Aquí quedaba la
casa del maestro Gonzalo Vidal
Patrimonio Medellín (107)
Víctor Bustamante
Debo la memoria de la localización de la casa donde vivió Gonzalo Vidal, el maestro, porque lo fue, a un historiador y profesor, Heriberto Zapata Cuéncar, que intuyó que la historia posee otras aristas, como es la vida cotidiana y, sobre todo, al destacar en ella a aquellos personajes que con su calado intelectual le han dado lustre a la ciudad y al departamento. Zapata en su libro sobre Vidal anota que vivía en una casa situada en lo que es hoy el parqueadero del Club Unión en la carrera Palacé, de lo cual colegimos que esa perversión de convertir casas históricas en parqueaderos data de esa época, actitud que hoy, debido al libre emprendimiento paisa y a la desidia oficial, los parqueaderos se han convertido en el mayor logro de algunos empresarios privados, y ante ese emprendimiento entre comillas, no hay quien frene esa actividad en el Centro de la ciudad.
También le debo su localización a una memoria de primera
mano: “Historia de la carrera de Palacé” de Ricardo
Olano aparecida en el Repertorio
Histórico: “Unas casas más
lejos, hacia el Norte, vive Don Gonzalo Vidal, artista consagrado, actualmente
ciego. Allí escribió la música del Himno
Antioqueño y de otras de sus obras”.
Con más detalle, certeza y encantamiento lo confirma Luis
Carlos Rodríguez Álvarez en, Un himno,
una historia: 100 años del Himno Antioqueño, en reportaje que le hizo y
publicó “El Colombiano” en su edición del 26 de noviembre de 1939 con motivo de
cumplir 76 años, le preguntó el periodista:
“¿Sigue dedicado a la
composición musical, maestro?” Contestando Vidal: “Dicto algo. Para esto me
valgo generalmente de nuestro común amigo Zulategui, el más fiel de mis amigos
que me hace pasar días y veladas agradables”.
Así era, en efecto. Cada
sábado se hacía algo constructivo en nuestra cordial reunión: se leía un rato
(las Meditaciones de Fray Luis de Granada, eran para él música y rocío
espiritual); dábamos un buen avance al dictado musical que trajéramos entre
manos, él al piano y nosotros al papel; luego alternábamos en el teclado y nos
dábamos mutuamente temas para improvisar sobre ellos; todos los suministrados
por él los guardamos como joyas. En varias ocasiones vimos, entera su “Misa de
Mariquita”, réquiem compuesto a la memoria de su hija menor, Mariquita, que
murió de 21 años. Es una misa a 2 voces iguales y órgano, que no tiene un solo
compás que no lleve infundida la rara inspiración que iluminó al Maestro
durante todo el período de su composición. Es lo mejor de su producción de
música religiosa.
El actual parqueadero
del Club Unión, en la carrera Palacé, enmarca exactamente el área que ocupaba
el jardín y la habitación del maestro Vidal, donde fueron concebidas las
melodías del Himno Antioqueño y del Himno de la Carretera al Mar. En la
casa de Palacé, propiedad que fue del distinguido comerciante medellinense don
Indalecio Villegas, tuvieron lugar las famosas tertulias de intelectuales que
se reunían en torno al inolvidable Pacho Cárdenas Villegas, el ciego, que, si
falto de la vista, irradió conocimiento y erudición apenas apreciables por las
mentes que congregó en torno de sí. Díganlo Ciro Mendía, Félix Mejía, León de
Greiff, supervivientes de las históricas tenidas. Tabique de por medio quedaba
el estudio del Maestro Gonzalo Vidal, al que en ocasiones se trasegaba la
Tertulia de Pacho en pleno, juntando derroches de ingenio y euforia”.
Hay un suceso
difícil de creer, Epifanio Mejía y Gonzalo Vidal, a pesar de ser coetáneos y
vivir en la misma ciudad, de tener ambos una formación artística y de haber
compuesto entre Epifanio Mejía la letra del Himno
Antioqueño y Gonzalo Vidal la música, de haber tenido diversos amigos en
común, nunca se conocieron.
En 1940 el
maestro Gonzalo Vidal tuvo una charla con Camilo Correa, director de la revista
Micro, N.8. Ahí se nota ese tono de
veneración y, además, un acercamiento a su vida en lo referente a lo musical y
al trascurso de lo cotidiano en su casa.
“Tuve el honor de conocer al maestro Gonzalo
Vidal. Durante una hora disfruté de su adorable conversación; quiere ello decir
que aprendí muchas cosas que ignoraba; porque en cada frase, en cada palabra
del autor de nuestro Himno Antioqueño,
reluce el ingenio que siempre se le atribuyó. Mucho hablamos sobre la radiodifusión:
él cree que MICRO es un periódico de porvenir y conceptúa que hasta ahora va
bien conducido; le agradezco aquí esta gentileza, sin incurrir en la mentira
protocolaria de "que nos abruma, que no lo merecemos, etcétera"; ante
todo, en don Gonzalo brilla la franqueza; si no le pareciera bien el periódico,
me lo hubiera dicho en seco y sin contemplaciones; por ello puedo aceptar de
plano sus conceptos amables. Me dijo que él es un constante radioescucha de
todas las emisoras; en unas oye unos programas y en otras otros; sus
preferencias están por los conciertos donde actúan Alicia Borda de Zalamea,
Gilma Cárdenas, Alcira Ramírez y Pedro Sánchez; es gran admirador de Pietro Mascheroni
y de Joseph Maza; el resto de su sintonía es para Dramas y Noticieros; las
piezas completas presentadas por Marina en la Voz de Antioquia lo obligan trasnochar;
episodios no le agradan mucho; en cuanto a radioperiódicos, varios le gustan.
Parece que con especialidad Amerindia y El Micrófono. Una objeción tiene para
la mayoría de los programas: los temas; dice que no entiende por qué se da
exactamente el mismo disco para tema de un programa, pudiéndolo cambiar
siquiera cada año y, sobre todo: ¿por qué tocar cada vez el disco completo?
Citó varios ejemplos, rogándome que no fuera a mencionar nombres para no
echarse enemigos; pero que le mortifica mucho este asunto, especialmente cuando
tal tema es alguna pieza delicada o carente de méritos: "por ahí alguna
audición femenina tiene como característica un pasillo que estaría muy apropiado
para cantinas o días de diciembre, pero que abriendo y cerrando un programa
femenino disuena una barbaridad. Si el tema es malo, quita méritos al programa:
si es bueno, siempre cansa eso de oírlo todos los días dos veces (o cuatro como
sucede con los radioperiódicos); esa costumbre debería dejarse totalmente o al
menos recortar esos discos, tocando apenas unos compases como hace con tan buen
acierto Amerindia”.
Mil cosas
hablamos quedando yo autorizado para irlas comentando poco a poco en estas
páginas. Especialmente hablamos, sobre los abusos de los músicos “de oído” al
interpretar los himnos Nacional y Antioqueño: siempre hacen unos "arreglos"
irreverentes que dejan a estos símbolos convertidos en pésimas caricaturas de
la partitura original. Pero casi no es de culparlos; desde que el disco con el Himno Antioqueño, maestros de escuela y
músicos, lo aceptaron como norma de ejecución, sin tomar en consideración las
alteraciones de que fue objeto al grabar: la ODEÓN, en busca de comodidad para
colocar la música en los tres minutos de disco, recortó nada menos que CUATRO
COMPASES; para hacer que se luciera el tenor, inventó adornos y calderones que
modificaron el carácter de MÚSICA PARA VOCES BLANCAS; y luego, quién sabe por
qué motivo, distribuyeron las letras a su antojo en este verso, “Amo el sol porque anda libre sobre la azulada
esfera”. Yo lo coloqué así, “… sobre -laa- zu-lá-da- es-fe-ra. Ellos hicieron
cantar: “…so -brela- zú-la- daes-fe-ra”. Como puede verse es una “reforma vital”
pues la música original permitía conservar la acentuación de la letra mientras
la “nueva” la echa a perder”.
Gonzalo Vidal fue
impulsor y colaborador de revistas culturales. De él no se ha descubierto su
faceta de escritor, sus poemas jocosos, sus crónicas. Mencionemos algunas de
las publicaciones donde colaboró: La
miscelánea, El repertorio, Alpha, El montañés, El proscenio, La bohemia alegre,
La lira antioqueña, Bohemia, Lectura y arte, Lectura amena, Panida, Colombia,
Ibis, Sábado, Micro, Letras y Encajes. Además, dirigió su Revista musical. Igualmente, fue un hombre
que no se desconectaba de sus amigos, es decir, “no se mantenía muy ocupado”,
como algunos amigos en estos tiempos turbulentos y de las redes sociales. El
maestro descollaba con sus parodias y chascarrillos en algunos cafés: El Blumen,
El Bambuco y en la cantina del Mono Villa.
En Palacé, filmo
algún video en la fachada trasera del actual Unión Plaza, lo que fue su
parqueadero, y antes la casa de Gonzalo Vidal.
Algo es cierto como dice Harold Dávila en una de sus valiosas y bellas
baladas, cada lugar en la ciudad tiene historias que contar, pero ahora frente
a este conglomerado de almacenes que viene desde Junín y que constituía el
poderoso y secreto Club Unión, es notorio el mismo infundio con eslóganes
elocuentes sobre la Villa, que se suceden hace años, ya que el peso de la
historia de la ciudad se oculta bajo las catatumbas mentales, como si a los
medellinenses no les interesara su devenir. Eso sí solo se habla bajo la óptica
del mercader sin ilusiones, de alta y baja estofa, que prosigue destruyendo
edificios, fachadas y calles de una ciudad que no le habla a nadie, de una
ciudad que no se interroga, ya que solo departen los avisos comerciales que se
suceden y son reemplazados por otros. Así Medellín. El delirio de quienes
destruyen Medellín hace mucho tiempo, se asila en la vaga idea de ser modernos
como un escudo que prosigue, pero a la hora de la verdad ya sabemos la razón de
ese desinterés por el Centro de la ciudad.
Queda siempre la
acedia de preguntas que nadie responde, solo escuchamos la voz del viento, ¿Quién
realmente es el encargado de responder y cuidar el Patrimonio de la ciudad?
¿Quién mantiene secuestrada las instituciones encargadas de esta labor? No se
le puede pedir cordura y humanismo al Establishment medellinense, ya que es un
grupo de gente unida por un objetivo común: dejar que la ciudad histórica
colapse. En algunas reuniones hablan los responsables de esas instituciones, y
sin reato, afirman, que hay que dejar de ser románticos y dejar que esas casas
viejas sean reemplazadas. En esa logia nunca masónica, merodean políticos sin
formación intelectual que legislan el rumbo de nuestras vidas; barones de los
medios de comunicación de toda calaña que evitan el debate, y se asilan en el
pasado como si fuera un tónico; los empresarios y banqueros que dirigen la
economía nunca les ha interesado el tema patrimonial ya que se necesita aceitar
el aparato reproductivo en todas sus aristas. Ellos son el principal
impedimento para la preservación del Centro, contumaces, con propuestas
ridículas, y su amancebamiento con las babas de sus discursos, habitantes de
sus delirios, impulsores del turismo a raja tabla, han asumido su carácter, ya
que el turista fugaz mira, busca las scorts y prepagos de la ciudad, asume la
droga como el ritual, y el mundo digital donde conviven políticos, empresarios,
algunos intelectuales, banqueros y algunos directores de medios, mientras la
ciudad prosigue su rumbo; todos a una, imbuidos por la lógica tediosa y banal del
pensamiento turístico, para definir Medellín, vivir sus noche lujuriosas, nunca
legendarias, dejar su basura personal en las calles y luego buscar los
discursos banales para la supervivencia.
Esos que comienzan con la idea de que la historia de una ciudad está en
otra parte.
Aun miro la ilusoria imagen de esa fachada donde vivió Gonzalo Vidal, donde compuso tantas piezas musicales, y por supuesto, el Himno antioqueño y ese canto fúnebre, golpeador y fuerte, que reaparece cada Semana Santa, Las Estaciones. Mejor me voy por entre fachadas obscenas carcomidas por esas colmenas con ventorrillos, por entre el tráfico trágico, desordenado y por entre la mugre mental como sinónimo del abandono del Centro, que oscurece la ciudad ilustrada. Me asilo en Versalles. Pensaba y parodio esa frase del gran Vargas Llosa que se debe asimilar, ¿en qué momento se jodió Medellín?
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