lunes, 29 de abril de 2019

Populismo y vulgaridad / Darío Ruiz Gómez




Populismo y vulgaridad / 

Darío Ruiz  Gómez


El tema del populismo reclama la atención del  pensamiento  político  desde hace unas décadas  en que éste  se ha ido camaleonizando  bajo diferentes retóricas,  aprovechándose del vacío ético creado por la debilidad de los llamados Partidos tradicionales, del descrédito  de los políticos, un vacío de contenidos  democráticos  llenado ruidosamente   con muchas de las consignas y las estrategias de movilización  arrebatadas  a la  izquierda histórica,  la cual, burocratizada, terminó por  olvidarse  de la defensa de ese pueblo al cual  invocaron  para enarbolar las banderas de la “revolución”, esa clase obrera que  terminó  por  ser convertida   en un slógan publicitario  para esconder  su traición,  y  continúan  siendo, sin embargo,  el pueblo, las etnias olvidadas,  manipuladas hoy por otros intereses.  Cabe entonces preguntarse ¿A quién representa  el populismo de los Sindicatos,  un grupo de privilegiados personajes que como en el caso de Colombia fueron incapaces de defender los contenidos históricos de la clase obrera y solamente se han valido del populismo  para chantajear  en beneficio propio a los gobiernos de turno? Fue  Marx quien advirtió de los peligros que entrañaba  para los intereses  del proletariado estas dirigencias  sindicalistas. Estos mismos peligros los señaló respecto a la trampa mortal que para su imagen del  revolucionario supone  el aburguesamiento    que  conlleva  la llamada vida parlamentaria. Sigo con mi indagatoria  ¿Cómo  auto autocalificarse  entonces como representantes  del pueblo  si nunca han sido capaces de definir unos  nuevos  contenidos   que “ya no serán revolucionarios”? “Es característico en nuestra época: no que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar, recuerda Ortega y Gasset, sino que el vulgar reclame e imponga el derecho de la vulgaridad, o la vulgaridad como un derecho” El relajamiento de las prácticas políticas  viene siempre acompañada  del imperio  de quienes  se han apoderado de la noble  tarea de propiciar  el intercambio social, para  imponer    a cambio  la vulgaridad que supone  “dirigir la sociedad sin capacidad para ello” El prístino concepto de pueblo se transforma en manos de los demagogos  en la agresión de la turbamulta, en la histeria  populachera, la razón  termina por sucumbir  ante los más bajos instintos desatados por estos adalides  del resentimiento social . ¿Por qué si tanto  detestan  a la alta sociedad  caen  en la caricatura de remedar las etiquetas de ésta,  es decir caen en la ordinariez que supone la corrupción, los dineros mal habidos  del terrorismo?  Al ver la mansión de Raúl Castro y conocer de la hambruna que comienza a vivir el pueblo cubano, resalta la vulgaridad de este personaje  equiparándose   a cualquier vulgar mafioso. ¿No es la vulgaridad de Maduro y de sus compinches lo que   horroriza al mundo civilizado?

 Ortega y Gasset, Karl Krauss, Finkelkraut, Canetti,  Kakutani, entre otros pensadores han analizado esta perversión política  mostrando los daños que logra  hacer  en una sociedad este aventurerismo  que ahora en Colombia y de la mano de Petro y sus secuaces, con la colaboración de importantes medios de comunicación busca   corroer la democracia,  respondiendo al  ciego rencor de unos malos perdedores. ¿No fue  negando el diálogo e imponiendo la llamada “acción directa” como se impuso el fascismo? “Esto quiere decir, argumenta Ortega, que se renuncia a la convivencia de la cultura, que  es una convivencia bajo normas, y se retrocede a una convivencia bárbara. Se suprimen todos los trámites normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea” La libertad de expresión, el derecho a la huelga, a la protesta pública se convierten en  asonada, en conspiración permanente  contra las instituciones, en un calculado descontrol de la vida pública donde la opinión es sofocada por  el improperio y la injuria, donde al ser humano se le rebaja a la condición de fiera.    

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