
ilustradores de esta terrible
transformación de un pobre don nadie en
un dictador totalitario con su poder sobre las masas convirtiendo a la buena
ciudadanía en cómplice de sus desastres
posteriores. El gesticulador en la
política populista en vez de afirmar su origen modesto, de defender éticamente
la causa de esos estratos humildes de los cuales proviene es abocado por la fuerza de las circunstancias
– recuerden a Chaplin en “El gran dictador”- a un vertiginoso cambio de identidad tal como en Colombia lo estamos comprobando con la irrupción de los
gesticuladores(as) en la actual escena
electoral. Acabo de escuchar a Petro en una mesa redonda del Externado de
Colombia decir con su voz aguosa que
“cuando se enteró del secuestro por parte de las FARC de Ingrid Betancourt
–cito de memoria- lloró y salió a las calles a protestar” Naturalmente la
candidata en un gesto de magnanimidad le
agradeció esa muestra de solidaridad pero todos sabemos que nadie en aquella
mezcolanza de populismo e
izquierdismo fundamentalista alzó la voz para protestar contra un delito de
lesa humanidad y porque Petro estaba entonces muy atareado haciendo demostraciones de su radicalismo revolucionario.
Sobre los dos niños asesinados por las Disidencias
en Ciudad Bolívar simplemente simuló lo mismo: derramar lágrimas de cocodrilo
que le mojaron sus zapatos Ferragamo y su correa Gucci.
Una y otra vez lo hemos visto
y escuchado camaleonizándose al dirigirse al público en los distintos
escenarios y entrevistas como si desde siempre y en lugar
de haber estado en el monte disparando y secuestrando hubiera permanecido hasta
hoy discurriendo entre la compañía de las gentes humildes y
sobre todo de los vulgares nuevos ricos
a quiénes representa. Estos gesticuladores(as) en la
vida política presidida por la
inestabilidad de una sociedad se suelen multiplicar tal como lo estamos viendo,
repito, en este proceso electoral con el
estrado colmado de paranoicos(as) simuladores s que llevan al paroxismo sus demagógicas
histerias confiando en que con estas
cantinflescas oratorias llenas de falsas
promesas lograrán borrar
su oscuro pasado que los seguirá persiguiendo
porque nunca han abandonado la farsa de
llevar a la vez dos o tres vidas diferentes. Aquí sí como dice el dicho popular
“aunque la mona(o) se vista de seda, mona(o) se queda”
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