LA
PAZ TOTALITARIA
Darío
Ruiz Gómez
Aquello
que los firmantes del llamado acuerdo de Paz no
alcanzaron a prever – al olvidar que
somos un Estado de Derecho- es el hecho de que la Paz no iba a comenzar a partir del supuesto abandono de las armas,
ya que, precisamente, a partir de este momento era necesario contar con los imprevistos que inevitablemente surgen cuando
es imposible calcular los efectos
colaterales de una violencia de una
complejidad nacida de la “justificación teórica” de delitos de lesa
humanidad como el secuestro, la relación
con organizaciones internacionales del crimen. Complejidad
presente a medida que se va
haciendo visible el país que
desapareció de nuestra vista secuestrado por esos grupos violentos, nada menos que el país de
las víctimas reales. Recordemos una vez
más que esta guerrilla justificó
la lucha armada a
nombre de ” la guerra contra el imperialismo”
y crear “la patria del proletariado”,
tópicos oportunistas que la realidad se ha encargado de derrumbar estrepitosamente cuando se ha
comenzado a conocer el
comportamiento de estos supuestos
“Robin Hood” y en
Facebook se han encontrado con unos nuevos ricos cuyas
familias aburridamente se pasean por las
grandes capitales de Europa. ¿Dónde está su supuesta y pregonada fraternidad si
dejaron abandonado al guerrillero
raso en las cárceles y en los
inhóspitos campamentos? ¿A quién le han pedido perdón por los sufrimientos
infringidos? El Acuerdo de Paz al
negarse a la posibilidad de que pudiera surgir una investigación sobre
temas neurálgicos se convirtió de
inmediato en un discurso abiertamente
totalitario que ha funcionado censurando a quienes, como las víctimas, denuncian los graves fallos de una paz diseñada por los victimarios. Se entiende entonces que los medios
justifiquen el fin y que no se
puedan hacer preguntas sobre el papel de
Romaña en ese mar de coca de Tumaco donde fijó su residencia.
El
postconflicto debió suponer lo contrario: la incorporación del
disenso, de la controversia, de la participación activa de las víctimas,
el regreso a los principios de la
justicia universal, la presencia de conceptos políticos renovadores . ¿Claudicó España ante la ETA o
exigió el previo desmonte de ésta y de sus grupos armados como condición para
integrarse a la democracia? ¿Para qué
renunciar a la lucha armada si no se renunciaba a la barbarie de prácticas delictivas? ¿Un Tribunal de la Verdad para enjuiciar
supuestos paramilitares o para exigir de
parte de las Farc la verdad sobre el narcotráfico? Como lo ha mostrado Le Carré
al analizar la tarea del agente encubierto, lo que se esconde detrás de la escenificación de este tipo de pacto es siempre una densa y tortuosa trama caracterizada
por su dependencia inevitable hacia innombrables intereses donde las fronteras entre el delito y la ley llegan a desvanecerse: el comienzo del fin de la trama. Santrich
fue el detonante esperado no sólo
para hacer visible el poder del narcotráfico doblegando conciencias de lado y lado sino para mostrar los
inverosímiles alcances de la corrupción capaz de colocar a la justicia contra la
pared merced al sofisma de que el narcotraficante es condenable
solamente cuando es sorprendido por la
DEA mientras el corrupto que se ha
robado miles de millones de Odebrecht, Reficar y el Programa para los
reinsertados, puede esperar a que un juez venal olvide su delito.
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