LA FELICIDAD RESIDE EN EL PLACER
Antonio Arenas
Los labios del hombre no abandonaron el dulce
paseo por la zona intima de la mujer e iban dejando una cálida y húmeda huella
por su redondo vientre. Un ir y venir porque el contacto con los labios íntimos
de la mujer era más suave que el de la tela de su batín de
seda albo que ella había abandonado para quedar totalmente desnuda. El hombre, apreció
de pronto que las piernas de la mujer se dilataban y aparecía de súbito un
endurecimiento en aquella pequeña fruta, como si toda su sangre y deseo se le
agolparan en su cuerpo. Sus pezones estaban duros y suaves en su redondez al
sentir las manos del hombre. La mujer, estaba sumida en una sensación de
abandono, quería permanecer apacible y reducida por un calor extraño que la
estremecía. Un inesperado brío le estalló por dentro y se abrió toda a aquella
pequeña furia de la lengua que la lamía. Su cuerpo se arqueó y en un mórbido e
inesperado arranque concibió un placer supremo cuando notó que la cabeza del
hombre se hundía más y más entre sus piernas y su lengua le penetraba hasta las
entrañas. Sintió como si una lava abrazadora brotara de sí. Intento morder su boca
sin hacerse ningún daño. Sus caderas estaban suaves, sus piernas ya no tan
rígidas. La mujer, es un bello cuerpo recorrido por una agitación de fuego. Cerró
lentamente los ojos y no tuvo miedo del líquido que como una braza ardiente
atravesó la boca del hombre, sintió un desgarro como si su ser fuera arrancado
de sí misma. Gritó de gozo, notó el calor y la energía de su cuerpo. Se sintió
deseada y amada y como no tenía vello en sus músculos, su piel se erizó tocada
por una corriente eléctrica. El hombre, despreocupado e ignorante del tiempo había
tomado nuevamente la pulpa entre sus labios, su lengua y había saboreado el
extraño zumo, que no llega a serlo, porque es solo aroma, esencia de todos los
frutos, sabor a mujer, a mar, al aire entre los árboles de la perpetuidad. Sí
pensó la mujer, el sexo oral es el goce eterno. El hombre, apreció en su boca y su lenga que
todo su ser estaba apresado adentro de la mujer. Su lengua torna y vuelve en su
movimiento lento y rápido y penetra nuevamente hasta lo más profundo de las
confinas de la mujer. Sus labios recorren con suavidad y deleite esas gotas que
colman su boca, su lengua, su saliva, y su instinto comparte la tarea de
enloquecer, abrazar, aturdir o hacer que la mujer se debata en sentimientos contradictorios.
El hombre, quisiera que ese instante fuera interminable, que no culmine que
ella sienta el deseo, la locura de su lengua, de la insaciable voracidad de su
boca. Dispuesto a encarar el mundo el hombre ha bebido sus aguas, su cuerpo, su
alma, se traga todo en un momento en vilo. Las caricias del hombre se detienen
en su vientre, sus dedos de la mano derecha se dejan pasar sobre su piel, un
leve torbellino, un leve cosquilleo, un torrente que avanza dejando la huella
sobre su piel. Todo es esencia, suma, colmo de sensaciones y ahora los músculos
de la mujer están parcialmente rociados. Con un golpe fiero y perfecto, sobre
aquella humedad se abatieron los labios del hombre. La mujer, ha comenzado a
comprender, por un camino ajeno a la razón, el prodigio que la colma de placer y
hacia donde se dirigen sus cinco sentidos. Ella, se siente morir y sabe de
sobra que el sexo oral es el gusto de la vida, el amanecer de la vida. El hombre,
se incorpora sobre uno de sus brazos se vuelve hacia ella, se sonríen, una luz
penetra por la ventana y cubre la desarropes de sus cuerpos, se escucha un
grito: Que viva el sexo oral…
No hay comentarios:
Publicar un comentario