RELATOS MORALES Y NO TAN MORALES
Iván David Currea
Tiempo:
Van
dos personas caminando, cada una por un diferente lugar, ¿Dónde? En ninguna
parte. Al cabo de varios años, miles tal vez, tras una corta caminata, se
encuentran estas dos personas. Ambas se sorprenden con una leve timidez, pues
no habían visto rostro alguno desde hace algún largo tiempo. Se saludan e
inician a hablar. Tras una corta plática, unos cientos de días tal vez, una de
las personas decide preguntarle a la otra: “Y tú, ¿Por qué estás aquí?”. A lo
que la otra responde con un inmenso aire de melancolía (como llevaba haciendo
la mayoría de tiempo): “Me deprime la tristeza”. La primera persona empieza a
reírse fingidamente y le dice: “¡Pero qué tonto! Es de suponer que la tristeza
debe deprimir, no te sientas raro”. Su compañera al oír esto pone gesto de
rabia y le responde: “¡Mentira! He conocido personas, he conocido lugares, he
conocido a Dios, y he podido comprobar que la tristeza alegra a ciertas
personas, a otras en cambio las sorprende, a otra las intriga, a otras las
enoja. Pero si hay algo cierto es que la tristeza jamás debe deprimir, o dime,
¿Acaso has llorado al darte cuenta de que estás metido en este tiempo sin
sentido?”. La otra persona no responde, pero se queda pensando y concluye
preguntando: “¿Por qué no has acabado con esto entonces?”. La persona responde:
“En esta vida no nos debemos apurar, pues en esta existencia, tiempo es lo que nos
sobra”. Se despiden formalmente y siguen su ruta por lugares distintos. Sin
rumbo, sin esperanzas. Tal vez sigan avanzando sin camino, planteándose
preguntas absurdas y esperando encontrarse nuevamente, y muy probablemente,
pero en un tiempo muy, muy lejano, cientos de miles de años o más, se
encontrarán. Hasta entonces solo queda caminar y ver cómo pasa el tiempo.
Una historia indiscreta:
Adolescente,
impulsivo, ansioso y virgen. Este es Brenton, un chico de catorce años víctima
de la violencia familiar, pero no se sientan mal por él, en el país donde vive
esto es absolutamente natural, y ni a él ni al resto de su círculo social les
afecta esto así que da igual. Brenton tiene cuatro especiales cualidades, y las
cuatro están relacionadas con la adicción: adicción al pegamento, adicción a la
heroína, adicción a la cocaína y sus derivados, y la última y más especial,
adicción a la masturbación.
Brenton
es partidario del placer, y piensa que esto debería ser el centro de la vida de
cada humano, pero entiende que no puede controlar la vida de los demás, así que
solamente pone en práctica esta filosofía con su vida.
Brenton
se vio obligado a acabar con la vida de otro adolescente de su colonia, pues éste
quería quitarle su revista pornográfica, el único elemento literario con el que
creció, él, al realizar esta acción sintió un placer distinto, un placer nuevo,
un placer que no sentía al inyectarse, ni al oler una línea de perico, ni al
inhalar solventes, y lo que más le sorprendió, un placer que no se podía
comparar con la infinita y hermosa sensación que sentía al eyacular sobre sus
manos. Ahora Brenton tiene una nueva adicción, una quinta cualidad.
Hoy
Brenton se da placer en una celda mugrienta, y no por haber matado a ese otro
muchacho, pues a quién le importa la vida de un indigente. Hoy Brenton se pudre
en una celda como consecuencia de acabar con la vida de su santa madre y del
imbécil de su padre, y unas cuantas personas más que a nadie le importan, y qué
honor más grande que ser asesinado por la sangre de uno mismo, por esta razón
Brenton en su celda no se arrepiente de nada; pero lo que más le gusta a
Brenton de este hermoso lugar es que puede estimularse en paz, y bueno, algún
que otro día cuando los otros presos entran a jugar con él, es doloroso pero
piensa que vale la pena, una nueva adicción está naciendo, una sexta cualidad.
Miradas de culpa caen sobre mí,
lluvia ácida de incomodidad recae en
mi rostro aparentemente contento.
Es difícil caminar así, sabiendo que
no todo es igual,
que cada paso que doy es un paso que
me acerca al juicio del que soy juez, abogado, acusado, y por qué no, jurado.
Ahora es tiempo de demostrar mi
inocencia, todo está a mi favor.
Me pregunto y me doy cuenta que no
tengo que demostrar nada,
si es mi ser el que inspira tal
degradada emoción de culpa sobre mis acusadores, así debe ser, cumpliré con mi
papel de mesías y no haré nada, decisión constante a lo largo de mi vida.
Me queda probar mi inocencia ante mí
mismo,
me queda aún esperar un veredicto
dictado por mi corazón, mi razón, y tal vez mi sentido del tacto.
Soy inocente, lo sé, siempre lo
sabré,
aunque este don siempre me hará
parecer culpable,
aunque todo siga a mi favor,
aunque todo siempre haya estado a mi
favor,
aunque la inocencia sea evidente y se
pueda olfatear el día de mi juicio
jamás podré demostrar mi inocencia
ante mí.
Esperaré el juicio, pues no tengo
nada más que hacer,
lo estaré esperando tomando una buena
dosis de cianuro
dentro del ataúd que me tiene atado a
este juicio sin sentencia.
Una
triste visión del recuerdo:
Olvido mío que veo reflejado en el
anaranjado del atardecer,
atardecer de un nuevo día lleno de
frustración, de aburrimiento;
color naranja camuflado en el
escondite del sol,
que demuestra estrés, odio y
fastidio;
nostalgia que invade el nuevo día, el
nuevo año.
¿Qué sentido tiene recordar,
cuando recordar es el acto más grande
de egoísmo,
cuando la tragedia se convierte en
rutina
y ante esto solo se puede fingir
indiferencia?
Olvido que me causa tristeza…
Va siendo hora de abandonar la nave del
recuerdo.
Un
amanecer sin rocío:
Y aún encerrado en cuatro paredes,
siento la vista encima de mí;
nervioso y aterrado pero conforme
me he acostumbrado al calor de la
fría brisa
que inunda las mañanas de melancolía
a su paso…
Una melancolía con sabor a esperanza
de cambio,
de un nuevo día lleno de lo mismo
con aires de provecho, pero a fin de
cuentas lo mismo.
He intentado huir de estas paredes,
es fácil,
es mi deseo de permanecer junto a lo
que me causa dolor,
a lo que me recuerda que puedo
sentir,
lo que me hace quedarme aquí,
atrapado,
es mi deseo estar acá,
rogando a gritos al dios que me
abandonó aquel día
que me saque de aquí,
y así poder escupir en su mano cuando
sea tan amable de tendérmela.
Mientras llega ese día estaré escuchando
canciones de locura encerrado,
así me acostumbraré a cuando tenga
que ver el mundo con mis ojos.
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