domingo, 9 de febrero de 2020

Luis Fernando González/ Relatos del Centro. Medellín: Patrimonio Histórico # 77




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Medellín: Patrimonio Histórico # 77


Luis Fernando González / Relatos del Centro

Víctor Bustamante

En esta conferencia Luis Fernando González repasa la visión que dan sobre la ciudad algunos especialistas en patrimonio, muchas veces plagadas de falsa nostalgia, además realizada por divulgadores sin rigor que crean leyendas, aumentando así el valor de algunos personajes anodinos; o sea, que desde el desconocimiento falsean y reescriben la historia, pero cuando se indaga esa falsa magnificencia esta se cae a pedazos, muchas veces amparada por las consultas en Wikipedia, o los comentarios en las redes sociales, que en algunos casos se dan como verdades, o también debido a la falsa tradición oral y escrita que da como hechos circunstanciales que debe deben revisarse.  

Hay dos ejes centrales en esta charla, una es sobre la cartografía con su toponimia respectiva  y la exclusión, para lo cual su autor apela a varios conceptos a través de la historia de la ciudad: La villa fundacional con la toponimia fundacional, Los olvidos que hacen las toponimias, La villa vieja y la toponimia independentista, La villa nueva y la toponimia bolivariana, La expansión inmediata con toponimia regional y europeístas y La nomenclatura actual, abstracta y racional 50 por 50, Palacé con Colombia.

Bajo estos parámetros sabemos que el mapa del alarife Agustín Patiño 1675, corresponde a la toponimia tradicional con los nombres descritos por el Cojo Benítez y expresa solo la toponimia del barrio San Lorenzo. Desde ahí persiste la exclusión, desde la Colonia, ya que otros lugares de la Villa no son mencionados ni reflejados ahí, lo cual da lugar a pensar que aún existían, pero donde vivían los últimos indígenas. Lo mismo que artesanos y si solo la élite local era capaz de vivir su boato sin la presencia del sustento y apoyo de otras clases de personas que cumplían la labor de ser sus servidores. También poco se menciona a la persona quién donó los terrenos para la Plaza Mayor, la iglesia de la Candelaria y para las calles aledañas, Doña Isabel de Heredia, así cómo se empedró la plaza, y en 1676, se dispone en la esquina de lo que es hoy Boyacá con Bolívar de la plaza mayor, ya erigida, un aparato de tortura, El Mico, que era un poste con una argolla de hierro donde se colgaban a los presos, les bajaban los pantalones para darles una paliza, también, por supuesto, para alertar a la población sobre sus excesos y disidencias posibles. A los indígenas, sus habitantes naturales, se les ordenó vender sus casas alrededor de la plaza mayor a los españoles, y se les entregaron algunos terrenos por los lados de Guanteros. Ya en 1850 se cambió el nombre de Plaza Mayor por Plaza de Zea, -aún no sabían del despilfarro de dinero público de Francisco Antonio, que pensaba que era un príncipe en Europa-, y en 1895, ya era el Parque de Berrío al erigirse la estatua de Pedro Justo.


Medellín, 1675, Agustín Patiño

En los últimos años el nombre de Plaza Mayor ha sido apropiado por la simulación cultural de las ultimas alcaldías, que bajo le égida del turismo, como el falso emprendimiento que ellos aportan, han entregado la ciudad que quiere maquillarse como una Barcelona del trópico, y poco a poco comienzan a cambiar la nomenclatura por lo que uno de esos vasallos, desde el bureau, denominan la Medellín internacional, la que gana premios anodinos y se desplaza lentamente hacia el sur, dejando la estela del Centro Histórico en ruinas, y eso sí apropiándose de su toponimia porque la verdadera Plaza Mayor es el Parque de Berrío. Los simuladores culturales son atrevidos con sus cintillas de risa y sus títulos de plástico.

Ya cuando la ciudad se amplía hacia lo que sería Villanueva, como dice Luis Fernando, Tyrrel Moore, pensando en erigir a su Nueva Londres, se ganó la fama de haber donado los terrenos, y esa actitud corre a través de los años cuando en realidad había donado una parte, y eso sí se ha olvidado lo que el expositor dice sobre la llamada la atención que es la tensión entre los habitantes, artesanos, que existían en lo que serán los alrededores de la Plaza de Bolívar.

También explica el mapa trazado en 1847 por Hermenegildo Botero, abogado, escritor, (aún no sé qué significa “Templado por el trisagio”, uno de sus textos). También fue diputado a la legislatura de la provincia de Antioquia y secretario del gobernador Mariano Ospina Rodríguez, quien le dictó su testamento. Con los días y el nuevo ascenso de otras personas al poder, la Calle del amor, el Resbalón, la calle de la Amargura, Solitaria, la Calle del Calzoncillo, así como otros nombres dados por la imaginería popular poco a poco fueron reemplazados.
pero en esta exposición aparece algo que ha sido olvidado al ser escrita la historia de la ciudad desde un solo punto de vista, así como solo expresa a los llamados grandes hombres, al realizarles biografías, así como al escribirles en sus centenarios, así como al erigirles estatuas, como una visión del mundo no solo algo pobre sino llena de desalojos y olvidos.  Y ese algo nuevo es mirar la ciudad desde todos los puntos de vista posible. La pregunta sería dónde vivieron los artesanos, los obreros, donde se fueron a vivir los indígenas, y hasta cuando persistieron.  Incluso en el texto de Francisco de Paula Muñoz, “Descripción de Medellín en 1870”, cae en lo mismo y anota: “La Calle del Chumbimbo (sin nombre oficial), entre La Playa y La Calle Barbacoas al Norte de la Quebrada”.  También refiere que la calle Girardot, aún sin concluir su trazado, termina en una calle sin nombre por el barrio del Chumbimbo.


Medellín, 1847, Hermenegildo Botero.

Solo mencionamos esta parte por una razón de peso, en los mapas se difuminan determinadas zonas, en ellos aparecen los sitios llamados interesantes, de referencia, pero se dejan de lado otros donde la vida bulle en su anonimato, en su expulsión y exclusión pública, pero que sirve de sustento para otros, esa es la vida de los indígenas, de los artesanos en su momento, esa es la vida de los obreros y de los artistas y de aquellas personas que apenas ahora se recupera su presencia. De ahí que, al mencionar el límite de la ciudad, la Calle Barbacoas, Luis Fernando nos de la posibilidad de otras indagaciones, así como el sector lejano de Guanteros cubierto por la pátina sucia de quienes no auscultaron más allá en esos límites la otra Medellín que crecía con sus arrebatos, con sus contingencias que sumaba a la otra visión que dan la totalidad de lo que sería la Medellín que vendría.

En síntesis, esta conferencia, es la llave para abrir otras puertas siempre cerradas al concepto de lo popular como la otra parte que le falta a la definición de Medellín, de ese Medellín excluyente y mentiroso, solapado e hipócrita que pensaba que siempre vivía en un país lejano, para dejar de lado en las márgenes de su historia, en los pies de página o en los archivos polvorientos, a las personas que desde la anonimidad han contribuido a su crecimiento. De ahí que en una de sus novelas, una de las sobrinas de Carrasquilla, al saber que servía de personaje para una de sus creaciones le pidiera que la pusiera a hablar en francés.

En los mapas, siempre inconclusos, siempre excluyentes solo enseñan una parte de la ciudad y, sobre todo, la que quieran que vean quien contrate la elaboración. Pero si en esas zonas definidas de golpe al ver el mapa, en esa cartografía de un solo lado, en esa sucesión de manzanas y de monumentos a personas que muchos de ellos no merecen, siempre sabemos que la ciudad y sus calles hierven de otra manera, de una manera que nunca será contada porque esos textos quedarán guardados en la memoria de su autor y en el desalojo. Eso es notorio en el mismo texto del Cojo Benítez que era consultado por investigadores y escritores y nunca lo mencionaban como una de las claves para sus indagaciones.

En ese umbral, esa zona oscura, yace la otra historia de Medellín. En esta conferencia hemos vislumbrado una posibilidad, otra manera de mirar la ciudad. La de los otros, que no figuran como ilustrados y afincados en el poder político de su momento. Pero esa Medellín de los desalojos situados en esa zona oscura, molesta, negra para algunos, se puede comprender en El primer directorio General de la ciudad de Medellín para el año de 1906 de Isidoro Silva L., donde aparecen desde los oficios más prestigiosos hasta los más humildes con un sentido incluyente de ciudad,  y en esa obra memorable, de Carlos J. Escobar, Medellín, hace 60 años, que demuestra cómo alguien a partir de su intuición y de su apasionamiento dejó una memoria que aún sacude y sorprende desde su lejanía.

Cierto. Luis Fernando ha abierto un portón pesado, atiborrado de miradas y análisis oxidados que tenemos siempre presente como una verdad, cuando en realidad es solo una mirada de soslayo y de desprecio que ha escondido en su ausencia permanente, la otra lectura de la ciudad, la de la aplanadora del cemento permanente que avasalla a Medellín, dirigida por políticos de baja estofa que se conmueven yendo a Paris para ver edificios antiguos mientras que la baba de montañeros salpica sus selfies sobre las solapas  de sus chalecos anti-babas de tanto hablar y prometer, olvidando la ciudad de la exclusión y la del desalojo: la de los músicos y teatreros, la de los artesanos, la de los obreros, horticultores, herreros, hojalateros, pendolistas, plateros, joyeros, sastres, sirvientes, tapizadores, tipógrafos, comadronas cerrajeros, bordadoras albañiles, armeros, cocineras, cocheros costureras, enfardeladores, fruteras, y tantos otros oficios que la memoria desecha, que la literatura nunca ha mirado porque habitan en la penumbra y parece que no hubieran existido en la ciudad de la eterna desmemoria.



Hermenegildo Botero






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