domingo, 30 de septiembre de 2018

Las guerras de Tuluá / Gustavo Alvarez Gardeazábal / 12 Fiesta del Libro y la Cultura / Medellín


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Las guerras de Tuluá / Gustavo Álvarez Gardeazábal

Víctor Bustamante

Hay algo, y ese algo es un aporte apreciable en Álvarez Gardeazábal, y es lo necesario y evidente cuando se escribe: expresar la cercanía con su ámbito, analizar con tesón el ser contemporáneo, y debido a esa falta de equilibro es lo que ha segado a muchos escritores en el país, por andar trastabillantes detrás de la llamada gloria de plastilina en otros ámbitos, con esos deseos de ser escritores sin obra, eso sí convirtiéndose en viajeros irredentos a diversos países del mundo, y con los premios escolares para que engrosen su llamada hoja de vida, olvidando que lo importante de un escritor es su labor, replantear su universo, contar historias, escribir; en una palabra no olvidar su labor lo demás es la enfermiza ilusión que entrega el márquetin con sus adobadas caricias en los medios.

Álvarez Gardeazábal cuando escribió Cóndores no entierran todos los días, le dio el peso que necesitada muchos años después, no frente al pelotón de fusilamiento, sino a la literatura del país que no habido sido capaz de expresar un gran relato sobre esos días tortuosos de la Violencia, a pesar de la innumerable publicación de textos, novelas y cartas sobre ese momento preciso y despreciable. Por esa razón a Gardeazábal debemos la reconstrucción de la Violencia como memoria como un estado de cosas que no se deben repetir, pero que sigue incesante con su paso y su fatalidad.

Por esa razón Tuluá posee su escritor, quien,  través de sus diversos libros la analiza, la redescubre, la piensa, se aleja un poco pero regresa a tratar de explicar por qué esa ciudad, en ese país, mantiene en vilo ese estado de cosas. No en vano existe esa frase como una sutura para algunas pero que es una realidad: describe tu mundo y expresarás el universo. El autor regresa a Tuluá, en su escritura, a través de lo inusitado: un collage de esos eventos que lo han marcado, que se le han quedado en su memoria y que él debe y quiere sacar de esa zona nunca sagrada sino de la impostergable saga despreciable que es el olvido mismo, como ajuste de cuentas, porque a Tuluá como parte de un país, es también la expresión de él. No han bastado los años violentos de la Colonia, no han bastado los trasegares de la sangre a través de los años, en Los Chancos, en la Guerra de los Mil Días, en la Violencia del 48 hasta el actual estado ya que aún Tuluá, como el resto del país,  mantiene en sus diversas formas ese apetito voraz por el desespero y la humillación de las personas que con sus actos violentos quieren definir una región.

Gardeazábal ha regresado a Tuluá con un libro a veces escueto, a veces lleno de incertidumbre, otras pleno en su creación: Las guerras de Tuluá, Unaula 2018, es así mismo la reconstrucción de la historia de esa ciudad tan cicatrizada a través de los años y de las historias que Gardeazábal cuenta les da su peso para decirnos que ese hito malvado y sucio de la Violencia en el país, siempre ha estado presente como esa ignominia fatídica, como ese atestiguar de una sucesión de historia que deparan y definen un estado de cosas: la maldad como elemento que permea el estado de calma en la vida de un pueblo.

En ese microcosmos estos relatos se suceden de una manera impertinente, donde aparecen hombres y mujeres desechados por la violencia y trasteados por la historia que a veces les otorga un brillo inmerecido debido a la letal codicia para devorarlos desde Burrigá el jefe indígena malicioso, hasta Isidro Marmolejo todos ellos pasan por la innominada situación de una vida donde la muerte es sinónimo de lo cotidiano, donde en su trasegar padecen la más desenfrenada ordalía de un destino de crueldad y silencio.

“Allí le disparó, como a tantos como él, que yo, juez de la república, sé que han matado en Tuluá, pero que debo callar si quiero seguir viviendo”. Uno de los personajes añade estas palabras, se trata de un juez, no sé si promiscuo pero si propincuo a proteger al Pollo Omar de quien está enamorado en su silencio, pero en estas palabras se expresa la crueldad del silencio como amenaza consuetudinaria, de lo contrario ya se sabrá dónde termina los que cumplen con contar lo que para unos se debe callar.

Gardeazábal, hombre de una claridad como pocos ha cumplido a cabalidad su papel como crítico, como periodista, como político, y como escritor. En su reciente libro, sabe que  ha heredado la custodia de mantener el pulso de Tuluá, en esas zonas que nunca fueron expresadas y que él saca  a la superficie, como político sabe las argucias del poder, la truculencia de esa maquinaria que va desde los establos de los centros del poder, hasta el corazón del poder mismos enjaulado en Bogotá.

 El rigor moral de Gustavo Álvarez Gardeazábal lo ha llevado a ser firme y a cuestionar lo que otros callan, pero también a padecer las diversas vicisitudes del gobierno anterior cuando aquel que se preciaba de leer el Nuevo Maquiavelo, movió hilos y distractores  para acallar de una manera llena de porfía a lo que él llamaba sus opositores, Álvarez Gardeazábal fue uno de ellos.







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