sábado, 22 de enero de 2022

Aire de Berenice Pineda Víctor Bustamante

 

Berenice Pineda

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Aire de Berenice Pineda

Para Marcela Otálora 

Víctor Bustamante

Berenice Pineda ha persistido en la poesía desde hace años. Esencialmente asume esa actitud, no como un personaje que quieren mostrarse y que escribe versos sin esencia de una manera fácil, anodina. No, ella aún mantiene su particularidad y, sobre todo, esa discreción que es lo que hace indiscutible su escritura, la poesía que corre por sus venas, que presiente que su paraíso perdido anexado y redefinido con el amor, con la infancia y con la casa, solo las recobra con sus palabras. De ahí que esos silencios, esa lejanía, la convierte en afinidad y en presencia en esa dualidad de escapar al silencio, precisamente para expresarse, ya que de no hacerlo no moriría, pero ese Élan vital se lo exige. De no escribir no sabríamos el pulso de lo que le sucedería en su interior y, en ese doble recogimiento saber que tiene que expresarse, y para ello, nada más que sus palabras, lejos de su hermetismo, que a veces la circunda para traernos su poesía. Y así saber que Berenice aún discurre por los caminos y las calles, por las veredas y los atardeceres, por el aire y del aire al aire, para llegar con sus poemas.

De ahí que en Aire, (Quitasol, 2022), Berenice Pineda haya resuelto expresar otra parte de su creación con una actitud posible donde los elementos esenciales, agua, fuego, tierra y aire se convierten en personajes básicos, ya sea en su plenitud y certeza, nunca paisajes decorativos sino presencia, y, sin embargo,  plenos de singularidad en su inmovilidad aparente que no es más que esa inmanencia de saber que quien escribe sobre ellos, es decir, quien los vive es quien no se hace inmutable sino que los habita permanentemente, aunque en este trayecto, mientras escribe y vive, en ese un movimiento continuo que se inicia en el primer poema, “Como un pájaro”, allí discurre hacia un espacio, el aire claro y transparente, lejano en su acimut, en su horizonte, pero no va sola sino en una bandada de pájaros, en ese sentido no va sola sino en compañía de otros que ya tienen programado un viaje, y en ese viaje no sabemos qué puede suceder, aunque ella ya tiene un propósito: buscar lo desconocido, esa esencia de buscar lo desconocido, la estimula, es el motivo de su viaje; ahí en esa palabra y en esa meta, se prefigura el motivo del viaje. Esta primera parte de su poemario, “Como un pájaro”, se compone de varios poemas donde ella interroga el concepto amoroso, desde diversos ángulos, pendiente de las aristas que puedan acaecer en el trascurso de sus poemas. Una de ellas, su infancia, entonces surge la palabra, volatinera, a quien ella dedica su libro. ¿Por qué razón se tilda de “volatinera que lleva siglos”? ¿Será por ese carácter tan fuerte que la lleva a su peculiar razón de definir con cierta aflicción, el amor pasa siempre por esa misma herida?

En ella pueden sucederse encuentros inquietantes, inverosímiles, cargados siempre de serenidad y reflexión, y así nos dice, “El aire que se llevó tus palabras es el mismo que me ha traído la calma”. En este viaje va trazando sus trayectos múltiples por la diversidad de dudas y de redefiniciones pero que en ella la arredran, y esos encuentros no cejan en su fijeza. Dentro de ese espacio que a veces es disperso y que bajo el efecto de extrañeza que ella no pronuncia tiende a hacerse imperecedero hasta el límite que la acosa, así huye de su soledad. De ahí el inmenso espacio del aire donde se pierde, pero al mismo tiempo se reencuentra ella misma en ese lugar secreto para unos, pero que es su refugio, la palabra. De ahí que nos diga, “Me gustaría irme / en una desbandada de pájaros migratorios / y viajar / Irme en un viento cálido /buscando nidos / asideros más amorosos y desconocidos”.

Ya en la segunda parte “Tocando fondo”. No solo cambia de aire, sino que se ubica ya más terrestre, aquí no sueña ni idealiza, mira a su alrededor en tiempo presente: “Tocar fondo es morir o callar ante la metralla”. Hay tres poemas que eluden a la circunstancia del país, Tocando fondo, “Nos matan” y “Llegará la muerte”. Indudablemente, lo que aquí acontece, acontece en un lugar muy específico que altera el énfasis de su libro y que debemos nombrar: el país y su podredumbre moral, que abarca a sus partidos políticos y, sobre todo, a ese ser colombiano inmerso en nuestra contemporaneidad y que nos ha tocado, junto a ese habitante que aún no ceja de matar, la muerte misma que se ha convertido en esa figura espectral y certeza. La muerte misma con sus violencias y asesinatos y desapariciones no está en el bosque ni en los hoteles, o en los parques y, más allá de la circunstancia. No, está en el corazón mismo de cada colombiano. Y en ese lugar del mundo, nuestro país, hemos padecido ese suceso. Por esa razón a medida que trascurre la lectura de Aire, tropezamos con un tema que en apariencia nos distrae pero que regresa a su motivo esencial, el amor a partir de otras redefiniciones como si al interrogarlo, parece que la muerte — una cierta forma de morir, introdujera ella misma esa red que la envuelve con sus arañas mortales.

Todo ese concepto está allí presente en relación a los viajes de quien escribe que no o mira desde al aire sino en la circunstancia misma de que ha vivido y padecido, y por esa razón la sorprende esa relación de sucesos que discurren, /Triste mendigar las palabras /como respuesta /a una pregunta de amor/

De ahí que sus palabras, sus silencios, que la descifran en los poemas que escribe, y ahora se leen, reflejan las noches como presente que pertenece, en su intensidad, a una pasión ya colmada, ya fallecida en su ocurrencia. En el habitarla puede ser confortable o letal, puesto que nada puede ser allí completamente ilusorio ni completamente cierto, como si sus poemas merodearan sobre un desconcertante encuentro donde una página revele el circunstancial fondo de ausencia con restos de sus naufragios, con significaciones y símbolos que surgen del lenguaje, todas en el desconcierto de esas limitaciones y cercanías: pavesas del ser. Apariencia del amor que no sustenta ninguna cómoda apariencia, aunque fuera eventual, aunque fuera buscada o que llegara así de golpe; abandono y distancia que no supone que sea de su parte sino víctima de su propio fuego que se da en estas búsquedas donde todo lo deseado y que está distanciado huya de sus certezas sin una palabra que reivindique esa dualidad de las ausencias. Basta un gesto, una mirada, un astro que reaparece en la aspereza de las aceras o de las calles para que intervenga y sustente cierto brillo de quien llega con toda la firmeza posible, pero que le hagan decir luego: ásperas y largas y caras ausencias.

Y aquí, recuperamos la tercera experiencia, Amor amor, y, sobre todo, la casa como espacio y refugio, la casa ese hábitat donde siempre terminamos al viajar en el día, esa circunstancia donde se permanece inmóvil pero que desde ahí viajamos, y junto a la casa reaparece la infancia, la vereda, pero es en estas definiciones  y  momentos donde continúa el tema del amor como apareciendo o desvaneciéndose en  diversos momentos con cada definición como si este fuera esa pregunta que la mantiene en vilo, que a veces exige en una definición precisa pero que es taciturno y brillante,  inconmensurable y sorpresivo.

De esa palabra, que no es solo palabra al escribirla, sino al pronunciarla y al pronunciarla se hace viva, presencia y eternidad, pero que sabemos que es también algo que se diluye ante nuestra presencia, el amor. Berenice la recobra desde diversas aristas y como siempre llega como si fuera una experiencia nueva, en la cual caemos con nuestra fatal ilusión de creer que perdurara cuando es solo el espejo negro donde solo nos miraremos una vez antes de empañarse para siempre, pues en el fondo el inicio de ese brillo que trae el amar, en él también subyace la aniquilación, pero antes de que llegue ese instante hay que estar advertido del suceso que vendrá. Lo que se inicia con alborozo termina con la certeza de las huidas, como si la muerte merodeara por todos los rincones de la casa, no solo física donde habitamos, sino la casa del ser, nosotros mismos, en nuestra perdurabilidad, al asalto de las otras experiencias que vendrán. Una de ellas, la circunstancia de la muerte, cuando esa otra persona, ese otro donde nos reflejamos se va, y debemos hacer el duelo, licor o escritura, evasión y un largo camino sin ninguna meta, un horizonte de la devastación como paisaje interior. De ahí que en el último poema del libro ella nos advierte: “Cuando llegué/ no estabas / No había / ningún olor tuyo / ninguna sombra /nada de señales / Estaba solo el aire”.

 De ahí que luego de este largo viaje de retorno que es la definición de un libro, donde subyace y se imprime la historia de quien lo escribe,  no solo está el paisaje que habitamos y la interioridad que nos circunda sino lo creativo, lo quimérico, como esa fatalidad que solo vivimos en un destello de nuestras vidas como si esta se definiera de esta manera, donde nos aproximamos con un objetivo claro, amor, pero solo encontramos en la otra cara el morir  como una síntesis de lo que en verdad es la realidad, ese muro ya definido por Schopenhauer. Y descrito por Miguel Hernández: “Vida, muerte, amor. Ahí quedan / escritos sobre tus labios”.

Ante todo, Aire, indica lo etéreo, lo inasible, lo inalcanzable, lo que nos rodea; elemento esencial por naturaleza. Pero dentro de esa fugacidad es también lo vital, la inmanencia, lo que depura, lo que insufla ese estado, pero sobre todo es un libro sobre lo evasible y continuo, caprichoso y ligero del amor como circunstancia, y ante todo la celebración de la poesía y de una búsqueda bajo el aliento de Berenice.   






3 comentarios:

Juan C. Martínez Restrepo dijo...

Cómo me alegra saber de Berenice y sobre todo tan bien interpretada por Bustamante, el amante del poema y de la brisa que pasa por las páginas de AIRE.
leyendo esta crónica de lectura, uno se vuelve a enamorar hasta de lo trágico como experiencia y sacudida.

CAro dijo...

Víctor felicitaciones por tan hermoso ensayo y de verdad, me animas a leer a Berenice

MARCELA ATEHORTÚA dijo...

Víctor José disfrute leyendo la reseña del libro, gracias por compartir.