sábado, 16 de abril de 2016

Los otros senderos de Rubén López Rodrigué



Los otros senderos de Rubén López Rodrigué

Víctor Bustamante


Escribir literatura infantil es un tema de mucha dificultad, ya que quien lo realiza debe meterse en la piel de aquellos a quienes les empieza a interesar el mundo de las letras, en cuanto se refiere a los universos de quien escribe para buscar atraerlos a lo inédito y a la creatividad. Además es una competencia difícil y menospreciada, por decirlo así, para arrebatarlos de la nueva adicción a la tecnología, disfrazada con los tics que se han convertido en una suerte de oasis para que los niños y adolescentes acampen en la promesa de lo último, y terminen sumidos como en una inercia y en la comodidad del no pensar que les agota su tiempo y los incorpora en la esterilidad total y sin imaginación. Una sola franja lo evidencia: los videojuegos. En este momento miles de niños y adultos, sus pares, repiten sin cesar y desesperanza la violencia, que en muchos casos entregan estos videojuegos, sin esperanzas de vencer un programa que los arredra.
Para vencer esta acedia llega el escritor de este género con unas buenas historias que de una vez pueden conquistar su presencia, es decir, llevarlos de su mano al terreno fértil de la literatura y convertirlos en futuros lectores; de ahí el acceder al empíreo de la reflexión, de la crítica. Quien escribe para niños o adolescentes sabe lo difícil que es caminar por estos terrenos minados, además por las dificultades en la concentración, la rivalidad de los temas y la trivialidad con que abordan a los niños y adolescentes que pernoctan y superviven en un mundo de una fantasía casi de especulación y con el calmante de no poseer un mundo propio, para invitarlos a empezar, a atreverse a cruzar caminos, riesgos que los libros entregan.

De ahí que cuando leemos los otros caminos creativos de Rubén López Rodrigué, al menos yo me quedo perplejo porque los temas para esa franja de muchos lectores, como son los mencionados chicos y adolescentes, es algo que escapa a lo previsible, en el sentido de que el escritor debe buscar seducir a sus lectores, indagar ese aliento que los subyugue. Rubén ha iniciado ese camino: sus tres últimos libros lo evidencian.

Rubén López Rodrigué ha transitado por las vertientes del psicoanálisis, ha dominado su lenguaje secreto, su entidad como una secta casi, las desmesuras de aquellos que se adentran en la siquis del otro. Con el tiempo dejó este tema, no sé si debido a la especulación, al carácter referido de secta por parte de los psicoanalistas, aunque ha colaborado en un libro colectivo para la Universidad de Antioquia al lado de connotados especialistas en la materia, pero con los días lo he visto más decidido por la literatura misma. Lo evidencia uno de sus textos, el cuento fantástico “Medio-Rostro”, y se cristaliza, hasta ahora, en el libro de relatos La estola púrpura, donde incursiona en el mundo de sus recuerdos en su pueblo natal Santa Rosa de Cabal y los retrotrae para darles ese lustre de perdurabilidad al convertirlos en presencia, que es esa lucha palabra a palabra, para que su infancia no se quede atrapada en ese espacio bárbaro donde la desmemoria deje pasar esos evento caros a sus vivencias, a sus observaciones.

De esa manera, no sé en qué momento Rubén ha decidido a lo mejor hacer un alto en su camino de escritor reflexivo, esperaba leer el libro sobre la mirada, al cual le ha dedicado tantos años, pero su creatividad se ha deslizado por el campo nunca verde de la literatura infantil con sus caminos sinuosos y llenos de dificultades. Leyendo sus libros no era presagiable que buscara otra opción en su esfera creativa; pero, poco a poco, a partir de su primer libro, ha ido consolidando esa fisura en su quehacer. Digo fisura por lo sorpresivo de un cambio de rumbo en ese sentido, al menos para quienes presagiábamos que seguiría por la metafísica del cuento fantástico, como en sus primeros cuentos, o por la inclusión de sus recuerdos como en La estola púrpura. Pero algo es cierto, los caminos creativos y oscuros del escritor son impensables.



En El carnero azul (2013), dedicado a Gandhi por su amor a los animales, es previsible la humanización que les dará a ellos en sus relatos. Un águila que decide devolver los polluelos robados. El mejor cuento es “La polilla” que come libros y al leerlos aprende de ellos, como si en ese proceso destructor encontrara cierto placer. A veces creo que este relato merecería una suerte de ampliación, ya que la idea es relevante. Esta polilla es algo extraña ya que se alimenta de los clásicos de la literatura infantil más conocidos, como si fuera una crítica de su autor a estos relatos que a veces magnifican aspectos como la bondad o la suerte de un mundo plagado de descortesías. Otro cuento, el que da título a El carnero azul, nos conduce a una utopía: la necesidad de revivir el carnero al ser necesario envolverlo en fibras de cumare, que por fin encuentran las hormigas rojas para reanimarlo. Así mismo cuando digo humanizar a los animales, desde su perspectiva lo logra al no contrariarnos, como si no fuera necesaria una moraleja sino la conclusión misma del lector. Rubén se aleja de toda moralidad para así acercarnos tranquilos y con cordura al texto.




Flor de lis en el País de la Mantequilla (2014) es el más poético de los tres libros hasta ahora publicados. La historia es sencilla, vista desde el lector, pero compleja para sus protagonistas. Una bruja se ha robado un niño, Andurín. Flor de lis, una abeja cautelosa y además llena de curiosidad, observa el evento y poco a poco decide buscar su paradero. Indaga hasta encontrar al Hada Peri que le da la potestad de liberar a Andurín. La abeja, amable y curiosa, se convierte en la gran guía, en la gentileza, en la generosidad, trasunto de la amistad, junto al deseo y a la sorpresa de mirar en cada uno de los capítulos el evento que sucede, así sea en el bosque de bambús, en el encuentro con los indios alfareros o en el tropiezo con el jaguar, hasta el rescate con final feliz.




En Gorito el abusón (2016) Rubén establece un colegio donde sus profesores y alumnos son primates. Es decir, una significación podría ser que sus personajes sean una suerte de trasunto del hombre en su primitivo estado de desarrollo mental, podría decir, de quien a pesar de la destreza tecnológica aun habita ese instante de la evolución humana. Al escritor situar el colegio con profesores, padres y estudiantes en ese estado, pienso en la posibilidad de decirme cómo el género humano, a pesar de las apariencias y del avance en muchos planos de la vida, ya sea material o espiritual, aún vive en un estado de salvajismo controlado, al menos en este texto, como si el autor nos dijera: Así defino al ser humano en un estado de poco desarrollo intelectual, y al mismo tiempo nos va a contar como en ese mismo estado ocurren los casos previsibles de matoneo, un momento de exclusión y de persecución entre los mismos adolescentes que entre las aulas viven en un mundo de aparente autonomía y de formación, el mismo que es masacrado por aquellos que persiguen y denostan a sus mismos compañeros. Por esta razón, Mono Albino se convierte en el estudiante que es perseguido, birlado y burlado por sus mismos compañeros al mando de Gorito, al menos por los violentos que le hacen la vida difícil, dándonos esa presencia del ser, así sea un primate intolerante y burletero. Pero, caso desusado, Mono Albino se va a estudiar a otra escuela donde se comporta de la manera misma como fue perseguido, y el líder de los condiscípulos que lo perseguía, Gorito Gorilón, cambia de una manera positiva, se transforma en un buen tipo, es decir en un buen gorila.


Cada una de estas historias posee un sustrato de realidad, como dice su autor, son vivencias que perduran como el racimo de uvas que dibujó en su infancia, y que se haya inscrito en su memoria, y que son la causa, a lo mejor, de que Rubén haya decidido rememorarlas a partir de estos escritos donde toca temas álgidos en el mundo infantil y que ahora comparte. No podría marcar con una etiqueta determinada sus libros precisamente dedicados a los adolescentes y su mundo plagado de dificultades, en este caso literatura infantil, porque como él mismo dice son cuentos para niños de 8 a 80 años. De ahí que, bien mirados, cada uno de sus libros posee la destreza y la claridad del reflexionar sobre la necesidad de un mundo ético, lejos de la intolerancia, de las falsas verdades, signados por el carácter del nuevo giro que Rubén le da a su creatividad y, sobre todo, a una mirada diferente, más humana y contemporánea a la literatura con tiempos de soñar.









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