lunes, 28 de diciembre de 2020

Piélagos donde el río penetra / Juan Mares

 


Piélagos donde el río penetra

Juan Mares

Recibir las historias del Chocó profundo, el ancestral, es una noticia para trascender la rutina de los días que ya son un lejano recuerdo, cristalizado en unos cuentos de corte carrasquillezco. Una literatura que va trascendiendo lugares desde la simple anécdota, para decir cada peripecia de seres humanos en sus aventuras ribereñas y de bosque entre bejucos, enredando los días para decir el campo, desde otras horas que el reloj del tiempo encapsula en la memoria de un profesor en uso de gran retiro.

El arte del cuento no es otro asunto que moler pasado como crónica de quien ha sabido condensar el bagaje de las pilatunas, las peripecias y el quite a algún verrugoso en lo que se vivió como selva entrañable.

Clarildo Mena Hinestroza se aventura en el campo de la cuentística en las lindes donde fulgura la clorofila, dando sombra a la fauna traviesa. Decir la tierra no es solo decir un poco o mucho sobre el lugar de origen, es reflejar el entorno cultural que se cierne, para sacar lo menudo que da fortaleza a los paisajes de la memoria.

Haré un recuento sucinto de un texto de singular universo, en el que la risa, más que otro asunto, estará haciendo aletear las pestañas, y donde se destilan algunas sabidurías para una antropología del paisaje y el hombre. Veamos:

“El inspector Conejo” es una fábula como reflejo de nuestros días sucediéndose ante el tribunal del Gran Juez. “La toma” se desliza desde el entrevero de la picaresca de unos jóvenes que no sabían cómo romper el tedio en esos pueblos donde casi por lo regular nunca pasa nada y, cuando algo ocurre, son las de San Patricio. Es decir, los cuentos narran esos accidentes que superan el abandono, en este caso, para llenarlo de pequeñas historias que dan el testimonio de la inocencia y el desastre sobre lo mismo que contaba un García Márquez en una de sus narraciones.

Los prejuicios o vaticinios de lo oscuro se ven reflejados en el Guaco, ese pájaro agorero de onomatopeya funeraria que traduce “cuál cojo” y “aquí t’a tapao”. “El zancudo polizón” es otra fábula sobre los que emigran sin ton ni son, en busca de paraísos que solo pueden ser hallados cuando la aventura es dentro del alma en pos de la armonía. “El Yuca” es un poco un ejemplo de las virtudes trágicas del contrabando y el suicidio social por medio de las plantas malditas. La tragedia se hace presente en la historia “El último trago”. Un mal que se ha padecido en los despeñaderos de la irresponsabilidad.

Estas historias, cada una, lleva la impronta del pedagogo que predica desde la perspectiva, poniendo de presente un caso donde se puede reflejar uno de nuestros grandes males. Ya en los cuentos de Adel López Gómez se contaron historias de este caletre, y, de igual manera, en historias del bosque hondo de Mario Escobar Velásquez, ambos testigos y escritores del Urabá agreste, de un pasado incrustado en los años cincuenta y ochenta. En fin, relatos de la selva donde el cuento “La lactante del campo” focaliza esas experiencias ante los reptiles y sus rarezas. No faltan las historias de diablos, aparatos y aparatoserías. Esta es una de esas, en los pueblos donde predominan el miedo y la fantasía, el miedo como fuste para enderezar entuertos de la conducta humana. La fantasía para romper la rutina y hacerse creativos de otras coyunturas de la realidad del alma de los pueblos.

Así, aparece “El parejo ideal”, una historia donde los duendes y los mohanes no parecieran dignos para la moraleja. El auténtico putas haciendo fiesta y tragedia, frente a quienes no saben distinguir lo extraño de lo aparente y común, de ciertos fantasmas y apariciones, enmarcados en la antropología del miedo y la soberbia del ser humano. Y no puede faltar la historia rosa, ese condimento que adoba ilusiones y crea modelos de la resignación.

Así llega la caza del tigre, y nos topamos con “El cazador valiente”, que cuenta hechos de un lejano acontecer, cuando la manigua roncaba como el mono colorado o aullador, cuando el tigre mariposo era señor de estas tierras y abundaba porque había harto para descartar y mucho para las hazañas. Otras épicas del canto hondo.

Uno está que ha fluctuado entre la sonrisa o un verdadero cuento para desternillarse de risa, “Ñoasita”. Para poder degustar esta pieza literaria hay que leerla y releerla como un talismán de las palabras. Los cuentos narran para salvar las épicas humanas que se disimulan entre los olvidos de una página sin escribir. Buenos son estos cuentos que se dejan leer.

Son doce cuentos que, luego de merodear en la memoria de un docente observador, nos hacen reír pensando un poco.

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Juan Mares

Poeta, escritor y gestor cultural,  

Crítico literario primera edición de Cuentos de río, mar y tierra

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