Oscar Peláez Peña
/ Álvaro Noreña
El intelectual y
poeta sevillano Oscar Peláez Peña, cuando residía en Medellín, publicó La
balada de la abyección, en la “Columna libre” del periódico Cactus, N° 4, de
Fredonia, Antioquia.
Oscar Peláez Peña |
“El odio es un borracho hundido en la taberna, que siente que su sed crece con el licor y que se multiplica cual la hidra del Lerna”
(Baudelaire)
“La iniquidad y la injuria sazonan estos tiempos sin
porvenir, ausente anda el amor en sus lejanos viajes, vastas tumbas se cavan en
las patrias de los hombres. Es necesario rechazar como un veneno la arbitraria
veleidad que ha mancillado los principios, pues la mala conciencia es en
efecto, al mismo tiempo, la mala voluntad, que no tendrá paz, ni dentro, ni
fuera. No la tendrá jamás porque no se la deja a nadie, desde Caín hasta la
torre de babel.
En medio de estas costumbres de conquistadores y de
esclavos, la naturaleza humana se ha pervertido, y la corrupción, lo mismo que
la maldad, se miran como muestras de perspicacia y energía.
Ladridos de una jauría furiosa cuando los verdugos se
frotan las manos al oír gritar a sus víctimas y hay en los jóvenes una
exuberancia de savia ruda que las hace tomar las brutalidades por placeres.
De justicia y de honor no se habla más que de pasada y
los hombres de inteligencia, son atormentados por la misma inteligencia, no se
ve más que corrupción arriba y brutalidad abajo, un ciego impulso parece
dispuesto a demoler la sociedad civil. La corrupción se halla en las entrañas
de las costumbres públicas y del estado político; los que se llaman patriotas
dan y retiran la palabra, proponen la guerra o la paz. Bestia humana inflamada
por las pasiones políticas, oscilando de un lado para otro bajo el imperio de
infames banderas.
La desconfianza ha colocado la envidia a su placer y el
mérito paciente sufre la humillación de manos de los indignos cuando se llama a
la opinión pública a intrigas particulares.
Faltan hombres en los puestos de responsabilidad, sólo
vemos caricaturas vivientes de la soudra semiletrada, los torpes, los
irrisorios, los despreciables que pagan a su clientela en novedades circenses.
Se titulan según las circunstancias, rastacueros que intrigan, mienten, andan a
la greña en la vida espiritual fabricando la tramoya de apariencias imbéciles
en escuelas despanzurradas y garitos universitarios, como en los más innobles
albañales de la ciudad.
Toda esa basura intelectual de empresarios de efectos
literarios, poetas para apedrear con patatas y huevos podridos, fangosas
criaturas sumidas en la vida física de sus escritos muertos que no hacen
costumbre, trama gastada de áridas doctrinas para aumentar el suplicio de los
imbéciles y la coquetería de las feministas célebres por el descaro de sus
confesiones públicas, Corrosiva hediondez alimentada por los desahogos de las
comadres y el periodismo zascandil de vendidos y difamadores asalariados,
traficantes del escándalo y la injuria.
Esta es la razón menguada y grosera de nuestra época que
nos desprende de nuestros vínculos, cínica grosería que despoja la vida de su
ropaje y la hunde en el fango popular para que la pisoteen las pezuñas de la
muchedumbre, cuando la verdad académica
es la duda, y aún ahí hay que
dudar de ella. ¿su verdadero nombre? Individualismo anárquico, envidia,
confusión de palabras de espíritus limitados, es el miedo de no poder existir
como particulares para instaurar el culto del terror y el imperio de los
patíbulos”.
OSCAR PELÁEZ PEÑA
El presente documento
es digitalizado por Álvaro Noreña Jiménez, cierraojosandersen@gmail.com
(arqueólogo de las palabras, con fines educativos, rescate de memoria histórica
y de difusión cultural, en el mes de febrero del año 2014).
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