Eduardo Arango Arango, Arquitecto UPB. (Babel) |
Medellín: Patrimonio Histórico N. 78
Eduardo Arango en el
Ateneo
Víctor Bustamante
Hay un dibujo
memorable de Horacio Longas donde aparecen algunos arquitectos, en 1938, donde
le otorga un rasgo peculiar a cada uno. Ellos son Luis Olarte Restrepo, Juan
Restrepo Álvarez, Ignacio Vieira Jaramillo, Arturo longas, Federico Vásquez,
Martín Rodríguez Hausler, Roberto Vélez Pérez, Gonzalo Restrepo Álvarez, Nel
Rodríguez Hausler, Roberto Vélez Pérez, Gerardo Posada González, Félix Mejía
Arango, Carlos Obregón y Jesús Mejía Montoya.
Este dibujo es
paradójico ya que solo conocíamos las crónicas y fotografías de las tertulias
de poetas y escritores trasnochando, bebiendo y creando sus utopías. Nunca
formarían una bohemia en las calles los arquitectos tan atildados e inmersos en
sus planos y en ese aspecto de seriedad de ser tan racionales y responsables de
crear edificios que abren un paisaje en la ciudad al utilizar un espacio y, así
mismo, saber, que muchos de esos edificios perduran. Aunque ambos, escritores y
arquitectos son artistas, los primeros nunca han constituido una sociedad con
figuras jurídicas, eso sí son más sociables.
Solo ha existido un
reducido contacto entre estos dos grupos, de escritores y arquitectos, la de
Los Panidas con Félix Mejía Arango, y la de Horacio Longas que se desliza hacia
el mundo de la caricatura y la pintura. Y el más preciado, el de José María
Villa, con su bohemia y su desfachatez, y que no me resisto a mencionarlo, era
un ingenioso ingeniero, con su deambular por las calles, e ideando y
construyendo puentes.
Así, en este
devenir, en este auscultar a los arquitectos, observamos que sus edificios
hacen parte de la memoria y son puntos de referencia, ya que estos hablan desde
el primer momento de su instauración. No
sé la razón por la cual se ha despojado de su presencia al arquitecto, su
imagen se diluye, se sitúa en la lejanía de ese territorio de lo críptico, de
la frialdad de las oficinas bañadas por la luz blanca con mesas de dibujo
cubiertas de planos, con dibujantes serios como corresponde a la
responsabilidad de erigir la idea de una obra. Tal vez ese mismo velo haya sido
impuesto por la rigidez de su oficio, por la seriedad y la creatividad matizada
por lo racional. En un primer momento el arquitecto se sitúa en el mundo de la
ensoñación, luego debe concurrir al mundo real para poder erigir su obra que no
puede ser un castillo en el aire, sino que debe poseer bases sólidas, formas
apropiadas y una utilidad severa donde el espacio debe ser habitado.
Horacio Longas |
Por esa razón me
llama la atención el dibujo de Longas, por algo inadmisible ahora, ya que al
realizarlo y al agrupar a esos arquitectos, les daba presencia como grupo no
solo en la memoria de la ciudad sino en sus afectos, y es que no habíamos caído
en cuenta de la presencia de ellos en la construcción del paisaje citadino, y
es precisamente en ese dibujo o podría decir una caricatura amistosa, donde ese
puñado de arquitectos no solo construyen una sociedad, un gremio, sino que
ellos mismos revelaron lo que ya he mencionado: en ellos descansa la
instauración del paisaje citadino, a ellos se les deben esos puntos de
referencia cada que caminamos por las calles. En esos edificios existe cada uno
de ellos con su estilo, su peculiar manera de ser creativos, lo cual enriquece
desde su misma perspectiva la diferencia de lo que es ese paisaje escrito y
descrito por ellos, es la representatividad de las diversas escuelas, los
diversos movimientos, las ideas a pulso, las otras ideas a contra pulso, así
como la diversa exposición de los materiales, la disposición del espacio que
ellos construyen. Por esa razón hay un sello indeleble de Agustín Goovaerts en
el Palacio de Cultura. Carlos Arturo Longas en sus casas aun intactas del
Centro de la ciudad. Hay una presencia de los Rodríguez en el actual Museo de
Antioquia, hay una presencia de Ignacio Vieira y de Federico Vásquez en el
Edificio Antioquia o en la Naviera, solo para citar algunos de esas
edificaciones del Centro, lejos, por supuesto, de las diversas iglesias que
parecen que se apropian del nombre de patrimonio.
Un arquitecto a
partir de sus dibujos crea más tarde los planos y así sale del papel su obra
para ser construida y habitada, para enriquecer el concepto de ciudad. Muchas
veces he insistido en el reconocimiento y fervor hacia los grandes arquitectos,
ya que ellos son artistas, al igual que un poeta que construye sus versos, así
como un escritor que construye capítulo a capitulo sus novelas o como el pintor
que idea sus paisajes interiores y así mismo los cubre son sus paletas de
colores, de ahí de esa esfera, en ese límite del dibujo de los trazos emerge el
arquitecto con su obra de la cual nos apropiaríamos al abrir un espacio público
para ser vivido, para ser habitado. De ahí que el arquitecto crea las diversas
moradas. Así en esta presencia el espacio más habitado y habituado en el centro
de la ciudad son Las Torres de Marco Fidel Suárez creación del arquitecto
Eduardo Arango.
Medellín se hallaba,
en ciertos lugares, aun fondeada en su propia incuria y en la uniformidad de
las casitas de teja y tapias de barro, asimiladas a cualquier pueblo, y en el
sopor que, como una prisión, creaba esa niebla del tiempo detenido para no
salir del encierro en todos los órdenes de la vida cotidiana. El espacio de
Estudios Generales ya sufría un traspaso a su nueva sede de la Universidad de
Antioquia por los lados de la calle Barranquilla, y precisamente aquí, en esta
gran manzana que había sido sitio de la primera cárcel de mujeres, El Buen
Pastor, luego del tránsito y luego parqueadero, se construirían las Torres. Las
fotografías dejan ver una zona de tejados, de caña brava y barro que albergaba
pocas familias.
Desde su
construcción en los años 70, vi, vimos cómo se erigían las Torres. Había algo
novedoso al trozar una zona llamada de Estudios Generales de la Universidad de
Antioquia, que nunca conocí. Se trataba de algo así como un reordenamiento
urbano por esa zona de prestigio histórico y arquitectónico, cerca de la
Plazuela de San Ignacio. Pues bien, las torres fueron en aumento hasta quedar
delimitadas, hasta ser habitadas, y con los años apropiadas por sus habitantes
y algo fue aún más cierto, nunca escuché indicar quien era su creador, es
decir, el arquitecto Eduardo Arango, solo mencionado en círculos muy privados.
Habría que esperar
hasta estos días en que un par de investigadores Daniel Muñetón y Diego Agámez
han salido a la palestra con esta investigación donde sustentan la obra del
creador de las Torres. Poco a poco hemos ido sabiendo de Eduardo Arango, desde
sus inicios como estudiante en la Universidad Pontificia Bolivariana, sus
viajes a Bogotá, su periplo en Francia donde se especializó, en Inglaterra
donde realizó estudios de perfeccionamiento y de su viaje a Finlandia, para
conectarse allí con ideas de otra arquitectura y, además, ser artífice de una
ciudadela diseñada por él, Siltamaki.
En 1969 ya en
Colombia es requerido para un proyecto de vivienda por el ICT, el cual
encuentra diversas contradicciones y criticas al cuestionar la liberación del
primer piso para reintegrarla con la dinámica de la ciudad, y del respeto al
peatón. Arango tenía en mente la destrucción de la capilla del antiguo Colegio
San José detrás del Hotel Nutibara, así como el aislamiento posterior de las
unidades de apartamentos que fueron construidas allí, como síntesis del
despilfarro extravagante que lleva a la destrucción de las ciudades.
Eduardo Arango (Babel,2020) |
Esta noche Eduardo
Arango se encuentra entre nosotros, en el edificio más entrañable que él diseñó
y, además, concitó algunas diferencias, que su obra estuviera presente en la
vida de la ciudad al permitir que esta continuara en los primeros pisos, a
través de los diferentes almacenes, a través de las diversas tabernas que aún
mantienen su presencia en su interior, y
así mismo con las terrazas para ser convertidas y pobladas con jardines, así
como después del tercer piso llega la tranquilidad total para sus habitantes en
los apartamentos. Crea un teatro al interior de un complejo habitacional que
con el tiempo ha servido de basa para el Ateneo. Esta noche él ha estado de
cuerpo presente, demostrado su valor y, así mismo, agasajado por los habitantes
de las Torres que perciben en él autoridad, respeto y talento. De ahí que
dentro de ellas continúen las calles de la ciudad y la traviesen de una manera
diferente, sin autos, sin el ruido de ellos, eso sí estableciendo una de las
premisas de Arango, darle la soberanía a las personas que caminan. Ya que, al
estar en el interior de las Torres, uno sabe que llega a un oasis luego del
tráfago callejero, ese oasis permite poder caminar libremente, permite sentarse
en la plazuela interior o en el teatrino, ese oasis nos baña con el viento del
norte que circula por entre las columnas y se convierte en una zona libre de
ruidos y de las continua frenadas de los buses siempre de afán y autos
acelerados y del afán citadino donde los transeúntes anónimos al llegar aquí,
dejan la anonimidad para ser ya personas a salvo. Es decir, su concepto
creativo involucra tanto a las personas que habitan este oasis, así como a los
forasteros que pasan para dejar de lado las calles, eso sí bajo este cobijo se
crean puentes, amistades, posibilidades de sentarse a leer, la conversación
matizada con cerveza y música, en síntesis, las personas se han apropiado del
espacio.
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