LA METAFORA DE LA
GUERRA
(Necrópolis, novela del escritor colombiano,
Santiago Gamboa)
Por: ANTONIO ARENAS B
antonioarebe1@hotmail.com
“Toda guerra de liberación es sagrada, toda guerra
de opresión es maldita”
Lacordaire
Los agentes
de la globalización y las nuevas relaciones de poder siguen las pautas del
mercado de los bienes de consumo que sitúan la guerra como una
estrategia de seducción y la instalan en la conciencia de los sujetos causando
miedo, intimidación o euforia. Los encantos del conflicto bélico su persuasión
y la publicidad nos hacen sordos frente a la realidad social. Estamos
confinados en las ciudades para impedir los desmanes de la guerra. La
forma en que la gente vive con el miedo y la angustia, se vuelve parte de la
solución de las contradicciones existentes de una sociedad acorralada por las
armas y los artefactos bélicos. Nos vemos obligados hacer uso de nuestra
razón e inteligencia. Hay que tener el valor de servirnos de nuestra propia
razón. No razonar, ni pensar la guerra, ni hablar sobre ella, se
constituye en un disfrute que mantiene el olvido. Hoy vale más el grito a la
guerra, que el diálogo sobre la convivencia y las formas racionales de resolver
los conflictos. La guerra urbana está sujeta al tiempo, y se sustenta en el
tiempo, por lo que no se quiere renunciar a ese mecanismo. No se sabe
necesariamente donde va a finalizar el conflicto, hay que hacer del diálogo un
principio efectivo, aún las cosas sucedan. En el interesante libro: “La sociedad sitiada”, Zygmunt Bauman nos habla de cómo, la
sociedad y el Estado están cercados por la globalización, la guerra y la biodiversidad.
La sociedad tiene la tendencia a
desaparecer, las instituciones políticas son confinadas, geográficamente y atadas
al suelo de las ciudades e incapaces de hacer frente a las oleadas de
violencia. Este sociólogo postmoderno estudia la política global, las políticas
de vida y la velocidad sobre la lentitud y lo sólido en los seres humanos y de cómo
todo esto se desvanece en una sociedad líquida. En sus interpretaciones examina
la guerra y establece la frontera global,
las batallas de reconocimiento, las
guerras asimétricas y la guerra como vocación, para concluir que, todas
ellas son un absurdo derivado de la globalización, libradas en las circunstancias
globales y a la medida del mercado global y no de un pequeño territorio. Dice Bauman,
que lo que está en juego es el principio mismo de territorialidad y su
abolición. Afirma, además, que las partes en conflicto ayudan, de una u otra
manera, a consolidar la “nueva extraterritorialidad” de las personas. Es decir,
el individuo ante la guerra no es más que un paria o un desplazado en el mundo
globalizado. Es ineludible entonces, leer
las guerras contemporáneas en los contextos globales y en las lógicas de reconocimiento,
asimetrías y la vocación beligerante. La novela Necrópolis del escritor colombiano,
Santiago Gamboa, pretende ser “la Metáfora
de la guerra”. La idea de una sociedad sitiada. La ciudad de Jerusalén,
acorralada por la guerra. La ficción es desigual y contada de manera
lineal, con visos reflexivos y una carga ideológica frente al conflicto humano
presente. La peor lacra que amenaza con desaparecer la sociedad es la guerra.
La urbe descrita se compone de un conjunto de destinos individuales, sin vínculos ni acciones colectivas. Personajes,
acciones, existencias asimétricas que sólo se acoplan por la guerra y una
invitación a un congreso de biógrafos. La ficción de Santiago Gamboa no va más
allá de 450 páginas y está construida como una maraña de (13) relatos, que
confluyen en una misma historia con un final feliz, místico y lejos del ruido
de la guerra y todo lo citadino.
El tema
fundamental de la novela es la guerra; mejor, una ciudad milenaria y devota
circundada por la guerra. Jerusalén es el infierno urbano de la conflagración
de las vidas y de lo carnavalesco de la existencia humana. El miedo, la
amistad, las violencias urbanas son cruzadas por el sexo, la droga, y la
pornografía de consumo masivo. Coexiste en la novela un narrador-autor, mejor “un
escritor colombiano” que, relata la farsa humana y va detrás de cada personaje
en busca de su historia, su vida, sus intrigas y secretos. Guerra, sexo, porno, drogas y un suicidio. Todo es como una inmovilización
líquida. La ilusión que reconstruye un mundo actual Se ve así la humanidad constreñida
por los males actuales. Las irregularidades de unas vidas narradas en medio del
conflicto Israel- Palestino. Hay ironía en la muerte de un pastor evangélico,
que fue drogadicto, criminal en conversión y bienaventurado. Se suicida en
medio del congreso en un acto teatral exagerado. Hay sátira en una bella actriz
porno, Sabina Vedovelli, salida de la
nada y con un pasado de drogadicción y violaciones. Enseña sobre el placer y el
goce del cuerpo por medio del video porno y su escultural cuerpo de hembra postmoderna.
Habla sin rodeos del sexo, del amor por el cuerpo y el placer carnal. Hay
también un librero y biógrafo francés (Edgar Miret Supervielle) que relata, con
sarcasmo, las peripecias y el juego de su vida. Un empresario judío colombiano
(Moisés Kaplan) que huye de la guerra. Una periodista extranjera que conjuga el
placer de los vicios urbanos. Un escritor invitado al azar a un congreso de
biógrafos, unas mujeres compañeras y cómplices de hombres bienaventurados. La
paradoja consiste en que el escritor convaleciente, no había podido escribir
hasta ser invitado al “congreso”. Todo ocurre en el aparatoso hotel: el “King
David” en la venerable ciudad de Jerusalén. Dos espacios sitiados por la
guerra. Cada asistente al congreso expone al público sus ideas. Estallan las
bombas y el desastre es total al final de las conferencias con la confabulación
y suicidio de José Maturana. El escenario parece derrumbarse, la gente se refugia
en los silos y surge la anarquía, el miedo y la zozobra. ¿Qué sentido tiene un
congreso de biógrafos en medio de la guerra? Vaya sarcasmo. Burla y comedia.
¿Quién era realmente José Maturana? ¿Un doble personaje? Los relatos de las
vidas representan, en la ficción una cadena de artificios que el lector va
hilando a lo largo de la historia. En los umbrales de la contemporaneidad, en
las ciudades, lo que brota es la violencia, esta es la principal incertidumbre
que afrontan las personas. Las dificultades que en una sociedad genera un
estado de guerra son prácticos, no son abstractos, ni obtusos. La destrucción,
la muerte, los miedos, las separaciones de improviso, la protección de la vida,
las muertes colectivas o selectivas, el desarraigo, el desplazamiento, las
vidas que se van y no vuelven, lo incierto del día a día. La guerra es la peor
peste de la humanidad. Actúa como una fuerza ciega, fatal; produce en los
humanos una conducta de aprensión aleatoria que desafía todas las expectativas
de la vida y el uso de la razón. La guerra es el caos total, el reparo, la
perplejidad. Un juego de fuerzas desconectadas y descontroladas que proceden
sobre la sociedad y acentúan el poderío de los imperios, impone ideas arbitrarias
y afianza el poder de los países desarrollados. En la guerra quienes pierden casi
siempre son los niños, las mujeres y los viejos. Necrópolis, como cementerio
urbano no es más que un resultado de la realidad social. Un concierto de los
vicios actuales. En la novela Necrópolis, el “congreso de biógrafos”, es un
simulacro para contar los horrores de la guerra y la hipocresía de las sociedades.
En la historia el contexto es el conflicto y no la oración, la palabra escrita
o hablada. El goce y la felicidad no existen y cada ponente en el congreso
emite un discurso ficticio y el destinatario no será el lector, sino la
humanidad. La invención es la reminiscencia del presente. Podemos preguntarnos: ¿es esta una historia verdadera? Ah
todas las guerras, dicen ser verdaderas y por una causa justa, pero imperecederamente
ocultan los intereses de los poderosos. Las guerras de ayer y de hoy, son las
raíces de un incansable horror y repulsión ante el exterminio de vidas. Guerras
inútiles, sin soluciones finales.
En la
guerra, al igual que en la novela Necrópolis, las identidades individuales
se pierden, sólo queda el miedo y la desdicha. La turbación y la violencia se trenzan
hasta el punto de resultar inseparables. En toda guerra se pierde la
razón, la cultura y la memoria. Quien pierde
la memoria colectiva, pierde la identidad, el presente y el futuro. La guerra
es una complicación que supone cierta perplejidad. Un no saber qué camino coger.
Al igual que los desastres naturales queda mucho por enmendar. En la novela
Necrópolis, la expuesta guerra es ficticia y somete a la diatriba la coexistencia
humana. Se asume la guerra con sospechas y sin discusión, la conflagración es
un acto humano atroz. En la ficción hay juegos, me refiero a juegos del
lenguaje, a los juegos de ajedrez, de pornografía y juegos de consumo, de sexo
y droga; como formas de evasión. Juegos de vida, parodias de existencias
inútiles, similitudes y amistades. La invención literaria se apoya en
entramados textuales, en la interposición de unas voces; en las frecuencias de
varios personajes, la intromisión de un narrador como ejercicio complementario
al lector. La novela, no es más que una habilidad literaria que coopera en la
actualización del miedo y la angustia. El lector de Necrópolis entenderá que el
mundo es real y no se evade con la droga o el sexo. La violencia no es perfecta
y no poseerá circunstancias de felicidad establecidas en ninguna parte del
mundo. La “extraterritorialidad” toca con las personas, el exterminio humano y
la depredación de la naturaleza. Se habla de una metrópoli sitiada por la
guerra y, cualquiera que sea su intención, aún se imagine el final como una
isla, un lugar pertinente, lejano, feliz. Los sujetos y su naturaleza mortal
sentirán la pérdida.
Leer la novela, Necrópolis no es más que un pliegue de la experiencia
humana. Esa búsqueda de un reposo imposible o inalcanzable en la sociedad
sitiada por la guerra.
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