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Las guerras de Tuluá /
Gustavo Álvarez Gardeazábal
Víctor Bustamante
Hay algo, y ese algo es un aporte
apreciable en Álvarez Gardeazábal, y es lo necesario y evidente cuando se escribe:
expresar la cercanía con su ámbito, analizar con tesón el ser contemporáneo, y debido
a esa falta de equilibro es lo que ha segado a muchos escritores en el país,
por andar trastabillantes detrás de la llamada gloria de plastilina en otros
ámbitos, con esos deseos de ser escritores sin obra, eso sí convirtiéndose en
viajeros irredentos a diversos países del mundo, y con los premios escolares para
que engrosen su llamada hoja de vida, olvidando que lo importante de un escritor
es su labor, replantear su universo, contar historias, escribir; en una palabra
no olvidar su labor lo demás es la enfermiza ilusión que entrega el márquetin
con sus adobadas caricias en los medios.
Álvarez Gardeazábal cuando
escribió Cóndores no entierran todos los
días, le dio el peso que necesitada muchos años después, no frente al
pelotón de fusilamiento, sino a la literatura del país que no habido sido capaz
de expresar un gran relato sobre esos días tortuosos de la Violencia, a pesar
de la innumerable publicación de textos, novelas y cartas sobre ese momento
preciso y despreciable. Por esa razón a Gardeazábal debemos la reconstrucción
de la Violencia como memoria como un estado de cosas que no se deben repetir,
pero que sigue incesante con su paso y su fatalidad.
Por esa razón Tuluá posee su
escritor, quien, través de sus diversos
libros la analiza, la redescubre, la piensa, se aleja un poco pero regresa a
tratar de explicar por qué esa ciudad, en ese país, mantiene en vilo ese estado de
cosas. No en vano existe esa frase como una sutura para algunas pero que es
una realidad: describe tu mundo y expresarás el universo. El autor regresa a
Tuluá, en su escritura, a través de lo inusitado: un collage de esos eventos que
lo han marcado, que se le han quedado en su memoria y que él debe y quiere
sacar de esa zona nunca sagrada sino de la impostergable saga despreciable que es el
olvido mismo, como ajuste de cuentas, porque a Tuluá como parte de un país,
es también la expresión de él. No han bastado los años violentos de la Colonia,
no han bastado los trasegares de la sangre a través de los años, en Los Chancos,
en la Guerra de los Mil Días, en la Violencia del 48 hasta el actual estado ya que
aún Tuluá, como el resto del país, mantiene en sus diversas formas ese apetito
voraz por el desespero y la humillación de las personas que con sus actos
violentos quieren definir una región.
Gardeazábal ha regresado a
Tuluá con un libro a veces escueto, a veces lleno de incertidumbre, otras pleno
en su creación: Las guerras de Tuluá,
Unaula 2018, es así mismo la reconstrucción de la historia de esa ciudad tan
cicatrizada a través de los años y de las historias que Gardeazábal cuenta les
da su peso para decirnos que ese hito malvado y sucio de la Violencia en el país,
siempre ha estado presente como esa ignominia fatídica, como ese atestiguar de
una sucesión de historia que deparan y definen un estado de cosas: la maldad
como elemento que permea el estado de calma en la vida de un pueblo.
En ese microcosmos estos
relatos se suceden de una manera impertinente, donde aparecen hombres y mujeres desechados por la violencia
y trasteados por la historia que a veces les otorga un brillo inmerecido debido
a la letal codicia para devorarlos desde Burrigá el jefe indígena malicioso, hasta
Isidro Marmolejo todos ellos pasan por la innominada situación de una vida donde
la muerte es sinónimo de lo cotidiano, donde en su trasegar padecen la más
desenfrenada ordalía de un destino de crueldad y silencio.
“Allí le disparó, como a
tantos como él, que yo, juez de la república, sé que han matado en Tuluá, pero
que debo callar si quiero seguir viviendo”. Uno de los personajes añade estas
palabras, se trata de un juez, no sé si promiscuo pero si propincuo a proteger
al Pollo Omar de quien está enamorado en su silencio, pero en estas palabras se
expresa la crueldad del silencio como amenaza consuetudinaria, de lo contrario
ya se sabrá dónde termina los que cumplen con contar lo que para unos se debe callar.
Gardeazábal, hombre de una claridad como
pocos ha cumplido a cabalidad su papel como crítico, como periodista, como
político, y como escritor. En su reciente libro, sabe que ha heredado la custodia de mantener el pulso
de Tuluá, en esas zonas que nunca fueron expresadas y que él saca a la superficie, como político sabe las
argucias del poder, la truculencia de esa maquinaria que va desde los establos
de los centros del poder, hasta el corazón del poder mismos enjaulado en Bogotá.
El rigor moral de Gustavo Álvarez Gardeazábal
lo ha llevado a ser firme y a cuestionar lo que otros callan, pero también a padecer
las diversas vicisitudes del gobierno anterior cuando aquel que se preciaba de
leer el Nuevo Maquiavelo, movió hilos
y distractores para acallar de una manera
llena de porfía a lo que él llamaba sus opositores, Álvarez Gardeazábal fue uno
de ellos.
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