domingo, 1 de abril de 2018

Ovidio Rúa Figueroa / Víctor Bustamante

Ovidio Rúa Figueroa (Babel)
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Ovidio Rúa Figueroa

Víctor Bustamante

Jueves de semana non santa, escucho “Quiero morir de carnaval” en la voz de Ovidio Rúa con su grupo Son de la Calle, él dice: “Soy pasión soy carnaval le tengo miedo a la soledad, caminar y buscar un rumbo es mi destino, morir de alegría y de carnaval”. En esta composición, pura salsa, donde el saxo da la nota y los músicos entregan su reclamo, se exterioriza de cuerpo presente Ovidio, “dame tu aliento, dame tu amor, quiero tu canto, quiero el sudor que he regado por los caminos buscando vida y que ha fallado en esta alegría del carnaval.”  Aquí, en esta  melodía, aflora una palabra, carnaval, y es que no solo en esta canción Ovidio facilita una posibilidad de alegría, de vida, para salir del tedio y oprobio cotidiano, sino que a través de su música en País Burlesque, fue que conocí su magnífico trabajo, ya que Ovidio ha permanecido lejano, casi relegado acá pero se le aprecia en Riosucio debido a las diversas presentaciones de su grupo, es decir, a su talento, a esa música que ha llevado con sus cuadrillas a un municipio que ha desafiado el arrogante ultramontanismo del país con el Carnaval del Diablo. Tiempo de carnaval donde se escuecen las ironías del país de los titulares que se ha exaltado en el folclor y se ha apresado en él, me refiero al mal folclor. De ahí que Ovidio Rúa y sus comparsas hallen, en ese interregno aquí nombrado ese memento nunca mori sino vital para regocijarse y ser libres, ya que en tiempo de carnaval  se violan, las normas y los tiempos. Allí Ovidio Rúa ha persistido con palmaria creatividad junto a la Hermandad del Unicornio y sus comparsas son esa sugestiva utopía de crear con toda la expectativa posible  para participar allá cada dos años. El carnaval es desafiante a pesar de los años y de quienes no lo toman en serio ya que no advierten allí el verdadero desborde de alegría, de crítica y, sobre todo, de la vida que se explaya en sus diversos matices.

Días de marzo del 2018. Avenida  La Playa con la calle 52, diagonal al Teatro Pablo Tobón Uribe entr0 al estudio de Ovidio Rúa, una casa, su casa, donde es posible mirar fijadas en las paredes las fotografías con su devenir teatral, con su participación en los diversos eventos del Carnaval del Diablo. También en los otros cuartos los trebejos y los abalorios, los sombreros y los trajes, las partituras y las carpetas: puerto de los objetos de teatro en ciernes, a la espera de su sueño para que vivan de nuevo en la tesitura de su universo.  Allí una suerte de biografía visual donde se refieren sus aportes y el montaje de sus mismas obras que ha expuesto con perseverancia y la afirmación que se adquiere son su labor como director de teatro y músico.

Arriba, desde el segundo  en el segundo piso, se filtran los acordes de una banda, reiterativa en sus ensayos. Allí su hijo, Andrés Jerónimo, con sus amigos músicos afina la escena con algo de rock, con algo de otras músicas para constatar su responsabilidad y mantener el feeling, y, además, en la certeza y esperanza de ser y seguir los caminos de su padre. Es claro también, que sin advertirlo, su práctica servirá de música de fondo a esta conversación.

También en su estudio, lugar de tanto esfuerzo y designio, de tanta creatividad y destreza, descansan los otros instrumentos musicales: el piano, la guitarra, el clarinete, el saxo como símbolos y compañía así como medios de expresión cuando en esos momentos de iluminación en que necesita escribir e inspirarse para componer alguna de sus canciones, ya sea de salsa, ya sea para algunas de las comparsas futuras, ya que le dedica su aporte para su presencia en el Carnaval del Diablo en Riosucio donde se siente a sus anchas y donde ya es un riosuceño más, precisamente lejos de la ciudad de origen la Medellín de los desalojos. Esta Medellín dura y desbordada con sus mismos artistas, esta Medellín ahíta de lo internacional que no reconoce a sus talentos, y, sobre todo, a una persona como él. Pero eso ya lo sabemos y no obsta para que Ovidio sea una presencia en la ciudad, no secreta sino valorada por quienes conocen y disfrutan su trabajo, como profesor de la Universidad autónoma Latinoamericana, para que así persevere en la tolerancia de su espíritu libre, en su talento que perdura por encima de los escollos y de la indiferencia.

Dentro de esa suerte de escolástica, en Ovidio, hay una idoneidad, la alegría, la irreductible alegría y bonhomía que entrega el espíritu de carnaval, por ser abierto, por suceder en las calles, por presentarse en ellas, por ser participativo y lleno de la poesía de la espontaneidad, de la risa y del desafío. Veo las fotografías de sus comparsas que en cada año entrega una opción siempre manteniendo la independencia y ese talento, ya que él es un artista integral en el sentido estricto de la palabra.

La creación, la sincera su creación, siempre mira a otros lados, no se empeña solo en los caprichos de moda sino en la necesidad del autor de mostrar otras actitudes. De ahí la indagación por manera el pulso de la alegría del carnaval, de ahí la necesidad de apartarse de la aspereza de la música establecida, de ahí la tristeza y la melancolía, de la rabia y la desazón que afloran al escucharlo, de ahí la necesidad suya de expresarse. Todo en conjunto lo podría formular como la resistencia de un artista que habla a través de su obra.

Son muy escasos los teatreros y músicos que, como Ovidio, requieren y exigen preguntas con esta decidida verdad. La escritura, su música, su teatro, lo apartan del lóbrego, refractario y, para unos, un necesario impulso que se aparta de la conformidad, precisamente él que ha pasado por los diversos discursos ideológicos desde los años 70. Y aún se mantiene intacto en su sentido de ser un músico y un teatrero pertinaz.

Sus actos creativos poseen en apariencia el simple poder del regocijo y la de permanecer atento a lo que se sucede en el ámbito diario y le ocurre a él. Eso sí de un extremado valor, al buscar un diálogo con las personas que buscan otras posibilidades, como debe ser, al aceptar las otras voces, así sean las del silencio, así sean las de la derrota, ya que todas expresan un momento peculiar. De ahí que esa lejanía donde se le ha situado, esa infatuada manera de coexistir de ese modo, no es la anulación de su presencia sino que él la ha reafirmado con su voluntad, no dejarse soslayar, ¡que no! Ovidio ha afrontado y atravesado con indomable coraje esa línea de desasosiego y de desalojos pero él no se ha rendido, ya que él perdura en sus obras con el coraje y la certeza de mantenerse a flote y activo.

Ovidio Rúa, en su obra que cada día se torna valiosa, ha conseguido concertar una esencial y extremada sinceridad consigo mismo que es lo que hace valioso a un artista, al mantenerse explorando sus propios códigos que lo atraviesan, que lo sacuden, y en la que muchos de sus compañeros artistas naufragaron, pero que en él es una cálida, entrañable y tenaz fidelidad a su otra en proceso. Su existencia de artista que ha indagado en lo popular -como él persiste-, siempre lo mantiene atento  ser un superviviente de aquellos años donde la política eventual y fugaz de consignas fueron un  peligro de ser en sí, pero que en su trabajo lo podríamos considerar que va en la dirección que le encuentra un sentido al testimonio de quienes no claudicaron, pero que a su vez persistieron en  sumergirse en aquel camino donde la creación lo ha llevado a urdir y seguir un camino, su creación, que ahora consta como un propósito de vida, irreductible en su actitud, y que por esa apuesta permanente admiramos y compartimos.

Sus diversas indagaciones en la creación, ya sea para escribir teatro y música, perduran empapadas de una responsabilidad ética y política que refresca. El suyo es el ejercicio, extraordinariamente atento de una escritura, en teatro y música, invariablemente franca y permanente.

De esta forma, Ovidio ha logrado imponerse al relegamiento en el llamado mundo del arte, a la indiferencia en el mercado persa de las influencias y de los premios  -que a menudo reclaman los inseguros y  neófitos con deseos de una pasarela inmerecida- y así dejar de lado la presencia de un trasegar como el suyo, que no se rinde ante esas fuerzas que podrían ser oscuras pero mejor son insidiosas, porque su talento, su carácter de profesor, de compositor y director de teatro, ahí prosigue. Su obra habla por él.

Ovidio, Juan Guillermo y Edgar, así como Jerónimo, son una presencia en la ciudad, el teatro y la música bulle por sus poros.



1 comentario:

juglaresa dijo...

Electriza la tierra prometida con la partitura de este ruiseñor.Aplausos y laureles.